Cosas del español (12): UN ACENTO ESPECIAL
El español que acabo imponiéndose en la
mayor parte del Nuevo Mundo debe mucho a la variedad absoluta y, en particular,
a la sevillana. Sevilla – por entonces la ciudad española más poblada – fue la
capital del comercio español con las Indias entre los siglos XVI y XVII. En
Sevilla se encontraba la “Casa de Contratación”, encargada, en régimen de
monopolio, del control y la gestión del ingente flujo mercantil entre España y
América. Y, aunque en la colonización de América intervinieron gentes de
distintas regiones españolas, muchos de los soldados y colonos – y también la
mayor parte de las tripulaciones – procedían de Andalucía (más del 35% del
siglo XVI, según algunos estudios) llevaron consigo su habla.
De hecho, en el español de América
existen rasgos comunes, sobre todo fonéticos, que pueden achacarse a la
impronta de la variante meridional del español peninsular. La más significativa
son la aspiración de la “j” (que se pronuncia como hache aspirada) y, sobre
todo, la falta de distinción entre “S” y “Z”. En la pronunciación, muy
mayoritariamente seseante no se establece diferencia, por ejemplo, entre losa y loza, ni entre sima y cima. Igual,
por tanto, que en el español de Andalucía y Canarias (fueron asimismo andaluces
occidentales los que colonizaron en gran parte las islas Afortunadas, que, a
finales del siglo XV quedaron incorporados a la corona de Castilla de manera
definitiva).
Es también elocuente como rasgo
morfosintáctico el uso de ustedes como forma única para el plural de la segunda
persona: ¿Ustedes vienen? En la mayor parte de España, se emplea vosotros como
forma de confianza y se reserva ustedes para el trato de respeto, diferencia
que no se establece de forma general en el occidente de Andalucía y en algunas
áreas de Canarias. (Además, el “voceo”,
en vez del tú, es probablemente otra contribución latinoamericana) Por
último, y aunque puede resultar menos revelador, cabe hablar de coincidencias
llamativas entre el vocabulario propio del dialecto andaluz y las hablas americanas.
El español de América, que a mediados
del siglo XVII había adquirido ya sus rasgos peculiares más significativos, no
pueden entenderse como una unidad: incluye variedades dialectales muy diversas
con rasgos propios característicos, determinados por factores como el sustrato
local, o la mayor o menor vinculación cultural histórica con España. El español
de aquellos primeros colonos se fue adoptando a la realidad americana. El
léxico se acriolló, creando nuevos términos para aquellas realidades
desconocidas hasta entonces en la península ibérica o incorporándolos de las
lenguas amerindias. En el diario del primer viaje de Colon, el almirante hace
ya referencias a voces antillanas como canoa,
(navetas de un madero a donde no llevan vela), ají (que es su pimienta), hamaca
(redes en que dormían) o cacique
(uno que tuvo el almirante por gobernador de aquella provincia) “Se añadirían
enseguida tiburón, cancha, poncho y otros. También se
inventaron expresiones nuevas para designar objetos y cosas que no eran
conocidas en Europa: para llamar “fruta de la pasión” al maracuyá, “fruta
bomba” a la papaya; u “hoja capote” a la hoja de tabaco” (Santiago Muñoz Machado, Hablamos la misma lengua, pág. 49)
Fuente: “Nunca lo
hubiera dicho”, Taurus, RAE, ASALE, pagos. 47, 48
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