Poema: LA CATEDRAL DE COMAYAGUA (1915)

Catedral Inmaculada Concepción, Comayagua, 1859

Ramón Ortega

No es obra tallada conforme a un estilo,
conforme a una regla inmutable y severa:
mas finge con su alta y solemne fachada de piedra,
seguida de obscuras, tranquilas y célebres bóvedas,
que fueron el teatro de lides sangrientas
una extraña y audaz concepción caprichosa,
una esfinge surgida en otra época,
que dilata la vista en el ancho horizonte
como en una llanura perpetua.

Que desde ha mucho tiempo resiste indomable
los vientos, las lluvias, furiosos temblores de tierra:
que ha visto los años pasar lentamente
cargados de sombras, de guerras, de largas tristezas,
llevándose en mudo desfile
linajes vetustos de quienes apenas
las célebres joyas, guardadas
en finos estuches cubiertos de seda,
conservan aún los cautos abuelos.

Mas es así un poema,
un poema admirable,
un poema que canta en eternas estrofas de piedra,
los tiempos gloriosos y nunca olvidados de España,
cuando, conforme a la frase soberbia,
en sus ricos y vastos dominios,
el sol no ocultaba su fúlgida hoguera.

En todo aquel templo palpita un recuerdo.
Las áureas campanas que un día de fiesta
repueblan el aire de cantos y músicas,
los viejos grabados que fingen palmeras,
inmóviles rosas y efigies de santos adustos,
las fuertes columnas, las losas de piedra,
las blandas alfombras que ahogan los pasos,
las luengas cortinas de seda,
los largos manteles más blancos que un lirio.
los sacros altares de fina madera.

Los Cristos llorosos
de miembros desnudos y espaldas sangrientas
las vírgenes fijas poblando los nichos,
los vasos sagrados brillando en las mesas,
los ángeles pétreos sonriendo en la altura;
y en una polvosa caverna,
los cuerpos intactos de graves obispos,
que siempre conservan
en el rostro la gran majestad de los muertos.

Y todo recuerda aquella época
de largos ayunos, de vísperas regias,
de augustos maitines y misas solemnes,
pobladas de músicas tiernas;
de frías vigilias tediosas,
en donde los frailes luciendo sus trajes antiguos,
de varios colores, de formas diversas
formaban un grave cortejo suntuoso,
bañado en el brillo de grandes y vívidas gemas,
recorriendo la vasta y senil galería,
al compás admirable de un órgano,
que llora, que canta, que arrulla, que sueña. . .

Un órgano antiguo pomposo y solemne,
cuyas flautas parduscas y enhiestas,
mirando de lo alto las teclas gastadas,
parecen los tallos de una húmeda selva,
que borda la orilla desierta
en un lago de claras e inmóviles aguas. . .

De allí, por las blancas y enormes arcadas de piedra,
sobre el coro de frailes de rostros enjutos,
o caras rellenas,
despliega sus alas el hondo e inmortal Miserere,
cual la queja de un alma que tiembla,
como el grito de una alma que llora sus culpas
sofocada por una congoja secreta. . .

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