GORGE BÄHR: HISTORIA DE LA VIDA Y DE LOS VIAJES DE UN ALEMÁN (VIII)
[PARTE VIII]
Catedral de Comayagua, 1859.
Continúa
George Bähr
Yo
llevaba unos chalines conmigo, también revólveres, los cambié por oro en polvo.
Prácticamente toda la gente de ahí lava oro, ellos son mestizos. Los ríos de
Olancho llevan mucho o poco oro en polvo. Vi como un hombre sacó un pedazo de
oro de un rio bastante profundo cerca de una aldea pequeña que se llamaba
Rusia. Este pedazo era delgado y pesaba un poco más que una onza. Le ofrecí un
precio alto, pero no me lo quiso vender. Don Juan Colindres me dijo que me
pudiera enseñar -si quisiera- el lugar de donde los hombres sacaban el oro lo
que después fundían en simples calderos de hierro; era un oro hermoso, de un
amarillo brillante, de 22 kilates. Nosotros fuimos a este lugar, y ¡de veras!,
había una colina con un hoyo como una entrada a una cueva, porque ya habían
sacado un montón de cuarzo de oro. Dios mío, pensaba, aquí hay grandes riquezas
en la montaña. Le dije al señor que no debía hablar de esto a nadie, yo iba a
tratar de conseguir una licencia de las autoridades, y entonces íbamos a
trabajar juntos. Nosotros regresamos por otra ruta para no tener que pasar por
aquel punto peligroso.
En
Olancho corre el rio Guayape que lleva mucho oro en su fondo. Un americano que
antes había empeñado un alto puesto en la Municipalidad de Nueva Orleans y
además era mayor militar (el nombre no importa porque el señor todavía vive)
quería construir una represa en el río a todo trance lo cual le causó gastos
exorbitantes. En la Municipalidad de Nueva Orleans había desfalcado medio
millón de dólares, pero: el dinero cantando se viene, cantando se va; una noche
cayeron tremendos chubascos y destruyeron todos los diques. Este hombre perdió
toda su fortuna en especulaciones en minas.
Una
mañana durante nuestro viaje pasamos por un rancho donde estaban ordeñando las
vacas. Uno de mis mozos tomó la palabra y me dijo -“Ay, Patrón, cómprenos un
poco de leche fresca”. Le di un real (igual a 20 peniques) y él trajo un guacal
lleno de leche. Me la ofrecieron primero a mí, pero bebí poca porque sé que la
leche de vaca fresca es laxativa; pero mis hombres vaciaron todo el gran
recipiente. No me preocupé, pero después de aproximadamente una hora me di
cuenta que uno tras otro se apartaba, mostrando dolor de barriga. Yo pregunté
–“Juan, ¿qué pasa?” Él hizo muecas, porque él también tenía dolor de barriga,
-“Ay, Patrón, la leche nos ha hecho daño”.
Por
la tarde llegamos a un lugar con cuatro o cinco casitas. No podíamos encontrar
posada, solamente había una champa donde nos podíamos alojar, pero no era más
que un techo de manaca con los lados abiertos. Mientras los mozos amarraron las
bestias yo me fui en busca de blanquillos y conseguí unos. Una mujer estaba
cocinando el maíz, y yo metí los huevos en la olla del maíz para cocinarlos;
pero que pena, los dejé mucho tiempo en el maíz hirviendo y resultaron duros.
Uno de ellos ya tenía pollito. Pero a pesar de todo los comimos, porque en un
viaje como éste un café en un pequeño guacal y una o dos tortillas son cosas
deliciosas.
Hace
mucho frio en este lugar por la Navidad, el viento sopló fuerte, y toda la casa
estaba abierta. En mi hamaca aguanté mucho frio. La vieja mujer dormía en esta
casa arriba bajo el techo en una tarima. Antes de la noche había dejado entrar
unos terneros. Estos andaban toda la noche de un lado para otro, topando con mi
hamaca. Mis hombres se acostaron juntos en una esquina en el suelo. A
medianoche escuché un niño llamando -“Mamá, quiero orinar”, y oí la
contestación de la madre -“Vaya, muchacho, orine para abajo”. Pero yo grité
–“¡Cuidado que no me orine en mi cabeza!” La mañana me dieron un pequeño guacal
con leche quemada. Nuevamente seguimos adelante. Yo dejé que mis hombres
tomasen la delantera y me quedé atrás. No estábamos lejos de la capital de este
departamento de Yoro, lo cual se llama Yoro también, pero no entramos a la
ciudad. Yo vi que varios de mis hombres tenían las manos sobre sus barrigas,
entonces pregunté -“¿Qué les pasa?” Juan contestó -“Ay señor, los huevos duros
de anoche. Si no tuviéramos respiración atrás nos reventaríamos”. Me reí a
carcajadas, porque lo dijo con una voz muy grave. En el Departamento de Yoro
hay todavía muchos miles de indios indígenas que no hablan español. Como
vestido no llevan más que un taparrabo, los fabrican de la corteza de un árbol
que llaman hule. Esta corteza la golpean hasta que esté suave como tela. Las
mujeres llevan una pequeña prenda que tiene 30 a 40 centímetros de ancho y
llega hasta el muslo, el resto del cuerpo queda desnudo. Todas estas criaturas tienen
sus chozas en los picos de la montaña, cada choza tiene dos aperturas, una
hacia el norte, la otra hacia el sur de esta manera pasa el aire a través de la
casita. Todos ellos tienen gran miedo a resfriarse, y cuando alguien coge un
catarro, los demás se corren. Cultivan maíz para su alimentación, también
tienen vacas, comen muchos caracoles, los cuales buscan en los ríos. También
recogen zarzaparrilla en las selvas y la venden por poco dinero.
