Contracorriente: EL GENERAL Y SUS TRASPIES
Juan Ramón Martínez
El general Hernández, tiene quien le
escribe. Le basta leer. Corre el riesgo, --como le ha ocurrido-- , de recibir
las criticas mayores que un militar ha soportado de parte de la sociedad
política y económica del país. Porque contrario a lo que hacemos los demás
mortales, cuando alguien escribe y da una orden, no lee y tampoco se pregunta
si lo que le “ordenan” es cierto, legal y, si causará beneficios a la colectividad;
y, en lo personal, le redituará algún prestigio.
Ingenuo, se lanza de cabeza y repite,
mecánicamente, afirmaciones que no tienen nada que ver con la verdad, son
incoherentes; y, además, no disimulan que buscan instrumentalizarlo en una
estrategia en donde lo usan como un peón para que diga cosas, incluso
corriéndose el riego de recibir la rechifla general, como ha ocurrido. O la crítica
colectiva. Solo un cortesano con pretensiones de estadista, puede dar el traspiés
en que ha caído. Sin serlo, por supuesto.
Pero, además, pasa por alto que viste
un uniforme, -- parte de una burocracia estamentada, sometida al imperio de la
ley--, mismo que le impide leer lo que le han mandado a hacer. Y si no toma en cuenta que, lo que haga y
diga, tendrá efectos tanto en su carrera, como para la institución que
representa, seguirá faltando a sus deberes. Solo, al final, como un milagro,
cuando se comprometió con la afirmación de las 10 familias que no pagan
impuestos, “provocando un agujero de seis veces el total del presupuesto de las
FFAA”, descubre que tiene vedado por ley, revelar los apellidos de las mismas.
Pero es tarde. El traspiés es de tales dimensiones que solo tiene que agachar
la cabeza y refugiarse en el silencio que, pese a dirigir una fuerza nacional
autónoma, ahora la ha convertido otra vez, en una guarnición al servicio del
régimen para dividir a los hondureños. Colocándola contra Honduras.
Hernández ha recibido el premio del
oportunista: la sorpresa, el ridículo y el rechazo. Un repaso de sus
antecedentes es útil. Ocupo el séptimo lugar en la promoción 1990 de oficiales
egresados de la Academia Militar. De capitán a mayor, el 32 lugar. De teniente
coronel a coronel, el tercer lugar. Es decir, no es una “espada” sobresaliente y
menos, un líder militar por lo que, para lograr la posición conseguida, fue
gracias a su habilidad para estar en el lugar en donde rebota -- mansa y dócil
la pelota--, para introducirla en el arco contrario.
Cuando fue, comandante del Primer
Batallón, hizo amistad con Chimirre, Milton Benites, y Melgar Urbina. Por ellos,
se acercó a Mel, apostando a que, en algún momento, estaría a su lado para gozar
del poder.
Mientras comandó la Brigada de
Choluteca, se erigió en hombre justo, reclamando que los subsidios, además de a
los “cachurecos”, se les dieran a los activistas del PLR. Ratificando ante Mel que
era hombre fiel, dispuesto a servirlo. Y de la mano de Jorge Fortín, fallo a
sus compañeros nombrados por el gobernante anterior, a cambio de dirigir el ejército.
Ahora, el camino es “fácil”: leer las notas preparadas por Rixi que envía,
Zelaya, sin firma; pero con su huella digital.
Pero su éxito, no le ha permitido
esconder sus limitaciones y evitar caer en la ilegalidad, el ridículo y el
desprestigio. Porque la Constitución le impide formar parte de una estrategia
para obligar a los diputados votar una determinada ley en Congreso Nacional. Lo
que le ha llevado al ridículo mayor que ningún otro oficial en toda la historia
militar. Fuera de Xiomara Castro, nadie lo ha defendido. Y ha tenido que
agachar la cabeza, frente a las críticas recibidas. Y al final, cosechar el
mayor rechazo que se tenga memoria contra a un oficial, solo comparable con las
burlas al “desaparecido” Jorge Fortín, que nadie sabe dónde está. Y que hace. Imitándolo,
también se ha escondido.
Con ello compromete a las FFAA que, con
la Iglesia, la prensa y los intelectuales, es una institución clave para la
estabilidad general. Las Fuerzas Armadas han roto-- por la imprudencia de Hernández
– la unidad social, pasando de puente vinculante y fuerza unificadora, a muro
divisor entre la ciudadanía, quitándole a los militares la calidad de garantes
de seguridad, convirtiéndolos en “guachimanes” de los políticos. Inútiles para
defender la soberanía nacional. Y garantizar el proceso electoral.
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