CON VARGAS LLOSA Y SU “CONVERSACIÓN EN LA CATEDRAL”
Juan Ramón Martínez
El patio central de las CajaSol, en
Sevilla, esta totalmente abarrotado. La conferencia a la que asisto, forma
parte de las actividades culturales del XVI Congreso de la Asociación de
Academias de la Lengua, celebrado entre el 4 y el 8 de noviembre pasado. Entre
varias opciones, escojo asistir a la entrevista conferencia que ofrecerá Mario
Vargas Llosa. Llego acompañado de los colegas académicos hondureños Nery Alexis
Gaitán y María Vargas. A los directores de las Academias de la Lengua, nos
sitúan en la primera fila frente a un estrado simple, que se levanta no mas de
un pie del suelo, para permitir que todos, desde cualquier angulo, podamos
escuchar el dialogo que dentro de poco se iniciara. Los minutos previos, los
uso para conversar con las personas que tengo a mi lado: Goytisolo, que me pide
que le hable por el lado derecho suyo, porque el oído izquierdo lo tiene
estropeado, y con García Aldana, compatriota centroamericano, vice director de
la Academia Salvadoreña de la Lengua, que me dice que no ha leído la novela;
pero que apenas llegue a San Salvador, se afanara en hacerlo. “Prestame tu
libro” me dice. Cosa que hago inmediatamente. El lo hojea con interés. Lo
trajiste desde Honduras o lo compraste?
No, le explico. Me lo ha regalado anoche, un ex sacerdote español, Diego
Peres Oliva, con el que trabajamos en Honduras. Después de la cena que nos
ofreció, --junto a su esposa la hondureña Graciela Villavicencio--, a Gaitán y
a María Vargas, después de mostrarnos su amplia biblioteca, nos dijo “escojan
lo que quieran y llevenselo”. Yo, sabiendo que vendría a esta conferencia, tome
“Conversación en La Catedral”. La leí hace muchos años. Ahora, después de esta
conferencia, la volveré a leer por supuesto.
Cuando creemos que nos hemos
acostumbrado al barullo de tantas conversaciones al unisono, un raro de
silencio corta la mitad de la sala. Un hombre de mediana estatura, regordete,
ágil, de pelo blanco, sube al estrado. Viste pantalón claro y chaqueta color
marrón. Sin corbata. Ríe sin razón. Naturalmente. Posiblemente por
cinematográficas obligaciones, acostumbrado a las luces de la televisión,
mientras se acomoda y coloca sobre un mesilla cercana donde pone, abierto, un
cuaderno de notas de pasta negra. Minutos antes, me ha dicho,-- porque lo
conozco desde algún tiempo -- mientras criticamos los dos,--en el conversatorio
en que diserta Goytisolo.., sobre la “traducción” del español mejicano de la
película Roma hacia un “español madrileño”, que pronto volverá a ser un
tertuliano habitual de la TVE, analizando las elecciones del 10 de noviembre.
Se llama Juan Cruz. Es canario. Instantes, desde atrás del escenario, ingresa
Mario Vargas Llosa, alto, apolíneo, recto pese a que ya tramonta lo ochenta años, con el cabello blanco cayéndole sobre la
frente, impecablemente vestido, ropas finas, zapatos negros brillantes y una
corbata verde que se atreve a combinar con un traje obscuro, y con la mejor de
sus sonrisas, nos saluda a todos, mientras se sienta frente a Juan Cruz, que
sera su entrevistador en esta noche que, todos esperamos, sera inolvidable. El
aplauso es, en consecuencia, general, entusiasta y prolongado. Se nota que a
Vargas Llosa el recibimiento, le ha caído muy bien. Se ve relajado y sonriente.
Es una visita a unos amigos, con los cuales comparte la complicidad en la
construcción de nuevas realidades, por medio de la literatura, especialmente
con sus novelas. Ademas, como miembro de la RAE, siente que esta en casa, con
los académicos correspondientes de todo el mundo hispánico. Y los particulares,
que son, sin duda alguna, sus incondicionales admiradores.
