JORGE BÄHR: HISTORIA DE LA VIDA Y DE LOS VIAJES DE UN ALEMÁN (III)
[PARTE III]
El 19 de junio de 1867, el Archiduque Maximiliano de Habsburgo, fue fusilado en el Cerro de las Campanas, Querétaro, al lado de los Generales conservadores Miguel Miramón y Tomás Mejía, lo que marcó el fin del Segundo Imperio Mexicano. (Gobierno de México).
Continua
Después de dos días emprendimos la marcha por tierra hacia el interior; en las mochilas llevábamos las marmitas, harina, carne, pan, etc. Hacía un gran calor, y después de unas horas muchos de nuestros hombres ya no podían mantener el paso y llegaron ya al anochecer. Durante la marcha dormimos orgullosamente en nuestras tiendas de campaña. Pasamos por la ciudad de Córdoba, luego por Orizaba; todo ésta es en zona caliente. Pronto llegamos a una alta cima donde la carreta sube haciendo serpentina para que las carretas puedan subir. Arriba, el clima es mucho más clemente, es una zona templada. ¡Por fin llegamos a Puebla! Es una gran ciudad, tiene 365 iglesias, capillas y monasterios. Nos alojaron en un convento que estaba vacío. Pero yo estaba tan agotado por la fatiga que me ingresaron al hospital donde permanecí por pocos días, luego regresé al convento y subía y bajaba por las angostas gradas de piedra para descubrir algo nuevo. Siempre andaba a la búsqueda de pasillos subterráneos. Luego regresé para unirme con la compañía. "Aquí falta un barbero" me dije, "aquí podría afeitar 'trés bien' (muy bien)", y afilé mi navaja para afeitar y comencé a trabajar, pero contuve mi respiración para no cortar a nadie. Así lo hice y luego me hicieron 'perruquier' (barbero) de la compañía. “Me aumentaron un poco el sueldo y no tenía que hacer guardia. También tenía que afeitar a los hombres de nuestra compañía en el hospital. Muchas veces asignaban soldados de nuestra compañía para fusilar prisioneros o desertores, Siempre le rogaba a los oficiales que me perdonaran, no podía hacerlo, no tenía el corazón.
Más
tarde, nuestra compañía fué trasladada fuera de Puebla, la distancia era un día
de marcha, porque ahí vagaban bandas de guerrillas. Nos alojaron en una gran
hacienda, donde por las tardes encendíamos grandes fogatas en el patio.
Dormíamos en un granero; en México se cultivan muchos granos y cebada. En el
granero habían muchas ratas que por las noches sobre nuestras cabezas.
Agarramos muchas, las tiramos enteras al fuego; no se tardaba mucho para que estuvieran
asadas, quitarles la piel y comerlas. Las ratas hacían un rico asado, porque
son animales aseados. Años más tarde, durante el sitio de París, en 1870 se
pagaban 5 francos por una rata. Aquí nos quedamos más o menos dos meses, Después
marchamos hacia México, y una vez más nos alojaron en los conventos. Cuantas
veces no me he preguntado, ¿Porque se construyeron los conventos tan cerca a
los monasterios?. Todos parecían fortalezas sin ventanas en las fachadas, pero
en el interior habían grandes patios y siempre una fuente de agua, grandes varandas
y muchas celdas pequeñas. Cuando el general frances Forey quiso tomar Puebla,
colocó sus cañones en una colina, y como había un convento en la línea de fuego
sus artilleros descargaron unas balas sobre el; los conventos casi siempre tienen
3 o cuatro pisos. El resultado - éste convento estaba vacio – una parte se derrumbó
y se descubrió la sorpresa: Varios esqueletos salieron a la luz del día, habían
sido amurallados. Más tarde me contaron que los curas, para ocultar sus
pecados, habían amurallado a las infelices criaturas. Yo mismo ví éste convento
con su lado derrumbado. Los historiadores franceses Eugene Sue, Voltaire y Víctor
Hugo, escribieron mucho sobre éstos acontecimientos.
México
es una ciudad grande, tiene un suntuoso palacio y una gran catedral. A un lado
de la catedral había una gran piedra redonda de granito, de unos 3 metros de
diámetro y 50 centímetros de grosor, parecía una piedra de molino, con la
diferencia que no tenía un agujero en el centro. Esta piedra es el antiguo
calendario de los Aztecas. Está dividida en muchos paneles diferentes con
estrellas, cangrejos, peces, el sol y la luna. Más adelante admiré ésta piedra
muchas veces. No recuerdo cuantos paneles habían. También me contaron que en
los museos existían magníficos cuadros, compuestos artísticamente de plumas
naturales.