Quiero
contar de los buenos dientes que estos indios tienen, y esto es porque no comen
pan de masa fermentada como nosotros. He visto hombres viejos con toda su
dentadura intacta, y nunca habían tenido dolor de muelas. Toda su vida habían
comido tortillas de maíz. Para las tortillas se cuece el maíz con cal, después
de lo lava muy bien, y por eso no tiene microbios. La masa fermentada del pan
en Europa no es nada más que millones de organismos microscópicos llamados
microbios. La mayoría de estos indios nunca ha probado un pedacito de pan.
En
el camino me encontré con un hombre a quien conocía desde San Pedro Sula. Él
también me reconoció en seguida y me llamó don Jorge. (Después de mi casamiento
decidí usar mi nombre correcto: Georg, Jorge en español). Este señor conoció mi
tienda y estaba bastante sorprendido cuando me encontró allá. Se llamó Nicanor
Sandoval. Él me preguntó a donde viajábamos. Se lo dije e inmediatamente me
ofreció posada en su casa, porque su casa sería la más grande y la mejor en la
comunidad, y las mujeres indias en ella me tendrían que dar lo que desearía.
Como ya era tarde, acepté su invitación dándole mis gracias. El lugar se llama
Habana. En la casa encontramos unas indias, cinco, quienes se querían correr al
vernos. Pero las calmé y le dije que su patrón, don Nicanor me había invitado y
además había dado la orden que se me diera todo lo que necesitaba. Entonces
pedí tasajo. Las mujeres me miraban con sospecha y contestaron que no había.
Entonces Juan me advirtió que abajo en un campo habían unos cerditos. Le di un
peso para comprar uno. Pero él regresó pronto con la razón que no estaban de
venta a lo que contesté -“¡Ya verás, venite!” Cogí mi revólver, y sin
preliminarios maté uno de los cerditos. Juan lo agarró en seguida; pertenecían
a una mujer vieja, y ella levantó un lamento infernal gritando -“¡Ahora me lo
pagan, ahora me lo pagan!” Yo dije –“Muy bien, ¿cuánto vale?” La mujer exigió 6
reales y se los pagué. De esta manera conseguimos algo para comer.
Ya
estaba un poco oscuro, por eso destazamos el cerdo a la carrera. Los intestinos
botamos. Pedí una gran olla y frijoles a las indias. Me contestaron “no hay”,
pero le dije a Juan -“Vas a ver, yo consigo frijoles”. Saqué mi botella que
todavía llena por la mitad con aguardiente que se hace de caña de azúcar y que
tenía hojas de hierba buena y enebrinas lo que es muy bueno cuando se tiene
dolor de estómago, tomé mi copa de caucho, eché un poco del guaro adentro y
tomé un trago, porque los indios son muy desconfiados, y el resto le dí a una
de las mujeres, y ella se lo tragó en seguida. Ella no dijo nada más que
“bueno” (Muchas no hablan español todavía). Ella se fue luego y regresó con un
guacal lleno de frijoles. Les dí un cigarro a cada una de ellas, y entonces me
miraban con más amabilidad. Nos faltaba sal. Pregunté a una de las mujeres si
había algo de sal. Me contempló con una mirada insolente y dijo –“dame otro
trago”. Ellas dicen “tú” a todo el mundo. Ella se fue y yo la seguí a la cocina
donde ella sacó del poste que servía como soporte a la viga transversal un
paquetito de sal, envuelto en una tusa. Mientras mis hombres habían encendido
una gran hoguera frente a la casa, y todos esperábamos con gran hambre los
frijoles con la carne de cerdo. En eso vino uno de mis hombres y llamó
-“¡Patrón, véngase a ver una cosa!” Nos fuimos todos a la cocina que estaba un
poco apartada de la casa. Adentro había un gran fogón dividido en varios
sectores. Arriba en el fogón estaba sentada una india vieja, su barriga estaba
desnuda. Ella tenía un palo puntiagudo como un dardo en la mano y estaba
tostando todas las tripas del cerdo destazado, que los hombres habían botado.
Esta vista me causó náusea. Pregunté a mis hombres si la mujer había lavado
bien estas tripas, pero ellos contestaron -“No, no las lavan, las pasan por los
dedos”. Las mujeres de esta casa estaban un poco mejor vestidas que otras, o
sea con una enagua corta y una pequeña chaqueta. Su pelo, muy grueso y
desgreñado y sucio, llevan partido en medio de la frente para que los ojos
puedan ver. Comimos nuestra comida frugal a la luz de unas astillas resinosas
metidas en la pared. La carne estaba muy tierna, pero los frijoles estaban
todavía un poco duros, pero en un viaje como éste todo es sabroso.
En
estos países trópicos todos duermen en hamacas, y es verdad, una vez
acostumbrado a esta manera de dormir, se duerme bien. Ninguna cama del mundo es
tan suave como una hamaca. Los indígenas del interior estiran la piel de una
vaca sobre sus tarimas. Muchas veces hay pequeños insectos adentro; a causa de
esto los indígenas tienen otra costumbre, es decir ellos duermen completamente
desnudos, cubriéndose solamente con una manta, también a causa de las muchas
pulgas y chinches. Hasta la cabeza cubren con la manta. A veces duermen sin
almohadas, con la cabeza sobre un brazo. Yo amarraba mi hamaca siempre cerca de
una puerta. Las puertas chirriaban al abrir, porque no tienen bizagras. El lado
derecho de la puerta tiene una punta saliente arriba y una abajo que se inserta
en hoyos taladrados en las vigas transversales del dintel y en el umbral;
muchas veces se forra estos hoyos con la parte inferior de una botella
quebrada, así la puerta se gira en estos vidrios. En las aldeas del interior no
se conocen cerraduras de puerta. Por dentro se coloca simplemente una tranca.
