Contracorriente: CALVARIO DEL DOCTOR AYES

Juan Ramón Martínez

El 24 de diciembre de 2024, el doctor Guillermo Ayes fue llevado al Hospital Escuela. Su calvario lo narra su hija Ixchel: “Alrededor de las 2 de la madrugada, mi padre ingreso a la emergencia del Hospital Escuela. El confiaban en la asistencia de emergencia pública; habiendo sido docentes de la Facultad de Ciencias Medicas de la UNAH siempre lo recomendaban por encima de cualquier sistema asistencial privado. Confiaba en las personas formadas en la universidad pública”.

“No entendíamos nada cuando el doctor de guardia pidió que compráramos hielo en las casetas de afuera. Si, hielo, agua en estado solido. Algo tan básico en el siglo XXI que puede lograrse con una nevera en buen estado. No explico para que necesitaba el hielo, y en medio de la emergencia, tampoco preguntamos, solo buscamos la forma de llevarlo. Lo vendían afuera, en unas casetas a tan solo 15 metros de la sala de emergencias; bolsas de agua potable que mantienen congeladas para la venta. Con el hielo el doctor le dio a mi mamá una muestra para el laboratorio y le dijo: es un examen (gases arteriales) que tarda diez minutos. Espérelo y luego se viene. Pasaron 40 minutos antes que volviera, pero no había conseguido el examen porque no lograban calibrar la maquina en la que se hace. Para ese momento luego de rogar para que dejaran pasar, explicando que mi mamá también es una persona de la tercera edad que requería de mi apoyo”.

“Mi mama volvió al laboratorio. En la ventanilla una hoja de papel indicando NO HAY HIELO. Un laboratorio provee el hielo para el transporte de las muestras. Mientras tanto otra doctora me dio un papel y me pidió 800 lempiras para una tomografía que debían hacer en cuanto pudieran estabilizar a mi papá. Aunque me explicó la ruta, no estaba familiarizada, y camine desorientada por media docena de pasillos, un laberinto repleto de historias tristes. En el camino me preguntaba: cuantas personas pueden darse el lujo de pagar 800 lempiras en una emergencia?. Privilegiada, pague sin mas.”

Regresé. Mamá que seguía esperando en el laboratorio. El doctor aprovechó para consultarme antecedentes de mi padre y recordar como lo había visto con bastón en los pasillos de la Facultad”.

Pidieron realizar un examen de laboratorio de troponima, para descartar cualquier evento cardiológico. Era una probabilidad. Me explico que en el hospital lo hacían, pero a partir de la 7 am, y que para avanzar, necesitábamos hacerlo en un laboratorio privado. Tuvimos que consultar que tipo de color de tubo de ensayo exigían. Mi hermana fue al laboratorio privado para comprar el tubo de ensayo y con esa muestra le hicimos el examen. A las 6.40 am el doctor vio entrando al encargado del laboratorio que le confirmo que no podía hacerlo por que no tenia reactivos”.

Mientras tanto, con el nuevo hielo enviaron otra muestra al laboratorio donde mamá espero 70 minutos. Una señora de Danlí, le contó que por una apendicitis de su esposo, en el “Gabriela Alvarado” le dijeron que no podían operarlo por falta de cirujano, y tampoco el diagnostico porque debía darlo ese medico. Mi mamá, ex docente de medicina dijo que ese diagnostico lo hace un medico general”.

“Al salir, vi quienes iban conociendo el caso de mi padre mostraron calidad humana, pero también explicaron la impotencia que, en caso de ser un evento cardíaco, mi padre requeriría procedimientos para los cuales el Hospital Escuela no estaba habilitado. Solo el Seguro, pero para ello debíamos conseguir un cardiólogo trabajando en esa fecha, ya que esa especialidad no es parte de las atenciones”.

“A las 8 am confirmó el laboratorio privado que el diagnostico no tenia nada que ver con el corazón. Falleció horas después en el hospital donde se formó”.

“El problema no es su muerte. El problema es que esa madrugada me revelo la realidad del sistema de salud público que no solo le fallo a mi papá sino que cientos de miles de hondureños. El no merecía atención especial; pero si lo que toda persona humana se merece. Siempre postulo la necesidad de un sistema de salud basado en la prevención. Tengo la certeza que el hubiera denunciada esta situación. Lo hago por escrito, porque el dolor no me permite otra forma. Nos duele su ausencia y nos desgarra el presente de este país”. ¿Merecía ese trato el doctor Ayes? No. Ningún hondureño tampoco.

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