NOTAS SOBRE EL SONETO COMO EXPRESIÓN LITERARIA
Oscar Aníbal Puerto Posas
A Juan Ramón Martínez, Livio Ramírez, José González, escritores amigos.
El iniciador del soneto parecer haber sido el
siciliano Giacomo de Lentini que vivió en el siglo XIII; lo popularizaron los
pisanos Guittone d´Arezzo, principalmente. En España trató de introducirlo el
Marqués de Santillana, (fue su nombre como miembro de la realeza. Su nombre de
pila era: Iñigo López de Mendoza), sin buen suceso; sus cuarenta y dos sonetos
hechos al itálico modo no despertaron la emulación ni el espíritu de
seguimiento de los poetas del siglo XV; fue Boscán, décadas más tarde, quien lo
popularizó, sobre todo al lograr que Garcilaso de la Vega, su amigo, lo
cultivara. A partir de entonces, las letras castellanas se vieron invadidas por
el Soneto que en el siglo XVIII llegó a ser producido en cantidades
excepcionales, muy alejadas de la correspondiente calidad.
Los más famosos sonetos castellanos
Entre los más famosos sonetos castellanos, merecen
especial mención, el anónimo A Cristo crucificado y el famoso de Lope de Vega,
hecho a petición de Violante, que va saliendo de la pluma del aedo, mientras
nos cuenta cómo va a hacerlo: “Un soneto me manda hacer Violante/ y en mi vida
me he visto en tal aprieto:/ catorce versos dicen que es soneto:/ burla
burlando van los tres delante./ Yo pensé que no hallara consonante/ y estoy a
la mitad de otro cuarteto:/ mas si me veo en el primer terceto/ no hay cosa en
los cuartetos que me espante./ Por el primer terceto voy entrando,/ y aun
parece que entré con pie derecho,/ pues fin con este verso le voy dando./ Ya
estoy en el segundo, y aun sospecho/ que estoy los trece versos acabando:/
contad si son catorce, y está hecho.”.- ¡Genial, sencillamente genial! A todo
esto, nadie sabe quién fue Violante. Probablemente, un pobre diablo ricachón a
quien Lope debía algún favor. El caso es que cruzó las fronteras de lo humano y
entró a la inmortalidad.
El soneto alejandrino
Es hijo del genio centroamericano Rubén Darío
(1867-1916). Nació en Metapa, hoy Ciudad Darío, Nicaragua. Hijo de Rosa
Sarmiento Darío y de su marido Manuel García Darío. Toda su infancia
transcurrió al cuidado de doña Bernarda Sarmiento, en León.
Rubén Darío, es el gestor del soneto alejandrino.
El que tiene catorce sílabas y no once en cada uno de sus versos. Usado por los
poetas modernistas. Uno de los más bellos modelos obra de Rubén, es aquel cuya
primera estrofa dice: “¿Recuerdas que querías ser una Margarita Gautier?/ Fijo
en mi mente tu extraño rostro está./ Cuando cenamos juntos en la primera cita./
En una noche alegre que nunca volverá.”.
Siguieron la huella del gran Rubén Darío,
surgieron otros poetas en Hispanoamérica: José Santos Chocano (peruano); Julián
del Casal (cubano). No incluyo a Amado Nervo, quien no fue un modernista, sino
más bien, un “romántico tardío”, el argentino Leopoldo Lugones. Lástima que el
hombre no estuvo a la altura del artista.
Reseña del soneto en Honduras
La buena poesía hondureña nació de la lira del
poeta olanchano, José Antonio Domínguez (1869-1903). Vivió poco: 34 años. A esa
edad, puso fin a su vida, con sus propias manos. Escribió tres libros:
“Primaverales”, “Flores de un día” y “Últimos versos”. El título de este
último, levanta la sospecha que el poeta ya había decidido su suicidio. Son
poemas de asombrosa factura. Ningún gobierno hizo un esfuerzo por publicarlo.
Permaneció inédito, de no haber sido que un gran hondureño, con su propio
dinero y su propio empeño, publicó un gran volumen de poesía de Domínguez. Los
hondureños, estamos en deuda con el también poeta e investigador, don Héctor
Leyva.