Un
día recibimos órdenes para marchar al interior. Después de unos días de marcha,
llegamos a San Luís de Potosí, también una gran ciudad, y otra vez nos alojaron
en un convento. Los Domingos era día de corridas de toros. Muchos de nuestra
compañía fuímos, pero lo que vimos ahí sobrepasa todos los sentimientos
humanos. Se ve la crueldad del indio mexicano. Tres Picadores que meten las
pequeñas banderitas con gárfios en la nuca de los toros y bueyes, éstas quedan
clavadas. Fueron embestidos, por los cachos de los toros, siete caballos de
picadores montados, de manera que se les salieron los intestinos y fueron pisoteados
por las patas traseras de los animales. Fué una visión horrible, y las jóvenes
damas gritaban "¡Hurra!". Damas que quizás no pueden ver cómo se le
arranca la cabeza a una paloma, ahí gritan "¡Hurra!".
Permanecimos
ahí unos días y seguimos adelante. Después de de varios días de marcha llegamos
a la ciudad de Saltillo, una ciudad bastante grande. Era Nochebuena; dí un paseo
calles y ví varios árboles adornados para navidad. Pensé que tal vez eran
familias alemanas y esto me puso bastante melancólico. Así pasaron varios días.
Mé enfermé, y nuestro medico que era de Alsacia, hablaba alemán y me dijo: “Sabes,
es mejor que te mande al hospital”. Fuí al hospital, pero no era un verdadero
hospital. Solamente era una casona mexicana. El en centro del patio una fuente
de agua y alrededor una gran terraza con muchos cuartos.
Al
tercer día oí fuertes gritos, un sonido desgarrador que jamás olvidaré. Me
asomé para ver que era, y -¡Dios mío!- ¿qué veo?: a uno de mis camaradas le están
amputando la pierda con una sierra, y a otro, un brazo. Al ver esto mi corazón se
puso muy triste y comencé a llorar. Regresé a mi cuarto, me acosté y cogí mi
bolsita de cuero con el Cristo y oré: "Creador todopoderoso! O tu,
espíritu bondadoso, espíritu de mi abuela! Me salvaste ésta vez, o, como os
agradezco! Protégeme en el futuro, pues soy un hombre bueno". Luego recé
el Padre Nuestro… que terrible oficio aquel. Matar hombres a tiros, y uno esta
en el mismo peligro. Entonces me contaron que el segundo día de mi estadía en
el hospital, mi compañía recibió órdenes para marchar a El Parras (éste es el
único lugar en todo México donde, durante el tiempo de los españoles, era permitido
cultivar uvas para hacer vino para los monjes) porque guerrilleros andaban
rondando por ahí. La compañía apenas había llegado cuando fué atacada y
emboscada. Hubieron varios muertos y heridos. Yo hubiera corrido la misma
suerte que ellos, pero ésta vez estaba a salvo. Una vez más seguimos adelante
hacia Monterrey, una ciudad bastante grande donde nos quedamos unos días.
Seguimos hacia Monteclova un lugar cerca de la frontera de Texas, no muy lejos
del Río Grande. Un día todos exclamaron: ¡Cardez lá haut! (¡Miren la cima de la
montaña!) por primera vez vimos verdaderos indios, con sus adornos de plumas en
sus cabezas, sus lanzas, y montados a caballo sin montura. Se retiraron
lentamente.
Por
la noche nuestra compañía recibió la noticia que llegaría una fuerte columna, entonces
tuvimos que marchar toda la noche. Recogimos todos los burros, y cada uno
montamos uno. Los animales caminaban tan lentamente que teníamos que puyarlos
con nuestras bayonetas. Sudaban y despedían mal olor, pero por suerte llegamos
sin ser atacados. En Monterrey permanecimos un tiempo. De Monterrey seguimos a
Matamoros, en el Río Grande. La frontera con Texas está muy cerca. De regreso
paramos en Mateguala. Apenas llegamos supimos que un gran grupo estaba listo
para atacarnos. Nosotros no teníamos la fuerza para atacarlos, por lo tanto
preparamos la ciudad para defenderla. Levantamos barricadas en las calles de
salida. Como todas las casas eran de techo plano, saltábamos del uno al otro y tiramos,
desde ellos. Teníamos que proteger nuestra agua potable. Muchas veces
capturamos prisioneros que fueron traídos al pueblo para enseguida fusilarlos
al lado de la iglesia. Una vez trajeron cuatro, con las manos atadas a la
espalda, y simplemente los pararon contra el muro. Cuando el oficial gritó ¡Fuego!
uno de ellos saltó hacia adelante y una bala le quitó la mandíbula inferior.
Era una escena horrible.
