Mirador: ¿EXCLUSION DE LAS FUERZAS ARMADAS?

Juan Ramón Martínez

Carlos Roberto Reina y Carlos Flores se equivocaron cuando suprimieron el servicio militar obligatorio, y subordinaron a los militares a las autoridades civiles, sin las salvaguardas para evitar lo que está ocurriendo. Era necesario civilizar la formación militar y el cumplimento del servicio a la Patria. Volverlo voluntario fue bueno parcialmente; pero al final, burocratizó a la tropa que se volvió, una instancia de empleo vaciando la misión de entrega y servicio a la nación. Los soldados se volvieron asalariados. Ahora no ingresan por vocación como ocurrió con los habitantes de Guajiquiro y Cabañas, sino como una oportunidad de trabajo para los segmentos urbanos. También se perdió la oportunidad del ascenso en la vida social, por medio del trabajo disciplinado y ejemplar. Lo peor es que dejaron la misión establecida a las FFAA en la defensa de la democracia; pero le redujeron su libertad para distanciarse del juego de los intereses políticos.

La solución de Edmundo Orellana es casuística en sus orígenes; y con una clara orientación cortoplacista. Es justificada sin duda alguna. Pero eliminar a las FF.AA. de los procesos electorales, y despojarla de la función de representar al pueblo en la defensa del sistema democrático es un riesgo que la sociedad debe valorar cerebralmente. Porque se trata de reaccionar ante conductas irregulares que no representan a la oficialidad de las FF.AA. Realmente la conducta de Roosevelt Hernández y sus compañeros no cuenta con el respaldo y menos la opinión favorable de los militares. Se aceptan, por oficio de subordinación. Nada más.

Antes de 1954, las fuerzas militares estaban al servicio de los partidos políticos. Las guerras civiles nos dieron militares “liberales” y militares “nacionalistas”. De forma que cuando no podían lograrse acuerdos legítimos, los “generales” y “coroneles” de cada uno de los bandos, se alejaban de Tegucigalpa y en animo de combate iniciaban la guerra para deponer a los militares del partido contrario.

Sacar a los militares de la postura neutral que garantiza la paz y la tranquilidad, significa volver al periodo de las montoneras y las guerras civiles. Solo es cosa de imaginar que haría el país, si gana Rixi Moncada la titularidad del ejecutivo. Inmediatamente cambiaríamos las FF.AA.  nacionales por una “Guardia Civil”, como ocurre en Venezuela y Nicaragua en donde los militares se han vueltos “guardianes” de los políticos.

Estamos ante un grave peligro. Orellana tiene razón en su propuesta. Está plenamente justificada. Roosevelt debe estar lejos de las urnas. Pero el tema hay que discutirlo. E incluso darles oportunidad a los académicos militares, para que reflexionen sobre lo que ha sido el pasado histórico desde el 3 de octubre de 1963 hasta ahora. E imaginar correctivos. Especialmente en lo que nos parece el asunto más grave: la formación de oficiales. Necesitamos entender como ingresó Hernández a la Escuela Militar y cuál fue la razón porque no lo formaron para que sirviera a la democracia. Y más bien derivo en un político oportunista que fácilmente se puso al servicio de un caudillo civil – como en el pasado – comprometiendo la existencia de la democracia hondureña que no admite retrocesos, sino que más bien exige correcciones inevitables.

No hay que hacer lo que Reina y Flores hicieron. Irnos por el camino más fácil es darle la razón a los que quieren suprimir las FFAA. Estas son necesarias no solo para la defensa de la soberanía nacional, sino que, para representar al pueblo en la rebelión ante la tiranía, que fue la idea que los liberales “Villedistas” copiaron de Guatemala en 1957. Excluir a las FF.AA. es darle la razón a Hernández y a Rixi Moncada.

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