Viajes: Honduras 1885-1889. Por: Daniel W. Herrings Jr. (II)
(II Parte)
Catedral San Miguel de Arcángel de Tegucigalpa, 1857
2. El
primer objeto que atrae la mirada del viajero en Honduras, a
medida que se acerca a una ciudad, pueblo o aldea, es el templo
católico, cuyas torres coronadas con una cruz, se elevan sobre los demás
edificios. Las iglesias tienen en el exterior figuras labradas de santos y
escenas de la Sagrada Escritura y en el interior están extensamente decoradas con bustos y estatuas doradas, pero no hay en ellas asientos. Los devotos se
arrodillan en promiscuidad sobre el desnudo y duro suelo de ladrillos, pero por
felicidad para ellos, los oficios nunca son muy largos. Las ceremonias de la
iglesia son practicadas principalmente por los sacerdotes y las mujeres, pues
los hombres y particularmente los hombres principales (con excepción de los sacerdotes)
toman muy pequeño parte o ninguna en ellas. He visto a un grupo de mujeres
aparecer delante de la puerta de la iglesia y a verla cerrada y que nadie había
adentro, cantar himnos suaves y solemnes, llevando velas encendidas en las
manos, aunque a la plena luz del día. He visto como una devota solitaria
acercarse a la puerta cerrada de la iglesia, y sola, sin que nadie estuviera
cerca o lo notara aparentemente, se arrodillo sobre las gradas de piedra y
permaneció así largo tiempo en la actitud orante más rendida. Pero así como las
mujeres demuestran su fervor religioso, es notablemente extraño que nunca se
vea hermanas de la caridad, quienes si estuviesen aquí se les vería con su
vestido atractivo y peculiar su ausencia es aún más notable, ya que aquí las
mujeres son católicas casi sin excepción.
Los
hombres tienen la costumbre de quitarse el sombrero cuando pasan delante de una
iglesia, aun cuando esté cerrada, y casi todos lo hacen así cuando está
abierta. Estos tributos a la religión son hermosos y conmovedores y no solo
excitan la atención sino también la admiración del forastero. Pero este no
puede menos de disgustarse cuando presencia los absurdos ridículos a que
conduce el celo religioso.
Las
formas exageradas de la Iglesia Católica antigua están aquí en boga; tales como
cubrirse la frente con una cruz de ceniza el Miércoles de ese nombre; colgar
las efigies de Judas el traidor y frecuentemente caminar a través de las calles
en una procesión publica con la imagen de la Virgen María. Esta imagen así
llamada, es una figura grotesca y ricamente vestida, no muy capaz de aumentar
la devoción a la Santísima Virgen. Por respecto a las creencias sagradas del
pueblo, sin embargo, el extranjero no debe nunca dejar de quitarse el sombrero
cuando pase la procesión. El pueblo tiene la veneración más profunda en esas
ceremonias y cuando la procesión aparece, todos se descubren la cabeza y la
mantienen así, no solo hasta que pasa enfrente sino hasta que desaparece. Los más
devotos caen de rodillas en la calle o en donde estén y los que se hallan en
las tiendas o en su casa avanzan hacia la puerta y se arrodillan hasta que ha
pasado. La procesión puede ser oída antes de ser vista, pues la precede el
sonido de las campanas y va acompañada por la música de los violines y el canto
solemne del sacerdote y los feligreses, que van en pos con velas encendidas en
sus manos y otros, generalmente muchachos, que llevan símbolos de la Iglesia.
El sacerdote camina lentamente bajo el palio de seda levantando sobre cuatro
frailes (3). Las procesiones a veces salen sin la imagen de la Virgen, aunque
en otros respectos es la misma.
