JORGE BÄHR: HISTORIA DE LA VIDA Y DE LOS VIAJES DE UN ALEMÁN (VI)
[PARTE VI]
El consulado británico en Omoa. Hacia la derecha de la imagen véase la fortaleza y al mar Caribe a la izquierda de ella. Ilustración publicada en la página 441 del periódico The illustrated London News del 8 de noviembre, 1873. (Exposición permanente. 1856. Apuntes del cuaderno de un artista. Omoa, pintoresca e incidental, UNAH).
Continúa
Después
de haber regresado dimos órdenes de seguir talando, pero nosotros fuimos a
Belize, Colonia Británica. Este viaje duró en una goleta un día y una noche.
Una goleta es un pequeño barco abierto, con dos mástiles. En Belize hay grandes
almacenes que hacen buenos negocios con los puertos. El Sr. Debrot nos había
dado la orden de comprar mercadería en el almacén del Sr. Bernhard Cramer, un
alemán, y todo lo que queríamos. El Sr. Debrot nos conocía como trabajadores
eficaces y honestos. Entonces compramos mercadería por varios miles de
piastras, también pólvora y diferentes clases de balas, además unas damajuanas
con aguardiente. A mis mozos les di aguardiente sólo cuando trabajaron en el
agua. Cuando salieron temblando del frio me dijeron en seguida –“Patrón, un
trago, ¡pero un grande!”.
Cuando
salimos de Puerto Cortés ya había un gran alboroto. Permanecimos dos días en
Belize donde cargamos nuestras compras al mismo barco con que habíamos venido y
que era propiedad del Sr. Debrot. Al regresar a Puerto Cortés encontramos la
aduana cerrada, no había ningún oficial, y el capitán no nos quiso dar permiso
para descargar nuestras cosas. Le dije –“Si da la orden para descargar el barco
le doy una onza de oro”. Eso eran 16 pesos. Nos buscamos unos jóvenes que nos
ayudaron a llevar nuestras cosas a la estación del ferrocarril. Dentro de poco
encontramos una dresina (un carro de cuatro ruedas que corre sobre rieles) y la
cargamos con nuestras cosas de la mejor manera posible. A los jóvenes les
prometí pagarlos bien y viajamos adelante, nadie preguntó por el de dónde ni
por el adónde. En un día estuvimos en San Pedro Sula. Dejamos nuestras cosas en
la estación del ferrocarril, vigilándolas toda la noche. El otro día salimos
muy temprano hacia nuestro destino, el río Ulúa. Cerca de la pequeña ciudad de
Villanueva el terreno va en declive, y la vía del ferrocarril desde luego
también, lo llaman “run down”. Nuestra dresina empezó a correr a toda
velocidad; nosotros nos pusimos de pie, los mozos también, muy asustados. Yo
grité a don Andreas –“Por Dios, ojalá que no nos salgamos de los rieles”, y él
me contestó y su voz mostró su temor –“¡Dios primero que no!”. Corrimos hacia
abajo a una velocidad vertiginosa, pero dentro de poco dijo don Andreas -“Gracias
a Dios, estamos salvados”. No nos habíamos imaginado que este viaje fuera tan
arriesgado, porque si la dresina hubiera salido de los rieles, nosotros
hubiéramos quedado destrozados. Nos tuvimos que agarrar al río, cerca de
Pimienta tuvimos que cruzar un puente en muy mal estado, se llamaba “Puente del
Diablo”. Pero lo pasamos bien.
En
Pimienta, cerca del Ulúa, descargamos. Llevamos las cosas a una casa, y yo me
quedé con ellas. Don Andreas se buscó una canoa y se fue al campamento en
Travesía y regresó al día siguiente con nuestros mozos y nuestra canoa.
Volvimos a cargar todo y regresamos sin novedad al campamento, dándole gracias
a Dios porque nos había protegido de accidentes. El viaje resultó ventajoso con
buenas ganancias. El trabajo comenzó de nuevo: talar, abrir caminos etc.
