Hace 50 años: “LOS HORCONES”, LEPAGUARE. HISTORIA DE UNA MATANZA (I)
Militares y ganaderos asesinan 14 personas – dos mujeres, dos sacerdotes, dos promotores sociales y 8 líderes campesinos y cooperativistas-, encarcelan a sacerdotes y dirigentes populares, asaltan centros de capacitación, roban en bodegas de la Federación de Cooperativas de Consumo, clausuran emisoras de radio en El Progreso y Choluteca y ponen en peligro las relaciones internacionales de Honduras.
Juan Ramón Martínez
El día 25
de junio de 1975, a las 11.15 de la mañana, Radio América reporto como noticia
exclusiva que, hacia unas horas se había registrado en Juticalpa, departamento
de Olancho, una confrontación entre tropas militares y dirigentes campesinos
que se habían opuesto al ingreso del Centro Capacitación Santa Clara
rebautizado como “18 de febrero”, por una manifestación destinada despojarle de
la propiedad del inmueble y que había muertos y heridos. El país, todavía no se
había recuperado del escándalo internacional en el que se había involucrado el
gobierno militar encabezado por el general Osvaldo López Arellano y que se
había saldado pocas semanas después con su sustitución en la Jefatura del Estado
y de las Fuerzas Armadas por Juan Alberto Melgar Castro y Policarpo Paz García.
Pocas personas, en los primeros oyentes, tomaron conciencia que estaban en los
inicios de la mayor matanza por parte de las autoridades en toda la historia
del país. La segunda mayor, desde cuando la “ahorcancina” de Olancho en tiempos
del presidente José María Medina a manos de Medinita y con el apoyo de los comandantes
locales y de las autoridades de entonces. Y que, una vez que se conocieran los
detalles, les llenaría de vergüenza a todos los hondureños y comprometería
severamente la imagen internacional de
Honduras, ya de por si maltrecha, por el soborno bananero en que se mostró la
inmoralidad y la falta de respeto a la ley por parte del propio gobernante
que había sido desplazado del cargo por sus compañeros militares subordinados,--
los miembros del Consejo Superior de las Fuerzas Armadas--, la mayoría miembros
de la Primera Promoción de Oficiales de la Escuela Militar Francisco Morazán.
Pero que, a cambio del castigo impuesto internamente, el ex Jefe del Estado y
Ex Presidente de la República no fue sometida a la diligencia de los jueces, Ni
sometido a la sanción correspondiente. Se refugió en su casa y nunca jamás
volvió a activar en la vida política y militar.
1. Antecedentes y noticias sobre los actores y los autores
En 1975,
el experimento reformista de los militares estaba por agotarse. Desde el 3 de
octubre de 1963, dirigían el país e imponían un estilo de gobierno que se
sostenía en la fuerza y que se justificaba en el relato que los hombres de
uniforme eran superiores a los civiles y que los partidos políticos eran
cascarones vacíos. El general Osvaldo López Arellano había caído unos meses
antes, -- abril de 1975 -- atrapado en el soborno bananero conocido desde el momento como el Bananagate; y le había sucedido
el más popular de los oficiales de entonces, Juan Alberto Melgar Castro.
Hacía
seis años, había terminado la “guerra de los cinco días” librada contra El
Salvador y en la frontera común, de tarde en tarde, los soldados de un lado a
otro de la frontera, intercambiaban disparos. El comercio entre Honduras y El
Salvador pasaba por sus peores momentos, afectando la economía de ambos países.
La
organización popular, -- cooperativas, sindicatos, ligas campesinas, clubes de
amas de casa, grupos de oración, asociaciones de pobladores, etc. -- la mejor de Centroamérica, estiraba los
músculos y probaba los caminos de una mayor participación en la vida
comunitaria. La Iglesia Católica, todavía mantenía – bajo el liderazgo de
Monseñor Héctor Enrique Santos, Arzobispo de Tegucigalpa; José Carranza Chevez
Obispo de Santa Rosa de Copán; Jaime Brufau Obispo de San Pedro Sula, Nicolás D´Antonio,
Obispo de Juticalpa; Bernardino Masarella, Obispo de Comayagua, Marcelo Gerin,
Obispo de Choluteca; y de Oscar Andrés Rodríguez, Obispo Auxiliar de
Tegucigalpa – la creencia que era posible, vía la “remoción categorial”,
superar las diferencias y encontrar entre los sectores enfrentados, las fórmulas
de avenimiento que asegurar la paz y la tranquilidad de la nación. Los
evangélicos, de mucha presencia campesina en algunas regiones del país, todavía
eran minoritarios frente a la Iglesia Católica que era la primera religión
estadísticamente hablando.