Cuando alguien aquí abría la puerta, desde luego chirriaba en el vidrio, y
claro que me desperté cada vez. Cuando amaneció y hacía un poco de luz pude ver
unas figuras desnudas, hombre o mujer, que sin pena andaban por ahí. Para ellos
es completamente natural, y muchas veces me dio la risa ver a ellos así. Una
noche cuando apenas había conciliado el sueño vino una india a mi hamaca, me
tocó el brazo y dijo –“Dame un trago, tengo dolor de barriga”. Yo contesté
-“Déjame dormir, yo no tengo”. Pero ella me agarró más fuerte y casi me sacó de
la hamaca. -“Si, tú tienes, ¡dámelo, tú tienes, dámelo ya! Tuve que levantarme
para darle su trago. Cuando se lo había tomado dije “¡Qué bueno!” Mi guaro
estaba bastante fuerte. Ella se sentó en mi hamaca y no se quiso bajar. Yo le
dije –“Ándate, yo quiero dormir, estoy cansado”. Por fin se fue.
Nos
levantamos muy temprano para marcharnos luego. A las 10 más o menos pasamos por
una montaña alta con muchas champas de indios. Una de ellas estaba cerca del
camino. Los caminos del interior se llaman “Camino real”, no son caminos
carreteros sino simples senderos o caminos de herradura, montaña arriba y
montaña abajo. Honduras es muy montañosa. Pues cerca de esta champa me bajé de
mi mula, realmente no quise nada más que conocer el interior de una choza.
Saqué de mi bolsa un pedazo del cerdo cocido y dos pedazos de un atado de
dulce, sólo entonces vi que un indio me miró ávidamente el dulce. Por eso le
regalé un pedazo. Apenas lo tenía en su mano cuando corrió a la champa para
enseñárselo a una mujer vieja, tal vez su madre. Me fui atrás de él, y cuando
él miró hacia atrás yo ya estaba en la puerta. Se sobresaltó, pero le dije “Soy
tu amigo”, y él se calmó. ¡Pero que vista tuve cuando entré a la casa! Cerca de
la apertura o puerta estaba una mujer vieja; al verme gritó “¡huhu, huhu!”
estaba delante de la piedra que sirve para machucar el maíz. ¡Qué figura! No se
podría pintar una bruja en manera más horrible. Llevaba una corta enagua con
muchos rasgones la cual no le llegó hasta las rodillas, y con cada movimiento
se meneaba como una banderita en torno al cuerpo. El cuerpo era viejo y
demacrado, la piel caía en arrugas y tenía un color rojizo-marrón; la cara era
tan fea que daba miedo. El pelo lo llevaba colgante y partido encima de la
frente para poder ver. En la casita no había nada más que dos objetos que
parecían cajas, pero eran sus camas. Estaban hechos de la corteza del hule que
ya he descrito. Estas cajas tenían una altura de más o menos un metro. De la
misma corteza fabricaban una especie de cobija. Me quedé muy sorprendido porque
estas cajas son tan angostas que la gente tiene que dormir en gran apretura. Su
comida es miserable; ya he reportado que comen los caracoles de los ríos,
también comen los grandes gusanos que viven bajo la corteza de los árboles
viejos y que se conocen como “gallina ciega”. Estos gusanos crecen hasta el
largo de un dedo, y tienen pies. Los ensartan, uno tras otro, en un palillo
puntiagudo, y así los asan. Para esta gente constituyen un plato muy delicioso.
Una
de las casas más grandes donde pernoctamos tenía un gran fogón en la cocina.
Uno de mis compañeros dijo -“Patrón, véngase a ver”. Era todavía muy temprano y
me fui con él a la cocina donde encontré a cuatro o cinco indios acostados casi
desnudos en torno del fogón, siempre con la cabeza acostada en las nalgas del
vecino. Así dormía esta pobre gente. En los valles tienen plantaciones de
plátanos, casi no hay bananos. El plátano es su alimento principal. Estos
indios son todavía bastante primitivos. Años más tarde pasé por un alto pico en
la montaña, también en el Departamento de Yoro. Este pico se llama Mico
Quemado. En un lado de él vivían muchos indios Jicaques. Cerca del camino
estaba una casita y cuando pasé en frente oí un gemido, me acerqué, y ¿qué es
lo que veo? Una muchacha yacía en la tierra agonizando. Bajé de mi mula y
pregunté a la niña qué le pasaba. Me miró con ojos incomprensivos, ya no podía
hablar. Su cara y su ropa estaban llenas de ceniza, se había revolcado en la
ceniza del fogón. Me fui a otra champa donde encontré a dos mujeres indias.
Cuando me descubrieron se querían correr, pero les hablé con autoridad y se
quedaron. Les pregunté porque dejarían morir a la niña así sola. Simplemente me
contestaron -“Quiere hombre”. La muchacha pertenecía a otra tribu y más tarde
supe que se había muerto. Los indios son tan supersticiosos en cuanto a
enfermedades. A esta muchacha le amarraron bejucos en las piernas y después la
arrastraron sobre la tierra y por último la tiraron a un abismo. Las autoridades
no se preocupan en absoluto por ellos.