Habla Juan Cruz. Tiene una voz
agradable, aunque ligeramente aflautada que, por chillona es muy audible para
mi, que por los años, he ido perdiendo la sensibilidad para los tonos mas
planos y apagados. Habla sobre literatura y de la novela. No improvisa. Todo lo
tiene bien preparado. Se nota que tiene un guion, ordenado y preciso, y la
disciplina para seguirlo. Y que tiene un elevado conocimiento de la obra de
Vargas Llosa. En la libreta negra, que consulta en cada momento, lee
comentarios de Vargas Llosa atinentes al tema, cita fragmentos de artículos
periodísticos y centra sus primeras preguntas sobre el tema del poder que según
el, cruza desde “Conversación en la Catedral”, “La Guerra del Fin del Mundo”,
“La Fiesta del Chivo” hasta “Tiempos Recios”, como una marca indeleble. Vargas
Losa responde, con gran naturalidad, sin notas en la mano, confiando en su
privilegiada memoria, que el tema del poder le ha interesado desde siempre.
Primero, en forma diluida – el termino es mio – y después, consistente, central
y definitorio. Mientras habla de sus tiempos universitarios y sus aficiones
desmesuradas por Sartre, no tengo otra – posiblemente influenciado por Freud –
que imaginar que, esa actitud en contra del poder, de repente, puede tener
alguna relación con las malas relaciones que tuvo con su padre, un hombre
autoritario que conociera ya pre adolescente. Y que, se oponía arbitrariamente,
a que se dedicara a la literatura. “Porque de eso, nadie vive”, pienso que le
dijo impulsado por elemental sentido común. O, debió agregar, no es una “profesión de prestigio”, imagino
que le dijo su padre a Vargas Llosa, con la arrogancia que ingreso a su vida,
después que su madre le había dicho que, hacia algunos años, había muerto.
Cuando Juan Cruz, le pregunta sobre
“Conversaciones en la Catedral”, publicada ahora hace cincuenta años, Mario
Vargas Llosa responde que probablemente es la novela que le ha tomado mas
tiempo escribir; la que le ha sido mas difícil escribirla. Mucho mas que La
Casa Verde. De modo, ratifica, que “ninguna otra novela me ha dado tanto
trabajo” .Y que siendo una novela “un poco difícil para leerla, al principio
tuvo pocos lectores, que han ido creciendo con el paso de los años”.
En un acto de sinceridad que se le nota en el
brillo de los ojos, declara que si “ tuviera que salvar una del fuego, una sola
de las que he escrito, salvaría esta”, confiesa. Pese a que es difícil su
lectura, ahora se lee mucho mejor, es cierto. Porque los lectores han aprendido
a conocer y manejar mejor sus códigos creativos y sus tramas, en las que juega
con los tiempos, mezclando diálogos y situaciones coetáneas. O que haya
desarrollado ahora una visión mejor de
sus lectores, porque cada vez mejor, Mario Vargas Llosa se conecta mas
fácilmente con el publico, pienso. Confiesa que la escribió varias veces y en
diferentes lugares. Luche mucho con los adjetivos, dice. Para agregar después
que, conoció un profesor de literatura que, les enseñaba a sus alumnos, que no
olvidaran nunca, que “los adjetivos habían sido inventados para no usarlos”.