La
organización campesina, se había vuelto pujante. Además de la ANACH, que seguía
las orientaciones del sindicalismo estadounidenses, la UNC (Unión Nacional de
Campesinos) – de orientación social cristiana – se había desarrollado
pujantemente en las zonas sur, oriental y central de Honduras. Su líder
nacional era Pedro Mendoza Tilguat, originario de San Marcos de Colón,
departamento de Choluteca. La FENAG (Federación Nacional de Agricultores y
Ganaderos), bajo el liderazgo de Fernando Lardizábal Gilbert,--muy fuerte y
regionalizada con presencia en todo el país -- estaba obsesionada negativamente en contra la labor de la Iglesia Católica –
especialmente la de Olancho – en la que veían una escuela para animar a los
campesinos a las invasiones y justificarles el reclamo de las propiedades
agrícolas de los ganaderos del país, En 1970, Marcelo Gerin Obispo de Choluteca
había entregado a los católicos hondureños, su “Carta Pastoral Sobre La Tierra”
en la que estableció el derecho de los pobres a una parcela de tierra, con la
cual mediante el trabajo arduo y continuo, consolidar la dignidad de personas
humanas y de hijos de Dios. Dos años después (1972), la Junta directiva de la FENAGH,
se había dirigido al Presidente de la República Ramón Ernesto Cruz
solicitándole que ordenara la expulsión de todos los sacerdotes francisanos –
de origen estadunidense y maltés – de la Diócesis de Olancho. Monseñor Héctor
Enrique Santos había aprovechado de su amistad con el general Osvaldo López
Arellano, Jefe de las Fuerzas Armadas durante el gobierno de Cruz Ucles, para
impedir la medida drástica de expulsar a los religiosos, la mayoría
estadounidenses, de la diócesis olanchana. La diócesis, desempeñaba por medio
de sacerdotes, monjas y celebradores de la palabra, una intensa actividad evangélica.
“Los movimientos de la iglesia que formaban lideres laicos que quisieran
comprometerse en la transformación de la sociedad bajo el pensamiento cristiano
se encontraban en su mayor intensidad” (Benjamín
Santos, Prologo de Cronología de una masacre, pág. 5, Tegucigalpa, julio de
2010).
Muchos
sacerdotes y voluntarios laicos, especialmente europeos y sudamericanos,
atraídos por la pujanza de la iglesia de Olancho, habían venido a formar parte
de sus filas y trabajaban intensamente en todas las parroquias de la diócesis.
Michel Pitón, había llegado de Francia. Y de Colombia en 1968, se incorporaron
como misioneros dos seminaristas en la etapa final de su formación sacerdotal:
Iván Betancourt y Juan Luis Henao. El padre Casimiro, franciscano
estadounidense, nacido en 1941, había sido ordenado sacerdote el 19 de marzo de
1958. Hacía dos años había llegado de Estados Unidos e incorporado a la
diócesis de Olancho; y era el párroco de Gualaco. El día de los hechos, estaba
de visita y hospedado en el Centro de Capacitación Santa Clara “18 de febrero”
de Juticalpa.
El 18 de febrero de 1972, campesinos
organizados invadieron una propiedad privada en la aldea de la talanquera, en
las inmediaciones de Juticalpa; y en el desalojo por una patrulla militar del
CES, dirigida por el sargento Lempira Zúñiga “perdieron la vida 6 campesinos a
manos del Ejército. El Cuerpo Especial de Seguridad (CES) y los terratenientes
José María Hernández y Modesto mataron a Benito Cárdenas, Antonio Cadenas, Juan
Bautista Pastrana, Eliseo Montoya y Pastor Paguada, todos ellos de la aldea de
Potrerillos y Eduardo Ávila de la Talanquera” (Pedro Mendoza, Cronología de una masacre, Tegucigalpa, julio 2010, pág.
7).
El hecho
que fuera investigado por la Iglesia con la colaboración del general López
Arellano, Jefe de las Fuerzas Armadas, puso en evidencia que, en Olancho, había
un problema de propiedad sobre la tierra y una tensión entre los actores que,
había que prestarle atención.
Este departamento, pese a ser el más extenso del país y haber sido el asiento de miles de salvadoreños que fueron desalojados de sus tierras durante el conflicto armado en contra de El Salvador y la Reforma Agraria apoyada por los militares, mostraba un alto índice de tensión entre los líderes de la AGAO, los sacerdotes y los activistas de las cooperativas de ahorro y crédito y de consumo que daban a los campesinos un sentimiento de fuerza y capacidad para ver de frente a los ganaderos que hasta entonces, eran los caudillos naturales y dueños de vida y bienes de los habitantes de la zona.
