SOÑADOR HERRERA, VETERANO DE LA LIBERTAD (2/2)
Ramón Oquelí (*)
El fracaso de un
estadista
Para el cargo de jefe de estado,
Herrera no obtuvo mayoría absoluta, sino que compartió sufragios con otros
cinco ciudadanos: Lindo, Antonio Tranquilino de la Rosa, José Justo Milla, José
Santiago Milla y Jerónimo Zelaya. La Asamblea Constituyente lo declaro electo
como jefe y a Milla como vice jefe.
Herrera trato de romper la inercia
ambiental, abría a sus expensas clases para que los niños se ilustrasen, pedía
libros al extranjero, organizaba tertulias patrióticas. Con frecuencia se
quejaba de la escasa respuesta a sus solicitudes: “No hay país en el mundo donde haya mas apatía, mas pereza en los
negocios y menos espíritu público que en Honduras. Y rabio; he hecho el
sacrifico de mi salud, de mi reposo, de mis inclinaciones y de mis intereses;
pero Honduras necesita muchas palancas para moverse”.
El 5 de abril de 1826 pronuncio ante la
primera asamblea ordinaria del estado, que había tardado mucho en reunirse, su
magistral discurso con ocasión de la instalación de la misma. En el reconocía
que el espíritu público no había llegado al grado de perfección necesaria “para
la independencia y las instituciones que hemos adoptado produzcan todos los
bienes que deben producir y que columbramos aun a distancia harto remota”.
“La fuerza de Honduras se halla
enteramente desorganizada”. La circulación de malas monedas, “de que se ha
hecho un tráfico vergonzoso, en que solo la Hacienda Pública ha perdido, se verá
la multitud de causas que han influido en su decadencia y que tiene gravada las
rentas de los años siguientes y no presenta otra cosa con claridad a los ojos
del espectador, que un déficit espantoso en medio de un caos que todo lo
oscurece”.
La hacienda pública, “después de la
dilapidación vergonzosa en que estuvo por muchos años, entregada a manos muy
impuras, tuvo que hacer frente a los casos que causo la división de las dos
provincias que forman el estado. Cuatrocientos mil pesos se gastaron, por lo
menos, en saber si la provincia de Tegucigalpa debía estar sujeta la Junta
Provincial de Comayagua, y al que entonces gobernaba a nombre del rey de
España, o si tenía derecho para adoptar el acta de 15 de septiembre proclamada
en Guatemala”.
Al enfocar este grave problema, Herrera
afirma que este desorden no fue de los pueblos, “como se ha querido decir, sino
obra de intereses particulares, siguió la centralización de las rentas más
productivas, la arbitrariedad y dilapidación de los que quedaron al estado, la
ley que decretaba nuevas erogaciones, los obstáculos que se oponían a los
nuevos impuestos, la resistencia de los pueblos, la apatía de los funcionarios
y le temor de la Asamblea Constituyente en arreglar este ramo”.
Además de presentar este cuadro
“melancólico y funesto” de los males de la administración pública, el Jefe de
Estado indico las posibles medidas para remediarlos. Optimistamente expresa que
era ya pasado el tiempo de la anarquía y del desorden, que los recursos
naturales tendían a multiplicarse; “siento finalmente y me glorió en los bienes
inmensos que las futuras generaciones van a disfrutar en el suelo de Honduras”.
Las disensiones internas (levantamiento
del provisor del Obispado José Nicolás Irías, el propósito de algunos diputados
en desconocer la autoridad de Herrera) y la arbitrariedad del presidente de la
federación, Arce, hicieron fracasar los propósitos de Herrera. Tropas
federales, al mando del teniente coronel José Justo Milla, a quien los
sufragios hondureños en 1824, invadieron territorio con el pretexto de
custodiar los tabacos que se encontraban en los llanos de Santa Rosa de Copan,
y sitiando la capital Comayagua a principios de abril de 1827. Después de ocho
días de asedio, según el propio Milla, los sitiados colocaron un cañón sobre la
catedral, con el que empezaron a batir a los invasores: “… en el instante
dispuse que se incendiara la ciudad por tres rumbos, atacándola al mismo
tiempo”.
Por la traición del jefe militar de la
plaza, Antonio Fernández, esta se rindió y Herrera fue arrestado y trasladado a
Guatemala. Rómulo E. Durón indica que el presidente Arce lo retuvo prisionero
en su casa de habitación. Su pariente Valle lo defendió de los ataques que se
le hicieron desde el periódico mexicano El Sol: “El Jefe de estado de Honduras
es hombre de bien, observador de la ley, y amigo de la especie humano. Si ha
habido derecho a agraviarle en El Sol a la faz del mundo, él lo tendría también
para defenderse con igual publicidad. Tiene honor, familia y propiedad”.
Se había cumplido lo que había
vaticinado: Todo lo que he sacrificado por la Patria; pero he creído que son
inútiles mis servicios, y aun me hallo con fuertes tentaciones de irme a vivir
a otra parte. No sé qué presagios funestos, no sé qué porvenir desgraciado
cubren mi alma de luto y tedio”. Haekfens asegura que Herrera permaneció preso
en Guatemala. Cerca de un año, permitiéndole después vivir en ella, bajo la
condición de no abandonarla.
