ALEJANDRO VALLADARES Y RAMÓN AMAYA-AMADOR, AFINIDADES DE DOS INTELECTUALES

Oscar Aníbal Puerto Posas


UN POCO DE HISTORIA

El 27 de julio de 1954, el presidente de la República de Guatemala, coronel Jacobo Árbenz, anunció en horas de la noche, su renuncia a la presidencia del país, entregándola al coronel Carlos Enrique Díaz.

Árbenz hizo el anuncio por radio al país a las 9:15 de la noche. “He depositado el poder en el coronel Carlos Enrique Díaz por ser un hombre leal al pueblo de Guatemala”, declaró Árbenz. “Estoy seguro que sabrá conservar los beneficios y conquistas alcanzadas por nuestro pueblo, y al mismo tiempo mantener la paz y la tranquilidad en nuestra patria”. En un buen discurso -duró 10 minutos- el presidente Árbenz, hablaba con tono monocorde y serio dijo que “aparentemente yo soy el único responsable… Pero en verdad, quiero destacar la agresión de la United Fruit Company y otros monopolios norteamericanos que han invertido capitales en América Latina…”. […]. “Algún día la fuerza del oscurantismo que oprimen al mundo serán derrotadas”. (Resumido del cable de prensa que “United Press”, agencia informativa norteamericana, hizo circular por el mundo). Antes de dirigirse a su pueblo, el coronel Árbenz, joven “soldado del pueblo, a la sazón de 40 años, salió de Casa Presidencial, en soledad”. “Todos los hombres del presidente”, lo habían abandonado. Solo Mario Sosa Navarro, hondureño, cadete 765, promoción 39 del año 1939; permaneció impertérrito a su lado. Fueron compañeros de promoción. Admiraba a Árbenz, al grado de estar dispuesto al sacrificio, si fuera preciso, por defender la obra fecunda de su gobierno. Mario Sosa, falleció en Tegucigalpa, el 5 de agosto de 2007. Sobre su formación militar, colocó una gruesa capa de conocimientos. Fue un autodidacta. Conversador fluyente y diáfano. Algo de él heredó su hijo, el médico psiquiatra Carlos Sosa Coello (nieto de Augusto C. Coello, autor de la letra de nuestro Himno Nacional).

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Antes de avanzar, reparo en algo, las jóvenes generaciones, no saben quién fue Jacobo Árbenz. Haré, entonces, un breve acopio informativo sobre el personaje. 

Jacobo Árbenz Guzmán (1914-1970), fue alumno de la Escuela Politécnica y obtuvo durante sus estudios militares varios premios por su calidad de buen estudiante. De ascendencia europea -Suiza, para ser preciso- su padre, instalado en Guatemala, ejerció como relojero; un negocio propio que no acumuló riquezas, pero apartó a los suyos de apremios y de estrecheces. Su madre, el apellido lo demuestra, era guatemalteca. Árbenz, fue un joven hermético y circunspecto. Antes de 20 de octubre de 1944; entonces, frisaba 30 años de edad, no se le había conocido actividad política ni interés en los destinos del pueblo guatemalteco. Si bien los anhelaba en su corazón. A la fecha indicada, Árbenz fue uno de los triunviros que dirigió la lucha contra Ponce Baides, sustituto de Jorge Ubico. Ministro de Defensa con Juan José Arévalo. Las elecciones celebradas en noviembre de 1950 lo elevaron a la Presidencia de la República, para un período de seis años; que no cumplió.

En su discurso de renuncia delata a los culpables de su defenestración. Es increíble que no se haya escrito su biografía. Excuso a los intelectuales de su país. Por “mieditis”. Pudo hacer esta misión cualquier escritor latinoamericano. “Tiempos Recios” de Mario Vargas Llosa, no dice nada. Vargas, hace tiempo, se vendió al Imperio.