Pero
el norteamericano tendrá más motivos para gastar paciencia y refrenarse antes
de que se acostumbre al grave din-don de las grandes campanas de anchas bocas,
de las que esta provista cada iglesia, y son varias. Casi todas las horas del día
están interrumpidas por el estruendo discordante que varía desde un bajo
din-don, y todas suenan a la vez y nunca musicalmente. Aun la tranquilidad
soñolienta de la noche esta interrumpida así y el extranjero no acostumbrado
puede privarse de sus dulces sueños de hogar, como si escuchase las campanas de
alarma en un incendio. En los días de fiesta, de los cuales no hay más de 365
cada año, el estrepito continuo y ensordecedor es algo terrible; y son muchas
las exclamaciones impías que han salido de las gargantas de los extranjeros
impíos. Nadie que las haya oído puede formarse de ello una idea adecuada y el
recién llegado puede extrañarse por que las autoridades del Estado no suprimen
tal molestia. Pero debe recordarse que este sentimiento penetrante de la
Iglesia, fue en un tiempo tan grande que el Gobierno del Estado no tuvo poder
para resistirla y fue tan lejos que derogó tales leyes como si prohibiera que
hubiese otra iglesia o religión excepto la católica. Al final sus intrusiones
fueron tan exigentes y agresivas que el Estado se levantó con todo su poder y
rompió con la Iglesia y estableció una constitución que ahora garantiza el
derecho de cada uno para adorar según los dictados de su conciencia y
establecer escuelas, cementerio e iglesias protestantes en todo Honduras,
excepto, quizá, unas pocas en la Costa Norte. Aun el itinerario extenso de la
grande y extensa Iglesia Metodista ha fracasado al cultivar esta parte de la
viña y no se encuentra aún ningún ministro metodista, ni en la capital de la
República. (4).
¿Por
qué es esto? Si es un deber cristiano traer del rebaño a los chinos más
avanzados y lejanos, es, desde un punto de vista protestante, excusable o
perdonable, dejar a este pueblo pobre y aislado que trabaje por su propia
salvación? ¡A estos que son vecinos cercanos de los Estados Unidos! Tan
cercanos que vuestras campañas y tan próximos de las sombras de vuestros altos
campanarios! Si a este pueblo se le deja caminar a tientas en la obscuridad
¿Qué iglesias pueden ser tenidas como responsables en el gran día del Juicio? ¿Deben
los ministros del señor y su Iglesia ser perezosos cuando los ministros de
Estado vigilan por cultivar las relaciones de amistad, sociales, comerciales y
políticas con un pueblo? Venid, ¿Dónde está el trabajador que esté contento con
esta invitación?
Sería
conveniente seguir la iniciación, los progresos y la declinación del
Catolicismo Romano en este país y su crecimiento gradual hacia su antiguo
periodo, especialmente con investigaciones arqueológicas en las ciudades en
ruinas y los claustros que se desmoronan y que todavía aparecen como reflejos
prolongados sobre el horizonte occidental de un pasado intensamente
interesante. Pero esto se deja a la competencia de algún ministro protestante,
que puede todavía venir y hacerse famoso si escribe un libro sobre ese tema.
En
Honduras toda fiesta publica forma parte de las festividades religiosas: tales
como las corridas de toros, las peleas de gallos, los juegos artificiales y las
representaciones accidentales de adicionados al teatro. No hay artistas
profesionales. En algunas ocasiones las formas de juego peores y más vulgares
se llevan a cabo públicamente en torno a las iglesias y aun bajo el patrocinio público.
Las
corridas de toros no tienen nada de notables. Excepto su completa mansedumbre y
se diferencian a este respecto de las de los otros países. Comúnmente hay poco
o menor peligro y excitación en ellas que lo que hay en los juegos de los
muchachos con un carnero padre, viejo y mañoso en el campo abierto. Sin
embargo, asiste numeroso público, tanto de hombres como de mujeres de todas
clases, desde las más elevada hasta la más baja; lo cual solo demuestra que el
pueblo debe tener y tendrá diversiones, aunque estén privadas de los de alta
calidad que interesan a las gentes de otros países. Las peleas de gallos tienen
interés más excitante y son mucho más crueles. Pero los señores, y esto hay que
decirlo en su honor, no asisten a ellas, por lo menos en Tegucigalpa. Los
gallos con navajas largas y aguzadas y solo hacen unas pocas suertes o pases
hasta que uno u otro cae, se desangra y muere. Las peleas de gallos tienen
licencia del Gobierno y los espectadores pagan la entrada. Cientos de dólares
cambian de manos en un día en cualquiera de estos sitios de juego. Gran número
de gallos de pelea están amarrados en las tiendas y las calles, cada cual en un
lugar separado por vigas.