Quien mejor se había ocupado de Domínguez, es don
Julián López Pineda (1882-1959), en un enjundioso ensayo, “Los olvidados, José
Antonio Domínguez”. “No fue Domínguez un poeta liviano. Sobrellevó sus grandes
deberes, sin mezclarlos a la creación de la belleza, manteniendo en alto la
dignidad de la poesía, sin humedecer la gracia del verso con la salobre
vacuidad del llanto.”, dice, en su excelso ensayo, el Dr. Julián López Pineda.
Domínguez, es más conocido por su monumental
“Himno a la Materia”. Monumental, en tanto, dice don Medardo Mejía, contiene
más de trescientos cincuenta endecasílabos. Monumental también su contenido.
Domínguez, escribió algunos sonetos preciosos. Valga decir: “Amorosa”. Pero lo inmortaliza La Musa Heroica.
“Si quieres que tu canto digno sea/ de tu misión, del siglo y de la fama/ no
derroches el estro que te inflama/ en dulce pero inútil melopea./ Lanza las
flechas de oro de la idea;/ deja el culto de Eros y proclama/ otro mejor./ La
lucha te reclama:/ yérguete altivo con la social pelea.”.
“He aquí el nuevo Evangelio”,
proclama Julián López Pineda. Quien dice -don Medardo Mejía- “Allá por 1917 fue
socialista”. “Después fue girando las ruedas hasta caer en el servicio no de
las compañías sino de los gobiernos de las fruteras que es lo triste. Porque
las compañías pagan bien a sus sirvientes. Y el gobierno se queda con la
mitad”.
Volviendo a José Antonio Domínguez,
sorprende que “La Musa Heroica”, fue escrita en el siglo XVIII, cuando, apenas
“un fantasma comenzaba a recorrer el mundo”. Pocos poetas atendieron y
entendieron su llamado. El más sobresaliente: Pompeyo del Valle (1928-2018).
Autor de “La Ruta Fulgurante” y “El Fugitivo”. Lástima que su poesía fue
perdiendo, al paso de los años, vibración social, cuando el poeta dejó de lado
el movimiento popular. Con todo, a lo largo de su vida, amó al proletariado.
Como Pompeyo, hay otros de menor cuantía, se aproximaron a la poesía social, en
imitación al gran Pablo Neruda. Imitación sin convicción, muy poco válida.
Juan Ramón Molina (1875-1908),
es la figura cumbre de nuestras letras. Aunque algunos necios han querido
anteponérsele. Escribió un soneto inmortal: Pesca de Sirenas. “Péscame una
sirena, pescador sin fortuna/ que yaces pensativo del mar junto a la orilla./
Propicio es el momento porque la vieja luna/ como un mágico espejo entre las
olas brilla./ Han de venir hasta esta ribera, una tras una,/ mostrando a flor
de agua, su seno sin mancilla./ Y cantarán en coro, no lejos de la duna,/ su
canto, que a los pobres marinos maravilla./ Penetra al mar entonces y escoge la
más bella,/ con tu red envolviéndola,/ no escuches su querella,/ que es como el
llanto aleve de la mujer./ El sol la mirará mañana entre mis brazos loca/ morir
bajo el martirio divino de mi boca./ Moviendo entre mis piernas su cola
tornasol.”.
Los avatares de mi vida, me llevaron
a vivir en Guatemala, un corto tiempo. Para mi sorpresa, en juergas juveniles,
los guatemaltecos recitaban “Pesca de Sirenas”. Resulta que el presidente Juan
José Arévalo (padre del actual presidente Bernardo Arévalo). Inició la serie
“Clásicos del Istmo”, con la recopilación de la poesía de Juan Ramón Molina. A
causa que Arturo Torres Rioseco, lingüista chileno, a quien Arévalo había
confiado la selección de la poesía de Rubén Darío, tardó mucho en cumplir su
cometido; perdido, en el bosque de laureles del enorme lírico nicaragüense. Fue
para bien, Torres Rioseco (1897-1970), es el mejor exégeta del autor de “Azul”
y “Prosas Profanas”. Miguel Ángel Asturias, Premio Nobel de Literatura (1967),
considera a “Juan Ramón Molina poeta gemelo de Rubén”. Esta cita, refuerza mi
comentario: Juan Ramón Molina, merece admiración y respeto en Guatemala.
