MARIO VARGAS LLOSA: EL ESCRIBIDOR Y SU ÉPOCA
Momento en el que Mario Vargas Llosa recibió, en el año 2010 el Premio Nobel de Literatura
Javier Suazo Mejía
Tremenda
época, tremendo siglo en el que le tocó vivir a don Mario Vargas Llosa, y, sin
embargo, este fue el tiempo de su gloria y el terreno fértil para su legado
que, sin duda alguna, se dilatará en el tiempo. Hoy, 14 de abril de 2025,
apenas a un día del fallecimiento del Premio Nobel de Literatura, y pilar
fundamental de las letras latinoamericanas y universales, escribo estas líneas
introductorias a mi artículo sobre Vargas Llosa porque, además de la pena que
siento por la partida de un ser humano que dejó tan buena siembra en la vida de
muchos y en la mía propia, ha despertado enormemente mi curiosidad el ver la
variedad de comentarios que se hacen sobre su obra literaria y su pensamiento
político.
Por
supuesto, los hay elogiosos, como, sin duda, merece. No obstante, también he
leído buena cantidad que atacan su figura desde las más virulentas notas, hasta
las más disimuladas, pero no por eso, menos alevosas. Sin duda, una figura tan
polifacética y rebelde ante todo tipo de fundamentalismos como lo fue MVLL, no
podía pasar por esta existencia sin levantar polvo, y en el caso de este
singular autor, no solo levantó polvo, causó terremotos.
Considero
que la libre expresión del pensamiento debe defenderse en toda circunstancia,
pese a que algunas reflexiones parecen no provenir del pensamiento sino de una
visceralidad acéfala, como es el caso de muchos acólitos de la izquierda
radical quienes repudian la figura de MVLL porque han escuchado por ahí que el
autor era de «ultraderecha conservadora», aseveración que muestra suma
ignorancia acerca del pensamiento, obra y acción de Vargas Llosa. MVLL se
identificaba a sí mismo como liberal-demócrata, nada que ver con el
conservadurismo extremista, todo lo contrario; de hecho, él comenzó sus andares
políticos en el marxismo, pero, después de un largo proceso, como afirmaba MVLL
en sus propias palabras, abandonó esa ideología al ser testigo de la violación
a los derechos humanos, la tiranía y la acumulación de riqueza de los líderes
de los regímenes socialistas alrededor del globo. Esto es lo que no le perdonó
jamás la izquierda intolerante e hipócrita.
Otros
hay quienes, desde su enanismo, juzgan la obra de un gigante como MVLL de
manera despectiva, fundamentados en las arenas movedizas del gusto particular. Como
ya dije, cada quien tiene derecho a opinar según su parecer, y cada cual tiene
sus agrados personales —para gustos, los colores—; pese a ello, cuando alguien,
desde un plano menor y gris, hace referencia con términos despectivos hacia la
obra de quien, además, recibió todos los premios literarios habidos y por
haber, incluidos el Nobel, el Príncipe de Asturias, el Cervantes, el Rómulo
Gallegos, etcétera, y que, asimismo, es aplaudido por millones de lectores en
todo el globo, la prudencia aconseja guardarse tales comentarios para uno mismo
a fin de no hacer el papelón de oportunista, ignaro o simplemente bobo, pero,
en fin, allá cada quien.
Lo
cierto es que en esta época que le tocó vivir al doctor Mario Vargas Llosa,
cualquiera opina, y opina cualquier cosa, hasta lo que no sabe. Umberto Eco,
insigne escritor, pensador y semiólogo lo dijo: «Las redes sociales le dan el
derecho de hablar a legiones de idiotas que primero hablaban solo en el bar
después de un vaso de vino, sin dañar a la comunidad. Ellos eran silenciados
rápidamente y ahora tienen el mismo derecho a hablar que un premio Nobel. Es la
invasión de los idiotas». Pero, no sigo, hay que respetar la libre emisión del
pensamiento.
