Cuento: ALEGRÍA ABORIGEN, COLOMBIA

I Inspirada en el genio de Edgar Degas

Fernando Lezama

Al galeón español “Cagafuego” le dimos alcance cerca de la frontera entre Ecuador y Colombia, tras una batalla en donde ambas naves se enfrentaron fieramente con sus cañones. Aprovechamos la velocidad de nuestro barco y, tomando ventaja de esa condición, abordamos al galeón español.

Una cosa fue abordar el barco, y otra que se rindieran sus ocupantes. Luchamos a muerte, el ambiente se llenó de sonidos de choques de armas, alaridos de dolor, chisporroteos de sangre y sudor. Fue un combate encarnizado, donde la experiencia de los piratas en estos “oficios” se impuso poco a poco.

Drake, un viejo lobo de mar con más cicatrices que años, se dirigió a los españoles.

–¡Victoria!, ¡Ríndanse perros de Castilla, godos malditos! –gritó Drake.

–¡Está bien, está bien: nos rendimos! –respondió el capitán del Cagafuego.

Al instante, se escucharon los sonidos de las armas españolas cayendo en las tablas de la cubierta del barco, con sus manos arriba y rodillas puestas en el piso demostrando sumisión. Solamente el capitán del barco español permaneció parado, no tiró su arma, posiblemente sabía que para él no había terminado la batalla. Se arrimó a una esquina y como gato acorralado, se preparó para el ataque. Drake con espada en mano, se le acercó lentamente.

–¿Conque te crees valiente? –le escupió el capitán Drake.

–No se acerque capitán – se escuchó gritar al capitán del barco español.

No hubo más diálogo, un ademán de Drake con su espada, y aquel español mostró el filo de su arma. Aquellos dos hombres comenzaron a batirse en duelo, a filo desnudo, como bestias empujadas por la honra. Yo me acordé que la espada del capitán Drake había sido preparada por Taína, al herir a su oponente moriría al instante, con una morbosa curiosidad esperé ver ese toque final en el cuerpo del castellano.

En la cubierta del barco, estábamos en un círculo alrededor de los capitanes, todos queríamos ver la pelea, era una cuestión entre dos hombres, sabíamos que ninguno se debía meter en la lucha, aunque ganas no nos faltaban de terminar con aquel insolente español. La pelea fue pareja, se tiraron a matar, usaron sus mejores técnicas, pero, nadie cedió, se cansaron de tirarse a matar. Ambos espadachines se notaban cansados, sus manos ya no podían sostener sus pesadas espadas. Cuando las puntas de ambas espadas se apoyaron constantemente en el piso de madera. Se escuchó gritar a alguien desde el círculo.

–¡Empate! ¡Empate! –fue Nunho gritando y dando por terminada la pelea.

Aquellos hombres se tantearon con ojos de bestias queriendo seguir luchando, ninguno cedió, de sus cuerpos chorreaban surcos de sudor. Sus manos poco a poco fueron aflojando las espadas.

Recuerdo que intervino Taína la Amazona y les quitó las espadas a ambos. Por supuesto, teniendo especial cuidado con la espada del capitán Drake, ella sabía el secreto que tenía esa espada, el veneno que había untado en el filo.

El capitán español siguió en la esquina, desarmado y a la espera de lo que quiera Dios.

Drake se apartó un instante, cruzó aquel círculo de hombres que poco a poco se estaba desmontando, la pelea había pasado. Se acercó a la orilla del barco donde la brisa marina le refrescó y secó el sudor de todo su cuerpo. Con su mirada al infinito, lo noté pensativo. Así estuvo mientras los marineros saqueaban los tesoros en todos los recovecos de aquel barco español.

Drake regresó donde estaba el capitán español, lentamente puso su mano sobre el hombro del ibérico.

–Hoy has demostrado que no es la carne y la sangre lo que define a un hombre, sino el coraje y la astucia –dijo Drake con una voz que parecía tallada en la madera de su propio barco.

Seguidamente y de manera inesperada –cuando todos esperábamos la estocada final– perdonó la vida del capitán español, un gesto que luego hizo brotar una ligera amistad entre estos dos capitanes.

