FRANTZ FANON: UN CLÁSICO PARA ENTENDER EL COLONIALISMO
Omer Freixa(*)
El escritor martinico
ilustró magistralmente el trauma colonial. A 60 años de su fallecimiento,
recordamos su obra y su legado
El 6 de
diciembre de 1961 el psiquiatra e intelectual oriundo de la Martinica francesa Ibrahim Frantz Fanon sucumbía
ante la impiadosa leucemia que cortó su vida en lo más álgido de su producción
académica; con solo 36 años, y en el año de publicación de su última obra, el
clásico “Los condenados de la Tierra”. El pensador marcó una época a
partir de sus escritos y falleció en un momento clave de la historia africana,
el de la llegada de las independencias, época de la cual fue testigo y
protagonista al haber militado en el Frente Nacional de Liberación (FLN, en
francés) durante la guerra por la emancipación de Argelia (1954-1962). Su vivencia, en tanto psiquiatra, fue fundamental al
efecto de retratar el perfil de las personas colonizadas en el libro que se
volvió una referencia obligada en los estudios sobre el colonialismo.
Colonialismo y enajenación
Al calor de
la guerra en Argelia, que al momento de escritura de Los condenados de la
tierra llevaba siete años, Fanon escribió que la descolonización siempre se
trata de un proceso violento y que deshumaniza al colonizado, negándole su
pasado, su esencia y sus valores. “El colonialismo no es una máquina de pensar,
no es un cuerpo dotado de razón. Es la violencia en estado de naturaleza”,
opinaba en las primeras páginas de su ensayo.
El sistema
colonial construye y perpetúa
estereotipos. Fanon los denunció constantemente. En 1961 explicaba que el
opresor fue definido por el colonizado como enemigo de los valores, desprovisto
de estos, así como de moral. La deshumanización llevó al extremo de comparar al
africano con los animales. “El lenguaje del colono es un lenguaje zoológico”,
agregó el psiquiatra.
Las
apreciaciones enunciadas tuvieron aval en el discurso científico de la época.
En este campo, en Francia antes de 1954, se había concluido que el argelino era
un criminal nato, un homicida impulsivo y despiadado, que mataba por nada, y
siempre robaba de modo violento. Incluso algunas observaciones similares se
hicieron en Túnez y en Marruecos de lo que se concluyó el estereotipo de un
criminal norafricano.
Fanon
denunció el contenido de la enseñanza francesa acerca de los súbditos a partir
de teorías metropolitanas que los asociaban a la inferioridad y la agresividad.
En uno de estos estudios el indígena norafricano aparece como casi desprovisto
de corteza cerebral o, en otro, el africano es comparado con un europeo
lobotomizado. En conclusión, para varios especialistas franceses, la estructura
mental del africano lo predisponía a ser casi un animal.
El autor de Los
condenados de la tierra lo definió en un marco de cierta ambigüedad como un
ser acorralado. Por un lado, temeroso y hasta hostil al opresor; por otra
parte, lo envidiaba, deseando ocupar su lugar y hasta dormir en su cama,
poseyendo a su esposa. La ciudad de este le estaba prohibida al indígena, la
separación entre los dos mundos era una realidad y por esa distancia y la
propia violencia inherente del sistema, el colonizado vivía en un estado de
tensión permanente.
El autor caribeño pensó al colonizado como un
perseguido que sueña siempre con transformarse en perseguidor
Dicha
tensión se manifestaba en el deseo de traspasar los límites que se le imponían
bajo la amenaza o aplicación de la coerción. Por tal razón, esas tensiones eran
sublimadas durante el sueño: “Son sueños musculares, sueños de acción, sueños
agresivos. Sueño que salto, que nado, que corro, que brinco. Sueño que río a
carcajadas (...). Durante la colonización, el colonizado no deja de liberarse
entre las nueve de la noche y las seis de la mañana”, sintetizó. Como el
africano no descargaba su violencia contra el europeo, lo hacía con otros de
sus semejantes, a través de luchas internas, o de la religión. En estados de
trance olvidaba su condición de sometimiento, aunque sea por un rato. No es
casual que durante el colonialismo los hospitales estuvieran saturados de
individuos con sus psiquis sumamente alteradas.
Liberación y guerra
Si el
colonialismo, explicaba Fanon, es violencia pura, la
respuesta debía ser igual de violenta. Como aquel sistema se construye por la
fuerza de las armas, el sometido sabía que por medio de la misma le llegaría su
hora. “El hombre colonizado se libera en y por la violencia”, sostuvo el autor.