Ríe espontáneamente como niño orgulloso, que ha dicho una cosa agradable para
todos. Hasta que a final, continuo, se sintió satisfecho y la entrego a sus
editores. Antes refiere, en una carta dirigida a un grupo de amigos, de fecha 7
de julio de 1969, en la que les confiesa que, “es una novela que me sacado
canas, casi cuatro años estuve trabajando en ella. Dos veces creí que el libro
estaba terminado y las dos veces di marcha atrás para hacer nuevas
correcciones. Pero en fin, hace un mes lo liquide, antes que me liquidara él (El manuscrito de la novela que comentamos) a mi”
Las preguntas, acompañadas de largas
citas que Juan Cruz lee de su libreta de forro negro, encamina a Vargas Llosa a
contar de que se trata la novela, develar sus orígenes y explicar quienes son
los personajes centrales. Refiere que su país, “sufrió la dictadura del general
Odria que como todas las de su especie, freno procesos normales de las
sociedades en crecimiento, corto libertades y construyo un sistema de
persecución en la que los jóvenes especialmente, se sentían inseguros, espiados
por el régimen. Cuyo régimen, su titular y a los policías que nos acosaban en
la universidad, rechazábamos con apasionado entusiasmo. Sin embargo acota, “la
dictadura del general Odria, fue una dictadura particular, porque a diferencia
de otras de la época, fue moderadamente sanguinaria. De modo general,
prefirió la corrupción a la matanza”.
A otra pregunta de Juan Cruz, Vargas
Llosa explica que la cantina donde se realiza la conversación entre los
periodistas, le apodaban “la catedral”, por la apariencia externa de la vieja
casa, de alta portada, las arcada y la ancha puerta de entrada, que hacia pensar que perfectamente pudo haber
sido una iglesia; y porque no, una catedral. Escucho serenas sonrisas a mi
alrededor. Yo también rio, suavemente mientras veo atentamente, cada gesto de
Vargas Llosa que, habla con enorme gusto, entre amigos, de lo que mas placer le
produce, escribir. Tiene, la virtud del hombre de palabra fácil, mezclada con
la de fértil escritor de novelas, cuentos y artículos. Cosa poco común,
especialmente entre los latinoamericanos, en que la oratoria no siempre esta
casada con la escritura.
A otra nueva pregunta de Juan Cruz,
Vargas Llosa confiesa que hay mucho de biográfico en esa novela. En afecto,
allí se puede ver al estudiante que hace
algunos años, cuando escribe la novela, lo ha sido en la Universidad de San
Marcos, en Lima. E incluso, menciona sus tres mejores amigos, a los cuales, les
ha dedicado la novela. Inmediatamente ojeo el ejemplar que tengo a mano y allí
leo la dedicatoria de “Conversación en La Catedral”: “A Luis Loayza, el borgiano de Petit Thouar,
y a Abelardo Oquendo, el Delfín, con todo el cariño del sartrecillo valiente,
su hermano de entonces y todavía”. El novelista peruano, nos explica que cuando
estudiaba letras en San Marcos, en Lima, el era un gran y fiel seguidor del
pensamiento del filosofo francés, Jean Paul Sartre y del existencialismo que
propagaba y de allí el apodo. Borges, le parecía algo abominable. En cambio
Loayza – fallecido este año y al cual le dedicara una columna muy sentida en
Diario El País, de Madrid -- creía que
el argentino Borges, era lo mejor que había producido la literatura mundial.
“Después cambie y reconocí igual que mi compañero, los méritos de Borges”, dice
riendo. “Deje atrás a Sartre, como efecto de mi maduración emocional e
intelectual”, agrega.