El intenso proceso de capacitación, hacía creer tanto a campesinos como ganaderos, que el desarrollo de las iniciativas creadoras del cultivo de la tierra, la organización de las bases y la creación de alternativas económicas comunitarias se orientaban en contra de los intereses de los tradicionales terratenientes olanchanos. La movilización de campesinos de la congestionada región sur de Honduras – de tierras desgastadas y mezquinas y difíciles para trabajarlas – apoyada por la Iglesia Católica de Choluteca hacía las áreas despobladas del departamento de Olancho, específicamente en la región de El Patuca, solo ocupadas por hatos ganaderos reducidos, hizo creer a los más nerviosos lideres ganaderos olanchanos que el futuro suyo como poseedores de propiedades estaba severamente comprometido y que de consiguiente debían ejecutar acciones preventivas destinadas a eliminar anticipadamente las fuentes de cualquier brote de inseguridad.
En su relato la Iglesia Católica, específicamente el obispo y sus sacerdotes, eran la causa de la inestabilidad en que vivían. Y al final, entre los actores, los dos partidos políticos – el Partido Liberal y el Partido Nacional – que se habían visto postergados por la inventada superioridad de los militares que se auto atribuían la única competencia y las virtudes cívicas para asegurar el desarrollo nacional, se ponían de pie con alguna dificultad, en un esfuerzo inicial empezando a reclamar el derecho para el regreso al orden constitucional. El Partido Nacional, más en sordina, seguía arrimado al cómodo costado de los militares, bajo la dirección de Ricardo Zúñiga. En cambio el Partido Liberal, escondido en dos grandes grupos: la Izquierda Liberal de Rosenthal, Bueso Arias y Edmond Bográn, buscaban darle oxígeno a un proyecto reformista, desde la modernidad económica y la reforma política, ante la otra postura liberal, mas rural y mayoritaria que representaba Modesto Rodas Alvarado – ganadero y agricultor sureño – que tenía más coincidencias y simpatías entre los grupos ganaderos olanchanos mas nerviosos y temerosos de perder sus tierras y sus hatos ganaderos ante las pretensiones y el discurso de los líderes campesinos socialcristianos que, para 1975 creían que ellos podían imitar a la ANACH que, en diciembre de 1972, aliada con López Arellano, consiguió precipitar la caída del gobierno constitucional de Ramón Ernesto Cruz.
Manuel Zelaya Ordoñez, el ganadero más cercano al mayor José Enrique Chinchilla Díaz, Jefe de la Quinta Zona Militar, hacía pocos años, había dejado la militancia dentro del Partido Nacional; y se había adherido a las filas del Partido Liberal, animado por la figura cercana, del colega ganadero y agricultor Modesto Rodas Alvarado. Había nacido en Los Horcones, Lepaguare, Olancho, el 19 de abril de 1925. Era parte de dos de las familias más influyentes de toda la historia del departamento: los Zelaya y los Garay. Era hijo de José María Zelaya Garay y María Elvia Ordoñez Arguelles. Estaba casado desde 1950 con la profesora Hortensia Esmeralda Rosales Sarmiento y había procreado cuatro hijos: José Manuel (1952), Carlos (1954), Héctor y Marco Antonio. Era propietario de varias haciendas, muy aficionado a la pesca en los ríos -- usando dinamita -- durante las Semanas Santa; y muy descuidado en el vestir y con lenguaje muy reducido; pero lleno de cuentos, anécdotas y moralejas.
Le apodan, sus amigos más cercanos “Tres Piezas” porque solo usaba: camisa, pantalón y zapatos. Sin camiseta, calzoncillos y calcetines. Eso sí, el invariable sombrero tejano sobre la cabeza y la pistola bajo la camisa. Nada más. Era muy popular y se le conocía por el apodo familiar de Mel, con cierto afecto y cariño porque siempre fue muy servicial con sus amigos y protegidos. Era parte del folklore olanchano. Era muy católico; a su manera. Y hacia favores a sus amigos y conocidos. Creía en los malos espíritus, en los cuentos de los aparecidos, en el diablo y en el duende, en la amenaza de los muertos, en los bebedizos para embrujar y provocar enfermedades incurables en conspiraciones de sus enemigos que, consideraba que muchos no lo apreciaban porque le tenían envidia.
