Cosas del español (23): EN BUSCA DE LOS DÍGRAFOS PERDIDOS

En el X Congreso de la Asociación de Academias, en 1994, se decidió dejar de considerar como letras la ch y la ll, que formaban parte de nuestro abecedario desde comienzos del XIX. La primera obra académica en la que se plasmó la decisión fue el Diccionario escolar, publicado en 1999. En él, perdieron su condición de signos independientes. Lo cierto es que, en buena ley, solo se consideran letras (o grafemas, si empleamos la terminología lingüística) los signos gráficos simples. Quedan excluidas de esta categoría las secuencias que representan un solo sonido (un fonema), como la ch o la ll. Estas se denominan dígrafos (también existen trígrafos y tetragrafos en otras lenguas, pero no en español). En nuestra lengua hay cinco dígrafos. A los dos citados, se añaden rr (arroyo), gu (guiso) y qu (queso), que suelen pasar más desapercibidos.

En el español medieval existieron algunos más, y perduraron hasta la ortografía de 1754. Fue entonces cuando se decidió eliminar la ph (usada como f: phenómeno, > fenómeno, philosphía > filosofía), la rh (que equivalía a r: rheuma > reuma, rhetorica > retórica) y la th (empleada como t: theatro > teatro, theología > teología). También se suprimió la ch con valor de /k/ (cherubín > querubín, christiano > cristiano). Como puede verse en los ejemplos, estos «dígrafos latinizantes» estaban presentes en voces de origen griego o hebreo. Unos años después, en 1763, se eliminó la ss (por entonces equivalente a la s: asechanza > asechanza, osso > oso).

Estos dígrafos no tenían ya justificación, puesto que su sonido podía ser representado por letras simples. Pero la cuestión suscito enconados debates entre los académicos. El objetivo era simplificar el sistema ortográfico y fonológico en aras del ideal de correspondencia biunívoca entre letras y sonidos: que cada letra representa un único sonido y que a cada sonido le correspondiera una única letra. Se trataba de realizar una adecuación ortográfica siguiendo criterios fonológicos. Pero, aunque el español satisface esta vieja aspiración en mucho mayor grado que otras lenguas europeas, como el inglés o el francés, siguen existiendo diversas discordancias, como la existencia de la h muda o el uso con idéntico valor de las letras b y v, que se mantuvieron por criterios etimológicos y de tradición.

Fuente: Nunca lo hubiera dicho, Taurus, Madrid, Real Academia Española, Asociación de Academias de la Lengua Española, págs. 71 y 72.

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