LIBROS Y LIBROS

Juan Ramón Martínez

I

Lo hemos dicho antes. Después de Julio Escoto que es “la espada mayor” de la novela hondureña, – que sigue a la generación de Marco Carias Reyes, Carlos Izaguirre, Paca Navas de Miralda y Ramón Amaya Amador – hay una nueva hornada de novelistas entre los que es obligado mencionar a Jorge Medina García, Gustavo Campos, Kalton Bruhl, Denis Arita, Ernesto Bondy Reyes, Nery Gaitán, Melissa Merlo y el más nuevo e interesante de todos, Javier Mejía Suazo.

Ernesto Bondy Reyes (1947), ingeniero agrícola, graduado en la Molina, Lima Perú, llega tarde a la literatura. En 1998—2000 fue vice ministro de la Secretaria de Recursos Naturales. Como técnico y político agronómico, hace informes e imagina alternativas sobre proyectos que favorecen la producción y la productividad. Pero un día, descubre su capacidad para imaginar y crea en algunos tramos, más que proyectos productivos, escenarios imaginativos singulares con ciertos toques literarios que inicialmente se niega a aceptar como tales. Es posiblemente el mejor escritor de novelas policiacas de Honduras y que muestra unas características muy definidas: las historias son redondas, los personajes bien definidos y las situaciones especiales de alta tensión. Pero además aporta algo singular. No da la cara, no se mezcla en las historias, no tiene tentación de ser personaje; y más bien ve a estos, a los personajes, desde arriba para abajo. Por lo que hay un estilo puro de novelar, sin lecciones morales o sermones políticos.  Por eso sus personajes son secos, no despiertan simpatía – que es una tentación en la que caen algunos y que terminan haciendo delincuentes simpáticos y bandidos “honorables” – no tienen rasgos de bondad y sus vidas son contadas desde largo, sin modificar ni crear mucha poesía que algunas veces sirve para endulzar y disimular los venenos de la realidad. Son como los personajes de Kalton Bruhl, que nunca ríen y ni siquiera sonríen, rarezas humanas, dominadas por las pasiones más elementales.

En “Las Tres Rosas del Centauro” – un conjunto de cuentos cortos, pinceladas rápidas e historias casi anecdóticas que podrían el algún momento, ser simples chistes – Bondy muestra su maestría en el manejo del relato, manteniendo la distancia, sin interesarse para nada en el goce del lector, porque ese es cosa suya y el cómo escritor solo tiene la obligación técnica de describir el escenario y que cada quien se las arregle como pueda. En este libro, además, Bondy Reyes incluye varios cuentos suyos premiados, de más aliento y con más espacio descriptivo y con personajes más elaborados y relacionados en sus descripciones físicas. Incluso en uno de ellos, se encamino con algún cuidado por la senda de meta literatura. Especialmente en el cuento el Seminarista de los ojos rojos, en que juega a la transgresión sobre la personalidad del seminarista de los ojos negros del famoso poema.  En el resto de sus relatos, muy planos en lo que se refiere a las virtudes y defectos de los personajes, no tiene preferencia, porque no intenta moralizar; ni enseñar nada. Ni siquiera cuando narra en primera persona evita su tentación hacia la distancia entre el narrador y los personajes. Su preferencia es dejar que sea el lector el que se destete, que avance, madure; y goce o sufra con la historia que el ha contado. Esta distancia del autor con los personajes, es algo que solo Bondy destacada en la literatura hondureña. Los demás autores tienen preferencias por los buenos, arremeten contra los malos; y buscan que el autor de alguna manera comparta sus morales. A Bondy Reyes esto no le interesa. Se muestra más como un técnico – que lo es por formación – de la literatura. Es, por ello, el más puro técnicamente hablando de los literatos hondureños, indiferente al uso de la literatura en términos morales, porque lo único que le interesa es divertir y hacer que los lectores la pasen bien. Con la excepción de ciertos momentos en que, en sus narraciones, se torna irónico, burlesco y en algunos abiertamente cínico. Es un escritor, como definía Cortázar, que escribe para “lectores machos”, es decir para los que no quieren que les den las cosas masticadas, sino que le gusta que le se les estreguen los materiales para construir sus propios manjares, con la sal y pimienta al gusto de cada quien. Tampoco experimenta con los tiempos, ni hace anticipaciones cinematográficas frecuentes como Leonardo Padura porque no necesita crear alter egos para que hablen por qué no quiere hablar, sino que le interesa solo que lo hagan sus personajes. De allí que no tenga un investigador definido; ni un escenario favorito, porque se mueve entre el Caribe y Nacaome, con enorme facilidad; y por supuesto con mucha naturalidad y conocimiento de los escenarios donde ocurren sus historias. Y como se involucra muy poco en las historias que cuenta, no sabemos nada suyo ni de sus lecturas y mucho menos de sus manías, ánimos y sueños. Es un autor deliberadamente distante; pero útil para que los lectores, escojamos nuestras historias y las hagamos propias, más que tratados como alumnos por el autor que estamos leyendo.

