JORGE BÄHR: HISTORIA DE LA VIDA Y DE LOS VIAJES DE UN ALEMÁN (I)

[PARTE I]

Memorias personales de George Bähr, inmigrante alemán radicado a finales del siglo XIX en San Pedro Sula, Costa Norte de Honduras. Estas memorias están resguardadas en el Archivo Histórico Municipal de esta ciudad, bajo la dirección del Lic. Eliseo Fajardo Madrid. El documento esta fechado en 1914, y los créditos corresponden a la descendencia de la familia Bähr debido a su rescate y su traducción, hoy inédita. El documento supera las 70 paginas. Como trabajadores de Clío, esperamos muy pronto puedan ser publicadas estas memorias al servicio de la comunidad y la historia de Honduras. (Cortesía: Blog Miguel Rodríguez A.).

Historia de la vida y de los viajes de un alemán (nacido en Harz) quien emigró desde aquí en el año de 1862 y quien regresó ahora, para que sea sepultado en su hora en la tumba de su queridísima madre.

George Bärh

He anotado todo esto conforme a la verdad, para comprobar en la posterioridad que el hombre que forja su camino por el mundo justa y honradamente, mas tarde será apreciado y honrado por su prójimo. También la diligencia, fuerza de voluntad, perseverancia y, sobre todo economía, pueden llevarnos a la prosperidad, de manera que podemos vivir durante nuestra vejez con tranquilidad y serenidad.

Mis estimados lectores, me imagino que deben estar asombrados y admirados sobre el hecho que aun estoy vivo.

Soy Georg Friedrich Adolf Bahr, hijo de una familia de mineros pobres, y me siento orgulloso de serlo, porque, soy, como dice el yanki, un “selfmade man”. Nací en Lautenthal im Harz el 24 de septiembre de 1839. Mi padre era Karl Heinrich Bahr, su esposa, mi madre, era Emilie Friederike Sophie Eppers. Ella nació en Salzgitter (Hannover). MI padre era minero, muy inteligente. Dibujaba ciervos en los blancos para los tiradores, reparaba relojes y era el que tocaba la primera corneta de la banda. Murió joven cuando yo apenas tenia 18 meses, entonces mi madre se casó con el capataz del bocarte, Carl Schneider. Él también era viudo y propietario de una casa.

Mi niñez fue muy triste. Apenas podía caminar cuando mi abuela materna me llevó a Lutter am Barenberge donde ella vivía. Era muy pobre pero muy buena, se mantenía planchando ropa fina. Su esposo, mi abuelo, era el maestro pizarrero Eppers de Salzgitter, también vivían en Lutter am Barenberge un tio y una tía. Mi tío, el señor Fritz Eppers era sastre. Ahí me matricularon en la escuela. Era un muchacho bastante vivo y cometía muchas travesuras. El director del coro de la iglesia se quejaba frecuentemente con mi abuela, también, con frecuencia me castigaba haciendo silbar la varita sobre mi espalda. Luego le decía a mi abuela: “Señora Eppers, ¿Qué será de este muchacho?”. Frecuentemente, ella me mandaba al bosque a recoger madera seca con la cual calentaba sus planchas. Muchas veces me tiraba sobre el césped  oia al cuco. Yo era muy precoz. Siempre me gustó leer, y a los 8 años a me sabia la Historia Sagrada de memoria. Luego regresé a Zellerfeld donde mi madre, y ahí asistió a la escuela. Mi padrastro me hizo pasar días tristes. Me escatimaba el padacito de pan que mi madre me daba para comer. Cuando cumplí 10 años dijo: “El muchacho debe trabajar en el bocarte para ganar algo”, Así lo hice. Salía a las 4 de la madrugada, atravesando la Bremerhohe, al bocarte de Claustal. ¡Ay, como lloraba en esos tiempos! Las mañanas eran tan húmedas, tan frías; yo llevaba un pedazo de pan que me lo comía en el camino, y dos pedazos de paz con un pocos de mantequilla para el almuerzo. En el bocarte tenua una olla de barro donde cortaba mi pan, le echaba un poco de agua y la ponía sobre el fogón. Así tenia algo caliente para mi estomago.  Las cuatro regresaba a casa, cenábamos, pero mi madre siempre guardaba un poco en una ollita y la dejaba sobre las cenizas del fogón y me lo comía ante de acostarme. Solamente había escuela los sábados.

