GUERRA DE 1924: INTERIORIDADES DE LA MEDIACION ESTADOUNIDENSE EN HONDURAS
Benjamín Welles (*)
Sumner Welles
El manejo hábil, de Sumner Welles de la
conferencia centroamericana y su éxito en la Republica Dominicana le ganaron el
estatus de estrella. Su elección de Latinoamérica como su campo había sido
sabia; en ninguna otra área podría un diplomático de treinta y un años, por
capaz que fuera, haber ascendido tan rápido. Latinoamérica “debe tener lo mejor
de nuestros pensamientos… nuestras
energías … nuestros hombres” escribió el
subsecretario Grew en ese momento. “Debemos construir un seleccionado cuerpo de
hombres jóvenes en los que podemos depender en emergencias y a quienes podamos
promover a nuestros puestos de mayor responsabilidad. De estos, ninguno es de
mayor importancia … que… en Latinoamérica”
Al parecer, Mathilde estaba bien
informada, ya Hughes estaba a punto de enviar a un joven solucionador de
problemas para evitar otra crisis. Mientras Welles guiaba a los dominicanos
hacia la independencia, en Honduras había estallado una guerra civil.
La vida y propiedades estadounidenses
estaban en peligro, y las otras cuatro republicas centroamericanas instaban a
Estados Unidos a unirse a ellas en otro esfuerzo de mediación en Amapala.
Deseoso de nuevos laureles, Sumner Welles le escribió a Francis White que la
situación en América Central era “particularmente interesante”. “Puede que sea
demasiado tarde para utilizarlo” escribió el 24 de febrero, “pero si el
secretario todavía deseaba hacerlo, estaría feliz de ser informado”.
“Yo, personalmente, desearía que fueran
dos”, respondió White, “ya que los necesitamos para el trabajo planeado en
Centroamérica y, además, cuando se van de la Republica Dominicana, las ruedas
dejan de girar”. Las esperanzas de Welles se cumplieron antes de lo esperado.
El 9 de abril, tres semanas después de las elecciones dominicanas, Colidge y
Huges ordenaron al destructor “USS Richmond” de Guantánamo, Cuba a recogerlo y
llevarlo al lugar de los hechos. Abordo esa noche, cablegrafió al departamento
para obtener la información más reciente y sugirió que ordenara a Franklin P.
Morales en Honduras, que “coopere”. Dos años de tensión con Russel en Santo Domingo le habían enseñado a
Welles la necesidad de una cadena de mando claro.
Montañoso, en forma de cuña y aproximadamente
del tamaño de Tennessee, Honduras había conocido poco más que luchas internas,
invasiones extranjeras o ambas desde que Colon la avisto en 1502. Su población
predominantemente india de 1 millón llevaba “una vida sencilla, anticipando
muchos días festivos de la Iglesia Católica Romana”, escribió secamente una
autoridad estadounidense. Honduras uno de los países más pobres del hemisferio,
dependía para sobrevivir de las exportaciones de banano, aunque sus
plantaciones más grandes pertenecían casi exclusivamente a corporaciones estadounidenses
ausentes.
Mientras Sumner Welles corría hacia la
escena, Honduras se acercaba al caos. En las elecciones presidenciales del
otoño anterior, ninguno de los tres candidatos obtuvo la mayoría. El Congreso plagado de facciones no logro
ponerse de acuerdo sobre un nuevo jefe ejecutivo y el titular, Rafael López
Gutiérrez, permaneció en el cargo ignorando los gritos de “dictadura”. El
ejército se había revelado, había tomado el control de la mayor parte del
territorio y se acercaba rápidamente a Tegucigalpa, la capital. López Gutiérrez
ya había muerto, pero su gabinete ultraconservador, -- el Consejo de Ministros--
, resistía en la asediada capital. Mientras tanto, Guatemala, Nicaragua, Costa
Rica y El Salvador instaban a Washington a mediar con ellos en Amapala.
Sin embargo, hasta que Sumner Welles
pudiera llegar e informar, Coolidge y Hughes se limitaban a prohibir las armas
y los envíos, ordenar a los buques de guerra que patrullaran las costas
hondureñas y desembarcar marines y chaquetas azules para proteger las vidas de
los estadounidenses. Sumner Welles había sido autorizado a mediar, sin ayuda de
nadie si era necesario, pero, cuando se trataba de disputas latinoamericanas,
invariablemente prefería la consulta a la acción unilateral de Estados Unidos.
Por lo tanto, telegrafió a Hughes desde el destructor, proponiendo que
cualquier propuesta de paz de EE. UU: se presente “conjuntamente con todos los demás gobiernos centroamericanos, para
evitar sospechas o malos entendidos”.