Los
juegos artificiales son a menudo verdaderamente magníficos. Simulacros de
batallas se llevan a cabo con candelas romanas. Innumerables cohetes y
serpientes de fuego silbantes son arrojados abundantemente en todas
direcciones, mientras los cielos se iluminan, con los cohetes zigzagueantes y
parece que la tierra tiembla con los torpedos y el fuerte sonido de las bombas
que cascabelea con el estrepito de la mosquetería y explosiona a intervalos con
un ruido ensordecedor. El sonido de la bomba es la menos conocida imitación de
las armas pequeñas y los cañones en una batalla muy reñida. Aun de día se lanza
cohetes y casi diariamente su sonido puede ser escuchado aunque su trayectoria
hermosa y brillante –que aparece durante la noche- esta oscurecida por la más
brillante luz del sol. A decir verdad, no se desperdicia mucha pólvora en estas
manifestaciones religiosas.
Con el cuero de una cava o un buey, y con los cuernos y el rabo del animal hacen un molde en madera lo más parecido posible a la forma del animal viviente; y sobre esto amarran buscapiés, candelas romanas y una variedad de cohetes, todos encendidos, y luego se ponen sobre los hombros y la espalda de un hombre, quien corre a través de las calles en posición o asustado, que de su espalda arroja estrellas y bolas de diferentes colores y escupe y ronca, saliendo constantemente de su boca, nariz, orejas y rabo, un torrente constante de fuego. Chispas y humo acompañan el rugir de petardos, torpedos, candelas romanas, etc., lo cual es suficiente para asustar al mismo diablo y hacerle perder los cuernos, si se le encontrara ene l camino sin saber de qué se trata. El terrible espectáculo es, por supuesto, seguido de grandes multitudes de muchachitos alegres e incorregibles cuyos gritos y regocijados alaridos junto con el estrepito y el resplandor circundante, hacen que esta escena sea como si se hubiesen volcado sobre la tierra las travesuras de los demonios.
Las
ceremonias fúnebres no dejan de tener sus peculiaridades. Los féretros siempre
son llevados sobre andas de madera, por cuatro hombres, y preceden al desfile.
Los acompañantes no se ponen en fila o en orden, sino que hombres y muchachos,
altos y bajos, mezclados completamente, llevan cirios en las manos, que tienen
algo negro, amarrado en el centro como un emblema de luto y son encendidos si
el viento lo permite. La iglesia –desde donde se inicia la procesión-
proporciona las velas y son pagadas por la familia o por algún amigo del
muerto. No hay carroza, vehículo o caballo en este desfilen sino que todos van
a pie; y se demuestra todo respeto al muerto sin que todos los acompañantes
vayan hasta el cementerio. Las mujeres no toman parte en la procesión, aunque
se trate del cadáver de una señora. Tampoco asisten al entierro. Hay que notar
la diferencia entre las procesiones de la iglesia que están pletóricas de
mujeres y las procesiones fúnebres a las que solo asisten los hombres y los
muchachos. Es extraño que una mujer siga a través de las calles una imagen de
madera y no vaya con su difunto esposo o sin alguno de los seres amados,
mientras se tributan los últimos homenajes a sus restos. Si el deudo es la
madre de la muerta, se retira al interior de su casa por un periodo de nueve
días, durante los cuales nadie se le acerca, salvo los miembros más íntimos.
Las campanas fúnebres no son tocadas simplemente, sino que repican un solemne
ding, dang, dingle, ding, day, dong, que se asemeja más a un sonido musical que
en otras ocasiones, o más bien a un estruendo menor.