Nos
dieron una gran casona con un patio interior grande con unas escaleras para
subirse al techo. Un día, mi amigo Hampel subió la escalera delante de mi,
cuando el quizo encaramarse al techo oí un susurro y él gritó - Bahr, estoy
herido ¡Bájate! La bala rebotó en la escalera, le fué a pegar en la nuca donde le
penetró ésta. Sí yo hubiera subido primero, la bala me hubiera pegado a mí. Le
sacaron la bala, pero su nuca quedó tiesa. En este lugar permanecímos hasta que
llegaron los refuerzos. Los mexicanos son apasionados jugadores de naipes.
Conocí
una mujer; me dijo que tenía una bonita hacienda y hermosos caballos. Yo ya
hablaba bastante español. Los alemanes lo aprendemos rápido, porque como se
escribe se pronuncia, igual al alemán. Solamente la doble “l” se pronuncia
"eye”, y una “n” con una raya encima (tilde) se pronuncia
"enye". Las mujeres mexicanas, con su tez rubícunda, ojos y cabello
negro, se enamoran rápidamente de los rubios muchachos alemanes, con sus ojos
azules. Esto le sucedió a ésta mujer. Era bastante obesa. Dijo que me fuera con
ella, me iba a esconder. Pero hice caso a de su intento de seducción, pues los
franceses fusilan cada desertor, y tengo planes de regresar algún día. Por fín
nos marchamos cuando llegó el refuerzo. Regresamos a San Luís de Potosí y ahí
permanecimos por un tiempo.
Comenzó
el año 1866. Marchamos a México, donde nos quedamos hasta el 13 de Febrero,
fecha en que se cumplíeron mis dos años de servicio. Unos compañeros y yo
fuímos dados de baja. Me dijeron que me quedara, me iban a hacer cabo de
escuadra. Les contesté que quería buscar suerte en México, entonces me dieron
mi libreta de despedida, mí medalla mexicana, mí diploma y algún dinero. Más
adelante me robaron mí diploma, pero en la libreta estaba anotado que yo recibí
mí medalla el 13 de Febrero de 1866. Hasta la fecha la guardo junto con la
medalla y mis lectores la pueden inspeccionar cuando gusten. Es un misterio
para mí lo que podía guardar la libreta por tanto tiempo. También tuve que
entregar el uniforme. Como había sido bien económico ahorré unos piasteres que
había ganado afeitando y jugando naipes. Me compré ropa corriente, entregué mí
uniforme francés y deambulé por la ciudad. Entré al palacio donde colgaba una
gran pintura del emperador mexicano anterior, Moctezuma. Luego supe que se
estaba reclutando hombres para la Guardia Imperial Montada. Me informé, enseñé
mi libreta de baja y me aceptaron inmediatamente para los Cazadores Verdes. Me
dieron largas botas amarillas, pantalones de cuero de ciervo, una chaqueta
verde y una gorra verde que era muy bonita, también me dieron una montura, un
sable y un piaster por día. Montar, era un poco difícil aprenderlo. Se levantan
los estribos sobre la montura, se sienta uno bien recto y se trota. Al
desmontar nos costó mucho subir las gradas, pero con buena voluntad se aprende todo
rápido y me gustó porque tenía un hermoso caballo. México tiene lindos caballos.
Las órdenes se aprenden facilmente, - prepárese para montar a caballo, 1, 2, 3,
4. También me gustaba mucho la esgrima. Tenía un buen capitán, un austríaco,
pero en cuanto a la limpieza de los caballos era muy delicado, siempre pasaba
su mano enguantada de blanco por las ancas para ver sí estaban límpios. Me
estimaba bastante, que a los dos meses me hicieron Cabo de Escuadrón. En mí
compañía también habían unos úngaros con sus enórmes bigotes que tenían un especial atractivo.
Para poder tener estos bigotes tenían que usar unos alambres y mantenerlos lustrados.
Cuando se ponían en fila y se daba órdenes de darse vuelta, pinchaban a sus
compañeros. Pasamos buenos ratos. Nos dieron rifles y carabinas, pero teníamos
que acompañar a la emperatriz Charlotte a sus palacios de Chapultepec o
Cuernavaca. También acompañábamos al emperador. Casi siempre se vestía con un
traje de piel de ciervo y un sombrero de ala ancha, bordado con seda debajo del
ala. Andaba en una bella carroza halada por seis mulas blancas. Era un hombre
alto y hermoso de ojos azules, con una gran barba rubia, partida en dos
mechones.
Los
franceses empezaron a retirar sus tropas del país. El general Bazaine, el
Comandante en Jefe de las fuerzas francesas, se había casado con una hija de un
millonario mejicano, y el presidente anterior Juárez, se habla refugiado en los
Estados Unidos, en Nueva Orleans, y desde este país planificó sus operaciones
con Porfirio Diaz en Méjico. Después de unos meses me hicieron sargento.