A la caída de Árbenz; se dio la diáspora de hondureños hombres y mujeres, de su gobierno que emigraron a distintos países de América Latina. Ramón Amaya-Amador, se situó en la Argentina. Ventura Ramos, en Ecuador. Medardo Mejía, refugiado en la Embajada de su país. Protegido por el excelentísimo embajador Benjamín Erazo Torres, regresa, sano y salvo a Tegucigalpa. Me quedo con ellos tres a fines de mi relato.

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Jorge Prieto Laurens (1895-1990), un viejo “FIC” (galicismo que traducido al español significa “policía”) de la CIA, mexicano, por desgracia de la patria de Juárez; en su horripilante obra: “El Libro Negro del Comunismo en Guatemala”; durante el gobierno de Jacobo Árbenz, y en general, al plan de reformas sociales y políticas iniciadas por la “Revolución de octubre”; de paso, denigra a algunos de nuestros compatriotas que colaboraron en ese proceso histórico. Con todo, hay datos interesantes, que pone de relieve los aportes intelectuales de la migración intelectual hondureña. Somos un país pequeño, pero hemos creado hombres y mujeres valiosos. Veamos: Ramón Amaya-Amador (1916-1966). Formó parte de la “Casa de la Cultura”, que tenía por objeto la organización de “concursos literarios, veladas culturales, críticas y comentarios de arte, exposiciones…”. El hondureño, hizo causa común con intelectuales guatemaltecos de inmensa estatura; citamos algunos: Luis Cardoza y Aragón (Secretario General), Otto Raúl González, Pedro Guillén, Adelaida Foppa de Solórzano (ella, figura entre los 50,000 desaparecidos, que los militares que sucedieron al coronel Árbenz, eclipsaron en Guatemala); y Humberto Hernández Cobos, entre otros y otras. A Ramón Amaya-Amador, lo ubicaron en la Comisión de Letras. Para entonces, ya había publicado: “Prisión Verde” (1950) y “Amanecer” (1953), ambientada a “La Revolución de Octubre”. De igual manera, el licenciado Miguel Antonio Alvarado, es mencionado como “consejero secreto” (sic.) de la presidencia de la república” (ops. cit.). Ventura Ramos y Medardo Mejía, integraron la junta directiva del Sindicato Nacional de Periodistas. Formado para defender los derechos del periodismo. El periodista es un asalariado intelectual. Su talento, es explotado por los dueños de los medios de comunicación escrita, radial y televisiva. El periodismo no es una profesión liberal, como la abogacía, la medicina, la ingeniería y otras. Ellos sí pueden organizarse en colegios profesionales. Los periodistas hondureños tienen un Colegio de Periodistas. Desde esta trinchera, no pueden reclamar sus derechos, frecuentemente violados por los magnates financieros o industriales, que tienen periódicos para presumir. De la misma forma que tienen equipos de fútbol. Por añadidura, son descendientes de árabes o judíos. No daré nombres, el lector(a) sabe a quiénes me refiero.

La caída del coronel Jacobo Árbenz, suscita la diáspora de intelectuales hondureños, y otros compatriotas. La United Fruit Company, se salió con la suyas. Una vez más, cobró valor la frase del excanciller mexicano Querido Moheno Tabares (1873-1933), quien nos denominó “pueblos irredentos de América”. Ramón Amaya, buscó refugio en la Argentina. Ventura Ramos, en El Ecuador. Medardo Mejía, por un capricho de la historia, pudo volver a pisar el suelo patrio. Los dos primeros, volvieron a Honduras, luego de la caída del señor “Julio César Ruperto Díaz Lozano Travieso”. Fue el nombre con que fue bautizado y confinado, dice el historiador Juan Valladares Rodríguez. A quien hay que creerle. Él fue un acucioso buscador de datos en archivos parroquiales y de otra índole… Al cabo del tiempo, los tres: Medardo Mejía, Ramón Amaya-Amador y Ventura Ramos, encontraron cobijo en diario “El Cronista”, que dirigía Alejandro Valladares Bernhard (1910-1976). Es conveniente traer la silueta intelectual y humanística, del intelectual de nobleza inconmensurable. Lo leemos en el siguiente capítulo.