En el
segundo año se desbordó el rio Ulúa e inundó toda la región. Nuestra casa
estaba sobre una loma, pero toda la selva alrededor estaba bajo agua. Llevamos
nuestros bueyes a la loma donde los amarramos. Ya he descrito los tepezcuintes
y las guatusas, y estos animales vinieron a la loma buscando refugio y los
podíamos matar a garrotazos. Lo primero que teníamos que hacer era sacar los
troncos preparados del agua. Los mozos se pararon o sentaron en ellos y con una
pértiga los empujaron hacia la orilla. Al mediodía y en la tarde le dimos a
ellos una copa de guaro a cada uno. Sin el guaro no hubieran podido aguantar
este trabajo. Así logramos llevar una buena cantidad de troncos hasta Vacadilla
donde todavía no había llegado el agua. Luego recibimos la orden del Sr. Debrot
de entregar toda la madera que teníamos. En este viaje don Andreas se fue solo.
Ya teníamos experiencia, y todo salió bien.
Una tarde
en marzo de 1874 me fui al campamento para revisar el trabajo de los mozos. En
el camino pasé una laguna -los ingleses dicen “crique”- y decidí pescar un
poco. Siempre llevaba anzuelos en mi morral conmigo. Fácilmente encontré unos
gusanos para cebo, y me senté en el tronco de un árbol seco que se había caído
y que se extendía sobre el agua. Pero apenas había tirado el anzuelo al crique
cuando oí un estruendo subterráneo y al mismo tiempo sentí una sacudida. Me
quedé sentado pensando “¿Qué es esto?” Temblor. Inmediatamente al primero
siguió el segundo temblor, y la sacudida era más fuerte que la primera. Los árboles
se menearon, los monos gritaron en las ramas, el agua se agitó y echó olas y
burbujas. Rápido saqué mi anzuelo del agua y entonces ocurrió la segunda sacudida.
Me tiré a lo largo sobre el tronco, de lo contrario me hubiera caído al agua.
Lentamente me arrastré sobre el tronco a la tierra, siempre mirando a los dos
lados por árboles y ramas para evadirlos si cayeran. Cogí un temor terrible, y
agarré firmemente mi escopeta. Los olingos aullaban lastimosamente. Por fin en
tierra caminé muy rápido, siempre mirando a la izquierda y la derecha pensando -“¡Ojalá
que no haya pasado ninguna desgracia a mi familia!”. Cuando por fin llegué a la
casa hallé a toda la gente reunida ahí. Las mujeres estaban todavía de rodillas
rezando el Ave María y el Madre Santísima. Mi esposa dijo -“Dios mío, ¡qué
miedo tuve! Ya con la primera sacudida salí con el niño de la casa (ya teníamos
un hijo), pensando que la casa se quería derrumbar encima de mi cabeza”. Pero
estas casas no se desploman, son de madera y flexibles. Nuestra casa tenía 10
postes gruesos, de madera buena y dura. Pero ella insistió que la casa se había
movido de un lado al otro. Todos me contaron que de repente el rio se paró,
quedándose inmóvil, y en el centro se habían rajado las paredes de muchas
iglesias, también se habían derrumbado cielos rasos etc. El volcán de la
República vecina de El Salvador había entrado en erupción. A pesar de ser de un
solo piso, muchas casas en El Salvador de desplomaron. (Hay Salvador Viejo y
Salvador Nuevo). Varias personas me dijeron, entre ellos un ingeniero que había
trabajado en el Canal de Panamá, que en un tiempo del futuro cercano un
terremoto iba a destruir el canal, porque está en la línea de la falla de San
Francisco, donde hace algunos años hubo un fuerte temblor sísmico. En Nicaragua
se percibe cada rato un temblor, también en las Islas del Caribe, por ejemplo
en Martinique donde hace pocos años el volcán Pelé entró en una fuerte
erupción. ¡Ojalá que nunca vuelva a pasar! El volcán de El Salvador casi todo
el tiempo está activo.