Pero
quiero seguir contando de mi viaje. Solamente nos faltó un día para llegar a
San Pedro Sula. Habíamos estado seis días en camino, y siete días dura el
viaje. El día siguiente llegamos bien a San Pedro Sula, y yo estaba muy
contento porque había descubierto las minas de oro, y también había conocido
una gran parte del país y su gente. En la montaña de Olancho había todavía
muchos coyotes, una clase de chacal o perro salvaje que vivían en las rocas y
aullaban por la noche. Estos animales roban terneros y los comen.
Como
he reportado, los precios de caoba y cedro estaban altos, por eso todo el mundo
empezó a talar, y yo también. El ferrocarril de Veracruz a la capital de México
pasaba por selvas ricas en caoba y cedro. La compañía quiso aportar flete para
el ferrocarril y por eso enviaba muchísima madera con él. El resultado era que
los precios bajaron, porque los mercados quedaron inundados de esta madera.
Muchas empresas quebraron, porque habían trabajado con crédito y fueron
embargadas. Yo perdí más de 10,000 pesos (1 peso = 1.60 marcos) de mi propio
capital. Esos con contingencias inseparablemente relacionadas con el comercio.
En
1884 mandé a la exposición mexicana en Berlín una caja de madera de San Juan
con varios objetos, entre ellos muchas tablitas de diferentes maderas, también
un pedazo de madera del palo de liquid amber (liquidámbar), lo cual sorprendió
a todos. Además mandé reproducciones y fotografías de las piedras y ruinas de
Copán, plantas textiles y medicinales, caucho, cueros de venados y tigres y
otras curiosidades más. Por esto recibí un diploma y un primer premio y fui
nombrado miembro corresponsal.
En
1887 me visitó un señor, Mr. Edward Mayes. Era de nacionalidad inglesa y era
ingeniero de profesión. Él vivía en Comayagua (que queda aproximadamente a
cuatro días de viaje de distancia a San Pedro Sula) Yo lo conocí. Él me informó
que conocía en Olancho una veta de oro y me contó del mismo lugar cerca de
Concordia donde yo había estado. Él era también agrimensor. Nos pusimos de
acuerdo acerca de la formación de una compañía para explotar juntos esta mina.
Nos fuimos a la capital Tegucigalpa, entonces mi amigo, don Luis Bográn, era
presidente, y por eso no me costó conseguir licencia. Nuestra compañía iba a
llevar el nombre “Bähr y Mayes”. Yo me fui solo a Tegucigalpa, porque Mayes no
tenía buena reputación, tenía una lengua afilada y aparte de eso era un gran
fanfarrón.
Tengo
que contar lo que me pasó durante mi viaje a Tegucigalpa cuando pasé por
Comayagua. En Comayagua supe que estaban esperando al presidente don Luis
Bográn de Tegucigalpa; todo el mundo salió a caballo para encontrarlo, desde
luego yo también. Nos paramos en una aldea pequeña, ahí conocí al obispo de
Honduras, señor Manuel Francisco Vélez. Era un hombre alto e imponente. Llevaba
una sotana negra larga. Juntos entramos a una casita donde colgaba una hamaca a
través del cuarto. El señor obispo se sentó en la hamaca y cruzó las piernas, y
¿Qué veo? Llevaba solamente calzoncillos. Yo pensé ¿Cómo es posible, va a
recibir al señor presidente en calzoncillos? Una cosa tal únicamente puede
pasar aquí. De pronto llamaron “¡Él viene!” Todos montamos nuestras bestias y
fuimos a encontrar al presidente. Naturalmente fue el señor obispo quien lo
saludó primero; yo me quedé cortésmente atrás dejando que las autoridades
tomaran la delantera. Pero cuando el presidente me vio exclamó -“Don Jorge, mi
amigo, véngase, ¿cómo están Ud. y su señora? ¿Se recuerda de nuestro viaje del
año pasado en la costa?” Ya conté que estuve con él en Trujillo, Roatán y
Útila. Todos los demás se sorprendieron, porque el presidente me trató con
tanta confianza.
Nos
acercamos a la ciudad, yo un poco atrás del grupo pero siempre con el comité.
Cuando llegamos a Comayagua bajamos de nuestras bestias frente a una gran casa
y entramos a la sala la cual estaba decorada como para una fiesta, y en las
mesas había botellas de champán y coñac. Por casualidad me tocó el asiento al
lado del Señor Obispo. Primero tomamos coñac. Yo bebo poco, y pedí agua para
mezclarla con el coñac, y ¿Qué es lo que veo? La copa del Señor Obispo estaba
casi llena. Él se paró y levantó su vaso. Todos nosotros nos levantamos también
con nuestras copas en las manos, esperando que el Obispo pronunciara unas
palabras apropiadas a la ocasión. Él empezó -“Señor presidente, señores, nunca
han tenido Uds. un obispo más liberal que yo. Brindo a la salud del señor
presidente. ¡Viva, viva, viva!” Yo pedí más agua porque el coñac era muy
fuerte; el Obispo en cambio vació su copa de un solo trago, lo que me
sorprendió. Más adelante he visto también a damas tomando coñac sin diluirlo
con agua.