ALEJANDRO VALLADARES BERNHARD. Fue hijo de don Paulino Valladares y de doña Carlota Bernhard. De su padre, tenía el talento. Paulino Valladares, muerto a una edad relativamente temprana (47 años); fue conocido como “El príncipe de los periodistas hondureños”; y a la hora de su óbito (1926); procedieron a nombrarlo como “El Príncipe de los periodistas centroamericanos”. De la línea materna, heredó el temple augusto. Doña Carlota (doña “Coca”, la llamaba el pueblo). Llevaba en sus venas sangre teutona (hija de un alemán y de una criolla). No resistimos la tentación de reproducir algunos párrafos del inmenso escritor Medardo Mejía, respecto a este encuentro amoroso que derivó en un intenso, estable y feliz matrimonio; cito: “(creemos que, por aquel tiempo, Paulino sentía la soledad que regocijaba a San Juan de la Cruz, pero no a un hombre que mojaba el encendido hierro en la fragua de un mundo materialista y heroico. Ya había encontrado la poltrona de la secretaría privada. El pan nutrido y el vino alegre. Le faltaba la mujer, el complemento irrenunciable. Y se fue por las callejas capitalinas, como un Don Juan en pueblo extraño, hasta que la halló. Valladares contrajo matrimonio, acatando la Ley civil y la Ley de Dios, con Carlota Bernhard. La muchacha era bella, de buen linaje, inteligente. Llevaba a la sociedad conyugal una fortuna mediana, pero sobre los bienes, del destino fungible y transitorio, llevaba algo más importante: juventud, alegría de vivir, esperanza inquebrantable. Paulino había hallado en el villorrio a la compañera ideal que sueñan muchos hombres (…). De aquel connubio fueron apareciendo los hijos. (Mejía, Medardo, “Capítulos Provisionales sobre Paulino Valladares”, Editorial Universitaria, 1999, p. 15).

Alejando y Germán. El segundo de ellos, fue pianista. Pasó inadvertido, cual suele suceder en Honduras. Alejandro, concluido el indispensable bachillerato, viajó a España, a realizar estudios de Derecho a la Universidad Complutense de Madrid. Allí permaneció de 1931 a 1935. Más que las aulas, visitaba las cafeterías, para saber en qué sitios se reunían los poetas y escritores de la generación del 98… La cual constituían, entre otros: Azorín (seudónimo de José Martínez Ruíz); Pío Baroja, Pérez de Ayala, Don Ramón María del Valle Inclán (se llamaba en realidad, Ramón del Valle y Peña); Antonio Machado, Rafael Alberti, Ramón J. Sender, etc. De vuelta al solar nativo, concluyó sus estudios en 1950 en la Universidad Central de Honduras. Sobre este suceso, circuló una anécdota; uno de los miembros de la terna examinadora, el abogado Federico Leiva Larios, le hizo una pregunta, planteando un caso jurídico hipotético, al efecto le dijo: ¿En ese caso usted qué haría? Alejandro contestóle: “Llamaría a un abogado”. Sin embargo, fue aprobado. Presentó una tesis, sin parangón: “La propiedad intelectual”. La defendió brillantemente. Nadaba en sus aguas. En 1944, año crítico en Honduras, salió exilado hacia El Salvador. De vuelta, solía visitar diario “El Pueblo”, su director, el también abogado Oscar Flores, le dijo una vez: “Alejandro por qué no escribes algo. Al siguiente día, le llevó un artículo que así lo tituló: “Algo”. Se convirtió en una columna con duración larga: 1949 a 1953. Era una columna comentada. Alejandro, era ameno. Su prosa iba impregnada de ironía y de humor. Posteriormente, tomó las riendas de “El Cronista”, el periódico que fundó su padre, don Paulino Valladares. A la muerte de su progenitor, lo dirigieron plumas brillantes. Alfonso Guillén Zelaya (1887-1947), el último de ellos. Abandonó el barco en 1932. Se exilió en México. Llegaba al poder el general Carías. Guillén, sabía lo que se venía.

