JORGE BÄHR: HISTORIA DE LA VIDA Y DE LOS VIAJES DE UN ALEMÁN (II)
[PARTE II]
Castillo If, sur de Francia
Historia de la vida y de los viajes de un alemán (nacido en Harz) quien emigró desde aquí en el año de 1862 y quien regresó ahora, para que sea sepultado en su hora en la tumba de su queridísima madre.
Continúa
George Bärh
No
me quedé por mucho tiempo en Hamburgo, quería conocer Mölln, donde está
enterrado Till Eulenspiegel*. Al llegar ahí visité la iglesia y me mostraron
una puerta lateral, como un nicho. Adentro colgaba un largo jarro de barro para
agua, parecía una corneta, y una camisa entera, hecha de pequeños anillos.
Pensé que debe haber pertenecido a un hombre muy extraño. De Mölln me fui a Lübeck,
donde visité la iglesia conocida por su magnifico reloj con los 12 discípulos,
que a mediodía pasan marchando frente a Cristo haciendo una reverencia.
Solamente el último discípulo, Judas Ischariot, no hace reverencia. En Lübeck trabajé
una temporada, y seguí a Stralsund. De vez en cuando escribía a casa. Así pasó
el año 1858.
A
principios de 1859, mi madre me escribió diciendo que mi abuelo había
presentado mi nombre para el servicio militar, y que mi nombre había salido en
el sorteo y tenia que presentarme puntualmente en Goslar**. Me presenté a
tiempo y me metieron en el 1er batallón de Cazadores, 3ra Compañía. En aquellos
tiempos solo se daba el servicio por año y medio. Fui el mejor en Tiro al
Blanco y en Gimnasia. Me dieron el segundo premio del rey, y nuestro capitán me
regaló una cantidad de dinero, el cual regresé a la compañía en forma de
bebidas. El tiempo paso rápido. Transcurrió el año y medio y recibí mi pase de
permiso por un año, para luego participar en las maniobras de otoño. Por
mientras regresé a Berlín y me puse a trabajar con el tío Carl. Hice varios
muebles y me quedé con la abuela porque ella dijo: “Muchacho, no te vayas, un
año pasa rápido”, y así fue. Regresé al batallón, participé en las maniobras de
otoño y el 10 de octubre de 1862 recibí mi pase de permiso para el extranjero.
Aun lo guardo, después de 51 años, amarillo y manchado por el sudor.
Después
fui a Zellerfeld y trabajé por un tiempo con el Sr. Rose en Zellerfeld, el
maestro ebanista. Mi hermana -yo tenía una hermanastra- pensaba casarse. Era
una muchacha muy buenamoza con bonito cuerpo. Quería casarse con un hombre, un
ordinario albañil de minas que no me gustaba. Mi madre había enviudado por
segunda vez y él quería meterse en nuestra casa por medio del matrimonio,
porque mi madre recibió la casa en herencia. Un buen día yo dije: “Madre, no
puedo ver a este hombre, y mientras yo estoy aquí el no entrará a nuestra casa,
prefiero marcharme”. Arreglé mis cosas y un día dije “Adiós querida madre, tal
vez no regrese nunca”, metí mi pase militar a la pequeña bolsa de cuero con el
Cristo, el que siempre llevaba al cuello. Mi madre y mi hermana lloraron “mi
querido hijo, no te vuelvo a ver, esto lo presiento”. “Si querida madre, tengo
que marcharme, a descubrir mundo. Soy un pobre diablo, tengo que probar
suerte”. Otro adiós, un beso y me fui. En la esquina del muro del cementerio
saludé una vez más con el sombrero, mi madre saludó con su mano y esta fue la
ultima vez que la ví.
No
fui a Berlín esta vez, pero fui directo a Hamburgo donde trabajé en una
mueblería. Con frecuencia visitaba el puerto y restaurantes frecuentados por
los marineros, donde los capitanes buscaban gente para sus barcos. Esperaba
encontrar una oportunidad para embarcarme para así poder trabajar en cualquier
lugar del mundo. Un día llegó un capitán, un ingles y me preguntó “Will you
work” (¿quiere trabajar?). Claro que no entendía lo que me estaba diciendo y el
patrón del local me explicó, si quería trabajar con el capitán y traer carbón
de Shields, en Inglaterra. Le pregunté sobre el pago y el me dijo una cantidad.