Así pasó
el tiempo. Una buena cantidad de troncos estaba lista. Era invierno, y es
extraño, en invierno el rio lleva poca agua. Cuando recibimos la orden de
entregar toda la madera que teníamos, porque había llegado un barco desde
Inglaterra para llevársela, comenzamos inmediatamente a preparar las balsas, y
dentro de pocos días teníamos 10 balsas listas con 20 troncos cada una, o sea
un total de 200 troncos.
Nunca me
hubiera imaginado que los viajes rio abajo con balsas eran tan difíciles.
Cuando el rio está alto con bastante agua vienen grandes árboles con raíces
flotando hacia abajo, se enganchan en la orilla en las curvas y obstruyen el
camino para las balsas. Yo quise hacer este viaje. Llevé a mis mejores
trabajadores, también a Longino Mendoza y Santiago Padilla, y para manejar la
canoa llevé a un tal Domingo a quien habíamos puesto el apodo de “El Fragoso”.
Este último era muy barrigón y comía enormes cantidades de comida. Longino me
dijo antes de salir -“Patrón, lleve bastante pólvora y plomo, vamos a tirar los
jauvillos (jabalíes)”. Bueno, pensé, esto será una gran caza. Para mí una caza
de jabalíes era cosa nueva y algo magnífico, porque tenía una muy buena
escopeta de dos cañones.
Tenía 10
mozos con las balsas y uno con la canoa. Mi esposa me abrazó despidiéndose y me
dijo -“Que Dios te proteja para que regreses salvo y sano”. El viaje era lento.
En invierno con poca agua el rio no corre tan rápido. Además había muchas
raíces salientes en el agua. Cuando una balsa choca contra estas raíces se rompe.
Cuando pasó esto toqué mi concha, y en seguida todos tenían que amarrar sus
balsas en la orilla y venir para ayudar en la reparación de la balsa rota. Un
día dije a Fragoso -“Lleve la canoa hacia allá abajo. Mire, hay dos troncos
bajo aquel matorral, los tenemos que sacar de ahí”. El Fragoso y yo fuimos y al
llegar a este matorral le dije -“Ande desnudarse y parece en los troncos”. Los
troncos eran grandes, ya estaban escuadrados. El Fragoso se paró en uno y trató
de mantener el balance. De repente, con un cataplún, se cayó al agua, cabeza
primero. El agua ahí estaba muy profunda y por un buen rato no vi nada. Ya
pensé -“Dios mío, ¡ojalá no se haya ahogado!”, cuando por fin salió al aire,
echando agua de la boca y de la nariz. De nuevo intentó subirse a un tronco,
pero éste flotaba dándose vuelta. Yo lo quise sostener mientras El Fragoso se
encarramara a él, pero con su barriga le era muy difícil, los cantos del tronco
estaban afilados, y él se raspó la piel del abdomen considerablemente. Él
empezó a echar pestes a la Santa María y todos los Santos. Le dije -“Canalla,
si echas pestes a los Santos se nos termina nuestra suerte”. Por fin logramos
sacar un tronco, lo amarramos en la canoa y buscamos los demás. Luego me di
cuenta que estos accidentes con las balsas era un acuerdo entre los mozos,
porque la última balsa de la fila manejada por un tal Cenon, se rompió más
veces que las otras. Para mí era un trabajo muy pesado recoger los troncos
dispersados con la canoa.
El río
tiene 52 curvas desde Travesía hasta su desembocadura al mar, como ya he
mencionado. A medias del rio hay aproximadamente 25 curvas. Aquí hay un lugar
que se llama Birishishi, y me queda inolvidable. Todos los nativos conocieron
este lugar porque ahí hay muchos jabalíes. En la orilla encontramos huellas de
ellos donde habían caminado por el alto camalote, aplastándolo por completo y
abriéndose pasos de 4 a 5 metros de ancho. Esto indicaba manadas de 200, 300 a
400 y tal vez más animales. En aquel tiempo casi nadie cazaba estos animales.
Para los tigres si eran presa, pero ellos mataron por general animales de una
especie más pequeña.