Alejandro, le dio nombre a su sección editorial. Lo tituló: “En estos momentos”. Era un título que evocaba: novedad. Pocos periodistas, tan leídos como él. Era vespertino. Lo que llevó a Alejandro a decir: “Por la mañana reparto leche y por la tarde, reparto tinta”. En efecto, tenía granja en Casamata (entonces, sita en los suburbios de Tegucigalpa). Sabía bien, que solo del periodismo no podía subsistir. De España, trajo vocablos nunca usado en nuestro país, “Gamberro”, es uno de ellos. Llegó para quedarse. Es decir, el director lo popularizó. Significa: “grosero, inútil”. También usó la voz “buscapiés”. Cohete que una vez encendido, corre por el suelo. En una ocasión le dedicó un “buscapiés” al profesor José Zerón h. (1916-1967). Zerón era el secretario privado del político, expresidente, Tiburcio Carías Andino. El “buscapiés”, decía, apelo a mi fatigada memoria, algo así: “Correveidile ladrón, no contento con ser cero, prefiere ser Zerón”. Alejandro, era un polemista temible; en una ocasión polemizó, nada más y nada menos, que con Rafael Heliodoro Valle (1891-1959). Alejandro, no rendía fácilmente sus armas. Venció al poeta, de esta guisa: “Rafael Heliodoro es un bardo exquisito; historiador notable y periodista a todo vapor; pero tiene un defecto, le gusta darle la espalda a sus amigos”. Ahí terminó la polémica, el autor de “El Espejo Historial”, guardó silencio. Era homosexual.

Su madre, doña Coca, siempre estuvo a su lado. Sabía que los aspectos gerenciales no eran el fuerte de su hijo. Ella asumió esos aspectos.

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Cuando llegó a Honduras, don Medardo Mejía, Alejandro Valladares le abrió las puertas de “El Cronista”. El erudito olanchano, escribía bajo un seudónimo: “Luis Martínez”; o algo así (nombre y apellido comunes). Sus atinados comentarios, llaman la atención del entonces Jefe de Estado, don Julio Lozano Díaz (1885-1957). Mandó a alguien a preguntar por el nombre real del autor de esa columna. Alejandro, lo dio a conocer. Don Julio, citó a don Medardo Mejía a casa presidencial. Dialogaron. Hubo una aproximación afectiva, y lo nombró “Consejero de Estado”. Es la única mancha en la vida de Medardo. Sirvió a una dictadura. Alejandro también, fue engañado por don Julio Lozano Díaz, al punto de haber escrito: “Vale más libertad sin constitución que constitución sin libertad”. Luego rectificó y envió sus dardos contra “el aprendiz de dictador”. Diario “El Cronista”, estuvo a punto de ser clausurado. En 1956, las nacientes Fuerzas Armadas, dieron su primer golpe de Estado. Ello produjo el regreso al país de algunos exilados; entre ellos el profesor Ventura Ramos y Ramón Amaya-Amador, el novelista. Ambos encontraron acogida cordial en diario “El Cronista”. Antes que se me olvide. Alejandro Valladares, también era poeta. Estando en España, publicó “Cantos de la Fragua” (1933). El aedo tenía apenas 23 años. El libro lo prologó Francisco Villaespesa, poeta andaluz. “Cantos de la Fragua”, contiene poemas de muy buena factura. Por ejemplo: “A Juan Ramón Molina” (14 estrofas, en versos en decasílabos). La última estrofa es inolvidable: “Ah, tropical poeta, […] / Tus cenizas ya están donde debían / en la urna de bronce de un poema!”. El periodista, consumió al poeta. A la nobleza de Livio Ramírez, fino bardo de Olanchito, a su primer paso por la Secretaría de Cultura, debemos los hondureños el rescate de estos versos y el de otros poetas nacionales. Livio, con pocos recursos, hizo mucho.