Pregunté al patrón cuando debería estar a bordo y el nombre de este. Entonces
dije al patrón: “Dígale al capitán que estaré a bordo puntualmente”. Regresé
inmediatamente a la posada donde me estaba hospedando. ¡Ay! Me sentía tan feliz
de haber encontrado un barco donde podría aprender el inglés y porque me marcharía,
pero luego me decepcioné. Esa misma noche zarpamos bajando el Río Elba.
Habíamos cinco marineros, un cocinero y su servidor. Con el capitán éramos un
total de ocho. ¡Ay de mí!, nadie hablaba alemán. El primer día transcurrió bastante
bien, pero ya de noche, empezó a moverse bastante el barco. Los camarotes de
los marineros estaban cerca de la proa, y uno encima del otro. Ni siquiera un
jergón de paja tenía. Me acosté sobre la mitad de mi cobija y con la otra mitad
me tapé. Enseguida me mareé. El tiempo empeoró y oí que el capitán gritó algo
hacia abajo. No entendí lo que dijo, pero me día cuenta que la gente corría
hacia la cubierta. Un marinero me pego en las costillas y me dijo “come up”
(suba).
En
Hamburgo y Lübeck había aprendido alemán de la localidad, y los que hablan ese
idioma de alemán aprenden rápido el inglés. Entonces descubrí que “come up”
quería decir que subiera a la cubierta, quizás para izar las velas. Mas seguro
me hubiera caído al mar. Pasé la noche vomitando. ¡Era horrible! Comenzó el
nuevo día pero la tempestad no se calmó. Tenia una terrible sed, y me arrastré
de mi camarote hacia el barril de agua, pero pobre de mí, apenas me había
parado, temblorosamente, y me caí. Arrastrándome, volví a mi cueva, cogí mi
bolsita de cuero y recé: “Dios misericordioso, ¡no me dejes morir!”. Por fin,
alrededor del mediodía, la tempestad comenzó a calmarse un poco. Nuevamente
salí a buscar el barril de agua y bebí todo lo que pude tragar, también busqué
algo de comer, en un armario encontré un pedazo de carne de cerdo salada y unas
galletas duras. ¡Con que gusto me comí la carne y las galletas! Por la tarde,
el cocinero me trajo un pequeño vaso de té (los ingleses solamente beben té).
Le agarré las manos para expresar mi agradecimiento, pero el solamente dijo
“All right, all right”, lo que quiere decir, “Está bien, está bien”. Por la
noche empezó el buen tiempo, y al día siguiente llegamos a Shields, Inglaterra.
Ahí nos quedamos unos días cargando el barco con carbón de piedra. Había veces
que pensaba, “Ser ebanista es mucho más fácil”, pero tenía que aguantar porque
tenia que regresar. El viaje de regreso fue mucho mejor.
En
Hamburgo continue trabajando en el barco. El capitán no me quiso pagar mi
sueldo, sino hasta que se descargara el barco. Para la descarga montaron una
especie de estantería, con cuatro varas atravesadas, con una polea arriba por
la cual pasaba una soga con una canasta amarrada al otro extremo. Tres o cuatro
hombres montados sobre las varas sostenía la soga y cuando la canasta estaba
llena, alguien llama “up”, y los cuatro hombres saltaban de las varas y la
canasta subía rápidamente. Durante los primeros días me dolían tanto las
piernas que apenas podía caminar. Finalmente recibí mi salario, y después de recoger
mis cosas le dije al capitán, “!Good bye, Capitán!”, él me contestó: “You´d
better stay here, with me. I like you”, (mejor quédese conmigo, usted me
gusta). Ya había aprendido algo del idioma inglés, busqué una posada para
ebanistas y al día siguiente viaje a Bremen, donde trabajé por un corto tiempo.
Luego me fui a Frankfurt. Dentro de mi corazón había algo muy raro, en ninguna
parte encontraba paz, siempre buscaba otros lugares. Así llegué a Heidelberg.
En
Heidelberg visité al antiguo palacio, y el famoso gran barril. En el kaiserstuhl
bebí vino blanco muy bueno, después fui a Strasburgo. Ahí visité la catedral
con su gran reloj artístico. Fue ahí que supe que en Strasburgo estaban contratando
jóvenes para la legión extranjera en el norte de África. Busqué la oficina
donde me encontré con varios jóvenes que también querían ser contratados. Ellos
me animaron diciendo: “Desde África nos mandan directo a México”. “Dios mío”,
pensé, “Voy con ellos, confió en mi suerte”. Me presenté, y me examinaron, para
esto tuve que quitarme la ropa. Fui aceptado inmediatamente, pero solamente por
dos años de servicio en México. Era el 13 de febrero de 1864, un día inolvidable
para mi porque ese día comenzaba una vida nueva para mí.