El
día siguiente se celebró una misa en la gran catedral; antes Comayagua era la
Capital, y el presidente vivía ahí. De los tiempos de los españoles quedó una
gran iglesia la cual llaman catedral, también unos monasterios para monjes y
monjas; pero estos estaban vacíos, porque toda esta grandeza fue abolida. Me
invitaron a la gran misa, y mi puesto estaba cerca del altar mayor, así podía
ver la cara del presidente. Aunque soy luterano me persigné igual como los
demás. La iglesia tiene un órgano muy bello y también había un violoncelo, un
violín y un bajo. El obispo, formidable en su vestidura sagrada bordada en oro
con la mitra en su cabeza celebró una misa muy solemne. De súbito me ocurrió la
idea -“Shorse, ¡cuántas cosas más vas a ver en tu vida!” Después de la misa
regresamos todos a la misma casa donde ayer habíamos tomado coñac, pero hoy
sirvieron champán. Me despedí pronto, le dí la mano al presidente y le expresé
mis gracias. Él me preguntó -“¿Para dónde va?” Yo contesté -“Voy a Tegucigalpa
para pedir un título para una mina”. Él me dijo: “Muy bien, entonces nos vemos
allá. Adiós, adiós” Yo seguí hacia Tegucigalpa donde presenté mi solicitud para
el título para la mina, y otra solicitud más para la cría de ovejas que pensaba
empezar junto con un amigo, el Dr. Ruiz, quien tenía grandes terrenos en el
Departamento de Santa. Bárbara. Ya había unas ovejas sueltas allá, y nadie las
esquilaba. Los nativos solamente comen carne de oveja cuando están enfermos.
Quería introducir machos merinos para lograr una raza mejorada. El plan era que
el gobierno nos pagara una gratificación por cada fardo de lana, y además
deseábamos libre importación para todo el equipo necesario para este trabajo.
Hay tierras tan bellas para el pastoreo con agua en abundancia; en los países
tropicales no hay nieve en invierno y por eso el ganado no necesita más que
unas galeras abiertas para la lluvia, y las ovejas prosperan allá
maravillosamente.
En
Tegucigalpa tenía que esperar 20 días hasta que la licencia saliera del
Ministerio de Fomento; había encontrado posada en la casa de un amigo quien
negociaba con bancos. Por fin recibí el título, pero solamente el que era para
la mina, y no tuve que depositar ni un centavo de garantía. No me fue concedido
el título para la cría de ovejas. Entonces viajé a Concordia donde encontré a
mi socio Mr. Mayes, quien había ya empezado con los trabajos. Le entregué unos
cien pesos. Nuestro título rezaba “Bähr y Mayes”. Tuvimos que ir a Juticalpa
para mandar a registrar el título. Tegucigalpa quiere decir “Sierra de Plata”
en el idioma de los indios; todavía se trabajan varias minas que dan un buen
rendimiento. La tierra entre Tegucigalpa y Juticalpa es especialmente bella.
Hay solamente pocas haciendas pero con muchas reses, el clima es tal que no se
pueda pedir uno mejor en estos países tropicales; hay diferentes alturas de
3,000, 4,000 a 5,000 pies sobre el nivel del mar. La temperatura nunca cae bajo
cero. Allá hay perros salvajes –coyotes- que aúllan por la noche.
Regresé
sin novedad a San Pedro Sula: Poco después vino un especulador en minas de
Chicago en los Estados Unidos en busca de minas. Fuimos introducidos, y yo le
dije que se fuera a Concordia para conocer nuestra mina. Después de un mes vino
de regreso, y nos pusimos de acuerdo; él quiso regresar a Chicago para entregar
su reporte y entonces volver a San Pedro Sula. Efectivamente después de un mes
estuvo nuevamente en la ciudad y me informó que se había fundado una compañía
con un capital de más que un millón de dólares. El nombre de la compañía sería
“Concordia Gold Mining Co.”. Esto nos aportó 14,000 dólares en acciones como
socios de la mina por nuestra parte. Yo estaba muy contento y le encargamos un
mazo de bocarte con el demás equipo necesario. Todo era muy caro, especialmente
el transporte de las cosas en mulas. Por último resultó que el presidente de la
Concordia Gold Mining Co. era un especulador infame; el vicepresidente era un
poco mejor. El superintendente se robó el oro lavado en el molino, y esto era
el fin y de esta manera quebró la Concordia Mining Co. Mis 7,000 dólares en
acciones guardo hasta hoy como recuerdo. Por lo menos he sido minero en oro en
Honduras una vez en mi vida. Después reflexioné -“Ser comerciante es mejor, lo
negocios son seguros”, y me puse a trabajar con toda mi fuerza, compré otro
solar con dos casas y con una construcción comenzada con solamente las cuatro
paredes terminadas; más adelante acabé esta construcción a mi gusto, con dos
plantas. La segunda planta estaba hecha en caoba y cedro. Las puertas y
ventanas encargué en Nueva Orleans, las láminas de zinc para el techo me
facilitó mi corresponsal en Liverpool, Inglaterra, porque las láminas inglesas
son mejores. Las puertas arriba eran mitad vidrio. Las lumberas de las puertas
eran de vidrio en muy bonitos colores. En tres lados de la casa mandé construir
una veranda de ocho pies de ancho. Para el baño hicimos una gran pila de
cemento, y la cocina estaba arriba. Desde la segunda planta a la cocina
construimos una superestructura como un chalet suizo; arriba en la casa habían
tres gradas, una conducía hacia la parte delantera de la casa, una conducía al
patio y la tercera a la tienda. Traje tres carpinteros desde Belize, y la casa
era la más bella en todo San Pedro Sula.
El
tiempo pasó. Tenía relaciones comerciales con varios países y tenía
corresponsales en Londres, Liverpool, Hamburgo, Stuttgart, Le Havre, Bordeaux,
Genua, Nueva Orleans, Mobile, pero en Nueva York tenía más que en lo demás
países. A todos estos lugares mandé mis fardos de zarzaparrilla y compré
mercadería la cual pagué en letras (en inglés “draft”). La profesión del
comerciante es siempre el trabajo más lucrativo en los países centroamericanos.