Augusto C. Coello (1882-1941).
Autor de las letras de nuestro Himno Nacional, digno por ende del respeto
reverencial de todos los hondureños y hondureñas. Fue un hombre de una
ilustración poco común. Incursionó en la política y fue canciller de la
República. Lleva su nombre insigne la Academia de Diplomacia. Fue un periodista
de valor, tanto en Honduras como en Costa Rica, donde encontró su compañera de
vida, con quien procreó sus hijos. Ella se llamaba Joselina del Castillo. Don
Augusto, también fue historiador. Como poeta, respeto el criterio de don Miguel
Navarro Castro: “su obra en verso es reducida, pero toda ella de buena calidad;
lo que le falta de inspiración, lo suple su impecable buen gusto”. Uno de sus
sonetos mejor elaborados se titula: Como el agua. “Como el agua, de limpio y
cristalino,/ como el agua de clara y transparente./ Como el agua que pasa con
el camino/ y aun siendo lodo siempre es inocente;/ Como el agua que copia el
astro de oro/ en el blanco cristal de su corriente;/ como hilo de agua, diáfano
y sonoro/ y parlero y sutil y refulgente:/ Así quisiera ser. ¡Qué ansias, Dios
mío!/ de ser un fresco y caudaloso río/ en ignorada soledad florida;/ o ser
aire o ser piedra o no ser nada,/ y no carne maldita condenada/ a las
hambrientas garras de la vida”. ¿Hermoso no? Más tiene una reconvención. Es una
imitación “De lo fatal”, del gran Rubén Darío. Nuestros poetas, con la
excepción de José Antonio Domínguez no se han podido desprender de la
influencia de los grandes exponentes de la lengua española.
Ramón Ortega (1886-1932). Originario de Comayagua, cantera de buenos poetas. Como Molina, vivió su juventud en Guatemala. Al parecer, Guatemala fue durante muchos años, la Atenas de Centroamérica. Según el profesor Miguel Navarro Castro, “Era un hombre de temperamento esencialmente artístico”. Se le juzgó loco. Juicio que pongo en duda. En esos tiempos Honduras, “la dulce Hibueras”, la llamó Alejandro Valladares, no tenía psiquiatras. A mediados del siglo pasado tuvimos los primeros médicos psiquiatras. En aquellos lejanos tiempos, cualquier comportamiento desviado de lo habitual, se juzgaba locura. Aún hoy día, en el lenguaje coloquial, los hondureños solemos decir: “Está loco”. Manifestación de extrañeza o de rechazo a alguna propuesta. El gran filósofo Federico Nietzsche, dio con sus huesos en un manicomio. La causa: iba por la calle y vio a un cochero patán golpear con saña a un caballo, unido al coche. Nietzsche protestó. El bruto no lo obedeció. Nietzsche, puso su cuerpo a disposición del látigo de aquel salvaje. Un policía que vio, lo llevó al manicomio. En ese encierro demoníaco, murió el autor de “Humano demasiado humano”.
Ramón Ortega,
es el autor del mejor soneto que se ha escrito en Honduras, leámoslo: “El amor
errante”. “Filas de caserones de vieja arquitectura/ que en el frontón ostentan
el signo de la cruz./ Sobre la calle hosca pasa la noche oscura/ como un
fúnebre paño. Ni una voz, ni una luz./ En esta casa tuya, quizás, en las
ojivas,/ entre el silencio grave de la calleja sola,/ tejieron un murmullo de
pláticas furtivas/ un linajudo hidalgo y una dama española./ Mas hoy es ¡oh
señora! un rondador nocturno/ un bardo trashumante de rostro taciturno/ quien
coloca la ofrenda de amor en tus umbrales;/ y quien, bajo la noche, frente al
balcón florido,/ se angustia al ver el sacro blancor de tu vestido/ que cruza
vagamente detrás de los cristales”.
Otros autores
Alejandro Valladares (1910-1976).