Siete
éramos los jóvenes que contrataron. No mencioné que ya había hecho el servicio
militar en Alemania. En nuestro grupo había un cura católico de Colonia, un
comerciante en bancarrota, un capitán que se había escapado de una fortaleza
donde estaba preso por haberse batido a duelo, un oficial austriaco, quien también
se había batido a duelo, un pintor que siempre estaba bromeando, un comerciante
suizo, y su servidor. Pasaron dos días y partimos hacia Marseille. Durante el
viaje, cerca de Lyon, pasamos una tremenda vergüenza. Una muchacha joven entró
a nuestro compartimento, nos miró pero no dijo nada. El pintor estaba haciendo
muecas, y le preguntamos “¿Qué te pasa? mira a la muchacha”. Él contestó “Tengo
tanto dolor de barriga que quisiera ir al baño en este momento, mucho más que
mirar a la muchacha guapa”. Nosotros contestamos “Que cochino eres, quizás ella
entiende”. El volvió a decir “No, ella no entiende lo que dije”. Ella,
seriamente dijo: “Si, ella entiende”. ¡Que caras mas largas y humilladas teníamos
todos! Nos disculpamos y nos pusimos a reír a carcajadas. Cuando llegamos al día
siguiente a Marseille nos mandaron al fuerte San Juan. Es uno de los puertos
mas viejos del mundo. Yo fui a pasear y compré naranjas, 7 costaban un sous. Un
sous es igual a 4 peniques. Llegaron otros legionarios también recién contratados,
y pronto salimos en un barco de carga hacia África.
El
viaje fue corto. Pasamos el Castillo If. Años atras había leído la novela “El Conde
de Montecristo” donde figura ese castillo, así que ya sabía de su existencia.
Luego llegamos al Estrecho de Gibraltar. Es una enorme roca bajo dominio inglés,
alta y con muchos acantilados. En frente estaba la costa norte de África, la
provincia de Algier. Nuestros corazones estaban latiendo porque habíamos llegado
a un nuevo mundo. Avistamos dos fuertes, unos mas arriba que el otro en las
altas montañas. Finalmente, llegamos al puerto Merselquibir. La primera impresión
es inolvidable. Los árabes de tez tan trigueña, muchachos fornidos, adultos y completamente
desnudos. La ropa era tan extraña, tan diferente de la ropa que usábamos en Alemania.
El idioma árabe, sobre todo, era muy extraño. Los gritos de los vendedores de
fruta nos causó mucha extrañeza. Conocí frutas que jamás había visto. Por fin
llegó un cabo para recibirnos y tuvimos que marchar al fuerte de más arriba, acompañados
de los gritos de los muchachos árabes. Arriba hacia un calor formidable. Pasamos
todo el día recibiendo nuestros uniformes, nunca volvimos a ver nuestra ropa de
civiles. Teníamos camas con catre de hierro con jergones de paja. Cuando apenas
había salido el sol al día siguiente, oí un canto en latín. Me di vuelta en la
cama y ví al pintor, envuelto en su sabana y parado en la cama, cantando: “In
dominus vobiscum, egum sum cum rum, spiritu te Deum”. Todos nos reímos a carcajadas
y preguntamos: “hombre, ¿Qué estás haciendo?”. Él, muy serio nos contestó: “Bueno,
tengo que celebrar la misa”. Así se burló del cura católico que estaba con nosotros.
Recibir
los uniformes era muy divertido: dos pares de zapatos, 2 pares de medias,
polainas blancas, canilleras amarillas, y los pantalones rojos, anchos que se
abotonaban debajo de la rodilla, parecidos a los pantalones de los Zuavos.