RAMÓN AMAYA-AMADOR. Nació en Olanchito, el 29 de abril de 1916, en cuna de familia humildísima. Su madre, Isabel Amaya, fue el único ser que al que iba a ser un gran escritor, identificó con clara ternura. Su padre biológico, era el señor presbítero del pueblo, el que oficiaba misas y repartía hostias, el padre Guillermo R. Amador. No era un sacerdote ilustrado. Su lectura era la Biblia, que es un gran libro, sin duda. Según la tradición cristiana, es la palabra de Dios. La crítica racional lo considera el producto de un largo proceso de deliberación humana que fundió varias fuentes, de la más acabada cultura antigua. Como sea, inspira la religión que profesan millones de personas, en nuestro planeta. El padre Guillermo R. Amaya, no respetó el voto de castidad. Además de Ramón, tuvo, en su peregrinaje por parroquias, otros hijos. Solo el que engendró en Olanchito, según expresión feliz de su biógrafo Juan Ramón Martínez, lo elevó a la inmortalidad.

Ramón Amaya-Amador, gracias a su madre y a su abuela, tuvo los alimentos básicos y la educación elemental, que cursó en la Escuela “Modesto Chacón”. Ahí despunta su talento. Fue un niño vivaz. Además, Olanchito, siempre ha tenido buen magisterio. Es una ciudad que guarda devoción por la enseñanza y respeta -casi hasta la veneración- a quienes -hombres o mujeres- ejercen este noble apostolado. Terminada la primaria, doña Isabel, quería que su hijo estudiara una carrera que le abriera horizontes de seguridad a su vástago. Lo envió a La Ceiba, a casa del profesor y periodista Ángel Moya Posas, un pariente lejano. Cursó un año en el Instituto Manuel Bonilla, con buen suceso académico. Pero doña Isabel, no podía sostenerlo. Ella era una humilde florista. Y el resto de la familia, honestísimos artesanos. Abnegadas mujeres que producían pan. Pan de horno. Al gusto de la población de Olanchito pero que representaba más trabajo que beneficio económico.

Es completa la narrativa que hace Juan Ramón Martínez de la trayectoria vital de Ramón Amaya-Amador en “Biografía de un escritor”. Fue maestro rural, gozó del aprecio de uno de los mentores más admirables de Olanchito, el profesor Francisco Murillo Soto; al grado que sustituye en la escuela “Modesto Chacón” a los maestros faltistas. En tanto, era un lector infatigable. Al parecer, tuvo acceso a la biblioteca privada, extensa y variada de Enrique Nuila, anarquista. Vivió en Olanchito y ahí falleció. Cultivó relaciones de afecto con Juanita Quezada, de las mejores familias del pueblo. Nuila, dejó a su cuidado su extensa y selecta biblioteca. Al morir, don Julián López Pineda, le dedicó un artículo hermoso, a más no poder, citemos el primer párrafo: “Era Nuila un pensador de treinta años, vibrante de vida, hermoso de alma y de cuerpo, de musculatura maciza y conformada como de intento para servicio de un luchador. Era todo energía y voluntad, diríase el producto concentrado de una generación de hombres fuertes que había pasado por un crisol de probidad. // a la austeridad severa de un anciano que ha visto sus pasiones domeñadas por la edad, reunía la frescura primaveral de la juventud que asiste a un florecer de ilusiones.” El escrito lo elaboró don Julián López Pineda a petición del Ateneo de Honduras. Está fechado el 14 de abril de 1914. El escritor graciano considera la desaparición de Enrique Nuila como “una pérdida para la humanidad” (López Pineda, Julián, “Algunos Escritos”, Vol. I, Imprenta Calderón, Tegucigalpa 1956, pág. 223-228).

