Contracorriente: UN PUEBLO DE TERCERA
Juan Ramón Martínez
No somos un gran
pueblo. Nadie lo dice, ni siquiera los políticos más tramposos. A finales de
los cincuenta del siglo pasado Villeda Morales acuño la frase que la “Segunda
República tenía un presidente de primera”. Sus enemigos, repitieron que era un
mal gobernante “para un pueblo de tercera”. Desde entonces, muy poco nos hemos
ocupado de reflexionar sobre la calidad del pueblo hondureño. Ni siquiera si
existe como tal población que al solo verla pasar, cualquiera diga: allá va el
pueblo hondureño. No hay duda de nuestra singularidad. De lo que dudamos es de
la calidad. Los prejuicios de los vecinos, las narrativas de algunos cronistas
locales; o extranjeros y las representaciones de los caricaturistas, han creado
expresiones graficas no siempre positivas. Pero en la mayoría de los casos ni
siquiera nos ocupamos de ellas. Los mejicanos si reaccionaron cuando el
dibujante gringo los represento, con la espalda a la pared, el rostro cubierto bajo
el ancho sombrero y el sol del mediodía brillando en el fondo. No sabemos mucho
de como nos llaman los demás, -- a nuestras espaldas – y que dicen los vecinos
de nosotros. Para ticos, salvadoreños y nicaragüenses somos haraganes, porque
teniendo tanto territorio somos pobres y vivimos quejándonos. Para los
guatemaltecos, somos los humildes, que todo lo callamos, lo aceptamos; e
incluso nos conformamos con todo lo que se nos viene encima.
Muy pocos
educadores nos enseñan a pensar, de modo que cuando crecemos tenemos dos
dificultades básicas: no sabemos las causas que determinan la realidad; ni
creemos que tenemos responsabilidades, evitando errores o rectificando
oportunamente lo que ha salido mal. Incluso, durante muchos años, hemos sido
victimas del engaño cuando algunos han repetido y entrado violentamente en la
conciencia de las mayorías, diciendo que la responsabilidad de lo que ocurre no
tiene nada que ver con nosotros. Todo es culpa de Dios, del imperialismo
gringo, de la religión católica y de los curas, de la teología de la
resignación, de los banqueros, de los empresarios, de los extranjeros, de los
partidos políticos y de los políticos. Otros agregan: somos victimas de la
geografía, del cambio climático y de los huracanes bíblicos. Por supuesto, este
discurso excluyes responsabilidad en las causas de la realidad que nos afecta;
y, en consecuencia, no tenemos tampoco nada que ver con las soluciones y los
cambios que hay que introducir para vivir mejor y ser felices. Los mas
“cuerdos” dicen: no vivo de la política, los políticos que se entiendan y hagan
lo que quieran porque eso es cosa suya.
Morazán y
Herrera, dos grandes hondureños, dijeron el primero que Honduras no podía ser
una república. Y el segundo que aquí no hay ciudadanía y carecemos de espíritu
público. En lo primero, no nos sentimos personas; ni dueños de la ciudad como
pensaban los griegos que discutían sobre la forma de gobernarla y defenderla de
la mejor manera. La política es juego de barajas entre irresponsables; y aunque
somos la apuesta, a nadie se le ocurre preguntar sobre la legitimidad,
habilidades y disposiciones de los tahúres que deciden nuestras vidas. Por
ello, la rendición de cuentas aquí es un dialogo de unos sordos que no les
interesa lo que dice un picarillo que habla de cifras y resultados inventados.
En lo que va del
siglo XXI, el espíritu de la sociedad se ha rendido a la manipulación de las
emociones, creando terrenos abonados para los caudillos. La política en un
asalto a la credibilidad colectiva, una repartición de la riqueza común que los
ladrones nos han convencido que siendo de todos, a nadie pertenece. Y que no
hay que hacer nada para evitar que algunos facinerosos vivan de las desgracias,
debilidades y mala imagen de nosotros.
Cuando Laura
Dogu señala problemas, el “pequeño” Canciller la acusa de injerencia. Y tiene
razón; porque ocurre que el regreso de Mel al poder, bajo las faldas de Xiomara
Castro, es fruto de las injerencias de Chávez y otros gobernantes que nos
chantajearon: si quieren regresar a la OEA, tienen que hacer esto y esto: darle
al país a Mel para que juegue con tierra y haga lo que quiera. Suerte que tiene
el sombrerudo, -- tan dañino--, gracias a la injerencia extranjera, porque
somos un estado débil que hasta Costa Rica en el siglo antepasado intervino,
imponiéndonos a Soto.
¿ Todo porque somos un pueblo de tercera?
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