En momentos parece arrogante: todo lo sabe, lo cuenta como quiere, no lo endulza ni le agrega poesía al lenguaje, es seco en contar y más bien invita y reta con cierta dureza, que cada quien lo consuma con su paladar y sus gustos. Pero al final, termina uno atrapado en historias redondas, completas, literariamente ajustadas a los cánones más exigentes que atrapan y divierten al lector. Estamos entonces muy cerca de entonces literatura casi pura, un Borges a la inversa. Puro y seco, pero sin academicismos o lecturas sobre abundantes de sus autores preferidos o inventados. En Bondy, todo es nuevo y suyo. De nadie más. Parece un eremita que ha venido a la ciudad a contarnos sus cosas. Y que va de regreso a sus querencias en el desierto. Un buen escritor que causa placer leer sus historias, cuentos y anécdotas. Especialmente este bello y bien editado libro de cuentos, “Las Tres Rosas del Centauro”.

II

Javier Suazo Mejía es el más moderno de todos los nuevos escritores de novelas, cuentos y relatos. Su última novela, “Alacranes en la Oscuridad”, -- una historia de narco -- Lenka, 2024, tiene un carácter y una naturaleza muy singulares. Es una historia conocida, el narcotráfico y su incursión en la vida política hondureña y centroamericana, el enjuiciamiento de líderes políticos de alto nivel por parte de Estados Unidos y los juicios y castigos correspondientes, así como un desfile de hechos delictivos, en los que se implican las pasiones desenfrenadas, la corrupción de las autoridades, las reglas de los delincuentes y las victimas, tanto de implicados como de personas que circunstancialmente están en mal lugar y a una hora inapropiada Y al final, como en una entrega de nuevas oportunidades, el cambio de gobierno que ofrece nuevas reglas y seguridades para evitar el delito. Por ello cuenta como la población hastiada de tanta irregularidad en las elecciones hace perder al presidente que después seria encausado en Nueva York y favorece el triunfo a la primera mujer que ejerce el poder ejecutivo en Honduras. Es decir que aquí, todos sabemos lo que ha ocurrido y desde la primera página sabemos lo que ocurrirá en la última sección. Lo interesante entonces más que la historia, es la forma como Javier Mejía lo cuenta: describe muy bien los escenarios, mueve con soltura los personajes y los hace hablar, en diálogos muy verosímiles y naturales mostrando sus miedos y ansiedades en el caso de los acusados y las tendencias moralizantes y ejemplares de los fiscales y jueces que quieren con el castigo al encausado, meter miedo a los probables infractores que se enfrenten a la tentación de engañar a los jueces. En fin, la historia es conocida y repetimos,  lo nuevo es la forma de contarlo. Con lo que deslinda con habilidad quirúrgica, las historias de las formas de contarlas.  En esta última habilidad en algunos casos – y en esta novela se le nota – que las formas son en literatura por lo menos más importante que los contenidos. Javier Suazo Mejía es un buen contador de historias, tiene un lenguaje exacto y una habilidad cinematográfica para crear personajes vivos, moviéndolos con soltura en los diferentes escenarios y volviéndolos aceptables en sus virtudes y en sus defectos, decir que son creíbles cada uno de ellos. Y como los mueve esos personajes en distintos momentos, hace cortes cinematográficos y anticipaciones que le dan a la historia conocida un tono de sorpresa inusual, porque entonces el lector, sabe que, al jugar con el tiempo, le obliga a estar en guardia esperando que le no le haga victimas de engaños, introduciendo elementos nuevos o inventando unos hechos que no son parte de la historia conocida. Esta habilidad les da a las historias contadas por la mano de Javier Mejía, un movimiento y una belleza que compromete la atención del lector de una manera absoluta. Porque esta mezcla de historia conocida y de nuevas aportaciones del autor, tiene un encanto que amarra al lector. Los actores de su última novela, “se mueven en las sombras, tras las cortinas del poder. Durante décadas han permanecido, repartiendo aguijonazos, envenenando la nación con una ponzoña que desata el odio, la violencia y que fragmenta la sociedad hasta llevarla a la destrucción”. Como dijimos es ficción, pero de una historia conocida: la influencia y dominio de los narcotraficantes de todas las escalas del poder en Honduras, que “deja al desnudo la realidad que entreteje un puñado de familias que se disputan el control del país en detrimento del bienestar y la paz del pueblo, el cual, no obstante, termina siendo cómplice, también, de esta aterradora danza de los escorpiones”.  Además, Mejía Suazo tiene una rara cualidad: es un hombre muy trabajador, un profesional literario que investiga lo que cuenta, lo documento hasta lo exhaustivo; y lo ordena en forma tal que lo vuelve bello, literariamente hablando.

Y que, produce en forma constante obras valiosas, de enorme calado y de gran tamaño. Antes de esta su “novela mayor”, ha publicado las novelas siguientes: Entre Escila y Caribdis (2005) El fuego Interior (2006), Quetzaltli, la lagrima del creador (2007) y Corre la sangre doña Inés (2023), así como ha publicado un libro de cuentos Distocia, relatos de ciencia ficción ambientado en el tercer mundo y dos poemarios: Bajo la Curva de la luna 2020) y la Ira (2022). Es sin duda, el autor hondureño de mas elevada productividad, porque, además, de su robusta producción literaria se dedica profesionalmente a la cinematografía y a la publicidad.

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