Empezaron a acumularse negras nubes sobre la cabeza de Maximiliano. Era el
final del año 1866. De repente se dio la noticia que el emperador quería salir
del país y teníamos que acompañarlo. Nos quedamos unos días en Orizal Porque él
esperaba una delegación de Méjico. Llegaron personalidades políticas para
convencer que regresara.
Con
frecuencia me tocaba guardia frente a su gabinete privado, y él llegaba,
siempre acompañado por un obispo austriaco. Llegaron por un corredor, y de
lejos oí como decía - "No sé que hacer con México".- Pasó su mano
sobre su hermosa barba. Yo hice el saludo con el sable. Me vio, me saludó y
entró a su gabinete. Luego llegó la delegación de México. Estos funcionarios
convencieron al emperador, y nosotros regresamos. En ese momento todo iba bien,
pero en el interior del país existía mucha agitación. Comenzó el año 1867 y el
emperador se dirigió con sus dos generales, Miramón Y Mejía, a Querétaro, donde
se cumplió su triste destino. Sitiaron la ciudad. Por suerte yo me quedé en el
palacio con el General Marquéz. Un día recibimos la órden para cabalgar contra
el enemigo. Éramos 5000 hombres. En las cercanías de la hacienda San Lorenzo
chocamos con la caballería. A la cabeza de mi compañía grité - "¡Adelante!"
y todos se dispersaron. Luego dijeron que vieron que el enemigo estaba sobre
una colina cañones. Dieron órdenes a la caballería para tomarlos. Una vez más
grité -"¡Caballería al ataque, tomen los cañones!" - no me fijé si eran
uno o varios. Solamente nos dijimos adiós uno al otro. Escuchamos los
estruendos de los cañones y a la derecha e izquierda caían mis compañeros con
sus caballos. Tomamos los cañones, y ahí pasamos la noche. A medianoche escuché
un ruido, trápala de caballos. Yo pregunté -"¿Qué hay?" - Nosotros dormíamos
cerca a los caballos, alguién contestó - "Vámonos, el general se fue"
-. Rápidamente ensillé mi caballo, oí tiros por todos lados. Escuché como uno
de los franceses decía -"¡Sauve qui peut!" (Sálvese quien pueda).
Montamos los caballos y desaparecimos con los demás. Aún estaba oscuro y oía un
gran ruido, que venía del barranco donde habían tirado los cañones. Los
artilleros corrieron con las mulas. El enemigo había recibido refuerzos durante
la noche y nos estaba atacando por la espalda.
Regresamos
a México los más rápido posible, la distancia era 18 leguas, una hora cada
legua, y nada para beber ni comer. Había un completo desorden. Tenía la gran
suerte de tener un buen caballo. Por la tarde llegué a México, llevé a mi
caballo al establo y me fui a un restaurante donde recibí la noticia que el
enemigo estaba frente a los portones y que la ciudad seria sitiado. Nuestro capitán
me comunico al día siguiente que había promovido a subteniente por mi gran
valor. Le di las gracias y pensé para mí -“¡Vaya, por fin has hecho carrera!”-
Pero esa grandeza no iba a durar mucho.
Al
poco tiempo llegó la noticia que el emperador había sido fusilado en Querétaro junto
a sus dos generales, Miramón y Mejía. Así es la política francesa. Los franceses
se habían comprometido a dejar sus tropas por 7 años en México para proteger a
Maximiliano. Según la historia, el hijo de Napoleón I el Duque de Reichstadt (los
franceses dicen: Aiglon= Águila) fue envenenado en la corte imperial de
Austria. Durante el cautiverio del emperador, la emperatriz Charlotte viajó a
París. Se arrodillo ante el emperador Napoleón, abrazando sus rodillas, pero de
nada sirvió rogarle por la vida de su esposo. Siempre lo fusilaron. Así se nota
la crueldad de los indios. El sitio duró tres meses. Nuestros pobres caballos
estaban escuálidos. Se habían mordido la crin y las colas. En aquel tiempo comí
mucha carne de caballo; la poníamos en vinagre todas las noches. Por fin entró
el Partido Liberal con Porfirio Diaz a la cabecera. Los soldados estaban en
harapos. Nos subimos a los techos y nos dijimos unos a los otros - “Ahora nos
fusilan”-. Así paso el día y la noche. Colocaron los cañones frente a los
portones. Al día siguiente todos teníamos mucha hambre. Yo ya me había conseguido
ropa de paisano, guardé mis documentos más importantes y fui donde el general
que estaba de guardia en el portón, saludé y dije –“Mi general, me da permiso,
tengo mucha hambre, necesito comer algo”. Me miró con sus grandes ojos y dijó –“Muy
bien, pero por su palabra de honor, vuelva pronto.” ¡Dios Mío! Como me latió el
corazón. Cuando estaba fuera, caminé tan rápido y me fui directo a la casa de
una mujer, la cual me dio escondite por varios días.