Era un
sábado por la tarde cuando llegamos a este lugar. Longino me dijo en seguida -“Mañana
nos quedamos aquí, Patrón”, a lo que contesté -“muy bien”. Al atardecer
aparecieron enormes cantidades de mosquitos. Todos nos levantamos antes de la
madrugada. Longino me llamó –“Venga a ver, patrón”. 6 o 7 cocodrilos estaban en
las balsas, pero cuando nos acercamos se deslizaron al agua. Aquí quiero decir
que la madre naturaleza bondadosa procuró que estos animales no se aumenten en
exceso. La hembra pone los huevos en la arena cerca de la orilla, y el sol los
incuba. Estos huevos huelen muy mal a almizcle. La madre está cerca cuando la
cría sale de los huevos. Ellos van inmediatamente en busca de su elemento, el
agua, si no lo hacen la madre se los come. Por eso no se multiplican tanto.
Yo
repartí la pólvora y las balas y llevé cinco hombres conmigo. Nosotros fuimos
rio arriba, otros cinco hombres se fueron rio abajo. El Fragoso se quedó en el
campamento. Yo metí unos pedazos de tasajo tostado en mi morral, llevé mi
escopeta de dos cañones con una bala y varias postas y una buena carga de
pólvora, y así seguimos la pista de los jabalíes. En corto tiempo hallamos
huellas frescas que formaban un sendero ancho, y Longino dijo -“Patrón, son
muchos”. Teníamos que pasar por agua y lodo, o nos arrastramos por debajo de
maleza. Ya estaba tarde cuando Longino dijo por fin -“Allá están quebrando
nueces”. Él mandó dos hombres hacia arriba atrás de la manada, de donde debían
tirar sobre los animales, echándolos hacia nosotros. A mí me colocaron en el
centro porque tenía esta escopeta buena y también era un buen tirador. Longino
dijo -“Valor, Patrón, siempre tire atrás de la oreja, ¡Coraje!” Yo estaba muy
nervioso: La primera vez en mi vida en la selva hondureña cazando jabalíes. De
repente sonaba delante de nosotros un ruido como “pum pum hurrrr”, era un
bramido como truenos, y no miré nada más que animales negros tirándose sobre
nosotros. A la cabeza corría un animal grande, y yo tiré, él se dio un vuelco
en el aire. Mis mozos llegaron atrás, tirando “pum pum pum”, y toda la manada
pasó a nuestra izquierda. Los mozos entonaron un verdadero alarido, “¡hu hu hu
hu”! Nunca había escuchado una gritería tan salvaje. Los hombres corrieron
detrás de la manada, cargando sus rifles, pero no pudieron asentar las plantas
de sus pies, se tenían que deslizar o arrastrar, porque el suelo estaba lleno
de espinas o pinochos de los biscogoles. Yo no podía seguir, y me quedé con mi
cerdo. Era un macho, un animal grande. Todos estos animales tienen una glándula
atrás en la espalda que se llama almizcle y que echa un olor muy desagradable.
Los hombres regresaron pronto y me hallaron sentado en mi caza. Ellos habían
matado dos animales.
Se había
hecho tarde. Antes de marcharnos quitamos las glándulas de almizcle a los
animales. Al llegar al río, Longino miró arriba y abajo y dijo -“Estamos cuatro
vueltas arriba, tenemos que hacer balsas para flotar abajo. Caminando
llegaríamos al campamento a las 12 o a la una.”. En seguida empezamos y
cortamos árboles con nuestros machetes, pero de madera liviana, más o menos de
3 metros de largo y con una vara transversal atrás y una delante, y pusimos los
cerdos en el centro. Yo me senté en el mío. Longino estaba delante y Santiago
atrás. Se habían cortado remos provisionales. Pero ahora si cogí miedo, la
balsa era muy liviana, apenas no nos soportaba, y del agua salieron muchas
ramas y raíces. Amarré bien mi escopeta, ya estaba completamente mojada, pero
mejor mojada que perdida. Comenzó la noche y se puso oscuro. “Dios mío” pensé,
“¡Ojalá no nos demos vuelta, aquí entre los lagartos, nos comerán!” Aquí llaman
lagartos a los cocodrilos. Desde lejos oíamos el sonido de una concha que
tocaban en el campamento. El menor movimiento de los hombres causó que la balsa
se sumergía en el agua, hasta que el agua me llegó al ombligo. Pero tenía gran
confianza en mis hombres. Ellos mantenían la balsa en el centro del rio. Arriba
vimos solamente una angosta faja de cielo. Por fin llegamos donde nuestras
balsas estaban amarradas. Este viaje nocturno, en una pequeña balsa en el río
Ulúa, entre cocodrilos, era muy peligroso y podía habernos costado nuestras
vidas, y no lo olvidaré en toda mi vida.