En
el año 1892 fue introducido al país la fiebre amarilla, una enfermedad
terrible. Un pequeño velero la trajo desde Panamá. Nadie conocía esta
enfermedad, y la pobre gente cayó como moscas muertas. Yo conocí la enfermedad
desde México donde la había tenido y no tenía miedo, porque quien se ha
enfermado de ella y la ha sobrevivido no vuelve a contagiarse nunca. Sin
embargo cerramos las puertas y ventanas de nuestra casa de vivienda y nos
fuimos a nuestra casa de campo, que teníamos desde varios años. La casa se
encontró casi en el centro de la propiedad. Cegamos el cerco y nadie pudo
entrar. Dentro de la propiedad había una docena de vacas, mulas, caballos, y
así teníamos todo lo que necesitábamos. Uno de mis empleados anduvo por toda la
ciudad y se murió de la fiebre. A muchas personas les ayudé dándoles la
medicina necesaria: aceite, sal y limones; todos los que tomaron este remedio
se salvaron.
Cuando
la fiebre había pasado mandé a mis dos hijos a Stuttgart a la escuela de
comercio. Desde Stuttgart viajaron a Zellerfeld a visitar a su tía, mi hermana.
Ambos muchachos hablan, igual que yo, los cuatro idiomas: alemán, inglés,
francés y español. Uno de ellos aprendió a tocar el violín, el otro la flauta.
Muchos vecinos de este lugar me preguntan con frecuencia por mis hijos.
En
1893 se celebró la Exposición Mundial Colombina de Chicago, en memoria de
Cristóbal Colón quien en el año 1493 ósea hace 400 años descubrió América.
Mandé seis fardos de zarzaparrilla, muy bien empacados y muy presentables, a la
exposición. Por un largo tiempo no recibí ningún acuso de la llegada de este
envío, y entonces viajé yo mismo hacia allá. En aquellos tiempos viajaba un
vapor desde Puerto Cortés directamente a Nueva York. En Belize se reunieron con
nosotros varios amigos, comerciantes y conocidos míos quienes también quisieron
ir a la exposición. Era el mes de agosto. Cuando llegamos nos alojamos todos en
el mismo hotel, y un domingo nos fuimos a Philadelphia (Philadelphia era
anteriormente la ciudad de los cuáqueros) para visitar el Museo de Arqueología
donde se puede ver muchos esqueletos antediluvianos. Incluso hay un mamut
disecado. Sus grandes dientes salen de los dos lados de la boca. La piel del
animal es muy peludo. Había muchas iguanas, también muchos esqueletos
enormemente largos y otras curiosidades interesantes. El día siguiente
visitamos la estatua de la Libertad (esta sirve de faro y es un regalo de
Francia), y la subimos hasta la cabeza. El día siguiente viajamos a las
Cataratas del Niágara vía Buffalo. En 1880 estuve allá con mi señora esposa,
pero el panorama de las cataratas es siempre nuevo, interesante y grandioso.
Desde ahí nos fuimos a Chicago. En aquella ciudad vivía un conocido y amigo
mío, Mr. Preiss, e intentamos ir directamente a su casa, porque él vivía cerca
del recinto de la exposición. En una ciudad como Chicago con 3 millones de
habitantes no es fácil orientarse. Le mandé un telegrama desde Niagara “¿Have
you room for seven people?” (¿Tiene campo para siete personas?) Él contestó
“All right, come along” (bueno, vengan).
Para
mis estimados lectores quiero escribir un poco más sobre el espectáculo natural
de las cataratas del Niágara. Desde una altura inmensa, curvada como una
herradura, el agua se precipita al abismo en terribles estruendos. A buena
distancia de las cataratas se percibe con los pies un temblor en la tierra; al
cruzar el puente se llega al lado canadiense poniéndose completamente mojado.
Esto es causado por la espuma de las aguas que se caen; siempre hay un arcoíris
sobre el río. Caminando un poco a lo largo de la orilla canadiense hacia el río
se llega a una casa donde hay una curiosidad o sea una fuente de fuego la cual
contiene vapores sulfurosos, Un hombre coloca un embudo alto encima del fuego
de la fuente, y las llamas salen para arriba. La fuente está con fuego desde
hace muchos años. No muy lejos de este lugar viven auténticos indios, pieles
rojas. Ellos fabrican cosas muy bonitas que se pueden llevar como recuerdos. Yo
compré uno gemelos grandes (mancuernillas) con ágatas de musgo que es musgo petrificado.
Los guardo hasta hoy, el ágata es muy duro, la segunda piedra más dura después
del diamante. Se puede cortar vidrio con él.
Por
fin llegamos a Chicago. Mr. Preiss nos esperó en la estación y se mostró muy
contento porque había venido; le pagamos cada uno dos dólares solo por la cama.
El día siguiente nos fuimos a la exposición, la entrada costaba 50 centavos
(igual a 2.02 marcos) por persona. Pero Mr. Preiss tuvo la bondad de
acompañarme para buscar mis fardos de zarzaparrilla. En la tarde los hallamos
en la bodega D, que era del departamento de agricultura. Nosotros fuimos en
seguida al director de este departamento, Mr. Browning, y le avisamos que mis
seis bultos de zarzaparrilla estaban en la bodega D. y él dijo que
inmediatamente daría orden de sacarlos de ahí. Yo me puse muy contento cuando
por fin los habíamos encontrado. Mandé hacer una clase de tribuna y los coloqué
encima de ella, un fardo encima del otro, y los decoramos con tela azul y
blanco. Estos son los colores de Honduras.
