EL CIUDADANO QUE EL ESTADO OLVIDÓ

Marino Berigüete* Ayer, en la cátedra del profesor Esteban Anchustegui, durante una discusión en el máster universitario, ocurrió algo raro y valioso: se nos pidió pensar. No solo sobre el Estado, la ley o el poder, sino sobre nosotros mismos. Sobre qué significa hoy ser ciudadano en una democracia como la nuestra. Sobre si aún lo somos, o si apenas habitamos una ficción jurídica donde todo parece estar en regla, pero nada funciona en la práctica. Fue una clase que no buscaba respuestas cómodas, sino incomodarnos con preguntas esenciales. Y lo logró. El Estado dominicano sigue siendo formalmente el mismo: con su Constitución —una de las más bellas, por su redacción y por la promesa que contiene— y sus instituciones aparentemente funcionando. Pero hay un abismo entre lo que está escrito y lo que se vive. Porque los actores que administran ese Estado —los partidos políticos tradicionales, los militantes que ocupan cargos por lealtad y no por mérito— han convertido esa Constitución en...