A 1914, Julián López Pineda era un escritor socialista. Dejó de serlo en 1918, dice don Medardo Mejía. Volviendo a Amaya-Amador, de ser cierto su acceso a la biblioteca de Enrique Nuila, leyó, sin duda, a Bakunin (1814-1876), a Pierre Joseph Proudhon (1809-1865) y es indudable que a Eliseo Reclus (1830-1905). Supe de estas exploraciones intelectuales de Amaya-Amador, por una fuente inobjetable, Conchita Posas, mi señora madre; amiga del escritor.

Además, ellos y ellas fueron autodidactas. Me refiero a los escritores. Froylán Turcios dice en sus Memorias que accedió a la mejor biblioteca de Juticalpa, la del abogado Froylán Castellanos. Lucila Gamero a la de su pariente don Manuel Adalid y Gamero. Ellos y ella buscaron el conocimiento con afán desesperado. De ser así, Ramón Amaya-Amador, adquirió su formación política primigenia en esos textos.

Cuando viaja a La Ceiba por segunda vez, que da sus primeros pasos en el semanario “El Atlántico” iba nutrido de conocimientos. No se puede hacer periodismo sin cultura. Don Ángel Moya Posas, lo recibe con cariño (eran parientes). Le confía la página deportiva. No pasó mucho tiempo en que escribió los editoriales. Y lo hizo con calidad extraordinaria. Así adquiere los conocimientos básicos, que le permiten fundar “Alerta” al volver a Olanchito. Recluta a otros “quijotes”, como los llama Juan Ramón Martínez. Ellos son Dionisio Romero Narváez y Pablo Magín Romero. “Alerta”, es el semanario más perfecto que se ha escrito en Honduras. En sus páginas comenzó Amaya-Amador a publicar “Prisión Verde”, en verso. Al calor de la confianza fraterna, Dionisio Romero Narváez le aconsejó utilizar la prosa. ¿Dónde has visto vos una novela en verso? le dijo. Amaya-Amador atendió el consejo. “Alerta” apareció el 3 de octubre de 1943. Circuló por los campos bananeros y las principales ciudades de Honduras: Tegucigalpa, La Ceiba y San Pedro Sula. En esta última ciudad, vivía un joven de inquietudes literarias. Se llamaba Víctor Cáceres Lara, entonces solo tenía 28 años. Fue el único escritor en escribir una carta de elogio a “Alerta”. Particularmente a Amaya-Amador, alentándolo a seguir escribiendo “Prisión Verde”.

Amaya-Amador, se mantenía al tanto de lo que sucedía en el mundo. Era un radioescucha apasionado. Llamó su atención lo que ocurría en un país próximo al nuestro: Guatemala. Se estaba dando allí cambios políticos importantes, iniciados por Juan José Arévalo Bermejo, un ilustre doctor en Pedagogía, que impartía clases en la Universidad de Tucumán, Argentina. La juventud guatemalteca lo hizo volver a su patria, lo eligió presidente de la República. Centroamérica, por vez primera, tuvo un gobernante de lujo. El joven coronel, Juan Jacobo Árbenz Guzmán, continuaría la obra política y social, de su predecesor en el cargo. Es más, la profundización al grado de disgustar a la United Fruit Company; que lo depuso. Utilizó a un adversario sin escrúpulos: Carlos Castillo Armas, que, con tropas mercenarias, invadió Guatemala, a vista y paciencia del presidente Juan Manuel Gálvez Durón. Gálvez, era un hombre bueno. Pero el embajador norteamericano, William Willauer, le hizo creer que “La Revolución de Octubre”, había fomentado la huelga obrera, que paralizó al país, durante 66 días, el año de 1954. Gálvez, “se tragó el cuento”, como decimos los hondureños, del peligro comunista, proveniente de Guatemala.