Luego
dispuso el director que fuera fotografiado, también recibí un carnet con mi
foto y un distintivo de hierro de tamaño de una moneda de dos marcos, y con el
número 27509 como expositor. Eso era una distinción considerable. Cada
expositor tenía que llevar su distintivo en su saco (lo he guardado hasta hoy,
incluso la foto), y ya era expositor y no necesita pagar entrada. Mandé bañar
mi distintivo en oro por electricidad. La entrada valía 50 centavos. (2.02
marcos). Pero cada vez que fui tenía que enseñar mi libreta con mi fotografía,
y entonces arrancaron una sección con la fecha.
Todo
el día podía entrar y salir, pero luego tuve que escribir mi nombre en una hoja
de papel que fue echada a una urna. Entonces fuimos a visitar los diferentes
departamentos. ¡Cómo quedé sorprendido! ¡Cuántas cosas he visto! Pudiera
escribir un libro entero de todo lo que he visto, pero aquí quiero hablar
solamente de unas pocas cosas sobre las cuales hice apuntes en la exposición
misma. Un modelo del edificio estaba exhibido en el palacio gubernamental de
Chicago, aproximadamente 4 metros de largo y 3 metros de ancho, las puntas más
altas del edificio llegaron hasta una altura de 20 centímetros. Todo esto era
hecho de oro fino de 22 quilates, y se halló bajo una gran campana de vidrio.
¡Cuántas veces me quedé ahí admirándolo en silencio! Además estaba la gran
rueda, “Ferry Wheel”, de la cual tengo una medalla de aluminio todavía. La
rueda tenía 264 pie de diámetro y pesaba 2,100 toneladas, fue propulsada por
fuerza de vapor de 1,000 caballos de vapor, tenía 36 vagones y cada vez podía
dar cabida a 80 personas (50 centavos por persona), tiempo de revolución 20
minutos, peso con máquina 4,300 toneladas. También vi, como ya he mencionado,
los modelos de los tres barcos Niña, Pinta y Santa María con los cuales
Cristóbal Colón cruzó el océano para descubrir América, y me subí a estos
barcos modelos. En el departamento de Bélgica estaba exhibido un gran lienzo de
encaje de Bruselas, algo como un vestido con larga cola. Dijeron que cinco
mujeres lo bordaron durante largos años, y valía 65,000 dólares. En el departamento
de Venezuela vi el sable del general Bolívar, el cual había usado durante la
guerra de independencia de 1821 contra los españoles. Las damas de Venezuela se
lo habían regalado; el cinturón de este sable llevaba 1,380 piedras preciosas.
Entre otras curiosidades había gente de todo el mundo, por ejemplo, una aldea
de esquimales con que 30 personas, mujeres con sus niños, sus perros, trineos y
canoas; había diferentes insuleños, indios, japoneses y chinos, incluso el Rey
de Dahomey y mujeres guerreras. Además se había construido ríos en el recinto
de la exposición con góndolas venecianas, y por la noche todo estaba iluminada
por electricidad. Arriba en el edificio del gobierno estaba un gran foco que a
veces iluminaba todo el lugar. En el departamento italiano miré cosas
maravillosas y lujosas, por ejemplo una mesa redonda de mármol negro, ella
tenía un metro de diámetro, con un mosaico de la catedral de San Pedro de Roma
incrustada en la losa, con todos sus detalles de su interior, magníficamente
hecho. La misma mesa en mosaico vi más adelante en la exposición de Paris. El
trabajo con el cual fueron compuestas las millones de piedritas para formar un
cuadro parece increíble.
Me
quedé hasta el cierre de la exposición que tuvo lugar el 30 de octubre, para
recoger mi zarzaparrilla. En más que dos meses se puede ver bastante. Por
casualidad miré un manuscrito de los antiguos emperadores romanos y sus firmas,
también escrituras de los persas y griegos, y entonces busqué y pregunté si
alguno de estos antiguos documentos no se encontrara alguna indicación acerca
del tiempo de nacimiento y de la crucificación de Jesús o sea del año 1; ¡pero
no! Los americanos han hecho todo lo humanamente posible para encontrar
documentos, pero sin resultado; por eso hay tantas sectas en los Estados Unidos
que se han apartado de la enseñanza original.
Exposiciones
universales son simplemente grandiosas: Yo puedo aconsejar a cada persona que
visite a estas exposiciones, si tiene unos centavos sobrantes. Ahí el hombre se
educa, él mira y escucha y después puede tomar parte en conversaciones. Pero
casi todas las exposiciones perdieron millones menos la francesa, porque en
Francia se organizó todo a base de acciones.
Tengo
que contar una cosa: Antes de que la fiebre amarilla fue introducida en
Honduras en 1892, había recibido por medio de mi corresponsal en Nueva York los
libros sagrados de las enseñanzas de Confucio, del gran sabio chino, las cuales
hablan de las obligaciones que los hijos deben a sus padres; también leí sobre
Brahma y Buddha, el sabio de los hindús quien sacrificó tanto en su vida,
también leí sobre Mohamed. Todos estos libros estaban traducidos al inglés, y
como escribo y leo inglés encontré muchas ideas educativas. La fiebre perduró
varios meses, así que tenía suficiente tiempo para leer todo con atención. Más
tarde en Nueva Orleans en los Estados Unidos donde permanecimos más o menos
tres meses, visitamos varias veces las sinagogas judías, los domingos atendimos
también a la escuela dominical judía para muchachas, y me cabe decir que todo
nos gustó mucho. El rabí era de Alsacia y era un hombre muy simpático. Después
de todos estos estudios surge la pregunta: ¿Cuál religión es la mejor, la
correcta? Una vez aquí en Menton, donde estoy escribiendo estas memorias, llegó
un ruso rico y dijo -“Bienaventurados son aquellos que no ven pero si creen”.