Prefiero
hablar, de manera personal, sobre lo que Mario Vargas Llosa significó para mí y
cómo cambió mi vida y mi visión del mundo, lo cual refleja el poder de la
literatura en su capacidad de impactar y transformar mentes, en todos los
tiempos y sin importar las distancias.
La
primera obra literaria latinoamericana, la primera de cualquier autor del
«Boom» que leí fue «La guerra del fin del mundo», portentosa novela acerca de
la rebelión de Canudos, pueblo del nordeste brasileño, en las postrimerías del
siglo XIX. Aquella gesta absurda encabezada por el fanatismo religioso y
conservador en contra de la naciente república progresista y liberal, narrada
con minuciosa perfección, cuajada de personajes inolvidables como Antonio
Consejero, el anarquista Galileo Gall, el León de Natuba y tantos otros,
revolucionó mi mente que recién entraba a la pubertad. Mi madre me obsequió la
novela para celebrarme mi doceavo cumpleaños, el 14 de julio de 1979. Era una
hermosa primera edición de Seix Barral que devoré con un entusiasmo
incontenible a lo largo de aquel mes. La habilidad de su autor me pareció
alucinante, cómo dibujó a cada personaje, a las circunstancias que les
rodeaban, la precisión de las acciones bélicas, el detalle de las conversaciones
conspiratorias de los políticos, en fin, me abrió la visión sobre las
posibilidades de la novela como medio narrativo. El autor, Mario Vargas Llosa
fue, desde entonces para mí, entrañable.
A
esa novela le sucedieron «Pantaleón y las visitadoras» que me robó sinnúmero de
carcajadas, «La tía Julia y el escribidor» igualmente entretenida, «¿Quién mató
a Palomino Molero» con su trama de novela negra andina, «Conversación en la
catedral», «El paraíso en la otra esquina», «La ciudad y los perros», «La casa
verde» y otras más. Así fue cómo leerle se convirtió en conocerle, y ello, a su
vez, me llevó a desear escribir, a crear mis propias narraciones y universos,
por eso le estoy agradecido.
Debo
apuntar, eso sí, que no es mi intención endiosarlo ni nada parecido. Humano
como fue, tuvo encontronazos con algunos como el querido Gabriel García Márquez
quien, como testimonio, dejó un par de fotos con el moretón que le dedicaron
los puños de MVLL, o como Borges que lo encontró algo impertinente, o los
priistas mexicanos a quienes acusó de haber creado la dictadura perfecta; pero,
pese a todo, más de quienes no lo tienen en gracia, somos los que hoy aplaudimos
su existencia, su implacable persecución de «la alta cultura, la libertad y la
justicia» a través de la literatura, según sus propias palabras. También decía
él: «Seríamos peores de lo que somos sin los buenos libros que leímos», lo que
afirmaba, de manera paralela, lo que él llamaba la «pasión, vicio y maravilla
que es escribir», y, por ello, también se le aprecia. Por otra parte, en el
terreno de la política, MVLL sentenciaba: «Enfrentándonos a los fanáticos
homicidas, defendemos nuestro derecho a soñar y a hacer nuestros sueños
realidad», pensamiento acorde a otros más que lo llevaron a ser un fuerte
contendiente por la presidencia del Perú, ratificando que siempre tuvo mucha
gente de su lado.
Así pues, estos fueron los tremendos tiempos del escribidor Mario Vargas Llosa, a ratos ingratos, a ratos cuajados de bendición; época de transición en el cual el mundo pasó del blanco y negro al Technicolor, y de la pluma se llegó a la inteligencia artificial; puente entre dos siglos, de masas vociferantes, caudillos sanguinarios a la vez que folclóricos, la revolución de los idiotas junto a la revolución de las letras, sin duda alguna una tremenda era que ahora queda un poco más sola, un poco más árida, sin el escribidor que ponía el dedo en la llaga y la imaginación en las nubes: Mario Vargas Llosa.
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