IMPRESIONES DE MI VIAJE A LA ANTIGUA VALLADOLID DE COMAYAGUA (1955)

Vista de Comayagua, 1905. Fotografía publicada en <<Guía de Honduras>> escrita por Fernando Somoza Vivas por encargo del presidente Manuel Bonilla, una de las obras monográficas más completas sobre Honduras de inicios del siglo XX. 

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Reproducimos el viaje escolar de una niña a la ciudad de Comayagua en el año 1955. Ella es Aída Lucinda Suazo, alumna del sexto grado de la Escuela República del Paraguay y su crónica fue publicada en el diario El Día. El relato por demás interesante e histórico se escribió después del viaje promovido por una de aquellas maestras que dieron sus vidas en las aulas de clases en una de las escuelas más antiguas de Comayagüela fundada en 1895, institución que ha tenido una importante trayectoria educativa en el Distrito Central. El relato que reproducimos es un ejemplo de vocación educativa a la escritura que nuestros niños y niñas deben fomentar en el marco del fortalecimiento de la educación como un medio para afrontar el porvenir. Escribir sus vivencias es una forma de comprender el país que también es de ellos.

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Aída Lucinda Suazo

Quisiera tener más capacidad y facilidad de palabras, para dejar grabada en esta crónica que se me pide; todo el torrente de impresiones imborrables en mi vida, y ese caudal de conocimientos que asimilé en ese viaje a la Antigua Valladolid, ex capital de la República Morazánica.

Pero me limitaré a referirles en forma superficial mis momentos felices y provechosos desde el punto de vista histórico que nos proporcionó la legendaria y aún enseñorada ciudad de Comayagua.

El día antes de nuestra partida para Comayagua, tanto en mi escuela, como en mi casa, era un trajín, yo nerviosa iba y venía de un lado a otro, arreglando mis casillas y aprendiéndome la poesía “La Catedral de Comayagua” ya que se me había dado para aprenderla lo más pronto posible; el día trece del mes en curso después de que lo señorita Lidia, nos dio instrucciones generales y consejos sobre nuestro comportamiento y lectura del programa que debíamos seguir en aquella ciudad vecina, de Comayagua, fundada en un valle por el español Alonso de Cáceres, de orden del Capitán Francisco de Montejo, con el nombre de “Santa María de Comayagua”, allá por el año de 1537.

Salimos como a eso de las 9 y 5 a. m., atravesando y admirando esos pueblitos tan pintorescos de la carretera; tuvimos oportunidad de contemplar la Pirámide, punto en la carretera que marca la división de los departamentos de Francisco Morazán y Comayagua, también contemplamos las ruinas de Tenampúa, enormes trincheras que se alzan en la carretera. Como a eso de las cuatro de la tarde, contemplamos la Iglesia de San Sebastián, donde descansan los restos del General José Trinidad Cabañas. Allí había una comisión de personas esperando a doña Merceditas Castillo viuda de Martínez Palma (recientemente electa Madre de Honduras), quien fue nuestra compañera de viaje, no hay duda habíamos llegado a nuestro destino, es decir, a la Antigua y colonial Comayagua; rica en joyas, en leyendas y tradiciones de los tiempos coloniales. Diez minutos después llegábamos al corazón de la ciudad, las campanas repicaron de alegría en señal de saludo, y como es natural, bajamos a la Iglesia, y como estuviera el Padre allí, nos dio la bendición. Después los buses nos llevaron al lugar buscado por nuestra Directora, para hospedarnos, por la noche las profesoras y los padres de familia que iban con nosotros, fueron agasajados por los profesores de aquella histórica ciudad.

Nosotras como estábamos cansadas, nos acostamos para levantarnos temprano al día siguiente, o sea el catorce de mayo, fecha en que se conmemora la independencia de la República del Paraguay, de la cual, nuestra Escuela lleva su nombre.

A las ocho de la mañana estábamos en la escuela de niñas “Rosa de Valenzuela”, allí se encontraban reunidos los profesores y alumnos de las dos escuelas (niñas y varones), quienes tenían preparado un programa, nosotros también llevábamos preparado el nuestro, el que fue desarrollado inmediatamente después del de ellos, como a eso de las diez, contemplábamos la antigua catedral con su enorme fachada de piedra, que es como un testigo mudo que ha presenciado los hechos gloriosos y tristes de esta Patria, cuna del valiente y heroico Lempira; al entrar contemplamos el Altar Mayor, no sin antes ver que en la nave derecha, está el sarcófago del Obispo Guadalupe López y Portillo, colocado allí hace 220 años, fundador de la primera Universidad de la Provincia el Colegio Tridentino, de la Iglesia de San Juan de Dios y Capilla del Carmen en Comayagua; al dirigirnos para observarlo de cerca leímos que hay siete sarcófagos más. La Iglesia tiene doce columnas, por los doce apóstoles y la bóveda significa la unidad de la Iglesia; después pasamos a la casa donde funcionó el Colegio tridentino, habitado hoy por los Padres de la Orden de San Jerónimo de Somasco, para contemplar las joyas, reliquias antiguas, custodiadas por dos Padres y tres perros. Oh ironías, un tesoro que vale tanto dinero además de ser una reliquia histórica, ni siquiera un centinela en la puerta del Convento. Un tesoro que nosotros deberíamos de sentirnos orgullosos y presentarlo a todo turista que nos visita.

Pasamos por el Palacio del Distrito Municipal, fundado en 1880, época en que se trasladó la capital a la ciudad de Tegucigalpa, después nos fuimos al Museo, rico en motivos mayas.

Como disponíamos de tan poco tiempo, nos dirigimos a la Escuela Normal Rural de Varones de Comayagua, magnífica construcción y un paso más para el apoyo del hombre del campo, porque creo que dentro de poco tiempo, nuestros gobiernos se preocuparán más, por el campesino que por el hombre de las ciudades, ya que este se puede decir que todo lo tiene. En Honduras hacen falta quince escuelas rurales para preparar al profesor rural, que imparte la enseñanza a esos pobres hermanos que viven en los lugares olvidados, que también son de Honduras. No nos fue posible conocer el convento de San Francisco, célebre por su cruz de piedra, ni el parque de “Manuel M. Calderón”, con su famosa Picota.

A las cuatro de la tarde regresamos de la Escuela Normal Rural para emprender nuestro regreso a Tegucigalpa. Satisfechas de haber realizado nuestro sueño; por el camino veníamos cantando, tuvimos oportunidad de contemplar la puesta del sol que es tan maravillosa, regresamos a las 9 p. m. sin ninguna novedad; gracias a Dios, y rogando que la señorita Directora, quiera realizar otra excursión pues creo, como dice ella, que se aprende más viendo que leyendo; pues las excursiones que hemos realizado, nos lo han demostrado dejan un conocimiento de las cosas que no tan fácil se nos olvidaran y por último quiero desde esta capital, enviar a mis colegas de Comayagua, un sincero saludo y decirles que estamos muy agradecidas por sus atenciones que nos prodigaron en esa; lo mismo al Profesorado y personas particulares de quienes guardamos un grato recuerdo.

Comayagüela, D. C. Mayo de 1955.

Aída Lucinda Suazo

Alumna del 6° Grado de la Escuela República del Paraguay

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Fuente: “Impresiones de mi viaje a la Antigua Valladolid de Comayagua” El Día, 3 de junio de 1955. Año VII, n. 2089, pág. 4.

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