Contracorriente: UN HERMANO EN ROMA
Juan Ramon Martínez
La Iglesia Católica, Apostólica y Romana acaba de elegir a su
Pontífice Máximo. El Colegio de Cardenales, eligió a Robert Prevost Martínez,
como 167 sucesor de San Pedro en la catedra romana. La Iglesia Católica es la
organización religiosa mas antigua de occidente. Sobrevive en tiempo al Imperio
Romano que algunos dicen al que contribuyó a derribar desde adentro (Gibbon).
Es más antigua que las Naciones Unidas. Y de la mayoría de los estados modernos
que constituyen la comunidad mundial.
Es, como se sabe, una organización humana y divina que por un lado
conduce al pueblo de Dios hacia el encuentro con el padre y por la otra, trabaja
en favor de la paz, la fraternidad y la comprensión entre todos los habitantes
del planeta. Por ello, juzgar la elección del nuevo líder de los católicos no
es asunto fácil.
En lo que, a organización humana, cada quien la imagina de su parte;
o como expresión del enemigo a vencer. Como voluntad divina, los designios de
Dios no siempre son comprensibles, especialmente por lo que no creen en su
inmensa misericordia y amor por los seres humanos.
La Iglesia tiene muchas dificultades que obligan a plantearse la
eficacia de su funcionamiento para responder a sus tareas. Desde 1945, aunque
no ha habido una guerra general en que se impliquen dos o más potencias, no ha
habido un día planetario en que haya privado la paz. Siempre han sonado los
disparos; se ha derramado sangre y se han escuchado los lamentos de una madre
adolorida ante el cadáver de sus hijos o de sus hermanos. Hermanos contra
hermanos levantan el brazo para hacerle daño a los otros. Incluso desde la
pasividad, muchos pueblos le hacen daño con fiera eficacia a la casa común y
comprometen la vida sobre la Tierra. Y desde los pueblos del sur, muchos
millones huyen hacia el norte, buscando seguridad, empleo y bienestar. Algunos
exitosos odian a los pobres.
En síntesis, la Iglesia enfrenta cuatro graves dificultades: la
guerra, la destrucción del planeta, las migraciones y los modelos de desarrollo
y estilos de bienestar.
Como organización humana, la Iglesia tiene diferencias internas
sobre como abordar estos problemas. Hay discusiones de carácter teológico que
comprometen la decisión que si para cambiar el mundo la iglesia tiene que cambiarse
a sí misma; y negar su misión divina. Hay diferencias que se tienen que resanar
en el corto plazo. Tiene problemas de financiamiento. También diferencias entre
la Curia romana y el modelo de dirección adecuado del Pontífice y la
participación de los fieles dentro del concepto de la sinodalidad. El camino
iniciado por Francisco, debe consolidarse, revisando las aristas que crearan
debilidades y errores propios de los humanos. Urge consolidar la unidad en el interior,
acercar a sus servidores al pueblo; y buscar que quienes han dejado de creer --
especialmente la Europa occidentalizada-- regresen al encuentro del Cristo que
nos hace uno y nos anima para el camino hacia el padre, en ambientes de paz y en
la seguridad de estar a su lado.
Para enfrentar estos problemas los Cardenales, iluminados por el Espíritu
Santo, eligieron a un misionero, un hombre que escucha, humilde en su vocación
de servicio; e inteligente y comunicador eficaz para suceder a Francisco que
dio ejemplo de cercanía, valor y fuerza para avanzar popularizando la palabra
de Dios desde la vida cotidiana. En el nuevo Pontífice, se ha nombrado un
hombre de dialogo, que escucha y actúa. Y el que, además, tiene la confianza de
los feligreses de la orilla, que entiende los dolores de los excluidos; y que conoce
todos los obreros de la mies. Su trabajo en la Curia, durante estos años, le dan
experiencia para convocar, escuchar y unificar acciones, consolidando la brecha
que iniciara Francisco en su papado singular.
León XIV, fiel al nombre escogido enfatizara en la cuestión social, animara al capitalismo a entender sus responsabilidades, obligando al mundo a reconocer que esta frente a una nueva revolución industrial. Para escucharnos e imaginar soluciones en que, ampliada la casa común, podamos ser uno en Jesucristo construyendo avenidas de amor y respeto. El espíritu de San Agustín, en que todos somos uno en Cristo y hermanos para abrir la puerta a los que sufren, ayudara a cambiar a los que creen que el egoísmo y la competencia, son alternativas a la cooperación y compasión cristiana entre los hermanos para construir la “Ciudad de Dios”.
Tenia que ser Martínez
ResponderBorrarQue Dios lo guíe en esta difícil posición que él Espíritu Santo le ha encomendado.
BorrarTenía que ser Martinez.Un primo en Roma
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