Narraciones: LA MANTA QUE HABLA

Vicente Williams Agasse

Conversando con mi sobrino Rodrigo, me contaba que su abuelo don Gabriel, que hizo de Amapala en la Isla del Tigre, el hogar de él y su familia, adonde realizó muchas mejoras en beneficio de todos los “amapalinos”, le refirió bonitas historias. Posiblemente las más interesante fue la instalación y suministro de la energía eléctrica de la localidad, con motor y generador Daimler Benz de fabricación alemana, máquina que tuve oportunidad de conocer; y quedé impresionado como la hacía funcionar después de muchos años de uso. Con tan solo trescientas revoluciones por minuto, algo ahora inconcebible, cuando operan a no menos de dos mil revoluciones por minuto.

También llevó una fábrica de hielo, tan necesario para todas las necesidades de las casas y de los negocios. Recuerdo que se vendía en bloques, que llamaban marquetas; y para conservarlos por un tiempo, los arropaban en sacos de bramante y con aserrín que obtenían de algunos aserraderos cercanos.

El trayecto a Amapala desde San Lorenzo que en aquellos tiempos que lo llamaban “el puerto niño que reta el Porvenir”, se efectuaba en unas pequeñas embarcaciones llamadas “gasolinas”, con unos grandes motores, que más bien eran remolcadores con pasajeros que arrastraban varios lanchones cargados de materiales diversos.

Para entonces Amapala ya había dejado de tener la importancia que tuvo en los primeros años de independencia y especialmente en las primeras décadas del Siglo Veinte, con mucha influencia extranjera, especialmente una colonia alemana y francesa, que primero en todo el sur del país se hizo muy importante su presencia luego extendiéndose por todo el país, y cuya presencia se fue debilitándose en la medida en que se desarrollaron los puertos del norte, hasta convertirse en una isla casi  abandonada y su población diezmada. En Amapala, se inauguraron varios gobiernos como el de Marco Aurelio Soto y el de Manuel Bonilla y fue anfitriona de visitas de personalidades como el Presidente Herbert Hoover de Estados Unidos y del eminente científico Albert Einstein.

Regresando a nuestro relato, para entonces entre estas evoluciones para los “amapalinos”, surgió el cinematógrafo, distracción que en primer lugar solamente funcionaba en el puerto, siendo una de las pocas distracciones que mucho agradaba a la población local.

Las proyecciones de las cintas cinematográficas se efectuaban en los aparatos que tenía don Gabriel, pues, el proyector del film era de los de uso doméstico de 8mm, que se proyectaba en una sábana blanca, extendida suspendida en un marco de madera y el sonido era una caja que escondía un parlante.

El éxito de estos eventos extraordinarios para los vecinos del puerto ya casi abandonado fue tanto que don Gabriel se entusiasmó y decidió llevarlo a otras poblaciones sureñas, especialmente en tierra firme.

Entonces, las funciones eran al aire libre, adonde cada asistente tenía que llevar su propia silla o taburete; o bien se sentaban en unas bancas y los últimos en llegar, simplemente lo hacían acurrucados o sentados en el suelo. El costo de la entrada al espectáculo era de cinco o diez centavos de los lempiras de aquel entonces.

Así recorrió varios poblados, llevando el grito de la civilización a su gente, que vivía ausente de cualquier innovación y de noticias de grandes civilizaciones que avanzaban en desarrollo económico y humano.

Es así, que unos cipotes o chigüines como se les llama a los niños en el Sur, que siguiendo de pueblo en pueblo este espectáculo innovador, como era eso del cine, seguían a don Gabriel y comentaban a los otros niños locales, lo que ellos habían descubierto.

En uno de los pueblos que visitaba con el maravilloso invento, al llevarse a cabo la función en su poblado y cuando se iniciaba la función y que habían oído de lo que se anunciaba, uno de estos chigüines, se acercó a los espectadores que esperaban para presenciar la película y solamente les dijo:

¡Ya se, esa es la manta que habla!

04 de septiembre de 2025.

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