Contracorriente: DEFENSA DE LA REPÚBLICA

Juan Ramón Martínez

Lo he dicho varias veces: a algunos les importa poco Honduras. Para ellos no somos nación. Ignoran que somos un pueblo que comparte un pasado común y que maneja un sueño colectivo buscando el paraíso. Creen que somos territorio baldío que se puede negociar con quien quiera comprarlo. Un erial abandonado. Aunque muchos lo han defendido incluso con su vida, ahora algunos políticos irrespetándonos en forma grosera, salen a vendernos. Se envuelven en la bandera de Estados Unidos; y proponen que dejemos de ser República; y nos convirtamos en un estado de una nación que no ha mostrado el mínimo interés de hacernos – gracias a Dios – parte de su imperio.

Me he mantenido en silencio cuando el “candidato” de la Democracia Cristiana – el partido que junto a otros idealistas fundamos en 1968 en Choluteca – para no personalizar el tema. Y para evitar que el candidato que “compró” la candidatura, me tilde de envidioso de sus “glorias” y sus posibilidades. Ahora, pasado un tiempo, creo obligado pronunciarme y dentro de la coherencia que todo hombre serio debe manejar, fijar mi postura. Tanto para que quede clara mi posición y no se mal interprete mi silencio. O se suponga que soy otro forzado por mecánicas disciplinas partidarias que nunca he manejado, frente a las decisiones que toman las autoridades partidarias. No quiero tampoco que se imagine que soy un oportunista que espera los resultados para determinar sus posturas.

Soy, como la mayoría, un hondureño orgulloso fruto del mestizaje originado en la irrupción de los españoles en 1524. Probablemente xicaque por mi madre y negro y lenca por mi padre que llegó a los campos bananeros de la Costa Norte, desde los lavaderos de oro del río Guayape. Formado en una escuela primaria que privilegiaba la dignidad, el orgullo y la fuerza para construir una nueva nación que fuera un honor decir que era nuestra patria. Hice mis estudios secundarios, junto a una generación que creímos que Honduras era la república posible; y que el hecho que creciéramos a la orilla de la modernidad estadounidense, nos permitía aprovechar sus oportunidades y darles color local, para hacer brillar nuestra bandera.

Aunque era muy fácil entonces irnos a Estados Unidos y hacernos ciudadanos allá, ninguno de mis compañeros se atrevió a establecerse en aquella nación siquiera como residente. Nuestra generación sigue aquí, trabajando y luchando. Y la que ya terminó su vida, está enterrada en esta tierra generosa que es nuestra: por decisión y por afectos.

Soy como todos mis amigos – ninguno está de acuerdo en que seamos Estado Libre Asociado de ningún imperio y rechazamos ser otra cosa más que hondureños – opuesto a la propuesta del político que “compró” una candidatura; y que levanta la “bandera” del PDCH en búsqueda de la titularidad del Ejecutivo. No creo que para crear la república haya que destruir la república. Más bien juzgo como oportunista una salida tan frágil, en momentos tan difíciles de desorganización mundial, manejar una opción que incluye una petición a un gobierno extranjero: que más bien, para que lo entendamos, nos menosprecia en cualquiera parte, porque para los ojos de Trump y sus amigos no somos “blancos” confiables.

Aclaro, tampoco quiero ser parte de Cuba, Venezuela, Rusia o China. Nuestra opción es Honduras, gobernada por los hondureños. Sin intervenciones abusivas, administrada dentro de la ley; viviendo en un clima democrático y de respeto absoluto a las personas.

Conozco los problemas. He sabido del peligroso cinismo y falta de compromiso de algunas élites con el destino nacional y su afán entreguista. Desde Comayagua quisieron hacernos mejicanos. Ahora quieren hacernos gringos. Aquello y esto, fue y es una traición porque no creemos que lo que nos heredaron las generaciones del pasado nos pertenezca. Somos apenas depositarios, administradores de los sueños y las ilusiones de las generaciones del pasado que entregaremos a las que nos sucederán. La lucha es evitar que los caudillos como quiere el “candidato” del PDCH conviertan en potrero desalambrado lo que es la nación soñada por nuestros antepasados. O en la colonia que los irresponsables entregan por ideología a los poderosos; o la venden, sin que nos la quieran comprar como está haciendo el candidato de la Democracia Cristiana. Que sin vergüenza olvida nuestros a los hermanos fallecidos y sus sacrificios, para envolverse en una bandera que, por no tener el azul y las estrellas, no tiene la belleza de la nuestra. La única.

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