El
Fragoso había encendido una gran hoguera, porque el otro grupo de hombres que
se habían ido río abajo, estaban de regreso mucho más antes que nosotros. Ellos
habían cazado varios quequés, cerdos de una especie más pequeña, y ya estaban
comiendo. Mis hombres destazaron nuestros animales, pero solamente usaron los
corazones y los hígados. Todos, incluso yo, teníamos gran hambre. Cortamos
pedazos y los asamos sobre la hoguera. Dios mío, ya no era comer, era devorar
la carne. Comimos como lobos y el banquete duró casi toda la noche, ya que
desde la mañana no habíamos probado ni un bocado. La mañana siguiente cortamos
buena carne que había quedado, en lonjas, y las salamos. En las balsas
levantamos unas rejas y colgamos la carne encima de ellas para secarlas al sol.
Tengo que
contar que hay miles de altos y gruesos árboles de caoba en estas selvas, con
frutas preciosas. También hay grandes plantaciones de bananos y plátanos. Nadie
los corta. Hay selvas, todas vírgenes, miles de leguas de largo. Es así: Cada 6
o 8 o 10 años el Ulúa rebalsa de su cauce. Hoy en día pequeños barcos navegan
río arriba río abajo, pero en aquel tiempo no se lo hizo. Mientras el río queda
en su cauce los indígenas siembran cacao, plátanos y bananos. Estos últimos dan
fruta a los once meses, el cacao a los 4 o 5 años. Cuando el río sube arranca
todo lo que está en la orilla. El busca su viejo cauce. Las plantas flotan
hacia más abajo donde el agua se estanca. Se puede imaginar que la tierra que baja
con el agua es sumamente fértil. Solamente las miríadas de mosquitos son espantosamente
desagradables, y sin embargo hay indios en estas selvas que no llevan más que
un taparrabo. Aquí cabe mencionar el dicho: “No siembran pero cosechan, y Dios
los mantiene”. ¡Cuánta riqueza hay en estas selvas, cuántos bellos árboles de
madera preciosa! Además se encontró cerca de la costa una veta de antracita. No
sé si más adelante la aprovecharon.
En 1886
vino el de entonces presidente, don Luis Bográn, a la costa para dar una gira.
Yo estaba por casualidad en Puerto Cortés, y el presidente me invitó a
acompañarle, lo que acepté con gusto. Nunca en mi vida he bebido tanto champán,
pues sin champán no marchaba nada. El presidente era muy popular en aquel
tiempo y un buen amigo mío desde que había llegado al país. Cerca de la costa
hay unas islas, Roatán y Útila, también el puerto de Trujillo. Al presidente y
su comitiva y su escolta y naturalmente también a mí se recibieron con grandes
agasajos. Había banquetes, competencias de tirar, etc. En Útila tuve que hacer
el intérprete entre el presidente y Mr. Maconico, el director del ferrocarril
que estaba presente. Él solicitó la licencia para la construcción de una línea
ferroviaria desde Trujillo hasta Puerto Cortés, a través de las selvas. En la
casa del alcalde de Útila tuve el honor de comer junto con los señores. El
presidente Luis Bográn era un hombre muy simpático quien ayudó bastante a los
extranjeros, y no pidió ninguna garantía a Mr. Maconico. Más tarde le dije a
éste -“Mr. Maconico, you make a great business, you know there is a great coal
vein at the coast?” (Ud. está por hacer un gran negocio. ¿Sabe Ud., que hay una
gran veta de carbón en la costa?) Él se rió. Cuando estaba a solas con don Luis
Bográn le pregunté: “Mi amigo, ¿cree Ud. que estos yanquis cumplan?” a lo que
él contestó –“está muy animado” Yo repuse –-“Tengo poca esperanza”. Y así
resultó: Nunca se construyó esta línea ferroviaria.