Es
costumbre en la clase inferior, especialmente cuando muere un niño, tener un
baile en la casa en que yace el cadáver, y se danza y se toca violín desde las
horas de la noche hasta la madrugada y termina cuando el muerto es enterrado.
Un tosco ataúd público se emplea para los que mueren tan pobres que no pueden
tener el suyo; es el mismo cajón en que muchos de esos infelices son llevados
al cementerio, pero se les sepulta en la tierra. Los cementerios son
consagrados por los obispos y no siempre son tan extensos como debieran ser, y
el sepultero al cavar una tumba, a veces arroja los huesos de aquellos que han
mucho hace tiempo y han sido olvidados. Son algunos monumentos magníficos.
Pueden ser construidos, a bajo precio, empleando adobes y cemento y son
blanqueados a punto que a lo lejos se parecen a los mejores cementerios de
cualquiera ciudad. Y duran mucho porque no están sujetos en el país a los
cambios extremos del frio y el calor.
Si
el viajero llega aquí en sábado, podría creer que el número de mendigos, en
proporción a los de otras poblaciones, es aquí mayor. Pero esto sería un error.
La razón por la cual se ven tantos es que el sábado es el “Día de los
Mendigos”, en el cual los pobres, los cojos, los ciegos y los inválidos, tienen
licencia del gobierno para ir por todas partes y pedir; esto lo hacen en forma
tan humilde, caprichosa y morosa que muy raras veces se equivocan. Son tratados
muy generosamente por el pueblo, quizá porque en este país no hay asilos
públicos ni casas de beneficencia para ellos; y la falta de tales asilos es lo
que hace que sea tan grande el número de pordioseros.
La
proporción en que están los grupos raciales en Honduras no está definitivamente
averiguada, aunque los blancos son, numéricamente, en mucho la minoría. Gran
parte del pueblo está formado por indios de sangre pura, pareciéndose
aparentemente a los indios norteamericanos, pero diferenciándose grandemente de
ellos en el espíritu indomable. Los indios soportaron aquí, por años, la más
abyecta esclavitud bajo los antiguos conquistadores españoles. Aunque nuestros
indios pudieron ser aniquilados o exterminados, nunca fueron reducidos a
esclavitud. ¿Por qué esta diferencia? Hay algo en los elementos naturales de
nuestra tierra bendecida por Dios que inspire al pueblo que este no conozca la
infamia de la esclavitud, y en donde era imposible mantener hasta el negro
nacido más abajo en esta de servidumbre. Pero no por esto debe inferirse que
los indios aquí son cobardes. Al contrario, se dice que los soldados de
Honduras y en especial los soldados indígenas son los mejores en todo Centro América.
Viajan descalzos y más vestidos y emprenden largas marchas en las regiones más
desoladas, con gran fortaleza recomendable resistiendo el hambre y la fatiga. Y
cuando se inicia el combate, luchan con bravura furiosa y sin tener miedo al más
valiente. Y es un hecho, caso increíble, que el soldado hondureño sirve a su
país por la suma demasiado baja de 25 centavos al día, incluyendo en ella los
alimentos.
Se
dice que estos soldados tienen la puntería poco segura y que se inclinan a
cerrar los ojos cuando halan el gatillo. Si esto es así, es quizá porque muchos
de ellos no han sido suficientemente adiestrados en el uso de las armas de
fuego, pues hacen ejercicios con fusiles de madera! Resulta curioso ver a los
adultos, yendo a través de las calles en las maniobras llevando fusiles de madera
sobre los hombros; pero así lo hacen y nos hacen recordar cuando jugábamos a
los soldados en los días de escuela.
(Continuará)
Solo la estupidez y la ambición permitieron que de destruyera nuestra historia en el centro de la capital ; igual destruyeron la plaza Colón en comayaguela , Colegio San Miguel etcétera, cuantos imbeciles
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