Contracorriente: AGUILAR PAZ, EL ULTIMO REFORMADOR.
Juan Ramón Martínez
Las reformas introducidas en Honduras, han sido
animadas, empujadas u obligadas por fuerzas externas. Algunas positivas. Otras
negativas como es natural. La reforma de Soto, inicio el Estado nacional.
Manuel Bonilla y Bertrand, facilitaron el desarrollo capitalista de la Costa
Norte, sin el cual, solo tendríamos media Honduras. Gálvez usó al gobierno para
crear infraestructuras en favor de la población: carreteras, agua, salud,
educación, producción agrícola. Y ordenó las finanzas públicas. Además, puso
orden a los caudillos militares descalzos, creando las Fuerzas Armadas que han
evitado las guerras civiles que tanto daño hicieron al país. Zemurray nos
regaló el Zamorano. Villeda Morales, creo el Estado social, al servicio de la
libertad del pueblo hondureño y la democracia nacional. López Arellano, en su ultima fase, intentó desde la reforma de la tierra, impulsar el capitalismo agrario nacional.
En 1975, irrumpió el reformismo. En los Horcones,
Olancho. Desde 1980 -excepto Azcona y de Callejas, el primero aprobó las
maquilas y el segundo creó la Fiscalía, para darle a la sociedad control sobre
el gobierno- los gobernantes han sido anti reformistas. Carlos Roberto Reina y
Carlos Flores, al someter a las Fuerzas Armadas al control del gobernante, le
quitaron al pueblo el brazo armado para rebelarse en contra del despotismo.
Ahora, otra vez, tendremos que desangrarnos porque los militares son mandaderos
de los gobernantes. Mel Zelaya, instrumentalizó y puso de rodillas a los pobres,
de modo que los convenció que, si se dejaban matar por su padre en los Horcones,
conquistarían el cielo y la felicidad. Los ha organizado, para que, otra vez,
uno -como le doliera a Zelaya Sierra- levante la mano crispada en contra del
otro hermano, y riegue su sangre sobre la tierra.
En este vacío, debemos rescatar la reforma
sanitaria de Aguilar Paz, muerto recientemente y que, por diversas razones,
había postergado el homenaje que le debía a uno de los mas grandes hondureños
que he tenido el honor de conocer. Fui su paciente, después su conocido; y al final,
amigo y compañero. Lo visité en su consultorio, en las cercanías de la Iglesia
San Francisco en 1968. Me lo recomendó Hernán Corrales para atenderme una
dolencia en la garganta. Me impresiono su meticulosidad: la gran cantidad de títulos
que honraban la pared del consultorio, la impecable blancura de sus ropas, el
pelo peinado hasta los últimos detalles, el bigote recortado milimétricamente;
y su dicción, clara firme e incluso, con tonos diferentes del resto de nosotros.
Respetuoso, me trató como si fuera la mas alta figura nacional, me explicó mis
males y ordenó los medicamentos. Después, cada vez que volvieron los problemas,
siempre encontré su sonrisa singular y su abrazo fraterno. En los últimos años,
se negó a cobrarme. Era el pasaporte para ingresar el círculo central de sus
amistades.
Ha sido el mejor Ministro de Salud desde 1949.
Introdujo el concepto de regionalización de los servicios sanitarios. Escaló las infraestructuras para dar servicios a todos los hondureños. Desde el Centro
de Salud hasta el Hospital General. Pero no vio votos o clientes en los
enfermos, sino que el corazón palpitante de las soluciones. Por ello, en su
visión, el paciente era parte del consultorio y la superioridad del médico no
tenía lugar, porque juntos, construían la solución a los problemas del enfermo.
Siendo Ministro de Salud, hablamos. Me impresionó su interés en las parteras. Le sugerí que en Pespire, se acercara a los
curanderos o “inteligentes”, que siguen los pasos de Francisco Cruz y Jerónimo
Murillo. Asintió y me dijo, tienes razón: hay que darle autonomía al paciente,
que use la memoria de sus padres para ser médico de sí mismo. Recordamos los
patios solariegos, donde las mujeres cultivaban los medicamentos caseros y
riéndonos, aceptamos los valores del caulote en las diarreas incontrolables, que
matan en pocas horas a los niños pobres de Honduras. Y predicaba una ética de
servicio en que los médicos están obligados a respetar a los pacientes y darles
los mejor. No lo vi en sus últimos momentos. Pero se dolía porque que no dejaba
seguidores entre los médicos. Los pacientes, convertidos en votos y en clientes,
sufren, solitarios, las enfermedades y el mal servicio de una burocracia inhumana.
Después de los daños de los Zelaya, hay que reconstruir a Honduras, volviendo de nuevo
a las ideas de Aguilar Paz. Honrando su memoria y sus sueños. ¡Paz a su alma generosa!
A veces, viendo tanto desgraciado que ha hundido Honduras, parece increíble que grandes profesionales hayan existido en esta tierra, pero sí, lo han hecho y han dejado un legado que vale la pena hacerlo conocer a las actuales y futuras generaciones.
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