Clásicos Nacionales: La Lengua Francesa en Honduras
Jorge Fidel Durón (*)
Era un timbre de honor para nuestros próceres el conocimiento del francés. Aparece que la colonia británica de Wallis o Belice no solo servía para la introducción clandestina de los productos estancados por las autoridades coloniales, sino que era el medio para el contrabando de publicaciones. Y a la par de los libelos y los panfletos en ingles que nos venían de Londres, se colaban los libros y las publicaciones en lengua francesa, con información sobre la revolución y la proclamación de los derechos del hombre.
Esta civilizadora influencia francesa se hizo sentir hasta los albores de la primera guerra mundial. Los anaqueles de nuestras librerías estaban llenos de obras, ediciones de Ch. Bouret, de otras casas editoras parisienses que aún subsisten y, los que estudiamos anatomía, todavía tenemos los gruesos volúmenes de Testud, que leíamos y estudiábamos como si hubieran estado en español.
Nuestros grandes catedráticos, profesores como el Dr. Rubén Andino Aguilar, eran versados en la lengua francesa porque habían estudiado en universidades galas. Los adolescentes nos atiborrábamos de la lectura de las obras de Ponson du Terrail y en los desvanes de nuestras casonas algunas de estas obras no estaban en castellano, como no las estaban siempre tampoco las aventuras de Julio Verne y las que escribía Miguel Zevaco y Jorge Ohnet.
La meta de nuestros sueños era ir a la “cite humiere”, vivir la vida de sus intelectuales y bohemios, conocer a nuestros autores favoritos como Anatole France, Paul Beuerguet, Claude Larrain, Pierre Loti, Paul Verlaine; ver a Sarah Bernhardt, admirar a la Rejane, y a la Mistinguet, explorar los jardines de que nos hablaban los autores que colaboraban en las revistas de Rubén Darío, MUNDIAL y ELEGANCIA. Seguir las huellas del gran cronista Enrique Gómez Carrillo.
Nos estimulaban para ello las bondadosas emigraciones como la que trajo a Honduras de Costa Rica a don Nicolás Oreamuno y a don León Fernández Guardia, a don Jorge Volio y a don Lucas Raúl Chacón. Educado en el Liceo “Louis LeGraud”, de Francia, don León fue director del Instituto Nacional, nos daba clases de francés y fundo la primera biblioteca con ricas y lujosas ediciones de los mejores impresores de Paris.
Eso fue después de que nos iniciara en los ritos dele idioma de Moliere y de Racine nuestro gran señor Luis Andrés Zúñiga. Sus clases eran maravillosas. Poeta al fin, nos inició en los mágicos misterios de la poesía francesa, nos hacía aprender de memoria los poemas de “Les Fieurs du Mal” y nos introducía en la lectura de la novela francesa y en el cuento de Guy de Maupassand.
Nos vanagloriábamos de hablar, con acento, la lengua de Ronsard, mucho antes de conocer de la William Shakespeare. Leíamos sus obras y sus revistas en este idioma y era nuestra ilusión visitar algún día los lugares históricos descritos en nuestras lecturas. Pero, entonces no solo se señalaba el francés los cinco años de nuestra vida preuniversitaria, sino que contábamos con excelentes preceptores. La literatura y la política de Francia la seguíamos al día, con fruición e interés.
Después, autoridades atrabiliarias decidieron un día que la lengua francesa, la segunda lengua mundial después del inglés no tenía razón de ser en nuestro curriculun. No hace mucho el señor Mare Blancpain, Secretario general de la Alianza Francesa, recordó que hasta 1920, el francés, en su calidad de lengua internacional, había gozado de una incontrovertible superioridad y, desde entonces a 1950, había sufrido un eclipse en favor del inglés, gracias, desde luego, a disposiciones arbitrarias como las que comento.
Cuando vino Jacques Desoustelles a Honduras, en misión de la FRAMCE LIVRE, cuando nos visitaron la hija de Luiot—Curie y otros periodistas franceses que son ahora luminarias la intelectualidad, cuando vino el Director del Museo del Hombre de Paris recién fallecido, se encontraron con una pléyade de hondureños que no solo conocían Francia, a través de su lengua, sino que la amaban entrañablemente a través de su admiración.
Y esto es lo que ahora nos apena. A pesar de que, por medio de la Alianza Francesa, se hace un gigantesco esfuerzo por reconstruir tan hermoso edificio cultural, no podrá lograrse un éxito espectacular para nuestro bien.
Fuente: Revista Extra No. 50, septiembre 1969, página 49
(*) Jorge Fidel Durón, hondureño, Comayagüela 1902—Tegucigalpa, 1995, Secretario Perpetuo de la Academia Hondureña de la Lengua, Ministro de Educación, Relaciones Exteriores y Rector de la Universidad Central de Honduras. En 1973 recibió el Premio Nacional de Literatura “Ramón Rosa”. Es con Rafael Heliodoro Valle, uno de los hondureños que, en su tiempo, mantenía mejores relaciones con intelectuales y científicos del continente y de Europa.
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