"Entrando en materia, explica que como en todo
régimen autoritario, siempre hay, detrás del gobernante, visible y que lee
discursos en concentraciones orquestados por sus aúlicos servidores, una figura
malvada que trama todo y que imagina lo peor, especialmente, lo que mas daño
produce en el pueblo. Porque gobernar para ellos es, producir miedo”. “Son
personas insignificantes, agrega con una disposición a hacer cosas, para
satisfacción personal. Se consideran profesionales en lo que hacen, y como no
tienen conciencia del bien y el mal, carecen de capacidad critica y de
cuestionamiento sobre lo que hacen”. Por esa razón, son una maquina para hacer
el mal, incluso de manera natural. Son leales, aunque en algunos momentos
anticipan su final, están muy orgullosos de su lealtad a toda prueba Ese personaje que es en realidad la figura
central de “Conversación en La Catedral”, es Cayo Bermúdez, personalidad
anodina, que fuera guarda espaldas del padre de un hombre, cuyo hijo es para
entonces es ministro del gobierno de Odría, --disminuido en la novela-- que se
desempeña como Director de Gobierno; el hombre de confianza de los militares
que no de fían en los políticos; ni en la gente que aparenta tener sus propios
intereses. De el tome el personaje dice Vargas Llosa. En la novela, un
compañero suyo-- de Bermúdez, que vive anodino en una provincia del interior,
llevando una vida precaria -- ha sido nombrado ministro y cuando el general Odría,
le pregunta sobre un conocido a quien se encargue de la seguridad del estado,
para identificar a los enemigos, perseguir a los comunistas y echar del país a
los apristas, y poner en cintura a los estudiantes revoltosos de la universidad
de San Marcos. Y demás cosas sucias que surgirán en el camino del día a día,
ademas que sea honrado, --y leal, por sobre todas las cosas-- insiste Odria, su
ex compañero ahora ministro se acuerda de Bermúdez. Vargas Llosa refiere que,
en sus tiempos universitarios en San Marcos, publicaban un pequeño periódico y
que en algún momento, escribieron algo que disgusto a este hombre que los
llamo a su oficina. Los increpo; le dijo que les conocía y que, en un momento
acabaría con ellos. Aplastandolos como gusanos”. “Ni siquiera levanto los ojos
para vernos. Tenia una manera muy natural de menospreciarnos a nosotros,
--estudiantes universitarios-- a los que consideraba en su esquema de
seguridad, que eramos poca cosa. O el – porque con estas personalidades nunca
se sabe – se sentía tan pequeño que no se atrevía a vernos a los ojos. Por
incómodos. Por la indiferencia que trasmitían. Era, dijo Vargas Llosa un hombre
que no disimulaba su insignificancia. Mas bien se refugiaba en ella, para
esconderse y hacer su trabajo que siempre, porque tenia la necesidad de estar
fuera de foco. Una suerte de Montesinos, pienso, esperando que Vargas Llosa
haga la comparación, cosa que se abstiene. Seria darle mucha importancia,
pienso. El tiempo de la novela, va desde
1948 hasta 1956. El espacio físico de esta es la ciudad de Lima y
específicamente, una cantina de mala muerte, – refugio de periodistas y
estudiantes aficionados a la profesión--, “que me sirvió de árbol, de cuyo
tronco fueron surgiendo, otros muchos mas personajes”. Y el lenguaje, que es
por medio de la conversación, el personaje orientador o hilo conductor, que une
a los demás personajes con nombres y apellidos. Que son muchos. Oigo decirle
quinientos; pero ahora que escribió, de memoria-- sin notas--, pienso que debió
decir cientos. No se.
