GOTAS DEL SABER (121)

 Juan Ramón Martínez

 I

El 3 de octubre de 1792, nació en Tegucigalpa, Francisco Morazán. “Hijo de Eusebio Morazán y de Guadalupe Quezada. Su abuelo paterno era natural de Córcega, Italia y “cuando emigro a una de las Grandes Antillas, traía a su hijo Eusebio, muy pequeño. Allí permanecieron mucho tiempo entregados a la agricultura, hasta que este último resolvió trasladarse a Honduras, fijando su residencia en Tegucigalpa, donde contrajo matrimonio con la señora Quesada. Don Eusebio Morazán, hombre activo y laborioso, trabajaba con ahínco, ejerciendo el comercio; y debido a esto, pronto adquirió una regular fortuna” (E. Martínez López, pág. 5).

II

YANUARIO GIRON, Cura y Vicario de este beneficio, Certifica: que en uno de los libros de bautismo de esta parroquia, que comienza el año de 1792 y concluye en 1802, al folio 73, vuelto, número 365, se encuentra la partida siguiente: En la Iglesia Parroquial del señor San Miguel de Tegucigalpa, a 16 de octubre de 1792, yo don Juan Francisco Márquez, Cura y Vicario, Juez Eclesiástico de este beneficio, solemnemente bautice a un niño que nació el tres de dicho mes, a quien puse por nombre José Francisco hijo legítimo y de legitimo matrimonio, de don Eusebio Morazán y doña Guadalupe Quesada, de esta feligresía. Fue su madrina, que lo tuvo y saco de pila, doña Gertrudis Ramírez, viuda, de este vecindario, a quien advertí su obligación y parentesco espiritual y lo firme. Juan Francisco Márquez. Hay una rúbrica. Al margen José Francisco Morazán. Yanuario Girón. Tegucigalpa abril 16 de 1880”. (E. Martínez López, pág. 5)

III

“El 3 de octubre de 1792 vino al mundo el que más tarde sería el terror de los serviles y el mártir de la Unión Centroamericana; el gran gladiador y defensor de la libertad; el apóstol más grande y más abnegado de la Unión; el que con un puñado de deshizo por doquier las huestes de desgraciados mercenarios que pagados del pasado, ayudaban a los retrógrados a defender sus añejas creencias: “el que desprecio la Dictadura por establecer el gobierno de la Democracia: FRANCISCO MORAZÁN” (E. Martínez López, pág. 4).

IV

“La libertad conduciendo al pueblo”, Eugène Delacroix.

“Después de Santander, que fue el hombre, en la esfera intelectual política, el más grande de su época, el liberalismo americano no registra en aquellos tiempos figura más simpática, más innovadora, más gallarda que Morazán. Caudillo juvenil, atrevido, generoso; temperamento apasionado y heroico; hombre superior a su tiempo y al medio en que vivía, paso por la historia con un fulgor de relámpago y el ruido de un guerrero homérico. Era en época de lucha.

La evolución patriótica del general Gainza, con su obra de independencia, había perecido en el oleaje en que los conservadores y aristócratas de Guatemala iban en oscura turbamulta – al pie del trono de Iturbide—a pedir que les unciera al yugo de su centro de emperador aventurero.

La cumbre más alta del liberalismo ha sido siempre la república del Salvador. Allí se refugió en aquel eclipse el águila liberal herida. La bandera del imperio cubrió a Centroamérica sostenía por las manos del general Filisola. ¡Cayo Iturbide¡  El partido Liberal y el conservador volvieron a encontrase frente a frente. Los serviles habían perdido su amo, pero conservaban su odio a la libertad. Los liberales conservaban su bandera y su derecho. Triunfo el liberalismo. La Constitución de 1824 fue una aurora. Aquel evangelio liberal abolió la esclavitud, la nobleza hasta el título de don, la venta de bulas del papa y proclamo la Republica Centroamericana. Hecuba aulló, dice Homero. El clericalismo a huyo; diremos nosotros. Grito de hiena en medio de la sombra. El Papa sintió por primera vez que el aliento del liberalismo americano le daba en el rostro. Fulmino excomuniones y lanzo rayos del Vaticano sobre los mandatarios del Salvador. A la cólera papal respondió el liberalismo con el nombramiento del obispo Delgado, hecho por el gobierno nacional. El heredero de san Pedro devoro la afrenta. Desde el bofetón de Nogaret, que hizo vacilar la tierra en la cabeza de Bonifacio VIII, la mejilla de los papas no enrojece. Los serviles, es decir el clero y la nobleza, hicieron la guerra, poniendo en su cabeza el marqués de Aycinena, resto apolillado de aquella aristocracia parroquial. Hubo conjunción de tinieblas. El fanatismo poderoso y el conservatismo rencoroso pelearon unidos como siempre. Las sangres azules vencieron al fin y el partido liberal cayo envuelto en su bandera gloriosa, que era la bandera de la república, seguida de los hombres libres y de los esclavos liberados, en la sangrienta y espantosa batalla de Salina Grande, el 28 de septiembre de 1827. La sombra entonces fue completa. El clero impero solo. Algo semejante a lo que pasa hoy en Colombia y en el Ecuador sucedió allí. En medio de la densa obscuridad vio de súbito como centelleo de astros en el horizonte, el avance de algo como el carro de Ezequiel, y percibiose en el profundo silencio un ruido de aguilas que avanzaba, grito de pelea de cóndores. La claridad y el ruido salían de las espesas selvas hondureña. Era Morazán, Morazán que aparecía en la historia seguido de dos mil compañeros, para ser el caballero Bayardo de aquella democracia herida. Es imposible que la historia pase por delante de esa figura sin descubrirse veinte y ocho años, figura seductora, imagen ardiente, corazón de héroe, mente llena de ideales, inteligencia cultivada, soñador de libertad, caballero del honor; he ahí el héroe.

