Mirador: BANCOS, EMPRESARIOS Y DESARROLLO
Juan Ramón Martínez
El
desarrollo de Honduras estuvo limitado inicialmente por la falta de población,
la debilidad orgánica de los indígenas; y la ausencia de ánimo empresarial en
las elites que preferían el cargo público o la renta antes que la aventura
productiva. Y en la base, la ausencia de bancos y aseguradoras que respaldaran
las actividades empresariales. A mediados del siglo XIX, el gobierno dio
concesiones para que los extranjeros crearan bancos para financiar las
operaciones productivas. Pero fue hasta finales de este siglo, que los mineros
fundaron un banco para manejar sus recursos, emitir moneda; y captar ahorros. El
mejor ejemplo lo dio el Banco Atlántida que surgió en la Ceiba, para respaldar
las operaciones de las empresas bananeras que exportaban fruta a los Estados
Unidos.
En “Porque fracasan los países”, Acemugle y
Robinson, prueban que el desarrollo temprano de los Estados Unidos fue porque
ellos crearon robustas instituciones bancarias, antes que México como lo anticipo
con enorme inteligencia Humboldt en su ensayo “tenía más oportunidades
materiales”. Pero no las aprovecho por la falta de libertad; y de consiguiente por
la inoperatividad de un sistema financiero confiable. La falta de libertad
económica, hizo la diferencia.
Estados
Unidos se convirtió en la gran potencia y en la base de la “cultura americana”,
mientras México basculó entre la miseria, el sueño, la revolución y la
dictadura. Sin posibilidades de desarrollarse.
El
caso de Honduras es igual. Las minas empezaron a explotarse durante la colonia.
En las primeras décadas de la República, fueron objeto de trabajo de
extranjeros asociados con empresarios nacionales. A partir de 1870, la
explotación minera en San Juancito, Tegucigalpa, se convirtió en la primera
operación económica vinculada con los mercados del exterior de forma continua.
Desafortunadamente solo exporto broza y las utilidades se quedaron en el
exterior sin la necesaria reinversión.
En el
caso del banano, inicialmente los productores fueron hondureños que lo
cultivaban en las zonas cercanas a las costas del Mar Caribe; pero por la falta
de competencia gerencial y respaldo financiero, los productores nacionales no pudieron
responder a la demanda de los compradores estadounidenses que, por la
inseguridad de una oferta desigual e inestable, prefirieron dedicarse a la
producción bananera en tierras nacionales. Las primeras compañías que se
fundaron en Tela, La Ceiba y San Pedro Sula fueron organizadas por capitalistas locales, no contaron con
el respaldo bancario para financiar sus operaciones. En cambio, Samuel Zemurray
tenía mercados y financiamiento de bancos estadounidenses que le permitían respaldar
sus operaciones.
Aquí,
mientras tanto, “los poquiteros” carecieron de crédito, información de los
mercados; y medios para controlar la exportación de la fruta. Por ello,
perdimos la oportunidad que desde su interior recibiéramos la fuerza para crear
una burguesía nacional, como ocurrió en El Salvador y Guatemala con el café; y
en vez de este sector clave para el desarrollo, lo que persistió fue una elite
ganadera inculta, una clase política, presta nombres, dependiente del
presupuesto; y poco comprometida con el trabajo.
La embestida
de Rixi contra empresarios, familias exitosas y bancos privados, es una
expresión de la nostalgia de una “clase” política rentista que no solo es
antipatriótica, sino que le hace falta pupitre; y tiene poco orgullo nacional. Ha
sido dominada por la amargura, explota el odio; y poco le gusta trabajar. Que
reclama nostálgicamente el suicida modelo que nos ha llevado a convertirnos en
el país más pobre de Centroamérica, y el segundo más débil del continente. El
que más población expulsa -- obligando a los mejor formados, -- a servir a los
mercados y sistemas económicos extranjeros.
Rixi, como candidata presidencial, es pues un agente del atraso y la pobreza. Un anuncio negativo.
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