Tres días después de partir de Santo
Domingo, el “USS Richmond” dejo a Wells en Puerto Cortes, en la costa caribeña
de Honduras. El departamento (de Estado) había prometido un avión para llevarlo
130 millas a través del país, hacia la capital, pero al no encontrar ni un
avión ni un mensaje del Ministro de los Estados Unidos y frente a un viaje solo
a través del territorio infestado de la revolución, Sumner Wells telegrafió a
legación de los EE.UU. y descubrió que él avión prometido había sido tomado por
los rebeldes. Partiendo por su cuenta, abordo un tren bananero que lo dejo
treinta millas tierra adentro en San Pedro Sula, donde se reunió con Fausto
Dávila, un prominente conservador hondureño a quien los generales rebeldes
habían designado como su presidente provisional después de la victoria. Ansioso
por congraciarse con Wells, Dávila expreso interés en el “bienestar y
desarrollo” de las compañías frutícolas (bananeras) estadounidenses y agradeció
la asistencia material que estaban brindando a los rebeldes. Wells tomo debida
nota.
Advirtiendo a Dávila que sus esperanzas
de convertirse en presidente provisional podrían ser “prematuras”, Welles
abordo otro tren que lo llevo veinte millas más alla, a Potrerillos. Después de
algunas dificultades, encontró un Ford anticuado y un conductor para llevarlo
al Lago de Yojoa. Después de cruzar en una lancha alquilada, llego a Pito Solo
y, después sin más demora, encontró otro automóvil que lo llevo treinta y cinco
millas hasta Comayagua, donde los esperaban dos de los cuatro generales
rebeldes, Vicente Tosta y Tiburcio Carias. Insistieron que no siguiera
adelante; su coche había sido objeto de disparos en momentos en que llegaba a
Comayagua. Era más de media noche y Wells no había dormido en treinta y seis
horas. Después de solo tres horas de descanso, partió de nuevo a las 4 a.m.
acompañado por los dos generales Tosta y Carias. Al llegar a San Juan de
Flores, se enteró de los términos de un cese de hostilidades y la formación de
un gobierno “provisional”. Ansioso por entrar en la capital sitiada y arreglar
un cese de hostilidades lo más tapido posible, partió a lomo de mula, el único
transporte disponible. La visión del joven y elegante diplomático a lomos de
una pequeña mula hondureña, sus largas piernas arañando el suelo, con una
escolta de morenos revolucionarios con pistolas y bandoleras, podría haber
deleitado a sus afables amigos en Paris, Tokio y Buenos Aires, por no hablar
del reverendo Endicott Peabody de Groton.
Cansado y adolorido por la silla de
montar, Sumner Wells llego a la estación de radio en Toncontín, en las afueras
de la capital, a las tres de la mañana siguiente. Le esperaba un mensaje de
Franklin Morales. Por falta de garantías suficientes para su seguridad, el
ministro estadounidense no pudo salir de la ciudad para reunirse con él hasta
esa tarde.
Finalmente, Morales llego con un
ayudante naval y condujeron a Welles a través de disparos de rifle esporádicos
hacia la capital. Su tarea inmediata era persuadir al Consejo de Ministros para
que aceptara un cese de hostilidades y los términos establecidos por los
generales insurgentes: el nombramiento de un “presidente provisional” con
libertad para elegir su gabinete, la reforma de la constitución y las leyes
electorales y elecciones nacionales para un presidente constitucional y un
congreso.
El Consejo de Ministros fue claramente
hostil, cablegrafió Welles a Hudghes. Después de impugnar sin éxito sus
credenciales, exigió que trasladara su mediación setenta millas al norte de
Amapala, donde se esperaban los delegados de las demás republicas
centroamericanas. Mientras tanto el crucero “USS Milwaukee” había llegado a
puerto escogido como un lugar de encuentro neutral. Welles sospecho que el
Consejo de Ministros estaba estancado, con la esperanza de que la llegada de
los delegados centroamericanos lo salvara, pero sus posibilidades de
supervivencia se estaban deteriorando rápidamente. Los 800 soldados que aún
estaban bajo su control estaban cada vez más borrachos y desertaban en masa a
medida que las columnas rebeldes se acercaban.
Apurándose para detener la lucha y
comenzar las conversaciones de paz, Welles regreso el día siguiente a
Toncontín, donde, después de un largo debate, persuadió a los líderes rebeldes
para que se unieran a él en Amapala y negociaran la paz con los delegados del
Consejo de Ministros. Sin embargo, en el último minuto, el general Gregorio
Ferrera, otro de los lideres insurgentes, se resistió. Sus fuerzas rodeaban la
capital y no vio la necesidad de tratar con un cadáver político (el Consejo de
Ministros).