Concluida la primera etapa de la guerra
civil centroamericana, Herrera regresa Tegucigalpa (“en todo septentrión no hay
pueblo más quieto que el de Tegucigalpa”). Habiendo sido nombrado por la
Asamblea centroamericana, comisionado para la pacificación de Nicaragua, sumida
en la disensión, se dirigió a aquel estado. Juan Ángel Arias, encargado del
poder ejecutivo de Honduras, celebro la elección recaída en “una persona que,
por sus conocimientos e ilustración, por acreditado patriotismo y su deferencia
al sistema de instituciones libres, hace honor a su patria”.
Montufar y Coronado, que no desdeño críticas
a Valle y Morazán, elogio en 1832 a Herrera por su actuación en Nicaragua: “No
es conocido al por menor de estos acontecimientos, ni tampoco los medios
empleados por Herrera para obtener un resultado tan satisfactorio: sean cual
fueran esos medios, Herrera hizo a la humanidad y al orden social un señalado
servicio, y reparo perjuicios ocasionados por haberse impedido y disuelta la división que el presidente Arce preparaba
en Honduras para terminar anarquía que tanto progreso después en Nicaragua”.
José D. Gámez juzgo la administración
de Herrera como de “verdadera reparación para Nicaragua. Su política
conciliadora, al par que digna, su sagacidad para resolver las mayores
dificultades y el tino admirable con que siempre se condujo, a pesar de los muchos
obstáculos con que tropezó, fueron muy notable y hace que todavía se le
recuerde entre nosotros como un modelo de un buen gobierno”.
Electo Jefe de estado de Nicaragua, al
terminar su mandato paso a El Salvador, donde también fue favorecido con la
mayoría de los votos para ser gobernante de aquel estado, pero Herrera no quiso
aceptar esta nueva responsabilidad, dirigiendo al Consejo Representativo, notas
de renuncia, hasta que el 2 de marzo de 1835, se le relevo de ejercer el cargo
de Jefe Supremo de El Salvador.
Diez años después de haber sido
derribado del gobierno de Honduras, resultaron electos jefe y vice jefe del
estado, su hermano Justo José y José Trinidad Cabañas, iniciado en la vida
pública cuando Herrera había sido gobernante de Honduras ( es el tiempo
que se habla en plural de ciertas
figuras políticas: los Herrera, los Márquez, los Vijiles). Dionisio regreso a
Honduras y en su calidad de diputado ´por Nacaome y vice presidente de la
Asamblea Constituyente (el Presidente de la misma fue Juan Lindo), firma la
segunda constitución de Honduras, el 11 de enero de 1839 (había puesto el
ejecútese a la primera de 1825).
Este año de 1839 es de ajetreo
diplomático entre los partidarios de mantener el pacto federal los
separatistas. Aunque Morazán logro derrotar a Francisco Ferrera en las acciones
de El Espíritu Santo (el 5 de abril) y de San Pedro Perulapan (el 25 de
septiembre) ambas en territorio salvadoreño, Ferrera con el apoyo de Carrera y
los aliados de este, logró imponer e n Honduras su punto de vista: el
fraccionamiento de la unión centroamericana. Herrera opto por retirarse a El
Salvador, radicándose en san Vicente al lado de su familia, según José Reina
Valenzuela. Sus propiedades en Honduras fueron devastadas y su biblioteca
incendiada por estar abastecida de libros “heréticos”. Vallejo relato que
Francisco Botelo comento ante esta señala de barbarie, que no había cosa más
hereje que la ignorancia”.
¿Qué hace Herrera durante los años 1840
a 1843? ¿Cuál fue su reacción ante el fusilamiento de Morazán? Su hijo Miguel
fue también eliminado en la campaña anti Morazanista? Estos son algunos puntos
no esclarecidos en su trayectoria vital.
En 1844, los morazanistas deciden
recuperar Honduras e inician su acción en Texiguat. El 25 de marzo es
incendiada la población rebelde y el ganado que la abastecía es llevado a
Choluteca para ser vendido en pública subasta. Joaquín Rivera quien se consideraba
inspirador del movimiento fue capturado y fusilado en Comayagua el 6 de febrero
de 1845. El sexagenario Herrera y algunos de sus compañeros – según el relato
de Reina Valenzuela – lograron salvarse, pasando a nado los ríos Guayape y
Guayambre, y socorrido por los payas, pudieron llegar a la frontera de
Nicaragua.
“Cuán difícil me parece que lleguemos a
constituirnos” pronostico Herrera en 1823. En marzo de 1845, el cívico Herrera,
el organizador de las tertulias patrióticas, jefea un movimiento guerrillero
para derrotar al tremendo Ferrera. Desde Choluteca parte José Santos Guardiola,
el fiero Guardiola, a combatirlo y el viejo Herrera, no sintiéndose con suficiente
fuerza para luchar (el Redactor Oficial lo había llamado “nuevo jefe de
vándalos”) se dirigió a San Miguel, en El Salvador, entregando las armas de que
disponía su gente. Los derrotados “coquimbos”, no volverán acercarse al poder
en Honduras hasta en 1852 (un año después de la muerte de Herrera) en que toma
posesión de la presidencia Trinidad Cabañas.