Después
de casi ocho días me fui directamente donde el Comandante en Jefe, Porfirio
Diaz, le dije que amaba su país y quería quedarme en México para probar suerte.
El me examinó con su mirada, me dio la mano y dijo –“me gusta su franqueza.
Venga mañana al mediodía a la jefatura ahí está el gobernador Juan Blas Vázquez
(siempre recordaré estos nombres). Él le dará su pasaporte Y yo lo firmo".
Así lo hicieron. Podía andar libremente por donde quisiera. Más tarde supe que
a mis camaradas los transportaban a pie hasta Veracruz, donde fueron expulsados
del país. Yo dí un paseo por la ciudad y llegué nuevamente al centro. La iglesia
estaba a la izquierda, y nosotros los soldados del palacio también estábamos en
el ala izquierda. Con frecuencia observaba a las mujeres entrar, y yo con mucho
tiempo libre, entraba también y por ambos lados de los confesionarios veía
largas filas de mujeres arrodilladas, y alguien dijo –“Estas mujeres confiesan
sus pecados de la noche anterior para entonces empezar de nuevo con su corazón aliviado”.
Aquí quiero dar un ejemplo de cómo la mujer mexicana se venga de su amante cuando
la engaña. He visto muchos hombres, hasta los de la más alta sociedad, con una
gran cicatriz de la oreja izquierda a la boca. Hasta el presidente anterior, Juárez,
tenía la misma cicatriz. La mayoría de las mujeres tienen navajas con una punta
curvada y muy afilada; si su amante le es infiel, espera hasta que pueda hablar
con él y provoca un altercado. El, desde luego se quiere defender, ella se pone
más furiosa y de repente -ella con su navaja lista en la mano derecha dice –“¿No
has tenido suficiente conmigo, cabrón?” ¡Chinga!” y como un rayo le pasa la
mano por la mejilla de él y le abre todo el lado y dice en el acto, muy rápido –“toma
esto como recuerdo”. Entonces el buen hombre tiene que guardar a memoria hasta
el final de su vida. Las mexicanas son criaturas muy apasionadas. Posiblemente resulta
esto de comer tantos chiles, rojos y calientes, y también de una bebida llamada
pulque, hecho de maguey, que es muy embriagadora.
Quiero
contar a mis estimados lectores algo sobre el cruce de razas. Cristóbal Colón
descubrió América en el año 1492. Los españoles tomaron posesión de México y
Centro-América. El indio es falso, traidor y pícaro, tiene solamente características
desfavorables, ningunas buenas. El español es orgulloso, arrogante, y la gente
de la provincia de Catalonia? especialmente es una raza muy ordinaria. Entonces
el español se quiere dar los aires de un gran señor, pero no quiere trabajar, y
del cruce de estas dos razas desde el año 1500 tenemos hoy el resultado:
guerras y revoluciones sin fin. Cada cual quiere ser presidente, ministro o
tesorero. Los mexicanos son mucho más crueles que la gente de los demás países centro-americanos.
Ellos tratan a sus prisioneros en manera muy cruel, por ejemplo les cortan las
narices y las orejas. En Honduras donde he vivido 41 años, nunca se da tales
castigos horribles.
No
tenía nada que hacer, y deambulando por la ciudad conocí a un mexicano. Ya que
mis manos estaban demasiado suaves para hacer trabajos manuales, y como los
salarios estaban muy bajos, no tenía ganas de tenia ganas de trabajar como
carpintero. Aparte de eso, los bancos de carpintería eran miserables. Este
mexicano había sido capitán en los tiempos de Maximiliano. Me contó que ahora
viajara a ciudades donde se celebraba ferias y donde se jugaba. Me propuso que
me fuera con él lo que acepté. Mis valijas dejé con un amigo, y nos marchamos.
La primera aldea, donde no paramos, era una pequeña y desolada ciudad, se
llamaba Puntla. Cerca de la aldea corría un rio, en él vi muchas mujeres
mulatas; algunas tenían manchas amarillentas y negras azuladas, o un seno
amarillo, el otro negro, y así también manchadas las caras. Era un aspecto muy singular.