Todos estos episodios, los vivió en carne propia Ramón Amaya-Amador. Su biógrafo -excelente, por cierto- Juan Ramón Martínez, dice: “Aunque Amaya-Amador no salió expulsado de Honduras, es por razones prácticas y sociológicas, un exilado real”. No obstante, el historiador ceibeño Rafael Antonio Canelas (1941-2020), me contó un dato desconocido. Ramón Amaya-Amador, según mi fuente, fue capturado en La Ceiba por pistoleros de Rufino Solís, y azotado con látigo en pleno parque central. Era una advertencia. Corría riesgos su seguridad personal. Una vez en Guatemala, trabajó en “Nuestro Diario”. A su propio esfuerzo, conocía ya la técnica del periodismo escrito. Obtuvo el conocimiento básico de la mano de Ángel Moya Posas, en “El Atlántico” de La Ceiba. Completó su formación en Olanchito, dirigiendo “Alerta”, a lo mejor el más ágil semanario de Honduras. Estaba calificado para el oficio, sin duda. Juan Ramón Martínez, afirma que su familia le enviaba ayuda para que subsistiera. Descarto esa idea. Ramón Amaya, era viejo amigo de la pobreza; con frecuencia lo visitaba en su domicilio. Además, en Guatemala, un redactor ganaba algunas monedas más que en Honduras. Amaya-Amador, intentó publicar “Prisión Verde”, en Guatemala. Existía una excelente editorial estatal, la “Pineda Ibarra”; que le editó “Barro” a doña Paca Navas de Miralda (1866-1971). La novela de la escritora olanchana, se publicó en 1951 (1ª edición, hay una edición póstuma del año 1998). Pero, Amaya-Amador, no tuvo esa suerte. Buscó apoyo y en la Editorial Latina (México, 1950), con el apoyo de algunos amigos publicó “Prisión Verde”. El libro suspende la fama de Amaya-Amador. Además de periodista, pasa a ser escritor. Y escritor notable. Le incorporaron a “La Casa de la Cultura” y al grupo “Sakertí” (amanecer, en lengua quiché). Dicta conferencias. Se hace una celebridad. Ingresa al PGT (Partido Guatemalteco del Trabajo). Goza del aprecio y estima de la intelectualidad progresista del “país de la eterna primavera”.

A la caída de Árbenz, se asila en la embajada de Argentina. Allí fue un periodista anónimo. El internacionalismo proletario, le ayuda a superar sus penas. Se traslada a Córdova. En esa ciudad conoce a la mujer de sus sueños Armida Fúnez, de profesión enfermera, su eterna compañera, hasta el fin de sus días. Vuelve a Honduras en 1957. Trae con él a su mujer y a sus hijos. Alejandro Valladares, le abre las puertas de “El Cronista”. Era redactor. Su jefe inmediato Ventura Ramos Alvarado era jefe de Redacción. Amaya, mantuvo una sección en el diario “El Cronista”. La llamó “Columna Sencilla”. Era un nombre modesto para un contenido vigoroso. Su relación con don Ventura Ramos, era cordial, pero distante. La personalidad del maestro no era propicia al acercamiento amistoso. En cambio, con Alejandro Valladares, le unió una amistad sin límites y sin fronteras. Fiel a su vocación, además del periodismo, vuelve a escribir novelas. En Guatemala, escribió “Amanecer”, un homenaje a la “Revolución de Octubre”. Aquí, tenía la dificultad de la falta de una máquina de escribir. Se la prestó su hermano de padre, el entonces joven economista, Arnulfo Carrasco Amador.

Cubriendo una noticia, contempla sobre el suelo, en un charco de sangre, a un obrero de la construcción que se había caído de la altura de un andamio. Se estaba construyendo el hotel “Lincoln”, en el centro histórico de Tegucigalpa. El hecho hirió su sensibilidad. De ahí nace su novela “Constructores”. Para escribirlo, necesitaba información sobre el oficio en mención. Se la proporcionaron, dos miembros del Partido Comunista de Honduras (PCH); Andrés Pineda y Sebastián (“Pachán”), Suazo. Terminó la novela. Quedaba pendiente el problema editorial. 