¡Venció ¡sobre las ruinas de aquella teocracia caída levanto el más bello edificio del derecho humano. Castigo al clero conspirador y corrompido. Expulso al Obispo Casaus, alma de la última sobra cruzada, hizo embarcar en el puerto de Izabal a todos los frailes de Guatemala, soliviantando así la libertad y la moral con esta peregrinación de vicios tonsurados; de los conventos hizo prisiones modelos; fundo escuelas por el método de Lancaster, el mas avanzado entones, que no había surgido Pestalozzi; introdujo el sistema de procedimientos judiciales de los Estados Unidos, la adopción del Jurado, la libertad de cultos; realizo todas las grandes reformas; todo lo ilumino con el esfuerzo de su genio innovador, en la escuela de la conciencia y la justicia, en el templo de la ley; llevo la luz a todos y penetro con ella hasta el claustro sombrío, donde oraban de rodillas vírgenes arrancadas a la vida por desengaños pasajeros o por imposiciones paternales, conciencias pervertidas por un misticismo sombrío, o naturalezas enfermas por un histerismo ardiente, abriéndoles las puertas les volvió la libertad y prohibió tomar el velo. La guerra sacerdotal se refugio entonces en los campos. La conspiración fue rural. Los curas comenzaron a sublevar las indiadas en nombre de Dios y de la Religión, con esa frase y esas promesas que forman su repertorio, y que pasados los tiempos vimos lucir con tanto donaire en el clero de Colombia y en la literatura venenosa y sombría del Obispo Restrepo de Pasto.

En tanto la Confederación se hacía fragmentos. El Salvador se separó de ella en 1835. Nicaragua en 1834. Costa Rica poco tiempo después. Morazán quedo solo. Era la inmensa solitaria roca en el océano, desafiando el horizonte negro y el túrbido oleaje. ¡Sombrío y terrible el cuadro de esa lucha¡  Los revolucionarios suelen tomar no sé qué extraña condensación en sus hombres y lo hacen así a su imagen y semejanza, dándoles sus virtudes y sus pasiones, sus tempestades y sus ideales, su grandeza y su carácter. El liberalismo atrevido, innovador, brillante, generoso, un tanto soñador, en alto grado heroico, había tenido su personificación en Morazán. El partido conservador iba tener su genuina representación, su figura excelsa, su ídolo.

Fue a buscarlo en la piara, en la profunda selva, en el intrincado matorral, en plena barbarie. Como un puñado de pieles rojas, como bandada de cuervos, como una avalancha, como las sombras de una obscura noche, descendieron de la sierra las inmensas indiadas, al grito de la religión y con su jefe a la cabeza. Era Rafael Carrera, el cholo guardador de puercos en la sierra de Mita, aquel ladino semi salvaje y astuto, aquel indio pérfido y feroz, llamado a eclipsar a Guardiola y a asombrar la Historia con su crimen y su audacia. Así han sido siempre los conservadores. En su constante necesidad de un amo lo buscan donde se halle, ya sea en las piaras de Mita, ya en las riveras del Adriático, entre las flores de Miramar. Cerdo o príncipe, todo es igual para su sed de esclavos. Ellos hicieron vacilar la cabeza poderosa del general Bolívar, ofreciéndole una corona; ellos entraron en la aventura del Iturbide y fueron a mendigar un príncipe austriaco para México; ellos sacaron de las selvas a Carrera para hacerlo su amo; ellos hicieron de Santana un ídolo; ellos siguieron en el Ecuador por el laberinto de las traiciones a Flores, aquel modelo eterno de la traición humana. Lo mismo en Europa que en América, ya se llame Boulanger o Luis Napoleón, siempre en busca de un aventurero para ungirlo. Todas sus preocupaciones sociales, su moralidad cómica, sus teorías de austeridad, todo lo arrojan por el lado y lo pisotean en el momento que de adquirir el poder se trata. Siempre espiando la silueta de un traidor, el sueño de un ambicioso para alentarlo. Así se la vio con Núñez, el poeta ateo, el bígamo histórico, en premio de su traición hacerlo pontífice de su iglesia y jefe de su alta sociedad, que invadía en oleajes de adulaciones brillantes aquel hogar no consagrado todavía. Carrera bajo como una tempestad, derroto a Morazán en Santa Rosa y sembró el pavor por donde quiera.