Luego, dos fajas de lana, una túnica, chaqueta corta, dos camisas, un
calzoncillo, dos corbatas negras, un par de tirantes, un pantalón de terliz,
una blusa, 2 pañuelos, una marmita de campaña con cuchara para comer, un
pequeño estuche con agujas, hilos, dedal, una gorra sin visera, la mitad de una
lona para tienda de campaña con dos varas que se unían y unos tacos para asegurar
la lona. En África los soldados nunca duermen en casas, siempre dormían dos
soldados juntos, amarrando las dos lonas para hacer una tienda. También recibimos
una mochila, en francés “havresac”, un abrigo, un paño gris y una frazada de
lana. Con todo este equipo salimos al campo, atravesando por la ciudad de Oran,
cerca a una aldea árabe. También nos habían dado rifles, modelos viejos que
funcionaban con pistones, una correa, una bolsa para balas y una vaina para la
bayoneta. Todo esto era nuevo e interesante para nosotros.
En
el camino vimos mujeres árabes, pero no se le veía la cara porque usaban velos.
Solamente para el ojo derecho había un pequeño agujero. En los pies llevaban
pequeñas pantuflas, en los tobillos gruesos anillos de plata, y anchos
pantalones bombachos. Esto nos asombró mucho. Los hombres llevaban largos albornoces
con turbantes en las cabezas. Cuando llegamos a nuestro campamento, un poco
alejado de la aldea árabe, nos separaron en escuadrones de 4 a 8 hombres, con
un cabo de escuadrón. Levantamos nuestras tiendas en filas, lo que presentaba
una vista muy bonita. Pronto empezaron los ejercicios. Para los que habían hecho
el servicio militar manejar las armas era fácil. Las ordenes eran en el idioma francés,
las aprendimos rápidamente. Aún recuerdo muchas palabras, cuando estaba como
aprendiz con el tío Carl, cada semana nos daban un cuaderno en francés para
leer. Entonces estudiaba con la idea que algún día me iba a servir. De esta
manera, el comienzo en la legión extranjera no fue tan difícil para mí, comprendía
todo muy rápido. La alimentación tampoco era tan mala. Cada tres días nos daban
pan fresco, 3 kilos, hecho de ¾ partes de harina de trigo. Por la mañana había un
vaso de vino tinto, también nos daban pan fresco, 3 kilos, hecho de ¾ partes de
harina de trigo. Por la mañana había un vaso de vino tinto, también nos daban café,
negro desde luego. El almuerzo consistía de carne, arroz, sopa, y por la tarde había
café nuevamente. Había veces cuando nos daban tabaco para fumar, y un sous (4
peniques) por día como salario.
Aproveché
todo mi tiempo libre para conocer la aldea árabe. Un día ví un grupo de mujeres
que transportaban algo pesado, cuando se acercaron ví que eran ocho o 10 mujeres
que llevaban un ataúd. Como no era permitido acercarse a ellas, menos aún un extranjero,
esperé hasta que llegaron al cementerio. Avancé con mucho cuidado, y por encima
del muro, que no era alto, pude ver a una mujer en el centro del grupo. tal vez
era la favorita. Todas levantaron sus velos, y entonces vi caras muy guapas. Cuando
la mujer del centro levantó sus manos, todas rompieron en un llanto lastimoso, gritando:
“!Allah es Dios, y Mahommed!”. Me fui sigilosamente para que nadie me viera.
Los árabes nos llaman “perros”, a los cristianos. Mas tarde me enteré que las mujeres
habían enterrado a su esposo y amo. ¡Que felices deben ser los hombres árabes!
En otra
ocasión cuando pasé por la aldea arabe, oí música en una casa, tam- tam- tam.
La puerta se abrió y salió un árabe muy bien vestido con albornoz blanco y turbante
de seda, y me dijo: “Allah, monsieur, entrez”. Entre pero me quede parado en la
puerta, completamente perplejo, porque por todas partes habían hombres árabes
en cuclillas, no usan sillas. También una sola mujer presente. Solamente detrás
de unas cortinas se veían unas figuras, moviéndose como sombras. El grupo
musical consistía de una flauta recta, un triángulo y un pequeño tambor. Una
mujer española bailaba enfrente de los músicos. Ella tenia dos pañoletas que blandían
en el aire, y movía su cuerpo al ritmo de la música. Me obsequiaron una pequeña
taza de café negro muy fuerte, y cigarros para fumar. Al rato me despedí saludando
con la mano, lo que significaba que estaba muy agradecido.