La oposición de Ferrera no podía
pasarse por alto a la ligera. Un indio de pura sangre, era un héroe para la
población hondureña, y un rechazo suyo podría inyectar peligrosos matices
raciales en una situación explosiva. Telegrafiando a Ferrera para reunirse con
él, el 20 de abril de 1924, Welles logro después de horas de discusión y
apelaciones al patriotismo, una técnica favorita suya, en ganar la cooperación
de Ferrera. Animado, envió un cable a Hughes: “Ferrera me impresiono
favorablemente. Es un hombre de reconocida integridad, ha mantenido siempre la
más completa disciplina sobre las fuerzas bajo su mando que, como el, son todos
indios, y es, asimismo, un hombre en cuya palabra se puede confiar. Lo encontré
con el coronel Tosta, muy solicito del bienestar de su país y dispuesto a
anteponer los intereses de la Republica
a sus ambiciones personales. No puedo decir esto de ningún otro hondureño con
quien entre en contacto durante el curso de mi misión “.
Siete días después de llegar a
Honduras, Welles dio la bienvenida a Tosta y Carias y a dos delegados del
Consejo de Ministros a bordo del USS Milwaukee. Sin embargo, las conversaciones
se estancaron rápidamente. Los negociadores centroamericanos, aún no habían
llegado, a pesar de los pedidos de celeridad de Estados Unidos, y el Consejo de
Ministros, que seguía estancado, ahora repudio su acuerdo anterior de aceptar a
Tosta como presidente provisional. Cuando Welles paso dos días presentando
nombres alternativos, el Consejo de Ministros intento otro engaño, protestando
desde su asediada capital que sus dos delegados estaban siendo “impuestos
indebidamente” y se les impedía comunicarse libremente. Si continuaban los
intentos de coerción y Welles permanecía “parcial” a la facción rebelde, el
Consejo de Ministros los retiraría. El Consejo de Ministros había juzgado mal a
su hombre.
Frio de ira, Welles mostro el ofensivo
mensaje a los delegados del Consejo de Ministros, quienes inmediatamente
telegrafiaron a Tegucigalpa su “asombro”. No habían criticado su imparcialidad,
protestaron. Aprovechando el momento, Welles advirtió al Consejo de Ministros
que, a menos que retirara su amenaza y se recibiera una disculpa satisfactoria
dentro de las veinte y cuatro horas, él se retiraría como mediador. El Consejo
de Ministros se retractó, llego una disculpa y Welles declaro cerrado el
incidente.
Habiendo descubierto la trama del
Consejo de Ministros, intensifico la presión para un cese de hostilidades
inmediato y a un acuerdo sobre Tosta como presidente provisional. No había
tiempo que perder, advirtió, los ejércitos rebeldes estaban a las puertas de la
capital y cada hora reducían el poder de negociación del Consejo de Ministros.
Nuevamente cedió y acordó negociar un acuerdo de paz una vez que llegaran los
delegados centroamericanos. La demanda final de Welles fue teatral: su firma en
el acuerdo sería interpretada por ambas partes como una “garantía moral” de que
sus términos se cumplirían. Habría ganado la primera ronda.
Confiado en que había detenido la lucha
antes de que los rebeldes pudieran irrumpir en la capital, telegrafió
exultantemente a Morales que se había acordado un cese de hostilidades que
Tosta había sido aceptado como presidente provisional. Sin embargo, su euforia
duro poco. Morales respondió que los rebeldes habían superado las defensas del
Consejo de Ministros que se desmoronaban esa mañana y habían tomado la ciudad
prácticamente sin disparar un tiro. Enardecidos por la victoria, denunciaban el
cese de hostilidades de Welles, alegando que habían sido engañados y, peor aún,
planeaban rechazar a su colega Tosta como presidente provisional a favor de
Fausto Dávila, la herramienta de las bananeras estadounidenses. Las esperanzas
de Welles se desplomaron.
Sabiendo que Ferrera se opondría
violentamente a Dávila y que Dávila no podía formar un gobierno que los Estados
Unidos reconociera, Welles corrió de regreso a Tegucigalpa, llego a la
medianoche y se sumergió de nuevo en las negociaciones. Al amanecer, después de
mostrar el reconocimiento de los Estados Unidos como su triunfo, había
persuadido a los generales rebeldes para que dieran marcha atrás, aceptaran a
Tosta como presidente provisional y negociaran reformas constitucionales a
bordo del barco Milwaukee. Los delegados centroamericanos, al llegar
finalmente, servirían de garante. De vuelta una vez más en Amapala, Welles fue
elegido por unanimidad presidente de la mediación.
