Cosas del español (57): CASOS MUY POPULARES
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Hay determinados errores que han acabado
triunfando incluso en ambientes cultos. Nos referimos a la reinterpretación
etimológica de algunas palabras a la luz de su significado y su similitud
fonética con otras, lo que determina un cambio de forma. Buen ejemplo de ello
es el término cerrojo, que deriva de la voz latina veruculum
(´barra de hierro´). Su evolución natural condujo en lengua romance a verrojo,
que se conserva como regionalismo en algunas áreas de España. ¿De dónde
procede, entonces, la forma actual? Parece claro que, del cruce con cerrar,
la función propia de dicha barra (se documenta también antiguamente ferrojo,
es probable que por cruce con el étimo de hierro [ferrum],
cruce que sí acabó prosperando en portugués, donde dio lugar a ferrolho).
A este fenómeno se le denomina «etimología
popular» y conserva toda su vigencia en el español actual. Así, la mandarina,
por su facilidad para pelarla o mondarla, pasa a llamarse vulgarmente *mondarina,
obviando su verdadero origen etimológico. Otro caso sería el de la sustitución
errónea de *destornillarse por desternillarse
porque esta acción, la risa no contenida, se identifica de forma figurada con
la pérdida de uno o varios tornillos, y no con la rotura de las ternillas o
cartílagos. Lo mismo ocurre con vagamundo, que llegó a formar
parte de la lengua culta y que hoy se considera vulgar. Se emplea en lugar de vagabundo
porque no se identifica el sufijo -bundo (del latín -bundus,
que expresa intensidad en adjetivos derivados de verbos), también presente en errabundo,
moribundo, furibundo o meditabundo, y tiene
más sentido aparente la forma antietimológica: quien anda errante «vaga por el
mundo».
Una variante de este fenómeno se produce cuando
la etimología popular no conduce a un cambio formal, sino a una
reinterpretación semántica. Por ejemplo, hoy se entiende por miniatura
cualquier ´objeto artístico de pequeñas dimensiones´, pero el término proviene
del italiano miniatura, y este del latín miniare (´pintar
en rojo´), derivado a su vez de minium (´minio´), porque en
origen se explicaba a la operación de pintar los títulos de un libro con este
óxido. Por extensión, se llamó así a las imágenes que ilustraban los
manuscritos -que se caracterizan por su pequeño tamaño- y después a cualquier
pintura de dimensiones reducidas. El salto semántico final estaba servido, pero
es claro que en este proceso influyó decisivamente la coincidencia formal con
la raíz latina que en español ha dado lugar a voces como mínimo, minucia,
minuendo o disminuir (y a través del inglés, al prefijo mini-).
La reinterpretación etimológica puede conducir
a la creación de nuevas voces. Es lo que ha ocurrido a partir de bikini,
que tiene su origen en el nombre de un atolón de las Islas Marshall. Su primera
sílaba se identifica instintivamente con el prefijo bi- (´dos´),
por las dos piezas de que se compone la prenda.
(Fuente:
Nunca lo hubiera dicho, Taurus, Madrid, Real Academia Española, Asociación de
Academias de la Lengua Española, págs. 149 y 150).
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