Aquí estuvimos ya en tierra caliente. Pero nuestros negocios no iban bien, y
pronto nos fuimos. En el regreso paramos en una ciudad pequeña. Por la noche
vino un soldado a nuestra posada, y me dijo - “Orden del señor Jefe Político,
venga Vd. conmigo." Pensé para mi - "¿Qué pasa?" Me llevaron a
la prisión sin escucharme. La prisión era un simple hoyo con un soldado vigilándola,
ninguna silla, ningún banco nada para comer, nadie podía hablar conmigo. En la
puerta habían unos agujeros, y pude oir lo que los soldados afuera hablaron, y
lo que dijeron era horrible para mi, porque hablaban de un espía francés a quien
seguramente se iba a fusilar la mañana siguiente. Yo me acurruqué en la tierra húmeda,
puse mi cabeza sobre las rodillas y cogí con mi mano derecha mi bolsita de
cuero con el Cristo y recé. Parece que así me dormí. Cuando amaneció el día (siguiente)
llegó uno de mis amigos y dijo -"Don Adolfo (me llamaron Adolfo, porque
mis nombres son Georg Friedrich Adolf, y les gustó más Adolf), pronto saldrá"
Pero aún pasó más que una hora hasta que me dejaron ir, porque el asunto estaba
aclarado. Me habían declarado espía, pero mis amigos pudieron comprobar que era
inocente. A continuación salimos hacia México. Y ¿qué sorpresa me esperaba en México?
Alguien había forzado mi valija y me había robado el certificado de mi medalla.
Por suerte me habían dejado mi “congé” francés, (libreta de despedida), en
donde está apuntado que el 13 de febrero de 1866 había recibido mi medalla. Era
fuera de duda que un canalla alemán, desertado de la legión extranjera, había
perpetrado esta grosería, para poder pasarse a los liberales mexicanos. Tomé mi
valija y fui a la casa de un viejo que vivía en un vacío convento, y le pedí
que me dejara dormir ahí por unos días, lo que me permitió con gusto. Unos días
después recogí mis cosas, dejé mi valija con el viejo y me marché. Quería ir a
Veracruz, esperando que tal vez ahí podría encontrar un barco para viajar a los
Estados Unidos.
Después
de varios días de marcha llegué a una pequeña ciudad, Paso del Macho. Aquí me
encontré con varios franceses. Les conté que era barbero, y ellos me
aconsejaron quedarme y abrir una barbería, lo cual hice. Me gane unas piastras,
una piastra es equivalente a 2 marcos alemanes. Conocía a un francés, quien
resultó un verdadero buen amigo, porque más adelante me salvó la vida, él se mudó
a mi posada. Ya vivía varios años en este lugar y conoció esta terrible, el vómito
negro o fiebre amarilla. Cuando llega la estación lluviosa llega también la
fiebre amarilla. Dentro de poco había muertos, se murieron muy rápido; sino se
toma un fuerte laxante inmediatamente después de enfermarse, empieza el vómito,
flemas de color café, y entonces ya no hay ayuda. Dos hermanos, comerciantes, franceses
y amigos nuestros, nos pidieron que los acompañáramos en el entierro de la
novia de uno de ellos. No podíamos negárselo, y nos fuimos. Era un día
lluvioso; en el cementerio ya sentí un tiritón de frio. Al regresar dije a mi
amigo –“Luis, vamos a comer ostras, vete y compra una lata, yo voy a preparar
el vinagre y el aceite en el restaurante del amigo Luis”. Pero ya me sentía bastante
miserable y dije –“Monsieur Lous, donnez-moi un gran cognac” (deme un gran
coñac). Encima del mostrador había una cajita con diferentes especies, entre
ellas pimienta molida. Agarré una buena porción, la eché a mi coñac, y me lo
tragué de un solo. Cuando mi amigo Luis vino con las ostras le dije que me sentía
muy mal, -“Je ne Peux pas plus, je me veux coucher (ya no puedo más, quiero
acostarme)”. Y me acosté. Grandes escalofríos me despertaron por la noche,
cuando quería levantar casi me caí, y me dije a mi mismo –“o mon cher, je suis
malade (ay, estoy enfermo)”. Luis se levantó inmediatamente y dijo –“Couches-tci,
je vai retourner tout-suit”. (Acuéstate, voy a regresar en seguida) y de veras,
él regreso con una botella de aceite de ricino, dos limos y un puñado de sal
fina; el llenó un vaso grande con el aceite y el jugo de los limones y la sal y
dijo –“voila, bois tout (aquí, bebe todo)”. Siempre he podido tomar bien
cualquier medicina. Con voracidad tragué todo, después de una hora otra toma
igual. El día comenzó. Quise ir al inodoro, pero mi amigo no lo permitió; tenía
que usar una bacinica. Entonces él se fue a la farmacia y trajo una botella de alcohol
con alcanfor. Despedazo una camisa de lana mía. Entonces llegaron unos amigos,
un belga, siempre dispuesto a hacer bromas. Era ingeniero del ferrocarril. Al
Entrar dijo en flamenco –“Gott verdammt, Junge du sast nich starben”. (Muchacho,
no vas a morir). Luis comenzó a frotarme con el alcohol; el belga bajó mi guitarra
y comenzó a cantar, haciendo “chrum chrum chrum” en la guitarra y con el ritmo
de la música Luis froto, y el belga cantando –“chrum chrum chrum, muchacho no
debes morir”. Yo estaba medio muerto pero tenía que sonreír. Tenía necesidad de
usar la bacinica, pero me dio pena, y él hizo unos grandes comentarios en su
flamenco grosero. Mis estimados lectores me perdonaran que no puedo citarlos aquí.
