Cuento: LOS AMOS
Juan Bosch (*)
Cuando
Cristino ya no servía ni para ordeñar una vaca, don Pio lo llamo y le dijo que
iba a hacerle un regalo.
n Le voy a dar medio peso para el camino. Usted esta muy mal y no puede seguir trabajando. Si mejora, vuelva.
Cristino
extendió su mano amarilla, que le temblaba
n Mucha gracia don. Quisiera coger el camino ya, pero tengo calentura
n Puede quedarse aquí esta noche, si quiere, y hasta hacerse una tizana de cabrita. Eso es bueno.
Cristino
se había quitado el sombrero, y el pelo abundante, largo y negro le caía sobre
el pescuezo. La barba escasa parecía ensuciarle el rostro, de pómulos salientes
n Ta bien, don Pio – dijo--; que Dio se lo pague
Bajo
lentamente los escalones, mientras se cubría de nuevo la cabeza con el viejo
sombrero de fieltro negro. Al llegar al último escalón se detuvo un rato y se
puso a mirar las vacas y los críos.
n Que animao ta el becerrito – comento en voz baja. Se trataba de uno que él había curado días antes. Había tenido gusanos en el ombligo y ahora correteaba y saltaba alegremente.
Don
Pio salió a la galería y también se detuvo a ver las reses. Don Pio era bajo,
rechoncho, de ojos pequeños y rápidos. Cristino tenía tres años trabajando con él.
Le pagaba un peso semanal por el ordeño, que se hacía en de madrugada, las
atenciones de la casa y el cuido de los terneros. Le había salido trabajador y
tranquilo aquel hombre, pero había enfermado y don Pio no quería mantener gente
enferma en su casa.
Don
Pio tendió la vista. A la distancia estaban los matorrales que cubrían el paso
del arroyo, y sobre los matorrales, las nubes de mosquitos. Don Pio había
mandado poner tela metálica en todas las puertas y ventanas de la casa, pero el
rancho de los peones no tenía puertas ni ventanas; no tenía ni siquiera setos.
Cristino se movió alla abajo, en el primer escalón, y don Pio quiso hacerle una
última recomendación.
n Cuando llegue a su casa pónganse en cura, Cristino.
n Ah, sí, como no, don. Mucha gracia --- oyó responder
El
sol hervía en cada diminuta hoja de la sabana. Desde las lomas de terrero hasta
las de San Francisco, perdidas hacia el norte, todo fulgía bajo el sol. Al
borde de los potreros, bien lejos, había dos vacas. Apenas se las distinguía,
pero Cristino conocía una por una todas las reses.
n Vea, don – dijo—aquella pinta que se agüita alla debe haber pario anoche o por la mañana, porque no le veo barriga.
Don
Pio camino arriba.
n ¿Usted cree, Cristino? Yo no la veo bien
n Arrímese para aquel lao y la vera.
Cristino
tenia frio y la cabeza empezaba a dolerle, pero siguió con la vista al animal.
n Dese una caminadita y me la arrea, Cristino – oyó decir a don Pio
n Ya fuera a buscarla, pero me estoy sintiendo mal.
n ¿La calentura?
n Unju. Me ta subiendo.
n Eso no hace. Ya usted está acostumbrado, Cristino. Vaya y tráigamela
Cristino
se sujetaba el pecho con los dos brazos descarnados. Sentía que el frio iba
dominándolo. Levantaba la frente. Todo aquel sol, el becerrito….
n ¿
Va a traérmela? – insistió la voz
Con
todo ese sol y las piernas temblándole, y los pies descalzos llenos de polvo.
n ¿Va a buscármela, Cristino?
Tenía
que responder, pero la lengua le pesaba. Se apretaba más los brazos sobre el
pecho. Vestía una camisa de listado sucia y de tela tan delgada que no lo
abrigaba. Resonaron pisadas arriba y Cristino pensó que don Pio iba a bajar.
Eso asusto a Cristino.
n Ello, si, don--; voy a dir. Deje que me pase el frio.
n Con el sol se le quita. Hágame el favor, Cristino. Mire que esa vaca se me va a perder el becerro.
Cristino
seguía temblando, pero comenzó a ponerse de pie.
n Si; ya voy, don – dijo
n Cogió por la vuelta del arroyo – explico desde la galería don Pio.
Paso
a paso, con los brazos sobre el pecho, encorvado para no perder calor, el peor
empezó a cruzar la semana. Don Pio lo veía de espaldas. Una mujer se deslizo
por la galería y se puso junto a don Pio.
n Que día tan bonito, Pio comento con voz cantarina.
El
hombre no contesto. Señalo hacia Cristina, que se alejaba con paso torpe como
si fuera tropezando.
n No quería ir buscarme la vaca pinta, que pario anoche. Y ahorita mismo le di medio peso para el camino.
Callo
medio minuto y miro a la mujer, que parecía demandar una explicación.
n Malagradecidos que son Herminia – dijo. De nada vale tratarlos bien. Ella asintió con la mirada.
n Te lo he dicho mil veces, Pio – comento
Y
ambos se quedaron mirando a Cristino, que ya era apenas una mancha sobre el
verde de la sabana.
Fuente:
Miguel Collado, Juan Bosch, Maestro de la narrativa latinoamericana, Pág.
712—715, Republica Dominicana, 2009
(*) Juan Bosch Gaviño, dominicano
(La Vega, Republica Domimicana3 0 de
junio de 1909— Santo Domingo, 1 noviembre 2001) cuentista, ensayista,
novelista, educador, y político. Fue elegido presidente de la Republica
dominicana en febrero de 1963. En septiembre de ese mismo año, fue derribado
por un golpe de estado dirigido por militares. Está considerado como uno de los
escritores más preclaros de Latinoamérica, en especial, en el género del
cuento.
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