Formaba parte de la familia
más importante y dominante del departamento de Olancho, los Zelaya. Los más
poderosos, ricos e influyentes. Los mayores terratenientes de la rica región. Que,
además, para entonces, tenían arreglos con empresarios de la madera y ellos
mismos empezaban a incursionar en el aprovechamiento de los bosques de pino y
madera de color de Olancho. Y era, por sus creencias y aficiones, muy amigo del
recién llegado jefe militar de la Quinta Zona Militar Mayor Enrique Chinchilla,
con el que compartía, además, similares aficiones y visiones sobre espíritus y
desaparecidos. Por ello, desde el primer momento iniciaron una amistad
extraordinaria.
Por su
parte la Democracia Cristiana – creada en septiembre de 1968 en Choluteca – tenía
en Olancho, un intenso trabajo y sus activistas había orientado a los
campesinos especialmente hacia la militancia del joven partido político. El
trabajo de los demócratas cristianos en algunos momentos, entro en conflicto
con las labores de los sacerdotes que en momentos se sintieron superados e
incluso instrumentalizados. Uno de los promotores religiosos, va recordar estos
desacuerdos. “En la historia de Olancho no se había presentado el fenómeno de
una concientización masiva. La clase dirigente comienza a alarmarse. Da la
coincidencia que la Democracia Cristiana aprovecha este trabajo inicial de
promoción del campesinado y empieza reclutar sus cuadros que son los mas
calificados dentro del trabajo de la Iglesia. Este suceso no se da solo en
Olancho, sino en las demás diócesis del país. El desprestigio de los partidos
tradicionales aumentaba cada vez mas por la incapacidad administrativa y emerge
en Honduras la Democracia Cristiana, como alternativa presentándose como
auspiciadora de ciertos cambios… La presencia de la Democracia Cristiana en el
trabajo mediatizaba mucho la acción” (Bernardo
Meza O.F.M, Padre Iban Betancur, Mártir de la de la Iglesia Latinoamericana, Tegucigalpa 1982, pág. 13).
No hay pruebas que los líderes de la UNC hayan tenido la intención de derribar al gobierno de Juan Alberto Melgar Castro; pero creemos que valoraron la coyuntura y creyeron que podían obligarlo a negociar y conseguir que acelerara la Reforma Agraria; y les diera mas apoyo en sus proyectos y propuestas. Melgar Castro había mostrado señales de simpatía hacia los socialcristianos y había integrado a su círculo más cercano a dos de los dirigentes fundadores de la Democracia Cristiana: Fernando Montes Matamoros como Ministro de Recursos Naturales y Vicente Williams como Asesor de la Jefatura del Estado.
En este escenario,
el movimiento campesino, diseñó y ejecutó una movilización bajo el nombre de “Marcha
de la Esperanza”, “Operación Esteban Rodríguez”, que se realizaría en todo el
país y que tendría como objetivo converger el 25 de junio de 1975 en la capital
de la república.
Juan
Alberto Melgar y los militares del Consejo Superior de las Fuerzas Armadas,
liderado por a primera promoción profesional de oficiales egresados de la
Escuela Militar Francisco Morazán, no le restaron importancia al reto; y ordenaron
un dispositivo para detener la “Marcha de la Esperanza”, impidiendo la
movilización de los campesinos y su peligrosa convergencia en Tegucigalpa,
porque temían que ello podía desencadenar la emergencia de otras fuerzas
políticas opositores; e incluso, poner en peligro el ya para entonces lesionado
reformismo militar. Por ello, ordenaron a sus oficiales en las regiones
militares del país, que organizaran y desarrollaran operativos, para frenar la
movilización de los campesinos, con retenes en las carreteras; o controlando
los buses y los camiones que tuvieron como destino Tegucigalpa, especialmente. “Pero
el gobierno militar alertado por una serie de ocupaciones masivas de tierras
habidas el mes anterior y temeroso de posibles alteraciones decidió cancelar la
marcha y poner en practica un plan de acciones encaminadas a “restablecer la
paz y la tranquilidad públicas”. El objetivo principal de ese plan pareció ser
mandar de vuelta a los manifestantes con rumbo a sus hogares; sin embargo, el
verdadero objetivo político que el Ejercito llevo a cabo consistió en atacar y
desmantelar diversas organizaciones y programas opositores, vinculadas a la
UNC, la Democracia Cristiana y la Iglesia Católica” (Marcos Carias, Crímenes en Olancho, Tiempo, 23 de julio de 1975).