Muchas
veces, cuando me tocaba la guardia de noche, veía en la oscuridad algo que parecía
dos carbones ardientes que se movían. Pregunté a los demás que eran y me contestaron
que eran chacales, algunas veces hienas, que vagaban por la noche en busca de
comida. Admiraba mucho a los ancianos árabes pobres, sentados recibiendo el
calor del sol. Se pasaban horas buscando animalitos en su ropa interior, cuando
encontraban uno no lo mataban sino que lo botaban. Por esta razón habían tantos
piojos y pulgas.
Aquí
aprendí los versos que probablemente cada legionario conoce:
Hermanos de
tierra alemana
Escuchad mis
quejas.
Nunca dejéis
la Patria querida
engañados por
una ilusión.
Porque la
tierra extraña casi nunca
recompensa
el dolor de la separación.
Feliz
estaba, escuchando canciones
familiares todos
los días,
y en medio
de hermanos alemanes
crecí en
cuerpo y espíritu.
Pero mi
sentido aventurero
me trajo
hacia África,
soy
mercenario de Francia
en la Legión
Extranjera.
Reclutan
del sur y del norte
y de
cualquier región
para donde
el Gaula (árabe) se pone
un trapo
viejo en su lomo
el cual
lleva orgullosamente
en mil
pliegos hasta el fin de su vida,
y con el
albornoz bajan a la tumba
piojos y
pulgas.
Este es el país
de los franceses,
donde dicen
“pain blanc” en vez de Weisbrot,
y que
orgullosamente llevan
los pantalones
rojos igual que
los payasos
donde nosotros.
Y siempre
era truco francés:
hacernos creer mucho
donde no hay nada.
Pero
yo no me podría quejar, la disciplina no era estricta, los sargentos eran gente
bastante simpática, y todos cumplíamos con nuestros deberes.
A principios
del mes de marzo recibimos la noticia que el barco de transporte “Triade”
estaba por llegar. En poco tiempo zarparíamos a México, ¡que contentos estábamos!
Efectivamente, llegó el barco ya con una cantidad de soldados. A bordo, habíamos
2000 hombres. ¡Hurra! ¡Ya vamos a México! Pasamos por el Estrecho de Gibraltar –Este
es un fuerte alto e imponente construido sobre esta punta rocosa– y al otro
lado estaban las Islas Canarias, y luego la isla de Martinique, una colonia
francesa; aquí desembarcamos; los habitantes casi todos son negros. ¡Ay!, todo
era tan nuevo para nosotros! Aquí probé los primeros bananos. Permanecimos ahí
por 7 días. El domingo los negros tenían su baile; sus troncos desnudos, las mujeres
llevaban una especie de chalín largo alrededor del cuerpo. No en dos filas, los
hombres frente a las mujeres. Saltaban y brincaban al ritmo de la música del
Tam-Tam (una flauta, un triángulo y un tambor, este es un tronco largo y hueco
cubierto con piel. El musico lo acomoda bajo el brazo izquierdo y le pega con
los dos puños). Entre ellos se veían unos cuerpos fuertes y robustos; para
nosotros este era un espectáculo magnifico, sobre todo las mujeres. Algunas con
unos senos largos y colgantes. Ellas llevaban unas faldas cortitas.
El
domingo nos embarcamos y zarpamos hacia la isla Guadalupe, también colonia
francesa. Ahí había un hospital con un bello jardín y llevamos un enfermo del
barco a este hospital. Las islas están situadas en una zona tropical. Partimos
inmediatamente. Todos a bordo dormimos en hamacas, que es mucho mejor que dormir
en los camarotes que no son mas que cajas de madera. Solamente para hacer nuestras
necesidades nos enfrentábamos con cierto peligro, porque teníamos que pararnos
sobre una cadena en la proa del barco, y esta a veces se movía horriblemente y
nos mareábamos con el movimiento de arriba y abajo. Por suerte tuvimos buen
tiempo durante la travesía, y llegamos el 1 de abril de 1864 al puerto de
Veracruz (México) y al cuartel. Aquí hacia mucho calor. Veracruz no es un
puerto saludable, casi todos los años hay fiebre amarrilla, o vomito negro,
como lo llaman los mexicanos. Permanecimos aquí dos días. Veracruz es el puerto
más importante de México, pero no tiene muchos atractivos, solamente un fuerte
solitario en el lado oeste frente al puerto.
Continuará
* Conocido por sus múltiples travesuras
** En el documento original, traducido hacia mediados del siglo XX aparece que en este documento había un mapa, el cual hacia el presente está perdido.
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