Cosas del español (14): REFORMAS QUE NO TRIUNFARON
Andrés Bello
Desde su fundación, a comienzos del
siglo XVIII, uno de los principales objetivos de la “Real Academia Española”
fue configurar un sistema ortográfico normalizado, simplificando las grafías y
adecuándolas a los cambios experimentados en el sistema fonológico. Este
espíritu reformista tuvo como criterio principal la pronunciación, aunque de
forma complementaria se recurriera al uso consolidado y la etimología. A
comienzos de la siguiente centuria, el sistema ortográfico del español había
quedado ya fijado en sus líneas principales, al menos en lo referente a las
letras. Con todo, la dificultad de trasladar efectivamente ese modelo a la
escritura y al ámbito de la enseñanza determinó que en la práctica siguieran
prevaleciendo patrones diversos.
La polémica ortográfica suscitada por
el deseo de una correspondencia biunívoca entre letras y sonidos seguía viva y
llego en breve al otro lado del océano. Aunque las repúblicas americanas
surgidas tras la emancipación aceptaron el modelo lingüístico de España y la
norma académica, no dejaban de incidir en la necesidad de definir las
particularidades del español del Nuevo Mundo. Andrés Bello, celebre humanista,
filólogo y poeta venezolano, formulo en 1823 un proyecto de reforma
ortográfica. Algunas de sus propuestas fueron aceptadas en diversos países
latinoamericanos y llegaron a implantarse con carácter oficial en Chile, su
país de adopción, en 1844. Aunque el proyecto inicial de Bello era más radical,
las únicas dos novedades introducidas por esta «ortografía destinada al uso de
los americanos» fueron el empleo exclusivo de la letra i para representar el fonema /i/
(también como conjunción copulativa [El
perro i el gato] y al final de la palabra [rei, lei] y de la letra j
para representar el fonema /j/ (jema, jitano). Más adelante, Francisco
Puente añadió la sustitución de x por
s delante de consonante (escursión, esplanada). Hubo otros
intentos reformadores, como el del argentino Domingo Faustino Sarmiento, autor
de Memoria (sobre ortografía americana)
(1843), que aconsejaba eliminar las grafías v,
x y z, señalando que la imitación
de la zeta castellana conducía a una lectura «afectada y ridículamente a la
española».
Hasta que, en España, Isabel II no
instauro la obligatoriedad de enseñarla en las escuelas (1844), la ortografía
académica, que había tenido muy presente la Gramática
de Bello, no se convirtió en referencia de escritura. Primero en la
península ibérica y, poco a poco, también en América, a lo largo de la segunda
mitad del siglo XIX, el español pasa a ser oficial, al tiempo que se fundan las
primeras academias nacionales de la lengua correspondientes de la Española en
el continente americano. En 1927, Chile, el país donde alcanzaron mayor
difusión las reformas ortográficas, asumió la obligatoriedad de la enseñanza y
su aplicación en la redacción de los documentos oficiales, dando así por
concluida su aventura reformista.
Abandonado todo intento de apartarse de
la unidad idiomática y, en consecuencia, de unos usos ortográficos que no eran
privativos de la Academia Española, sino patrimonio general del mundo hispano,
la lengua castellana dispuso por fin de una ortografía común, perfectamente
compatible con las diferencias fonológicas, morfosintácticas y léxicas. Había
triunfado la consideración de la lengua como «vinculo de fraternidad entre las
varias naciones de origen español» a ambos lados del océano, tal como afirmara
el propio autor de esa «rreforma qe izo temblar asta sus zimientos la qomunidad
del español».
Fuente: “Nunca hubiera dicho”, Taurus, Real Academia Española, Asociación
de Academias de la Lengua Española, págs. 51, 52 y 53.
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