Esta incógnita la despeja la bonhomía de Alejandro Valladares. La editó en la imprenta del diario “El Cronista”. Sin costo alguno para el autor. No gastó en papel, ni en obra de mano (es la frase correcta). Don Alejandro, se limitó a decirle: “Ramón, allí nos arreglamos”. Corría 1958. Ese mismo año, después de leer un relato histórico del profesor José María Tobías Rosa, que trata del fusilamiento de los hermanos Cano (Lorenzo y Cipriano), en Ilamatepeque, Santa Bárbara, a causa de haber sido soldados del “Ejército aliado protector de la Ley”, comandado por nuestro héroe eterno, general Francisco Morazán. Amaya-Amador, escribe su novela “Los Brujos de Ilamatepeque”, el mismo año, 1958. Amaya-Amador, bate un récord, ningún escritor en Honduras, ni en el mundo, ha escrito dos libros en un año. Significando desvelos. Conmovida, su esposa Armida, tomó lecciones de mecanografía para auxiliarle. Otra vez, se editó, en la imprenta de “El Cronista”. Tuvo alguna aceptación. El tema era interesante. Pudo cancelar sus deudas. Pero Alejandro -bondadoso hasta el delirio- le dijo: “Ramón, así déjelo…”. Esta vez, el libro llevaba un sello editorial. “Editorial Jicaque”. Dice Juan Ramón Martínez, que ese mismo año escribió: “Cipotes”. Mas su edición no ocurrió hasta después de la muerte del autor.

Amaya-Amador, enviado por su Partido, viajó a Praga, Checoslovaquia, a trabajar en la famosa “Revista Internacional”. Perdió la vida en un desastre aéreo en 1966. Alejandro Valladares, lo lloró en silencio. No escribió una línea. Había perdido “El Cronista”, al empuje del capitalismo financiero con sede en San Pedro Sula. No pudo competir con “La Prensa”, ni tampoco con “El Tiempo”. Se sumió en la tristeza. La tristeza, se convirtió en depresión. Diez años después, de la muerte de Amaya-Amador, Alejandro Valladares falleció, en su casa de habitación rodeado de sus seres queridos. Transcurría el año de 1976. Se nos fue el editorialista insigne, que solía escribir: “Calculemus” como decía Leibnitz. Nosotros, muchachos, repetíamos la frase sin saber siquiera quien fue Leibnitz. Alejandro Valladares, fue el último legado que nos dejó la ilustración. Amaya-Amador fue un legado del socialismo científico o marxismo. 

BIBLIOGRAFÍA

• González, José, “Diccionario de Literatos Hondureños”, Ediciones Guardabarranco, Tegucigalpa, 2023.
• “Diccionario de Historiadores Hondureños”, Editorial Guaymuras, Tegucigalpa, Primera edición, noviembre de 2005.
• López Pineda, Julián, “Algunos Escritos”, Volumen I, Imprenta Calderón, Tegucigalpa, Honduras, 1956.
• Mejía, Medardo, “Capítulos Provisionales sobre Paulino Valladares”. Editorial Universitaria, Universidad Nacional Autónoma de Honduras, Tegucigalpa, 1999.
• Martínez, Juan Ramón, “Ramón Amaya-Amador. Biografía de un escritor”. Editorial Universitaria. Universidad Nacional Autónoma de Honduras, Tegucigalpa, 1955.
• Prieto Laurens, Jorge. “El Libro Negro del Comunismo en Gautemala”, México, Talleres Litográficos, s/f.
• Secretaría de Relaciones Exteriores de México. “Cancilleres de México”, Tomo II, 1910-1988, primera edición, 1992.
• Secretaría de Cultura, “Cuadernos de Poesía Hondureña”, Tegucigalpa, 1993.
ENTREVISTA
A Salvador Valladares Alvarado (R.I.P.), (hijo de Alejandro Valladares en la ciudad de Tegucigalpa, inédita).

Tegucigalpa, febrero de 2025

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