MARIO VARGAS LLOSA, EL ESCRITOR TOTAL

Vargas Llosa, el mas joven escritor del boom latinoamericano

Juan Ramón Martínez

No recuerdo que fue lo primero que leí de Mario Vargas Llosa. Si “La Ciudad de los Perros” (1962) o “La Casa Verde” (1965). Fue en 1966, un año antes de la aparición de “Cien Años de Soledad” (1967) de Gabriel García Márquez, el año en que el boom de novelistas latinoamericanos, como una luz, dividió al mundo literario y la historia de la narrativa mundial. Era entonces muy joven e incluso de mente más estrecha que ahora. Manejaba el relato de la singularidad continental; me movía en las categorías fijas de las autoridades literarias, que como en la tabla periódica de Mendel, cada autor, estaba fijo en un lugar determinado, superado por otro con más méritos y antigüedad. Todavía no había superado el deslumbramiento de Alejo Carpentier en su mundo mágico caribeño y de Mariano Azuela en su realismo indígena mejicano. Por ello, con alguna dificultad, me adentre en sus páginas, sin colocar el placer del viaje por los mundos inventados del peruano en primer lugar, sino en el ánimo de descubrir hasta donde era cierto, como decían algunos, era otro Faulkner que había venido desde los cielos estadounidenses a renovar la forma de contar las cosas y construir mundos extraordinarios por los autores latinoamericanos. Un año antes, por casualidad, había conocido en un bus turístico en Washington al peruano José María Arguedas, aunque no sabía quién era él y cuál era el papel que representaba como puente entre la literatura naturalista e indigenista de los novelistas latinoamericanos y los nuevos escritores del que después se llamara el boom y que, desde Barcelona, inundaría las librerías y las redacciones de los suplementos literarios del mundo. Además, era víctima de una deformación rural:  la lealtad al realismo barroco y mágico de García Márquez, era exigente y monógamo. No permitía concubinatos literarios. Se estaba con el hombre de Aracataca o no. Porque era uno; o el otro. Nunca los dos. Eran los tiempos del sectarismo político y en los que la voluntad y la imaginación eran una explosión de singularidad que también pateaba en la cancha de los temas literarios. El “che” Guevara acababa de morir en Bolivia y la revolución cubana, empezaba a declinar, aunque los cubanos no lo sabían. Y en ese dilema no había mucho espacio para Vargas Llosa, más formal, experimental; y, de alguna manera, extraño a las formas de narrar y crear mundos verbales inesperados.

La primera discusión sobre esta relación que me parecía imposible, se dio en la oficina de Adán Elvir, entonces subdirector de “La Tribuna” con el ya popular locutor y radio periodista Rodrigo Wong Arévalo. Este dijo que le gustaba más Vargas Llosa. Yo opuse a García Márquez. Fue tan insustancial la discusión que ahora Wong Arévalo no recuerda que alguna vez hayamos hablado del tema. Además, en el grupo literario en el que entonces me movía, liderado por Miguel R. Ortega, el que, por su parte, tenía una opinión negativa de la prosa “melosa” adjetivada y difícil decía de García Márquez – “al extremo Juan Ramón que no pase de la página 37 de Cien Años de Soledad”, con veterano orgullo quien dirigía las primeras páginas literarias de La Tribuna. Ortega, creía magistralmente que debíamos conocer primero el Siglo de Oro Español y después, aproximarnos a esa publicitada literatura latinoamericana que editaban los europeos como grandes novedades. “Primero lo primero” repetía desde su alta figura quijotesca. Sin embargo, los libros, las críticas sobre ellos y las entrevistas seguían llegando a Honduras. “La Tía Julia y el Escribidor” (1977) – ejercicio singular del juego de los planos narrativos, los personajes desconectados y el uso de material biográfico – llamaron mucho nuestra atención.