El héroe liberal tuvo aun tiempo de reponerse, lanzo sus huestes contra el indio,  hizo replegar sus turbas siniestras de curas y salvajes a las lejanas sierras. Pero la lucha era imposible. Morazán estaba casi solo. Carrera volvió a bajar al frente de cinco mil hombres, cerco Guatemala y la tomo. La bandera liberal desapareció del horizonte. Morazán escapo a Valparaíso.

Allí, proscrito, solitario, no tuvo más sueño que la libertad, y vivió abrazado a sus ideales. Su indomable arrojo lo lanzo de nuevo a la contienda. Embarcado a bordo del Coquimbo, echo tierra en Costa Rica, seguido de un puñado de bravos, y comenzó su épica campaña…. Su antigua querida, la victoria, lo beso en la frente juvenil; mas ¡ay! Luego, voluble como siempre, le volvió la espalda, y el héroe vencido cayo en poder de los contrarios. No le fue dado envolverse para morir en la bandera, en medio del fragor de la batalla. La tempestad no lo envolvió como a Rómulo para desaparecer entre sus alas. Murió como Ney. El patíbulo fue su pedestal. Erguido sobre él, cayo a los tiros de los soldados conservadores de Carrera, como una estatua que el huracán: sobre su zócalo. Así desapareció aquel generoso soldado. Decid ante esta Historia y este muerto sublime, el Partido Liberal puede pasar sin descubrirse. Son voltarios los pueblos e ingratos los partidos: solo la historia es justiciera. El olvido injusto no mansilla. Pasaron dos mil años sobre venus de Milo sepultada entre el polvo, y cuando la azada del campesino griego la saco abajo de un campo de trigo, con sus brazos mutilados y su ceguera de diosa, eclipso cuanto existía en las creaciones de la estatuaria y lleno con su serena belleza los horizontes del arte. La gloria como la belleza suprema es inmortal. Así, cuando pasa la historia, despertando sombras heroicas y exhumando las ilustres figuras, ella, al ponerse de pie, hacen palidecerlos y llenan de sagrado estupor y sublime gratitud los héroes apócrifos y llena de sagrado estupor y sublime gratitud las generaciones que las ven salir de la penumbra. Ya sus verdugos son fantasmas; la pálida envidia no les roe los talones, la calumnia no los mancha; ya son grandes. Así surge Morazán.

Su centenario fue gran fiesta del liberalismo americano. El Partido Liberal tiene el deber de hacer aureola sobre la frente de los grandes hombres. Bastante trabaja la calumnia conservadora, para que la indolencia liberal la ayude en su tarea de desfigurar o sumir en el olvido a los heroicos fundadores del liberalismo. La mayor señal de la virilidad de un partido es la admiración a sus grandes hombres. En los pueblos esta indiferencia es señal de decadencia. Los conservadores y sacerdotes de Centroamérica se opusieron al centenario de Morazán y arrojaron en hondas tumultuosas, la calumnia para oscurecer su nombre. ¡Estéril trabajo de odio! ¡Podrían hasta lograr que no se le alzaran estatuas, podrían hasta eclipsarlo o proscribirlo de la mente de las turbas ignorantes; mas ¿Cómo lo arrancarían de la historia?

El pueblo al abrir el sagrado libro, tropezaría siempre con aquel hombre que llena de uno a otro extremo sus paginas brillantes. Hay glorias que no se eclipsan, y hay que sufrir su tremendo resplandor. El sol es el encanto de las águilas y el martirio de los búhos. Así pasa con el resplandor de ciertos hombres en la historia: Morazán es uno de ellos”.  (José María Vargas Vila, Los Divinos y los humanos, Universidad de Nuevo León, México, 1903).

 

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