Bueno,
sigamos con nuestro viaje. Las balsas esta vez no se rompieron con tanta
frecuencia y llegamos dentro de pocos días a la barra. No habíamos perdido ni
un solo tronco. Cuando estaban escuadrados mandé a siete hombres por tierra de
regreso al campamento, quedándome con cuatro. Me enfermé un poco. En este
pequeño lugar no se pudo conseguir aceite de ricino para tomar un purgante.
Pero usé las semillas de la mata de ricino, pero deben estar muy maduras. Sólo
tomé tres lo que era suficiente. ¡Es increíble que potentes son!
Por fin
la madera estaba lista, yo recibí la cuenta y regresé. Esta vez llevamos dos
matates llenos de bellotas de cacao. El viaje era lento igual como los
anteriores y también tardó ocho días. El día antes de nuestra llegada cayó un
chubasco muy fuerte. No llevábamos ni paraguas ni impermeables, porque son muy
incómodos en una canoa. Más tarde salió el sol y casi quemó nuestros cuerpos
mojados. Así contraje la fiebre, pero gracias al buen cuidado de mi esposa duró
sólo unos días. Además tenía todas las medicinas necesarias en la casa. En este
país se usa mucho la quinina. Incluso tenía álcali volátil contra picaduras de
serpientes venenosas. Una vez me trajeron un hombre quien había sido picado por
una culera venenosa, pero se murió en el camino, el sol era demasiado fuerte.
Ahora
quiero contar algo sobre las selvas tropicales. Estoy seguro que lo interesará
a mis estimados lectores. En las selvas de los trópicos hay muchas diferentes
clases de abejas que construyen sus nidos en lo alto de los árboles en ramas
huecas. Los indígenas cortan estos árboles y sacan la miel. Un árbol puede
tener hasta cuatro botellas de miel. Todo el tiempo que vivía en Honduras tenía
en mi patio algunas ramas huecas con abejas adentro, pero estas abejas no
tienen aguijón. Ellas son del mismo tamaño como las abejas de Europa. Hay otra
clase, pequeñas limeritas. Si éstas atacan a las abejas grandes, las grandes
pierden, porque las pequeñas se les cuelgan en sus piernas y a alas
arrancándolas con sus dientes. A veces he visto cientos de abejas sin piernas
en el suelo, lo que me daba siempre mucha lástima. Hay otra clase de abejas que
dan una miel blanca y pura que se usa para medicinas. Yo tenía una rama de
abejas durante 30 años, y cada año saqué 2 litros de miel. También hay muchas
clases de avispas, grandes amarillas, pequeñas negras y muchas otras. Si las
grandes amarillas pican a alguien se le duerme la lengua. Hay una gran variedad
de nidos, grandes, largos, redondos. A veces cuelgan en ramas muy altas, otros
están debajo de ramas más abajo, y las avispas pican al trabajador cuando
quiere quitar el nido con su machete. Siempre se debe quemar estos nidos.
