Contracorriente: ELECCIONES Y FORMAS DE GOBERNAR (3/3)
Juan Ramón Martínez
Para hacer posible la descentralización, y la operación de una iniciativa privada vigorosa, -- que permita el desarrollo de un capitalismo moderno que provea empleo y riqueza para vincularnos activa y positivamente con los mercados externos -- es necesario colocar en el centro de la política, al ciudadano, mejorar su capacidad de representación y perfeccionar los partidos por medio de los que defienda sus intereses y proponga alternativas. Algunos indicadores claros: la modificación de la legislación de los partidos, la recuperación de los derechos del ciudadano; y la rehabilitación de su capacidad para dirigir, desde la base hasta la cúpula, la marcha de los mismos. Lo que obliga a la modificación de la ley electoral, para que los ciudadanos recuperen sus derechos, no solo para recibir votos, sino para escrutarlos; y, determinar en el municipio y en el departamento, quienes son sus autoridades elegidas, sin que, para ello, necesiten de la capacidad de contar de los políticos capitalinos, como si ellos fueran los únicos competentes para hacerlo. Sin control alguno, como si la soberanía popular estuviera en sus manos. Y no en los de los ciudadanos.
No ignoramos las dificultades que tienen estos cambios. El sistema que impide el desarrollo del país, tiene en el “centralismo capitalino” su mayor fuerza y capacidad de control. Lo justificará y defenderá hasta con las uñas; e incluso con el apoyo de los ingenuos tecnólogos que creen que, solo basta con la tecnología -- sin cambiar nada --, para desarrollar al país.
Por ello, es necesario que el ciudadano recupere su capacidad de representación que en este momento ha perdido. La existencia de movimientos centrales, creados y dirigidos desde Tegucigalpa, hacen nula la competencia de los representados, porque no son ellos los que escogen a sus representantes: los diputados en el Congreso, sino que los “propietarios” de los partidos que con dinero – casi siempre sucio, robado de las arcas nacionales; o aportado por los corruptores y corruptos – compran a los votantes. Los que han terminado por creer que sus desgracias son bendiciones de Dios, porque hasta los políticos les pagan para que le vendan sus votos a cambio de un “plato de lentejas”.
Ratificamos que sin los cambios en la ley de las organizaciones políticas y la ley electoral no lograremos jamás que los ciudadanos – y no los técnicos – determinen la operación electoral y garanticen la seguridad de los resultados.
A partir de lo anterior, hay que “reconstruir” el Congreso. Debe recuperar su carácter colegial, democratizando su reglamentación interna, de modo que opere como un órgano democrático. Actualmente, no lo es. El Presidente del Congreso no es titular de ningún Poder del Estado como el del Ejecutivo; o la Corte Suprema de Justicia. Es el servidor de los diputados y coordinador de las acciones legislativas. No el capataz o dueño de los diputados. Estos, solo obedecen al pueblo que los eligió, a nadie más.
Hay que corregir, además, una falla –que en el fondo es un acto malvado de irrespeto democrático – que, en vez de 128 diputados, tenemos 256 porque los partidos intercambiando favores, tienen en los suplentes, una moneda de cambio para el ejercicio de infinitas inmoralidades. Las funciones delegadas que el Congreso tiene para elegir la Corte Suprema de Justicia, Fiscalía General, Tribunal Superior de Cuentas, CNE y TJE, deben ser revisadas.
Y para garantizar la democracia, hay que establecer la no reelección de los diputados. De este modo facilitaremos la renovación de las generaciones en el poder, eliminando las fuentes del caudillismo. También debemos estudiar la conveniencia de los distritos electorales como al principio de la vida republicana. Y crear un Tribunal Constitucional, -- con magistrados de por vida, elegidos entre los mejores -- para garantizar el imperio de la Constitución. También hay que modificar la elección del Jefe del Estado Mayor Conjunto de modo que lo haga el Congreso y no el Ejecutivo, de quien no dependerá como ahora. Actualizando sus misiones en la defensa del derecho del pueblo a rebelarse en contra de los tiranos. De esta forma, el partido de gobierno, no tendrá ventajas, con respecto a los opositores, asegurando la sucesión que exige la democracia liberal.
Al final, lo básico: necesitamos un nuevo hondureño. Orgulloso de serlo. Que ha dejado la timidez; y que, mantiene en alto la cabeza, para ratificar que, en sus manos está el destino nacional. Y que, si nos salvamos, es porque ¡queremos salvarnos!
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