Nuevo silencio en torno a Herrera desde
abril de 1845 al 30 de mayo de 1850, en que otorga testamento. Se dice que fue
maestro de enseñanza primaria en san Vicente y San Salvador en los últimos cinco
años de su vida. ¿Y el político que hace?
En su testamento recuerda a sus nueve
hijos: Julián, María Manuela, José Dionisio, Mariano Esteban, Miguel, José
María, Dolores y José Antonio, a las haciendas perdidas en las revueltas
hondureñas. Hato Nuevo y El Guayabo. Lo único que posee es la mitad de las
tierras de “Pavana”, compuesta de 17.12 caballerías de medida muy antigua, que
heredó de su madre Paula Valle (hermana de José Antonio Díaz del Valle, padre
de José Cecilio) y los créditos que espera hacer efectivos del gobierno de
Honduras “por cantidades considerables, y suplico que a mis albaceas liquiden
este crédito y lo que alcance a mi favor lo agreguen al cumulo de mis bienes”
De este fondo, esperaba se entregara al gobierno centroamericano, cuando
volviera a organizarse, mil doscientos pesos. Al colegio de San Salvador, le
lego tres pesos en beneficio de la instrucción pública y a su hija Manuela, un
crucifijo con la mesa y flores que hay en ella, en remuneración de sus
servicios en su última enfermedad.
Dionisio de Herrera falleció el 15 de
junio de 1850, asistido espiritualmente por Tomas Miguel Pineda y Saldaña,
Obispo de Antigona (in partibus infidelium) y gobernador del Obispado de El
Salvador. Concluido el novenario del hombre tachado de hereje, masón y enemigo
de la iglesia, muere su esposa, doña Micaela Quesada prima hermana de Francisco
Morazán. En la necrológica que publico el número 12 de “El Progreso” de San
Salvador, José Franciscos Barrundia lamenta la muerte de su amigo. Ya
desaparecido dice, el oráculo de los patriotas, el veterano de la libertad. “En
medio de la enfermedad y la pobreza, su espíritu se reanimaba en los conflictos
públicos. Sus consejos eran siempre de decisión y energía”
Cuando en 1883, Soto y Rosa establecen
el culto a los héroes, piden a Diurini una estatua ecuestre de Morazán para la
plaza principal de Tegucigalpa, una de pie de Valle (frente al convento – plaza
militar de San Francisco) y busto de Reyes y Cabañas para colocarlos frente a
la Iglesia La Merced. Es hasta 1815, que Bertrand ordena levantar un busto de
Herrera en el parque que lleva su nombre, aledaño a la Iglesia de el Calvario.
También durante el gobierno de
Francisco Bertrand, Augusto C. Coello gestiono ante los descendientes de
Herrera el traslado de sus restos a Honduras. Estos, según la versión de su
nieta Nelita Aplicano de Herrera se encontraban en 1896 en una cajita de madera
que se depositó en el ataúd de su hija Dolores. Volvieron a ser exhumados para
trasladarlos a Honduras, pero como este proyecto se frustro, en 1928 fueron
depositados en la capilla de la Inmaculada de la Iglesia del Rosario en San
Salvador.
La lapida dice sencillamente: DIONISIO
HERRERA/ E.P.D. FUE PRESIDENTE DE Honduras, El Salvador y Nicaragua, 1850.
Remodelada la escuela que llevaba su
nombre cerca del propio parque Herrera en Tegucigalpa, fue bautizada con el
nombre de “Estados Unidos de América”. Este grave error e injusticia se trató
de rectificar en las proximidades de la celebración del primer centenario de su
fallecimiento, al disponerse que la Escuela de Ensayo N°. 1 se llamase Dionisio
de Herrera.
Sin conocer el elogio de Francisco
Umbral que llamo a Quevedo “el más raro y grande y hermoso español de cualquier
tiempo” Rafael Heliodoro Valle escribió: “Ningún héroe, ningún santo, ningún
Dios de nuestra historia, me ha cautivado lo que este hombre altivo y
extraordinario a quien todavía no comprendemos y quien no necesita las
palpitaciones del mármol para reincorporarse dominador y resplandeciente sobre
la piedra de arar de nuestro corazón”. Sin la espada de Morazán, sin los
laureles de Valle, Herrera es – en la frase del orador Celeo Murillo Soto – “el
pacificador de pueblos, el varón egregio de la libertad, el santo de la
conciencia nacional”.
Pese a sus errores, a sus dramáticos
fracasos, que siguen siendo también los nuestros, merece que su nombre – como
lo resalto Rómulo E. Durón – sea pronunciado en Centroamérica con cariño y
respeto, mientras rindamos culto a la inteligencia y a las virtudes
republicanas”
Fuente: Dionisio de Herrera, el prócer olvidado, 58 Erandique, Tegucigalpa, 2024, págs. 485--496.
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