Poeta y periodista de extraordinaria relevancia. Continuó el trabajo de su
padre Paulino Valladares en “El Cronista”. Les dio a las letras un hijo: “Los
Cantos de la Fragua”, editado en España. Revisando sus páginas, encontramos un
soneto bellísimo, en metro endecasílabo, lo tituló: “Quevedo”. Dedicado al
genio de la literatura española.
Santiago Flores Ochoa (1918-1989).
Poeta. Periodista y diplomático. “Fue un amante del soneto”. Así lo califica el
también poeta José González. Al grado agrego yo, que cuando fue editorialista
del diario “El Día”, se permitió el lujo, para concluir un editorial, de insertar
al pie de éste un soneto de su autoría. El dueño del periódico, arquitecto
Julio López Pineda, no solo se lo permitía, sino que sonreía. Flores Ochoa, fue
el poeta hondureño que más publicó sonetos. Algunos de excelente factura.
La generación del 36, dio al País,
buena poesía. Con todo y que Oscar Castañeda Batres (1925-1994), le dio una
denominación peyorativa. “La generación de la dictadura”. Casi todos ellos,
cultivaron el soneto; Daniel Laínez. “Voces Íntimas” (1935); “Cristales de
Bohemia” (1937) y otras. Claudio Barrera, fue un gran poeta, con un problema,
en él gravitó en exceso la influencia de Neruda. Manuel Luna Mejía, acude a los
sonetos en un libro de su juventud, lo tituló: “En blanco menor” (1941).
También es autor de “Trayectoria del soneto en Honduras”. Libro que busqué con
desesperación para este ensayo, siendo vano mi intento. “Índice general de la
poesía hondureña” -también de don Manuel- es un valiosísimo aporte a la
literatura hondureña.
De igual manera, Céleo Murillo
(1911-1966), en su libro “Afán” (1939), demostró un aceptable manejo del
soneto. Miguel R. Ortega (1922-2021), lo innovó, con figuras literarias,
cercanas al vanguardismo, al grado que uno de sus libros: “Voces desde el sur
del alba… en los labios del viento” (2000), lleva un título poco convencional.
Sin pertenecer a la “generación del 36”, no puedo dejar por fuera a dos poetas:
Ramón Padilla Coello (1905-1931), autor de un soneto controversial: “La virgen
desnuda”, que provocó la reacción airada del Obispo Hombach. Ni a José Roy
Castro. Medardo Mejía, “lo definió como un hombre optimista”. Ha de haberlo
sido, soportó un exilio de 25 años. Escribió un soneto con un nombre raro:
“Conmuta”. Era abogado, llevó -con excelente buen suceso- el Derecho a la
Literatura. Perteneció a la generación de 1922, como Padilla Coello.
Creo en la equidad de género, no
puedo dejar de fuera a dos poetas mujeres (no cito a Clementina Suárez, porque
ella no escribió sonetos). Me referiré a “Alma Fiori” (Victoria Bertrand, su
nombre verdadero, hija del presidente Francisco Bertrand). Escribió un soneto
que tituló: “Nómada”. Se encuentra en un libro que lleva el mismo título,
publicado en Costa Rica en 1936. Difícil encontrarlo, la Secretaría de Cultura
no hace lo que le corresponde; su excusa es su bajo presupuesto. Sin embargo,
siendo ministra doña Zonia Canales de Mendieta, confió la Dirección de Cultura
al poeta Livio Ramírez, que editó: “Cuadernos de poesía hondureña”, en modestas
ediciones, pero ricas en contenido. Mi reconocimiento más sentido al autor de
“Escrito sobre el amanecer”, a mi juicio, su mejor libro.
Otra poeta, que escribió sonetos fue Ángela Valle (1927-2003). Entró a la intelectualidad con “Lúnulas” (1969). Libro que premió la Escuela Superior del Profesorado, hoy Universidad Pedagógica Nacional. Su poesía está influida por Gabriela Mistral. Quizá también su personalidad. Ángela, fue un ejemplo de modestia. Al día de hoy, nadie escribe sonetos. La composición poética de Lope de Vega, queda pues en la nostalgia.
Tegucigalpa, agosto de 2025.
Gracias Juan Ramón , hemos tenido grandes Hombres en una patria descuidada
ResponderBorrarLos olvidados de nuestra literatura. Será una cátedra por incorporarse .
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