Con 13 ½ años por fin recibí mi confirmación en el año 1853. Mi abuela se encontraba en Lautenthal con unos parientes. Eran las familias Just y Blum. EL hijo, Hermann Blum estudiaba en la Escuela de Minas. Posteriormente se hizo maestro siderulgico y factor. Mi abuela se estaba quedando con la familia Blum y me mandó decir que viniese pronto ASi lo hice, me abrazó y dijo “Schorse, ¿Quieres ir conmigo a Berlín a la casa de tio Carl para aprender el oficio de ebanistería?”, “O, si, abuela, contigo me voy con mucho gusto”. El bocarte es horrible y quiero alejarme del padrastro!” EN unos días partíamos hacia Berlín, ¡que alegría viajar en el ferrocarril!. Finalmente llegamos a Berlin, Markgrafenstrasse 14. Se llamaba Comerciante de muebles Carl Eppers. El tío se alegró mucho de tener a su anciana madre en su casa. Yo también estaba contento de conocer a mi tío, tía y primos. Las atenciones de mi tío eran mas cordiales que las de mi tía, me gustaba mas el. A ella le faltaba la parte central de hueso de la nariz, lo que para mi era muy repulsivo. Ella también se ponía celosa por la presencia de mi abuela porque me prefería a mi y no a los primos. Llegó al punto donde ella envidiaba el pan que me daba. Yo trabajaba arduamente. Con otro muchacho teníamos que transportar los muebles en una pequeña carreta a las casas de los clientes y subirlos 3 o 4 pisos. Los roperos eran muy pesados y las escaleras muchas veces estaban en malas condiciones. Siempre contenía la respiración antes de subir la escalera par que no me diera una hernia. Mi constitución era débil. Le daba a mi abuela las propinas que recibía y de ahí compraba mi ropa. Unas cuantas veces compré patas de cerdo cocidas en la carnicería porque siempre andaba con hambre porque mi tía no me daba suficiente de comer.

Mi tiempo de aprendizaje era de 5 años, pero después de dos años le dije a mi abuela: “Aquí no puedo aprender nada, paso casi todo el día repartiendo muebles con la carreta”. Me buscó otro maestro, no muy bueno, pero pasaba casi todo el tiempo en el taller. Para el examen oficial hice una cómoda de caoba. En 1858 aprobé el examen, recibí mi certificado y regrese a la casa de mi tío Carl donde permanecí poco tiempo. Un buen día le dije a mi abuela “Abuela, quiero ir a recorrer mundo. Quiero probar mi suerte en otros lugares. El tío es rico, sus hijos no tienen que emigrar, pero yo soy un pobre diablo”. Mis cosas se arreglaron rápidamente y un día por la tarde dije “Abuela, me voy”, “!Cielos muchacho! ¿Pero donde vas?” – “primero a Hamburgo”. “!O Dios mío, entonces no te volveré a ver nunca!”.

El tío y la abuela me acompañaron hasta la puerta. El me dio un Taler* “Bueno muchacho, lleva esto para tu viaje, pórtate bien por todas partes y que Dios te proteja”. La abuela me abrazó y me besó, y sus labios estaban fríos. Para mi todo esto es inolvidable. Al final ella me dijo, “Mi querido muchacho, no te vuelvo a ver, mis días están contados. NO te puedo dar nada, pero toma esta pequeña cruz de hierro con el Cristo, pertenencia a mi abuela, siempre cree en El. El te protegerá y te guardara en todas las dificultades y peligros, y ahora, ¡Adiós!, mi queridísimo muchacho, Dios te proteja y guarde”. Mi corazón me dolía, nos abrazamos y lloramos juntos. ¡Otro adiós y me marche al gran mundo! Me fui caminando solo, y llore por un buen rato. ¡Dios Mio, ahora esto solo, completamente solo!. Mi abuela, muy anciana, no viviría por mucho tiempo. Luego cobré animo y me dije –“Animo Schorse. Dios no abandona a ningún alemán. He aprendido un oficio y tengo mis pases”. Así seguí mi camino a pie. Cunado tuve una oportunidad me hice una bolsa de cuero, cosí el Cristo encima. Jamás me quite esta bolsita del cello. Dentro de unos días llegue a Hamburgo. Estaba asombrado y admirado de tanto barco grande. - ¡Ay, si solo pudiera viajar en uno de ello!. Conseguí un trabajo en Hamburgo y enseguida le escribí a mi abuela y a mi tio. Ella luego me contestó. Me contó que el Baron Alexander Von Humbold** había muerto, quel anciano de pelo blanco, que estaba sentado en una galera del observatorio, leyendo un libro “en aquel entonces el observatorio estaba en la esquina de Lindenstrasse y Markgrafenstrasse, cerca de donde vivíamos). Cuando lo veía, siempre lo saludaba de lejos con mucho respeto quitándome la gorra, y él siempre me contestaba con un cálida sonrisa.

Continuara


Moneda que en esos días valía tres marcos

** Científico alemán muy famoso

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