No queda duda, al final de la
conversación en Sevilla, que “Conversación en La Catedral” es una gran novela,
en que la que, no solo se pone en evidencia la maestría artesanal de Vargas
Llosa, sino que se puede articular que para el Premio Nobel 2010, es un puente –como lo ha insinuado
antes Juan Cruz-- que enlaza a “La Guerra del Fin del Mundo”, con “La Fiesta
del Chivo” y “Tiempos Recios”, alrededor del tema del poder, Y en el que,
figuras insignificantes, incapaces de enfrentar los dilemas de la banalizaciòn
del mal, utilizan los instrumentos del poder, creados originalmente para
servir, para hacer daño, con una
indiferencia total. Vargas Llosa en un momento de su conversación compara al
personaje central de “Conversación en La Catedral” con Abbas García, un don
nadie dominicano que le pide fondos a Rafael Leónidas Trujillo, para viajar a
México a recibir un curso policial y al final termina convertido en el hombre
que le hace el trabajo sucio al dictador dominicano. Con una lealtad
benedictina. Y que, volveremos a encontrarlo como uno de los dos personajes
principales, en “Tiempos Recios”, – la ultima novela de Vargas Llosa --
involucrado en la muerte de Carlos Castillo Armas que, apoyado por Estados
Unidos, ha derribado al presidente Jacobo Arbenz de Guatemala. Esta relación
entre el ejercicio de la maldad y el bajo nivel de quien es responsable,
pareciera – lo digo yo, en una libre interpretación – que fuera la radiografía de la amargura que impregna a los miembros de
las clases inferiores ante el fenómeno del poder que ejercen y que trocan en una suerte de venganza, en la que
incluso, no buscan protagonismo. Solo sentir que existen cuando hacen daño a
los demás. Una suerte de santidad del mal, lo que es indiscutiblemente, una
contradicción moral. En las tres novelas, los personajes perversos vienen desde
abajo, en donde han sido ofendidos y maltratados por su mediocridad. Y que
encuentran en el interior del poder y sus mecanismos particularmente precisos,
la oportunidad de hacer sentir su ascenso social, su fuerza y capacidad para
poner de rodillas a los que aparentando menospreciar, en el fondo los usan,
como gancho para ascender socialmente y en forma emocional calmar sus angustias
existenciales.
Al final, tengo la impresión que Vargas
Llosa nos ha mostrado su estilo de trabajo y su habilidad, para hacer del
acontecimiento conocido por todos, un escenario diferente – “suficientemente
investigado para que no se me descubran las mentiras”, ha dicho riéndose – en
que crea un mundo literario exclusivamente nuevo. Posiblemente aquí, en este
estilo suyo, el de la “verdad de la mentiras”, radica su mayor contribución a
la literatura en español y mundial.
Dos horas después, la conversación sigue
viva. Pero Juan Cruz, fiel al guion al que se ha sometido, pone punto final a
la rica disertación que desde sus inteligentes preguntas y comentarios le ha
permitido a Vargas Llosa explicarnos, con palabra fácil, la interioridad de la
novela, cuyo cincuenta aniversario de su
publicación, estamos celebrando este año. Si de nosotros dependiese le digo al
colega salvadoreño García Aldana, habríamos amanecido como en los velorios
centroamericanos, conversando con Mario Vargas Llosa. Los aplausos son sonoros
y prolongados. La mayoría nos ponemos de pie. Después, se forman largas filas
para saludar al novelista. Cuando me toca el turno, abre los brazos y me abraza
con natural y espontaneo afecto. “Como estas?. Como va Honduras?”. Nos hemos
visto tres veces y en la ultima, conversamos vivamente en la sede de la RAE en
Madrid sobre la “Historia de Mayta” – novela menor suya -- y del cultivo de
banano por un familiar mio, en su provincia natal en el Perú. Muy bien le respondo.
Y doy la vuelta discretamente, para estrechar la mano de Juan Cruz, al que
felicito calurosamente, por la conducción del conversatorio. Y cuando le digo,
solo una pregunta te falto, me reprocha riéndose, “no me vengas a decir que
debí hablar de Zavalita y preguntarle a Mario cuando fue el tiempo en que se
jodió el Perú, Eso si que no. Todos hablan de eso. No quería repetirlo”. Nos
reímos y nos damos de nuevo, la mano afectuosamente. Doy la vuelta, busco a mis
compañeros académicos hondureños para regresar al hotel María, donde estamos
instalados. Muy bueno dice Alexis
Gaitán. María Vargas asiente, enfáticamente. Yo les digo, eufórico, ha
sido extraordinario. Me siento, muy bien. Satisfecho. Feliz.
Sevilla, Barcelona, 15 de noviembre del
2019
Rememorando una bella noche entre amigos, saluditos.
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