Al otro lado de la casa vivía un austriaco con su esposa. A ellos tengo mucho
que agradecerles, eran buena gente, porque me dieron de comer durante esta
terrible enfermedad mía. Después de 8 días me pude levantar, pero estaba muy débil.
Entonces pregunté -¿Dónde esta aquel?” –“Muerto” “¿Y aquella?” –“muerta también.”
Ay, ¡como duele! Recé por la noche y di gracias a mi creador ´porque una vez más
me había salvado. El que una vez ha tenido esta enfermedad no se vuelve a enfermar
de ella. Aquí me quedé por una temporada para recuperar.
Paso
del Macho es el último punto de partida del ferrocarril de Veracruz. Aquí había
un abismo muy profundo. Un día llegó un italiano del interior quien habla
estado conmigo en la misma compañía de la legión, un jugador y mago o
ilusionista. El me habló y me propuso que me fuera con él como socio. Bueno, me
fui con él pero en la primera ciudad donde paramos y que se llamaba Huatusco,
cerca del gran monte mente Orizaba, nuestros negocios iban tan mal que tuve que
vender mi reloj de oro que había podido comprar a duro ahorrar, para poder
pagar nuestras deudas. Aparte de eso perdí en la ciudad mi perrito. Me fui el día
siguiente y encontré otro compañero de viaje. Llegamos a un rio, y le quise
enseñar que bien sabía nadar de espalda. De repente oía un grito y me di cuenta
que la fuerte corriente me arrastraba. Me agarré con pies y manos en las piedras
y así me sostuve. Por fin vinieron unos mexicanos que me sacaron con la ayuda
de varas. No tenía otra cosa que un anillo que les regalé. Era una imprudencia por
parte mía hacer algo así, porque 100 metros más adelante me hubiera caído al
abismo: así otra vez fui Salvado de la muerte.
Seguimos
adelante y finalmente llegamos a Veracruz. Ya no tenia miedo del vómito negro
porque había tenido esta enfermedad. Conocé al dueño de un hotel cerca del
puerto, un francés. Le dije que era ebanista, y él contesto -"Trés bien,
vous pouvezarranger les meubles (muy bien, ud. puede arreglar los muebles).
Trabajé por algún tiempo, y también comi bastante bien. Un día conocí a un
capitán americano, y él me quiso llevar trabajando por el viaje. Bueno, se lo
dije al dueño del hotel y me fui a bordo. Al día siguiente anclamos en la costa
más al norte. ahí llegó una gran lancha con madera de color tan pesada como el
plomo, palo tinto o mora. En un lado del barco construimos un andamio al cual
levantaron los troncos desde la lancha, tenían de la 1 a 1 ½ metros de largo.
Eran tan pesados que un hombre apenas los pudo levantar. Me tuve que parar
sobre el andamio para recibir los troncos y echarlos al barco. Dios mío, casi
me quebré la columna vertebral. Cuando la primera lancha estaba casi
descargada, pregunté a los mexicano -"Amigos, Uds. me pueden llevar a
tierra?" y ellos contestaron –“Véngase”. Rápido recogí mis cosas y me bajé
del barco a la lancha por una cuerda. Así regresé a la tierra mexicana. “Vaya”,
me dije, "de aquí nadie me quita”. Entonces oí que el lugar se llamaba
Islas de la Arena y que era el lugar donde anidan los flamencos, miles de ellos
volaban por ahi. Es un ave muy bonito con plumaje rosado, muy parecido a la cigüeña,
solamente la punta del pico es encorvada y ancha como la de un pato. Las pocas
casas que habían tenían solamente un techo sobre la tierra con los dos lados abiertos.
Toda la gente eran pescadores. Por las mañanas fui con ellos al mar para pescar
el pez pámpano, un excelente pescado. Los ahumaron, y eso era nuestra dieta,
pescado y tortillas que son pequeñas redondas tortas de maíz. Después de unos días
me dijo uno de los pescadores que se iría a Yucatán, a Mérida que es la capital
y que si quisiera ir con él. Inmediatamente contesté que sí. No tenía nada para
dar a esta buena gente, únicamente un chalin azul, y les di mis sinceras
gracias.