Sabiendo de antemano la lentitud del galeón español, aunque, se notaba como un barco nuevo, este no era rápido. Este singular detalle indujo a Drake que trasladáramos todo el tesoro al Golden Hind, y para esta maniobra, echamos anclas en una playa cerca de un poblado de nativos. Con la fuerza de los vencidos y los nativos de esa bahía, los tesoros fueron trasportados de un barco al otro.

Estos nativos eran peculiares, risueños y siempre estaban dispuestos a trabajar. Después de tres días de faenar, seguían como el primer día, el capitán Drake quiso saber de dónde provenía aquella energía de esos indios entonces, delegó en Taína la misión de platicar con las mujeres del pueblo, con el fin de conocer el “secreto”.

La Amazona usó su amabilidad como su mejor arma, por medio de un casi intérprete, logró entablar conversación con las mujeres nativas, pasando por alto el problema del lenguaje, se pudo decir que se entendían con mímicas. Al poco tiempo la Amazona se dio cuenta que uno de los niños de la tribu estaba con fiebre, pensó que era una buena oportunidad de ganar la confianza de esta gente, también de aplicar sus conocimientos en medicina.

Con mucha presteza recurrió a su bolsa de cuero, sacó un poco de Yerba Carnicera (Conyza bonariensis, yerba del sur de América usada para bajar la fiebre y problemas digestivos), y con eso logró bajar la fiebre que afectaba al niño, las mujeres del pueblo estuvieron contentas y comenzaron a confiar en Taína.

A cada momento, la empática brasilera seguía ganando confianza, con mucho tacto y tino logró descifrar el “secreto”. Resultó que los hombres y mujeres del pueblo arrancaban unas hojas de un arbusto (Erythroxylum coca, planta de donde se extrae el alcaloide Cocaína.) que crecía en la zona y las esparcían en sus manos, colocaban una pequeña porción de piedra caliza en su centro y la envolvían con aquellas hojas.

Luego pasaban horas y horas masticando hasta la saciedad, con el calor de la boca esa mezcla se combinaba con la saliva, y después de cierto tiempo de estar mascando esa mezcla, provocaba un cierto adormecimiento de los labios, lengua y que daba mucha energía y reducía el hambre.

Taína supo el secreto, pensó que cuanto antes tendría que regresar al barco para informarle a su capitán, pero antes de abordar el barco, la madre de la criatura a la cual había curado la fiebre, le regaló un par de aretes de oro con unas incrustaciones de piedras grandes y brillantes de color verde, eran esmeraldas. Ante tal gesto, la Amazona mostró su amplia sonrisa con un gran semblante de agradecimiento. Luego subió ágilmente al barco a darle la noticia al capitán, quien, al saberlo, se dio cuenta que todos aquellos nativos siempre masticaban algo.

En mi condición como testigo directo de los acontecimientos del siglo XVI y como observador que conoce el futuro que vendría después. Cuando vi aquellas situaciones y en lo que pensaba Drake, recuerdo que me pregunté ¿Cómo podía imaginar el capitán Drake que aquellas hojas y sus efectos en el cuerpo humano, serían un derivado muy consumido cinco siglos después de este descubrimiento, superando en demanda a cualquier otra especie alimenticia que estaban buscando?

Y es que, si el capitán hubiera tenido conocimientos de la Cocaína que tenemos en estos días, seguramente hubiera sido un comerciante del alucinógeno. Al igual que los capos de miera, donde salían hasta debajo de las piedras.

Después de pasar el tesoro al Golden Hind, dejamos aquel pueblito costero y, a toda prisa nos dirigimos nuevamente rumbo al norte, no sin antes, agradecer al capitán del Cagafuego por sus mapas e información del cruce del océano Pacífico hacia las filipinas.

Comentarios

  1. Muy interesante dato de la historia de los mares del sur.. sería interesante saber el nombre del capitán español del “Cagafuego”, que por lo visto fue el único adversario del delincuente Drake que lo venció de cansancio en combate cuerpo a cuerpo..

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