Nuevo Cuento hondureño: EL UGURIU

Fernando Lezama

Yolani, descendiente directa de la combinación de raza negra africana y aborígenes americanos, la historia que voy a contarles le fue contada por su abuela y a ella se la contaron sus abuelos, y así, de boca en boca se fue pasando esta historia de sus antepasados.

Pasó en una época donde los primeros garífunas llegaron a la costa norte de Honduras, arribaron en pequeños barcos que fueron construyendo ellos mismos en las islas del Caribe. La nueva playa fue benéfica por muchos años, fueron aumentando su población y tierras, cultivaban yuca, mandioca, banano y granos, la tierra era fértil y el agua dulce no faltaba. Paso a paso adquirieron animales domésticos que proporcionaban leche, huevos y carne.

Por las noches, al fragor de las antorchas bailaban de júbilo, con la fuerza y vigor de la libertad absoluta en aquellas interminables playas que con el sonido del tambor y el caracol acompañaban el vaivén de las olas con su interminable y acompasado murmullo del agua estrellándose en la arena.

Un día, vieron como una gran embarcación se acercaba a sus playas, desconociendo quienes eran los visitantes y, con el recelo natural a lo oculto, quedaron esperando recelosos, preguntándose quienes eran aquellos extraños y misteriosos hombres que bajaban del barco y llegaban a la playa chorreando agua salada por las greñas de sus pelos rojizos, abundantes barbas y sus extrañas ropas.

Poco a poco, todos los recién llegados fueron bajando de su embarcación, primero lo hicieron los hombres y estos al ver que no había peligro, anunciaron que podían bajar todos, y así, comenzó el acercamiento entre los gitanos y los garífunas, sí, eran gitanos que viajaban por todo el mundo, su vida errante y alegre, les impulsaba hacia tierras desconocidas y misteriosas.

Sin poder entenderse una palabra, fueron comunicándose con señas, los gitanos eran expertos en cosas donde la interacción por medio de la legua no era posible, sabían que, los humanos tenemos emociones y las expresamos en la cara generalmente como la risa, miedo, enojo, admiración, y más.

En pocos días, garífunas y gitanos se conocieran a detalle, es así como, en las noches y a las sombras de la luz de luna, se mesclaban, por un lado, esencias garífunas, como la danzas, sonidos de tambor y caracoles y por parte de los gitanos sus bailes europeos, violines y juegos místicos. Despacito, se fueron mesclando las dos enérgicas razas.

Los gitanos contaron que antes habían pasado por un pueblo de aborígenes y que les hablaron de una Ciudad Blanca, estos eran muy religiosos y poseían poderes mágicos que mostraron a los gitanos y, aunque, los gitanos tienen en su sangre una larga línea de magos de los rincones más secretos de Rumanía, Holanda, Hungría y de las misma Transilvania, estos se mostraron maravillados por los conocimientos en artes oscuras de estos aborígenes de la Ciudad Blanca.

La matrona de todos los gitanos, Jofranka que su nombre proviene de una variante romaní que significa libre, aprendió algunas recetas medicinales y de augurios de estos aborígenes, su espíritu por aprender era insaciable, aunque era una verdadera maestra en artes de adivinación, presagios, hechizos y encantamientos, sanación divina y también especialista en artes oscuras que pondrían los pelos de punta a cualquier humano.

Sucedió que en una borrachera con Guifity, y no se sabe porque diablos, los hombres gitanos y garífunas perdieron la cordura y se enfrentaron en duelo a muerte, las mujeres y niños gitanos corrieron a su embarcación para ponerse a salvo.

En la playa y entre sudores, sangre y arena, los hombres continuaban luchando, gritos en Garífuna y Romaní se escuchaban desde muy lejos, era la medianoche y entre los chispas de las hogueras las mujeres garífunas pudieron ver las sombra de una alta mujer blanca, con ropas europeas y que por sus ademanes con certeza que era Jofranka, estaba elevando sus brazos al oscuro cielo, palpando cosas, pronunciando palabras mágicas, fumando un enorme puro y con su llama roja iluminaba de forma grotesca la cara de la gitana, su pelo color naranja entrelazado por surcos de canas le daban una aire fantasmal. Estaba maldiciendo todo lo que habían mercado con los garífunas, sean cosas vivas o muertas. Sus mantras resonaban en la playa pronunciadas por la voz ronca de aquella mujer que acostumbraba fumar tabaco, un aire de miedo invadió los corazones de las mujeres garífunas, las cuales tapaban los ojos de sus hijos para que no mirarán aquella escena horripilante.

Con los primeros rayos del sol y después de aquella desgraciada noche, los garífunas salieron de sus chozas, en la playa estaban varios cadáveres de sus familiares muertos, un montón de animales y cosas que habían traído los gitanos, pero la embarcación de gitanos, nunca más la volvieron a ver, había desaparecido en las aguas de aquella tempestad que se desató después que aquella mujer bruja había subido a su barco.

Lloraron y honraron a sus muertos, repartieron las cosas que dejaron los gitanos entre toda la población, y así, cada familia se apoderó de al menos una cosa de los brujos.

Esas cosas que, con el tiempo, el pueblo garífuna se fue dando cuenta que el tener estos chunches solo daban mala suerte, los garífunas no se pueden olvidar de la gitana Jofranka y la maldición a los Uguriu, la historia del Uguriu sigue viva. La mezcla de culturas, la danza de lo real y lo mágico se cruzan en las playas del norte de Honduras. Yolani guarda en su memoria este recuerdo que perdura en el tiempo.

Fuente: Facebook, Historia escrita por: Fernando Lezama, 14 de agosto 2024

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