Tengo
que contar que fui a buscar y conocer los flamencos. Encontré unos nidos,
construyen de ramitas y arbustos, un poco elevados, pero no hallé huevos. Viajamos
a lo largo de la costa hasta el puerto de Progreso donde la policía me
esperaba. Me transportaron a Mérida y me llevaron ante el jefe de policía. Yo
pregunté porque me habían arrestado pero nadie quiso contestar. Por fin me preguntaron
que era mi oficio y dije “carpintero”. Entonces me mandaron a un ebanista alemán
que tenia un negocio en Mérida. Le preguntaron si tenía trabajo para mí, y él
dijo que sí. Entonces me dejaron libre y me fui con el hombre. Se llamaba Werkmeister.
Primero hice unos muebles, y me mandé hacer buena ropa, también empecé un
escritorio de caoba; ahí comprendí que la artesanía es un oficio con fondo
dorado. No pude terminar el escritorio porque me enfermé. Tuve que irme de Werkmeister.
Luego me encontré con un alemán que manejaba un espectáculo de ferias y él me
ofreció que me fuera con él para tocar el organillo y el tambor y para levantar
el escenario. Bueno, me fui con él. Él tenía una mujer joven que era malabarista
y tragaba fuego, y ella misma era puro fuero y llama. El era acróbata. En la
segunda ciudad donde paramos tuve que acompañar a la mujer cuando salió, en la tercera
él salió temprano al mercado para comprar algo. Él era un hombre simpático.
Apenas se había ido él -su mujer estaba todavía acostada que- ella me llamó y
dijo que tenía dolor de barriga y que viniera. La contemplé con grandes ojos,
no dije ni una palabra y me salí. Yo pensé –“no me voy a meter en líos por esta
mujerzuela!” entonces seguí costa abajo hasta el puerto de Campeche; aquí hay
mucha pesca. Los pescadores tenían grandes tortugas en el muelle, espaldas para
abajo que así no se pudieron escapar. También tenían un manatí, una hembra con
dos tetas grandes, redondos y hermosas, muy femenina, y además hay ahí un pez
que come zacate y es vivíparo; estos animales eran algo muy nuevo para mí. Aquí
conocí a dos americanos, padre e hijo, que hicieron patrones (stencil plates)
para marcar ropa. Fui con ellos a las casas para mostrar a la gente como se
hace, y vendí los patrones con una botellita de tinta y recibí el pago por cada
una; ya sabia lo suficiente para poder hacerme entender. Así pasó el tiempo.
Por mis visitas a las casas conocí a veces familias muy simpáticas; todavía no
hablaba el español correctamente y por eso se divirtieron por mi modo de
hablar. También toqué la guitarra y canté unas canciones españolas, lo que
gusto mucho a las damas.
Finalmente
me fui de esta gente, la ganancia era demasiado poca, y regresé al pequeño puerto
de Sisal. Aquí conocí al comandante de puerto, quien me prometió trabajo en la
aduana. Era un señor muy simpático, pero no conseguí empleo y regresé a Mérida.
Aquí oí que un agente ingles del ferrocarril de la Republica de Honduras contrataba
gente para trabajar allá. También pagaba 25 pesos de contratación. Yo fui donde
él, y él dijo enseguida –“All raght” (bueno); él estaba contento de tener
alguien con quien se podía entender, pero yo tenia que esperar unos días asta
que tuviera reunidas a 40 personas. El logró juntar a 40 interesados. Medio todos
los papeles, me hizo capataz, y nos mandó al puerto. Ahí estaba una goleta con
un mástil en el centro y otro mas pequeño delante. Cuando le enseñé al capitán los
papeles me dijo –“now you stay with me in my cabin” (Ud. queda conmigo en mi
camarote). Debo decir que tenia un perrito pequeño blanco que mi patrón en Mérida
me había regalado y que siempre estaba fielmente a mi lado. Le había recortado
el pelo al estilo de león con un bigote y un mechón en la barbilla a la Napoleón
III. Mi perrito vino conmigo, se llamaba Consul. A mi me llamaron siempre don
Adolfo.
Viajamos cerca de la costa, en el principio del año 1870. Por la noche me acosté sobre el camarote, mi perrito conmigo. Miré las muchas estrellas en el cielo, porque era muy claro. Entonces sentí una gran melancolía, y me dio ganas de llorar. Me acordé de mi tierra, de mi madre y de mi abuela quienes seguramente estaban muertas. Tomé mi cruz con la bolsita de cuero que nunca quité de mi cuello, y recé, "Dios todopoderoso, me has protegido hasta aquí, protégeme también en el futuro, y tú, bondadoso destino, llévame a un puerto tranquilo".
Continuará
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