También llegué a conocer a unos judíos rusos ricos, todos eran hombres amables
y de ninguna manera orgullosos. En el año 1907 recibí un libro de mi
corresponsal en Nueva Orleans que llevaba el título “The true life of Jesús
Christ” (La vida real de Jesús Cristo) en el cual el autor relata que Jesús no
era hijo de la virgen María sino el hijo de una princesa romana de nombre
Sibila Glavira y dice también que toda la historia romana fue una especulación.
No quiero escribir más sobre este libro, o mis estimados lectores me podrían
tomar por un hombre impío quien no quiere creer en nada de lo que es predicado.
Pero
sí, estoy escribiendo nada más que la verdad. Quien no ha viajado y quien no ha
visto nada no se puede formar un criterio correcto acerca de muchos asuntos.
Más adelante estuve en la exposición de París en el año 1904, en la de San
Louis de los Estados Unidos y en ambas he buscado igual como en la grande y
hermosa librería en Washington, un edificio lujoso de cuatro pisos, el cual ha
costado 4 millones de dólares. Aquí se encuentra mármol de todos los tipos que
hay en la tierra. Pero en ningún lugar ni vi ni hallé una indicación ni
manuscrito acerca de la historia de Jesús.
Aquí
en Menton conversé varias veces con judíos rusos educados y les pregunté por
qué los persiguen tanto y por qué eran expulsados. Ellos me contestaron que no
tenían la menor idea. Nunca se oiría que un judío fuese asesino o ladrón, sin
embargo eran acosados y perseguidos. Era Roma que quería el poder.
Cuando
con el 31 de octubre de 1893 había terminado la exposición me devolvieron mis
seis fardos de zarzaparrilla y me dieron dos diplomas y dos medallas por ella.
La zarzaparrilla mandé a mis corresponsales los señores Eggers y Heinlein en
Nueva York. Mr. Preiss era socio de un hotel del cual compré todo el mobiliario
bajo la condición que le pagaría la suma total al haber vendido los muebles en
Honduras. Él tenía que empacar todo con cuidado y mandarlo a Honduras. Eran
bastantes objetos, algunas muy finas las cuales me reservé para mí.
Así
pasó el tiempo. En 1897 compré una plantación de café o sea un terreno de 1 ½
caballería igual a 99 manzanas. Es una propiedad magnífica, a 3,000 pies sobre
el nivel del mar con un clima excelente, un verano eterno, la temperatura nunca
baja a cero. En 50 manzanas hay 42,000 palos de café. En mayo florecen: él no
ha visto o no lo conoce no tiene idea que bello es. La casa tiene una veranda y
está sobre una loma, y mirando hacia abajo -todas las plantaciones tienen
colinas y lomas para que el agua de la lluvia escurra- entonces la plantación
parece un campo de nieve, ¡y la fragancia es tan balsámica! Encargué una
despulpadora, con esta máquina se quita la pulpa de los granos: pero el mejor
café es aquel que se seca con toda la concha exterior al sol: la cereza -así se
llama la fruta del café porque parece a la cereza- tiene un jugo dulce en la
pula y secándola al sol este jugo penetra a los granos. En una cereza hay
siempre dos granos puestos uno contra otro con los lados chatos. Cuanto más
vieja es la plantación tanto más estas frutas redondas rinden y da mejor
calidad. Mandé el café seco a Hamburgo para limpiarlo en el beneficio. Allá se
lo clasifica en cuatro clases. El café de Honduras es uno de los mejores y se
lo exporta por la mayor parte a Hamburgo y Londres. El café brasileño va casi
todo a los Estados Unidos y no es de buena calidad; en Brasil la tierra está
demasiado agotada. Una plantación puede normalmente perdurar cientos de años.
En
el mes de mayo de 1910 había firmado un contrato para sembrar 10,000 palos de
hule en la plantación lo que le iba a dar mucho más valor a la misma. El
terreno tiene 90 manzanas de extensión, de estas 90 manzanas 50 están
cultivadas con café, de manera que quedan todavía 40 manzanas para otros
cultivos. En la parte arriba, no lejos de la casa, hay una vertiente de agua
azulada pura, también en otros puntos de la propiedad hay manantiales. Toda
clase de frutas prospera muy bien. Además existe una pequeña plantación de
plátanos. No se debe confundir el plátano con el banano (guineo). El plátano es
el verdadero alimento muy harinoso, los guineos se considera un lujo. Existen
muchos animales de caza, especialmente venados. Los palos de café están
sembrados en filas bien rectas, y así se puede ver los venados de lejos. A
veces vienen manadas de jabalíes, muchas clases de liebres, tepezcuintes,
guatusas, así como varias clases de aves silvestres, como los pajuiles que son
tan grandes como un pavo. El pavo hembra es un poco más pequeño, pero siempre
más grande que una gallina. Viene la paloma azul. La chachalaca es un poco más
pequeña que una gallina, y varias otras aves más. Quien tiene buena puntería
siempre tiene carne, porque la caza aquí es libre.
Ahora estoy dispuesto a vender esta bella propiedad por un precio razonable. La distancia desde San Pedro Sula viajando lentamente, se cubre en dos días de viaje, muchas veces hice el viaje en un día; todas las cosas se transportan por medio de mulas; ahora existe un plan para la construcción de un ferrocarril del puerto a través del valle al interior, y esta vía pasaría cerca de mi plantación. Esto sería una gran ventaja para cualquier transporte. La temperatura es la misma durante todo el año. Mucha gente cree que en los trópicos debe hacer un espantoso calor pero es todo lo contrario: Durante los 41 años que he pasado en Honduras nunca oí de una insolación, tampoco he visto ningún perro rabioso...
Continuará
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