En el grupo no volví a hablar de mis lecturas; ni de las obras del peruano que poco a poco me había convencido de que se trataba de un real innovador del arte de narrar confirmando en “La Ciudad y los Perros” y “La Casa Verde”, aquel burdel sobre la arena, que había descubierto una nueva forma de contar las cosas. Después, reí mucho con “Pantaleón y las Visitadoras” y, por supuesto, me rendí completamente ante “La Guerra del Fin del Mundo” (1981). Aquí, sintiendo los ecos de la narrativa total de Tolstoi, me aproxime a una gesta histórica real; pero recreada literariamente por el genio inocultable de Mario Vargas Llosa. Me di cuenta de que estaba siendo testigo y de alguna manera participando como lector, de un fenómeno: el descubrimiento de América Latina en Europa, como continente narrativo que mostraba como éramos; y, además, hacía sentir a los escritores, especialmente los que vivían fuera del continente, que ellos tenían una patria común, con el español como lengua comunicacional y en el espacio de América Latina, un territorio propio de hablantes, personajes y lectores. Y que, además de Vargas Llosa y García Márquez, había que contar con Borges, Rulfo, Carpentier, Arguedas, Carlos Fuentes, Julio Cortázar, Juan Carlos Oneti, Miguel Ángel Asturias, Joao Guimarães Rosa, Jorge Amado, José Donoso, y Octavio Paz, que, aunque no era novelista, en realidad era el santo patrón del idioma y heraldo del avance hacia una poética nueva y sugerente.

Entre ellos, el más joven pero más creativo y trabajador, destacaba desde el principio, como el intelectual del grupo, Mario Vargas Llosa que el domingo pasado acaba de morir en Lima, Perú.

….

Conocí a Mario Vargas Llosa en Tegucigalpa. Lo trajo para que dictara una Conferencia Magistral la Universidad Pedagógica Nacional Francisco Morazán. Me lo presento el Rector de la UPN Ramón Salgado e intercambiamos frases de ocasión en aquella oportunidad. Antes le había visto como actor, en la realización cinematográfica de su novela “Pantaleón y las Visitadoras”, donde tiene un breve papel de militar, con pistola al cinto y pantalones de estilo castrense. Muy ridículo. La película se ofreció en una sesión privada a los miembros del Estado Mayor de las Fuerzas Armadas y fui invitado por mi antiguo compañero y amigo Rony H. Martínez. Solo en Madrid, en tres oportunidades, una vez en Córdova Argentina y la última en Sevilla, cuando nos reunimos para oírlo, en el homenaje que se le rendía en el interior del Congreso Mundial del español, a su celebrada Conversación en la Catedral, en ocasión de los primeros cincuenta años, es que pudimos conversar un poco más. El discurso que, en Córdova, Argentina nos dio entonces Vargas Llosa, no tuvo que ver con la creación literaria. Vargas Llosa era un excelente expositor, figura brillante, de palabra fácil, expresión vibrante y ecos sonoros, capaces de llamar la atención a las momias más engominadas. En Córdova, Argentina hizo un discurso improvisado respondiéndole al Presidente Andrés Manuel López Obrador que días antes le había reclamado al Rey de España -- y por este medio a España--, pedir disculpas por la conquista de México y por los excesos de Hernán Cortés en que aquellas jornadas fundacionales de la nación en cuyo nombre hacia el reclamo. Vargas Llosa en un discurso brillante – de barricada dijimos algunos, por la carga emotiva de sus expresiones y por el tono dirigido simultáneamente al cerebro y a las emociones – hizo de la expresión repetida, “disparó a los pies”, un ejercicio de retórica sustancial y profunda, en donde mostró sus méritos magisteriales, sus conocimientos históricos y los recursos políticos de la inevitable convivencia de un mundo común “que habla el español y que reza a Jesucristo”. Nos pusimos de pie. Joaquín Sabina, estuvo al borde de las lágrimas. Felipe VI se tomó de la barba y esbozo una sonrisa protocolar y medida, mientras el presidente Macri de Argentina se dejó llevar en aplausos que acompañaron sus manos emocionadas. Hasta Sergio Ramírez que minutos antes dormitaba inevitablemente derrotado por la fatiga y los ecos suaves de la multitud, tuvo una milagrosa resurrección que nunca antes había visto en un hombre cansado en un acto público. Nos sentimos satisfechos. La lección que le había dado Vargas Llosa a López Obrador era magistral, bien documentada con fechas precisas, colocando los hechos en forma horizontal de forma que la conquista de México por los españoles, fue sustituida por una visión diferente en que Cortés se une con unos mejicanos, para luchar en contra de la esclavitud de otros mejicanos. En la salida, nos saludamos y quise hacerme con Mario Vargas Llosa el primer selfi de mi vida. Fracasé en el intento. No tengo una foto juntos.

Tiempo después nos vimos en un par de sesiones en la RAE. Aquí hablamos de literatura y le expresé mi opinión sobre “Historia de Mayta” (1984), que le sorprendió un poco, especialmente cuando le dije que creía que había faltado al respeto del personaje, al reseñar una relación homosexual, aunque en el capítulo siguiente aclaro que era un invento de los enemigos del líder revolucionario que creía inocentemente que había llegado la hora de tomar el poder. Vargas Llosa no rehuía la discusión con nadie, hablamos con viveza; e incluso creo que levantamos la voz; pero al final, quedo satisfecho con mi explicación que se basaba en una afirmación suya sobre que el autor estaba obligado a mantener el mayor respeto a los personajes de sus novelas.