En cuarenta y ocho horas los
congresistas habían llegado a un acuerdo y, el de mayo de 1924, las cinco
delegaciones centroamericanas votaron su agradecimiento al presidente Coolidge
por el uso del crucero y un elogio para Welles por su “tacto perfecto, entera
rectitud…. Imparcialidad y amplitud de visión”.
Después de un torbellino de 21 días,
había cumplido de nuevo su misión. Al día siguiente zarpo a bordo del Milwaukee
para Panamá, en ruta de regreso a Santo Domingo.
A pesar de la fricción inicial, Sumner
Welles y Franklin Morales habían trabajado bien juntos y Morales más tarde le
rendiría un hermoso tributo a su joven colega. En su informe a Hughes, Morales
escribió que Welles había mostrado: “Incansable energía en el cumplimiento de
su misión, junto con gran tacto y firmeza…. En el corto espacio de siete días,
pudo lograr un acuerdo preliminar, justo para todas las partes, y para ….
Celebrar una conferencia de mediación con los delegados de ambas partes. En
Amapala prosiguió sus esfuerzos con tal efecto que el mismo día en que ….
Tegucigalpa fue tomada por los Revolucionarios, se eligió por unanimidad un
presidente provisional y se firmó el pacto de paz preliminar firmado por los
delegados de todas las facciones ….”
Para sorpresa general, el señor Welles
logro obtener la ratificación del pacto preliminar por los vencedores en dos
días (y) entonces fue capaz de continuar con la Conferencia de Mediación y
tener el acuerdo final firmado en pocos días. Puedo hablar de él y del éxito de
su misión solo en términos de los más elevados elogios. En su propio informe a
Hughes, Welles acuso a las empresas bananeras de fomentar revoluciones en
Centroamérica para su propio beneficio político—financiero. La revolución
hondureña, informo, era “directamente atribuible … a la intervención de los
intereses estadounidenses”.
Las tropas rebeldes
habían sido pagadas con fondos adelantados por las tres compañías fruteras
estadounidenses: la United Fruit Company, la Cuyamel Fruit Company y la
Standard Fruit & Steamship Company que, además, habían proporcionado las
armas, municiones, cañones, ametralladoras e incluso el avión usado para
bombardear la capital.
Cuando las propiedades de empresas que “promueven activamente la revolución”
fueron protegidos por marineros y buques de guerra del gobierno de los EE.UU.,
advirtió Welles, la “imparcialidad de
los Estados Unidos quedo descreditada”.
Tosta mientras tanto, necesitaba ayuda
inmediata: la situación financiera en Honduras era caótica. La paz y el
gobierno, por “métodos de orden”, solo podían asegurarse mediante un “ayuda
rápida y eficaz”. La suplica de Welles cayo en oídos sordos. Una vez finalizada
la lucha, la administración Coolidge perdió interés. Tres meses después,
Honduras fue víctima de otra revolución. “El Pacto de Amapala” es ya,
prácticamente, letra muerta a pesar del buen trabajo de Sumner Welles, lamento
el sub secretario Grew en su diario.
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Notas:
1. Benjamín Welles,
hijo de Sumner Welles. Ejerció el periodismo en The New York Times. Escribió la
biografía de su padre. Este texto forma parte la misma.
2. Calvin Coolidge,
Presidente de Estados Unidos
3. Charles Evans Hudges, Secretario de Estado de los
Estados Unidos
4. Joseph Clark Grew,
sub secretario de Estado de Estados Unidos
5. Sumner Welles, de 31
años, oficial del Departamento de Estado, fue enviado a Honduras en 1924 por
Estados Unidos, para mediar en la guerra civil de 1924
6, Franklin E. Morales, Ministro de Estados Unidos en
Honduras
7. Tiburcio Carias
Andino, Vicente Tosta Carrasco, Gregorio Ferrera y Francisco Martínez Funes,
los cuatro generales de la guerra civil de 1924
8. Consejo de
Ministros, los miembros del gabinete del gobierno de Honduras, responsables del
Poder Ejecutivo, después de la muerte del presidente Rafael López Gutiérrez en
marzo de 1924. El más duro de todos ellos, fue Ángel Zúñiga Huete.
9. Fausto Dávila, político hondureño
Fuente: Crónicas de la Guerra Civil de 1924, Erandique 29, Tegucigalpa, Honduras (sin fecha) PAGS. 13-20.
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