LO QUE EL TIEMPO SEPARA
Eduard Goñalons
Hace
poco tuve la oportunidad de reencontrarme con algunos de mis compañeros de la
escuela primaria, gracias a la inesperada iniciativa de una compañera. Un grupo
de personas con quienes compartí horas de recreo, tareas escolares y las
primeras nociones de cómo funcionaba el mundo. Durante el encuentro, cada
comentario y cada historia desataban una explosión de memorias olvidadas que me
transportaban a aquellos días despreocupados, llenándome de la alegría genuina
de la infancia. Mirando atrás, me sorprendió cómo entonces todos parecíamos
formar parte de un grupo homogéneo, con diferencias que hoy, vistas desde la
perspectiva adulta, resultan insignificantes. Sin embargo, las vidas que hemos
construido desde entonces no podrían ser más distintas.
En la
primaria, todos veníamos de familias que, en su mayoría, pertenecían a un
espectro social similar. Había padres que trabajaban en empleos manuales, otros
regentaban pequeños negocios de barrio y algunos eran empleados en empresas
grandes. Para nosotros, las diferencias parecían notables: el niño que siempre
traía montones de estampitas mientras otros disfrutábamos al abrir un sobrecito
ocasional; o la niña que siempre recibía la última muñeca anunciada en la tele,
mientras otras se conformaban con un vestido para la que ya tenían. Pero, en
términos globales, compartíamos un espacio común de posibilidades y
limitaciones. Lo que entonces parecía un mundo de contrastes era, en realidad,
un punto de partida uniforme. La escuela, el vecindario y las amistades nos
mantenían en un entorno donde las diferencias eran perceptibles para un niño,
pero banales desde una perspectiva adulta.
Con
los años, esas pequeñas diferencias en contexto familiar, capacidades y
decisiones comenzaron a ampliarse, multiplicándose con cada bifurcación del
camino. Al reencontrarnos, lo más impactante fue cómo esas trayectorias
iniciales habían generado destinos tan variados. Algunos han alcanzado logros
profesionales destacables, mientras otros llevan vidas más humildes en empleos
modestos, quizá limitados por circunstancias familiares o por oportunidades que
nunca llegaron. Pero, aun así, la esencia de cada uno fue evidente que
permanece inmutable.
Recuerdo
a un compañero que, en la escuela, no era de los que parecían tener más
posibilidades según los prejuicios de la época. Hoy dirige su propia empresa,
pequeña pero reconocida en su nicho, sin haber perdido el desparpajo que
siempre lo caracterizó. En contraste, está aquél del que no logramos saber nada
más, a pesar de los esfuerzos colectivos por localizarlo, perdido en los
pliegues del tiempo como una hoja arrastrada por el viento. Otro puede que haya
tomado un camino descarriado, marcado por decisiones erradas o circunstancias
adversas. Irónicamente, es quien más intriga y especulación despierta, quizá
por una morbosa curiosidad de entender cómo acabó alguien que ya apuntaba
maneras desde la infancia. Y también está aquél que nunca respondió a nuestras
llamadas, dejando tras de sí una sensación de distancia que podría ser
vergüenza, miedo o, tal vez, simple desapego del pasado. Todos, sin embargo,
reflejan cómo las circunstancias, la voluntad y las decisiones interactúan con
el tiempo para moldear nuestras vidas.
El
grupo que alguna vez fue tan uniforme representa ahora una diversidad
fascinante. Hay quienes han dedicado su vida al altruismo, explorando caminos
de servicio a los demás; otros han alcanzado un éxito profesional notable,
subiendo escalones que parecían inalcanzables desde nuestra perspectiva
infantil; o quienes han optado por una vida sencilla, alejada del frenesí
tecnológico y encontrando felicidad en rincones inesperados; y aquellos que se han perdido en el tiempo,
incapaces de responder al contacto o atrapados en derroteros preocupantes.
El
contraste entre nuestra homogeneidad infantil y la diversidad actual fue
impactante. Lo que entonces eran diferencias apenas visibles, hoy se han
transformado en caminos completamente separados. ¿Cómo hemos llegado a ser tan
distintos? Quizá porque, al crecer, tendemos a movernos en círculos sociales
más estrechos y homogéneos, compartiendo valores, intereses y niveles
socioeconómicos similares. Sin embargo, al mirar atrás, redescubrimos esa diversidad
original que, con el tiempo, solemos olvidar. Este reencuentro fue un poderoso
recordatorio de cómo, en los primeros años, la vida abre un abanico de
posibilidades que se van definiendo con las elecciones y las circunstancias. Me
llevó a reflexionar sobre el impacto del tiempo y cómo decisiones aparentemente
pequeñas pueden transformar nuestro camino de formas inesperadas.
Más
allá de las historias individuales, lo que realmente destaca es la riqueza del
grupo. El compañero que vive una vida sencilla pero plena, ajeno al frenético
ritmo moderno, inspira hoy una admiración distinta. Y otro, que desde orígenes
humildes ha alcanzado el éxito, demuestra que las posibilidades existen para
quienes están dispuestos a luchar por ellas.
El
reencuentro con mis compañeros fue un viaje al pasado que acabó en una lección
sobre el presente. Una reflexión sobre cómo las pequeñas diferencias y
decisiones se amplifican con el tiempo, transformando un grupo homogéneo en un
caleidoscopio de trayectorias humanas. A la vez, me dejó con una mezcla de
curiosidad y admiración. Curiosidad por entender cómo cada elección dio forma a
estos destinos tan diversos, y admiración por aquellos que han sabido encontrar
su lugar en el mundo, manteniendo o redescubriendo su esencia.
Queda la invitación abierta. Mirar hacia atrás, explorar las propias historias compartidas y reflexionar sobre cómo el tiempo y las decisiones han moldeado nuestras vidas y las de quienes estuvieron allí al inicio del camino.
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