 La siguiente vez, allí mismo en el edificio de la RAE, nos reímos con Arturo Pérez Reverte cuando le hice la broma a este que había hecho de la acentuación del adverbio solo, la bandera de sus luchas lingüistas. Nos reímos los tres.

La última vez, como queda dicho, nos saludamos en Sevilla en ocasión de un dialogo que hizo Vargas Llosa con Juan Cruz, en ocasión de la celebración del medio centenario de la publicación de “Conversación en la Catedral” (1969). Aquí Vargas Llosa conto más sobre el proceso creativo, la estructura y el lenguaje de la novela y, con gran sinceridad, dijo que era su obra favorita, y la que más trabajo le había dado. Al despedirnos quedamos citados que nos veríamos en Arequipa, en donde se efectuaría el siguiente Congreso Mundial del Español y en el que sería el autor homenajeado. Por razones de inestabilidad políticas del Perú que había anticipado en discusiones con el poeta Martos, Presidente de la Academia Peruana de la Lengua, el Congreso no se pudo celebrar en el Perú y se trasladó a Cádiz, España al que yo no pude asistir. Creo que Mario Vargas Llosa, tampoco estuvo allí.

Mario Vargas Llosa fue el más joven de los miembros del boom. Posiblemente el más completo de todos, con más definiciones y más posturas claras y definitivas, manejando como eje de su vida, la libertad para crear y para expresarse. De repente el más formado artesanalmente para el oficio de escritor, el que contaba con más herramientas para la narración y con la disciplina de la lectura porque hay que tener presente que Vargas Llosa además de un gran escritor, fue un gran lector. Nadie puede ser buen escritor sino es un buen lector. Por sus lecturas y las narraciones que hizo como crítico literario de las mismas, se descubre su generosidad con todos los novelistas que se le acercaron, su voraz capacidad de lectura; y su falta de envidia con respecto a las obras de los otros. Su tesis doctoral, dedicada al estudio de la obra magistral del colombiano más famoso de todos los tiempos “García Márquez: Historia de un Deicidio” (1971), es un ejemplo para las nuevas generaciones de la calidad emocional de Vargas Llosa. En la misma línea, hay que valorar su entrevista a Jorge Luis Borges que contrario, a Carlos Fuentes, no tuvo ningún temor de hablar en la intimidad de su modesto apartamento en Buenos Aires. O escribir bien de la obra de Arguedas, al que rescata por su modernidad; y por haber sido el puente entre el indigenismo naturalista y la modernidad literaria suya y de sus amigos. Así como también, es obligado reconocer lo bien dotado que estaba para emprender la mejor disección de cualquiera obra por su insuperable disciplina y capacidad lectora. Por ello de su capacidad para el ejercicio crítico, de las obras que llegaban a sus manos, así como sus artículos periodísticos, nos deja el testimonio de repente quien es, hoy por hoy libre por libre, el mejor de todos los escritores que ha producido el mundo hispano después de Rubén Darío y Gabriel García Márquez.

En la hora de su retiro inevitable en brazos de la muerte, celebro el gozo de haber sido su contemporáneo y haber viajado en las páginas de sus novelas, como turista feliz en el mundo maravilloso de los paisajes que nos regaló su imaginación extraordinaria y la fuerza y capacidad disciplinada de su trabajo creador. Especialmente agradecido porque nos enseñó a sospechar siempre de las engañosas estructuras del poder (La Fiesta del Chivo, 2000) y a pasar revista de las reglas para sobrevivir a las fantasías engañosas del populismo y las dictaduras en un magisterio singular. No solo de palabra, sino que metiéndose al fango de la política y a la oscura pelea entre cuchilleros que, en la búsqueda del poder son capaces de hacer cualquiera cosa. “Como Pez en el Agua” (1993), sus memorias políticas, son un ejercicio diáfano de sus visiones partidarias y las temperancias de la política y sus emboscadas.

Ahora, cuando se ha convertido en polvo, podemos reconocer que, algunos de sus lectores somos mejores gracias a su escritura singular; y otros pocos, más tolerantes y democráticos, por sus enseñanzas sobre la libertad y por el descubrimiento de otro Angulo en la esencia del hombre moderno que representa el futuro de América latina.

Tegucigalpa, Honduras. 15 de abril de 2025.

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