Hay muchas frutas sabrosas. En primer lugar quiero mencionar el zapote. Es un árbol alto, recto e imponente, con frutas del tamaño de un puño de un hombre. Tienen una pulpa rojiza de sabor dulce y agradable. Los monos las quieren mucho. Otra fruta es la anona. El árbol también es frondoso pero no tan alto, la fruta es agridulce y tiene varias semillas pequeñas y negras. Casi siempre este árbol está lleno de fruta. Otra fruta muy rica es la guanábana. A veces la naturaleza inventa cosas raras. El árbol no es tan grande, pero la fruta madura de 2 a 3 libras de peso cuelga en una rama delgada. Siempre quedé sorprendido al ver esta fruta pesada en una ramita aparentemente frágil. Pero la madera es dura y flexible al mismo tiempo, y por eso aguanta el peso de la fruta. La pulpa de la guanábana tiene sabor agridulce, la semilla es pequeña y negra. El fresco de esta fruta es una bebida muy apreciada. La guayaba es una fruta de varios tamaños con un aroma excelente y balsámico con un delicioso sabor. Tiene pequeñas semillas blancuzcas. Se hacen preserva de esta fruta para postres. En Habana existe una fábrica grande que produce jalea de guayaba y la exportan a toda América. Hay muchas frutas más, pero lo ocuparía demasiado campo para de todas. Son frutas que se encuentran en medio de la selva. En total hay 52 diferentes frutas en los países trópicos. Una de las más ricas, sabrosas y aromáticas es el níspero. El árbol es alto, grueso y crece recto, la madera es rojiza-marrón, muy dura y no flota. La fruta no es grande, pero tiene un sabor riquísimo, la semilla es pequeña y negra. Además quiero mencionar el ciruelo que siempre está lleno de ciruelas. La vainilla es la fruta de una orquídea. ¡Cuántas veces no he subido a la montaña percibiendo un aroma extraordinario! que venía de vainas de vainilla maduras y reventadas. Es un trabajo lento y pesado el curar estas vainas de vainilla. Se coloca las vainas entre dos frazadas de lana y cada mañana se las unta con esencia de almendra durante mucho tiempo.
Ahora quiero contar algo sobre las orquídeas. Honduras con sus selvas vírgenes y sus montañas tienen magníficos ejemplares. El año pasado estuve varias veces en una exposición de orquídeas, pero en ninguna vi orquídeas tan bellas como había tenido en el balcón de mi casa. Mi esposa también me dijo que aquí (en Menton, Francia, donde fueron escritas estas memorias) nunca podía haber orquídeas tan hermosas. Las mías conseguí en la manera siguiente: Mis trabajadores me traían zarzaparrilla de la montaña. (Debo suponer que mis lectores hayan oído mencionar las raíces de la zarzaparrilla, que, procesadas, dan un potente depurativo, y en los Estados Unidos se las usan también para la elaboración de agua carbonatada. La buena calidad de zarzaparrilla existe solamente en Honduras. Cada año mandé varios cienes de fardos con zarzaparrilla a Nueva York, Hamburgo, Londres, Genua, hasta Turquía). Mis hombres fueron a la montaña por 3, 4 o hasta 5 días para buscar zarzaparrilla y estos viajes aprovechaba para encargarles orquídeas, cada bella orquídea que veían. Tenían que traer las orquídeas en las ramas donde estaban pegadas. Yo tenía varias de tales ramas con orquídeas en mi balcón, las amarraba con alambre. Únicamente de esta manera pude conseguir ejemplares tan preciosos. Además mi esposa era gran amiga de [las] flores. Ella cultivaba varias clases de rosas. Entre mis orquídeas se encontraban unas variedades extraordinarias, una con un tallo de color café oscura, más que un metro de largo, con bastantes flores. Los pétalos de estas flores eran largos y fruncidos en la punta, eran de un color aterciopelado. Cada tallo tenía 6 a 8 flores, y cada día se abrieron nuevas. Tenían una fragancia muy delicada. Un día me trajeron una nueva orquídea, y los hombres dijeron -“Ay, patrón, ¡qué hermoso lirio!” ellos llamaban a las orquídeas lirios. ¡Qué magnífica fragancia tenía! La flor era blanca y pequeña pero emanaba una fragancia tan balsámica que no se la puede describir. No la podía comparar con ningún perfume. La sembramos en una maceta con tierra. No me pude saciar de esta fragancia. Muchos años después leí un reporte sobre la exposición de orquídeas en Dresde, y que se vendió una pequeña orquídea con flor pequeña y blanca con una extraordinaria fragancia, por 20,000 marcos. No es imposible que la mía era de la misma clase, porque me la trajeron de un lugar donde tal vez nunca había pisado un pie humano.
Continuará
Que buen relato, que parece que uno estuviera viviendo cada una de esas aventuras. Gracias Licenciado Juan Ramón Martínez, por desenterrar estos tesoros de postreras épocas de nuestro terruño
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