Si el colonialismo, explicaba Fanon, es violencia
pura, la respuesta del colonizado debía ser igual de violenta
No hay
alternativa, explica él en sus páginas. La nueva sociedad debe nacer producto
de la violencia y de la lucha armada revolucionaria. Fanon recomendó
constituir un frente común contra el opresor. El colonizado se vio acorralado
por la miseria y el hambre que lo empujaron cada vez más al acto desesperado de
la pelea abierta y organizada. Fue el momento de ingresar en la morada
prohibida del colonizador. “Progresivamente y de manera imperceptible la
necesidad de un enfrentamiento decisivo se hace urgente y es experimentada por
la gran mayoría del pueblo”, advirtió.
Y el
comienzo de la liberación trajo alivio. Su inicio relajó al colonizado, la
producción artística se tornó expresiva y hubo un reverdecer de las expresiones
en general, más creatividad en las manifestaciones culturales y un resurgir de
la imaginación. Además, Fanon constató que desde 1954 en Argelia casi
desaparecieron los delitos comunes. Eso quiere decir que la agresividad del
argelino fue superada a través de la liberación que supuso la guerra por la
independencia.
La
liberación, además de la redención del pueblo, el actor protagónico, también
exigió la expulsión del extranjero, proceso consumado, por caso, en Argelia a
partir de la independencia, en 1962. Pero los problemas de la organización del
nuevo Estado surgirían pronto.
Primero el pueblo
La lucha
armada es producto del pueblo, el alumbramiento de una nueva nación. Fanon
evidenció que la violencia unificó al pueblo presionando al régimen colonial.
Pese a que su maquinaria intentó dividir, fomentando tribus por doquier y otros
artilugios, sin embargo, la violencia en su práctica sería totalizadora y
nacional, tendiendo a eliminar el regionalismo y el tribalismo. Pero la unidad
no concluía en estos puntos.
Cada colonizado en armas es un pedazo de la nación
viva.
En relación
a los sectores más postergados, estos actores se recompusieron al integrarse en
los esfuerzos de la lucha por la liberación nacional a nivel individual, al
invadir, parafraseando al martinico, la ciudadela del colonizador. Por lo
tanto, reconociendo que era la única forma todos estos individuos fueron
unificados porque la lucha les prometió un horizonte reparador bajo el paraguas
de la construcción de una nación. No obstante, también fragmentos de estos
grupos se alinearon con el opresor.
“Cada
colonizado en armas es un pedazo de la nación viva”, celebró el autor. El
propósito era edificar una nación para expulsar a los intrusos. Pero la partida
de los últimos no aclaró el panorama. La burguesía nacional tomó las riendas del poder una vez producida la
descolonización y poco cambió. La miseria volvió a primar. Este nuevo grupo
traicionó al pueblo y se alió con los actores externos, conduciendo al
neocolonialismo y manteniendo a raya las aspiraciones populares. Fanon denunció
la forma en que esta burguesía perdió sus aires renovadores y se transformó en
instrumento del status quo previo.
El autor de Piel
negra, máscaras blancas, sostuvo una denuncia muy fuerte. Los países
independizados, apuntando a la descripción anterior, convirtieron sus gobiernos
en dictaduras tribales, ya no burguesas. “Ese partido que afirmaba ser el
servidor del pueblo, que pretendía favorecer el desarrollo del pueblo, desde
que el poder colonial le entregó el país se apresura a conducir de nuevo al
pueblo a su caverna”, profundizó el intelectual. En otras palabras, él criticó
que los partidos estuviesen alejados del pueblo, de las masas.
El político no debe ignorar que el futuro
permanecerá cerrado mientras la conciencia del pueblo sea rudimentaria,
primaria, opaca
Su pedido
urgente consistió en volver a tender puentes con las mismas y que el pueblo
fuera protagonista de la lucha armada y del proceso ulterior de transformación.
Postuló la importancia de que Gobierno y partido estuviesen al servicio del
pueblo. “El político no debe ignorar que el futuro permanecerá cerrado mientras
la conciencia del pueblo sea rudimentaria, primaria, opaca”, remató.
Como
escribiera el filósofo existencialista francés Jean-Paul Sartre en el prólogo a
la obra del martinico, el colonizado se cura de la neurosis colonial expulsando
al colono con las armas. Sin embargo, de algún modo el neocolonialismo se
perpetúa a 60 años de la publicación de Los condenados de la tierra. Las
ex-metrópolis no han abandonado África del todo como supuso la mayor parte de
la liberación política continental en la década de 1960. Aún hoy varios
mecanismos sujetan a poblaciones y gobiernos africanos, como alertara y
escribiera en 1961 Frantz Fanon.
(*) Omer Freixa es historiador africanista argentino, docente e investigador de las Universidades de Buenos Aires y Nacional de Tres de Febrero.
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