No se
conoce documento alguno en donde conste la naturaleza y profundidad de la orden
impartida desde Tegucigalpa; ni quien la dio, si el general Melgar Castro; o el
propio general Policarpo Paz García, Jefe de las Fuerzas Armadas. Solo hay
referencias sobre órdenes verbales y, desde luego, diversas interpretaciones
del sentido de la misma: “detener a los campesinos en la forma que sea
necesario”. Sin que se sepa cuál era el objetivo que se perseguía. Detener la
marcha o golpear a las organizaciones populares, la Democracia Cristiana o la
Iglesia católica.
Los dispositivos militares funcionaron muy bien, en todo el país. No se produjo ni un solo incidente. Menos en Olancho. Aquí, en cambio se produjo la matanza más grande de la historia de Honduras después del extermino ordenado por el Presidente José María Medina y en el que contó con el respaldo de miembros de la familia Zelaya, algunos de los cuales eran autoridades locales y departamentales. Posiblemente se debió a que el movimiento campesino era más fuerte en esta región, porque los miembros de la oligarquía ganadera estaban más nerviosos; y temían mas a los dirigentes campesinos. O porque contaron con una Iglesia pujante que había echado su suerte con los campesinos como ninguna otra del país.
Y, no hay que descartar que probablemente, en ninguna otra parte, el liderazgo militar era más frágil que en Olancho. El mando militar estaba bajo la dirección del Mayor Enrique Chinchilla Díaz, de la V Promoción de la Escuela Militar Francisco Morazán y con muy buenas relaciones con los ganaderos. Estas relaciones fueron heredadas desde la guerra contra El Salvador en que el coronel Lisandro Padilla, se convirtió en el azote de los campesinos salvadoreños a los que echaron de sus tierras y se aprovecharon de sus sembrados y heredades, al tiempo que dieron sustento a un nacionalismo rural respaldo por los oligarcas dueños de las principales propiedades de los valles del Guayape.
El
mayor Enrique Chinchilla, no era un militar distinguido. Su carrera había sido
sustentada en los prestigios de su padre el coronel David Chinchilla, muy amigo
de López Arellano y los otros coroneles políticos de entonces. Un miembro de la
IV Promoción de la escuela Militar General Francisco Morazán y que fuera su
jefe, recuerda que “se deprimía constantemente, pero su padre – el coronel
David Chinchilla, íntimo amigo de López Arellano – que era un coronel de la
Fuerza Aérea lo protegía. Siendo ya oficial, era público que se drogaba; y que
mientras estuvo un tiempo en Brasil, se entusiasmó en los temas de las ciencias
ocultas. Creía en brujos y en espantos. Mostraba frecuentemente, mucho miedo y
expresaba sentimientos de inseguridad ante peligros que no eran reales”.
Entre la
plana de oficiales que estaban bajo el mando del Mayor Chinchilla y para los
efectos de esta historia, están los siguientes nombres: sub teniente Benjamín
Rodolfo Plata (XII Promoción de la Escuela Militar Francisco Morazán, graduado
en marzo de 1972). Había ingresado a la escuela militar “el domingo 30 de enero
de 1969 para obtener el diploma de bachiller en Ciencias y Letras y el despacho
de Sub teniente de las Fuerzas Armadas” (Historia
de la Escuela Militar, General Francisco Morazán, pág. 372).
Según
recuerda uno de sus condiscípulos “fue un cadete modelo en la parte militar, de
los mejor portados de la época. En la parte académica fue un estudiante
promedio. Serio y podríamos decir de pocas pulgas; y muy poco comunicativo.
Tímido y callado”
Además,
eran autoridad en la cabecera departamental, subordinados de Chinchilla, el
sargento David Ártica, Jefe del Presidio, sargento Eugenio Alemán, Abelardo
Carias; Rodimiro Zúñiga, Federico Ordoñez, Enrique Erazo, agentes de
investigación, y José Tomas Linares, soldado. (Informe de la Comisión Investigadora de las Fuerzas Armadas, Diario
Tiempo 29 de julio de 1975 pág. 3).
Estos nombres, serán conocidos por la opinión pública, un tiempo después como responsables del hecho que documentamos. La Quinta Región Militar dirigida por el mayor José Enrique Chinchilla (35 años) tenía su sede en La Colina, Juticalpa, capital del departamento de Olancho.
(Continuara)
Benjamin Randolfo Plata Valladares
ResponderBorrarOjalá que podamos disfrutar de la segunda parte de esos tiempos históricos .. muy agradecido por ese refrescamiento histórico.!
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