Viajes: Honduras 1885-1889. Por: Daniel W. Herrings Jr. (III)
(III Parte)
Daniel W. Herrings Jr.
3. Uso del Cigarro. Manera de tocar la puerta
y de hacer una visita. Lenguaje con señas. Un amigo que se va o regresa de un
viaje escoltado por los amigos durante varias millas. Como se saludan las
señoras. No se puede formar buena opinión de la mejor sociedad femenina estando
de paso por el país. Fandangos españoles. Modas de las mujeres y de los
hombres. Están evolucionando y probablemente se americanizaran.
El
ofrecimiento de un puro o un cigarrillo es una introducción o invitación a la
buena amistad y es posible un rezago de la antigua costumbre del “calumet”
(pipa) de la paz de los indios norteamericanos. De aquí que rechazar un tabaco
puede ocasionar una situación embarazosa si no ofensiva. Un norteamericano
conversaba aquí con un amigo, y este le ofreció un puro. El norteamericano,
apoyándose tal vez en la mistad u olvidando o no conociendo la costumbre, dio
amablemente las gracias diciendo “tengo uno” que encendió para juntarse con el
humo. Imagínese el efecto. El amigo replico en sustancia y con aire de injuria:
“Le pido perdón, señor, nunca creí que sus puros fueran mejores que los míos.
No os molestare para que me desaire otra vez”.
Un
hondureño no debe rehusar un cigarro aunque no fume. Esta extraña peculiaridad
se puede ilustrar mejor con el siguiente ejemplo: cierto mayor norteamericano
tuvo frecuentes entrevistas con uno del país, un sacerdote católico. En las
entrevistas el mayor generalmente ofrecía al sacerdote un puro y este siempre
lo aceptaba y lo guardaba en su bolsillo. Una vez el mayor estaba fumando y le ofreció
un puro con un fosforo para encenderlo. Hay que imaginar la sorpresa del mayor
cuando el sacerdote acepto el puro como de costumbre, pero declino el fuego
diciendo que nunca fumaba puros. Podía fumar cigarrillos, quizá, pero no un puro, y sin embargo, antes de correr el
riesgo de ofender o de causar embarazo al rechazarlo, siempre lo aceptaba y lo
ponía en su bolsillo, aunque no podía fumarlo.
La
manera hondureña al tocar la puerta para ser recibido es del todo diferente de
la de nosotros. El toque hondureño es suave y gentil y nunca más alto de lo
necesario para ser oído, mientras el del norteamericano es más fuerte y
atrevido. Es tan grande la diferencia, que se puede saber quién es el que toca
antes de que se abra la puerta. En esta oficina si el toque es más fuerte de lo
necesario para ser oído, la respuesta para que entren es dicha en inglés; si es
de otra manera, es en español. Y la regla para responder en la lengua del que
toca nunca ha fallado, sino una vez y fue cuando un norteamericano adopto la
forma de tocar en el país, con el propósito de engañar, y al recibir la
respuesta en español, entro riéndose por el éxito cabal de su ardid.
La
manera de llamar a una persona, sobre todo si camina sola en la calle, es algo
muy peculiar, en vez de llamarla por su nombre, golpean las palmas de las manos
para llamar su atención y entonces lo hacen llegar con un movimiento alto de la
mano, como hacemos nosotros, pues esto no sería comprendido, sino con un
movimiento bajo de la mano. Es lo contrario de nuestro lenguaje de signos. Esta
manera probablemente viene de la vieja costumbre española de llamar a un
sirviente o un subordinado para que llegase a los pies de su amo, o
humildemente ante un superior, indicando la orden con un movimiento hacia los
pies. De aquí que esta costumbre sea usada en nuestro país en donde el más
humilde es un soberano y se enorgullece de su condición su igualdad civil y política,
sino de su posición social ante los más
encumbrados del país. Podemos llamar a un perro para que se eche a nuestros
pies, pero nunca a un ser humano. Y sin duda esta costumbre será abandonada en
esta república actualmente libre, cuando nuestra manera común de llamar a un
apersona sea conocida y comprendida. Algunas veces para llamar la atención usan
un silbido particular, parecido al que se usa para llamar a un perro. Pero lo
usan también para detener a un perro, una mula o cualquier otro animal. Si un
perro rabioso o airado se abalanza para morder, lo detienen con este silbido
extraño. A menudo se pregunta, por carta o de otra manera, si es necesario
entender el lenguaje del pueblo para poder acostumbrarse en este país. La
respuesta es que, aun para un perro, es mejor entenderlo, pues como se ve, por
lo que más arriba digo, cuan fácil es
tener molestias por entender una cosa en sentido contrario. Por supuesto que no
se puede acostumbrar moderadamente bien con un intérprete, pero aun así se
puede tener molestias que no se han imaginado, y aunque se conozca el español, se
puede uno encontrar en situación embarazosa por no entender por señas las
rarezas características del lenguaje, para mayor ilustración; en nuestro país
designamos la estatua de un ser humano y de un perro o de otro animal con el
mismo signo, esto es extendiendo la mano con los dedos abiertos y la palma
hacia abajo, diciendo que el objeto es más o menos de tal altura. La manera de
expresar aquí la altura de un ser humano es diferente de la de animal. Designan
el tamaño de la bestia tal como lo[1] hacemos o extendiendo
la palma de las manos hacia uno en vez de hacia abajo. Y designan la altura de
un ser humano extendiendo la mano con los dos primeros dedos abiertos y los
otros cerrados. Así se puede insultar a una persona representando la altura
–por ejemplo- de su hija, como lo haríamos en nuestro país. Puede él desear
saber por qué se refiere a ella como si se refiriera a un perro o a otro
animal. O, si el padre o una madre que chochea no toma esto como insulto, es
posible que se rían por su torpeza o su sencillez.
Al
sacudir los dos primeros dedos de la mano, arriba y abajo, con los dedos
abiertos de la otra entre ellos, se quiere decir “vamos a montar” o a montar a
caballo, generalmente; mientras que con una mano en cada oído abriendo y
cerrando los dedos como el movimiento de las orejas de la mula, significa
montar en mula. El movimiento de la mano
hacia la boca significa comer, y es semejante a nuestra manera de llamar por señas a una persona y tan diferente de la
de ellos, que cuando aquí un norteamericano hace señas a una persona para que
se acerque, a veces le entienden que lo que quiere es comer algo. Al levantar
el pulgar y el dedo como en la letra Y en el alfabeto de los sordomudos,
significa: “venga y vamos en coche”. Si se puede persuadir a un hondureño a que
haga con la mano el signo de la cruz al hacer un contrato o una promesa, se
puede generalmente confiar en su cumplimiento, aun que pertenezca a la clase
social más baja. Este signo es algo en la naturaleza como cuando damos la mano
o un apretón de manos a modo de formal compromiso sincero o promesa. Pero el
signo de la cruz no es usado tan corrientemente, porque se aproxima a la
solemnidad de un juramento y si el nativo es católico, lo considera como una
invocación directa a su Dios para que sea testigo de su sinceridad y buena fe.
Solo diré de otro signo para hacer una advertencia: y este es, poner el pulgar
entre el índice y el siguiente, como a menudo se hace en los Estados Unidos
después de tomar por juego la nariz de un niño, y mostrándose así el puño para
hacerle creer que se le arranco la nariz. Esta jugarreta ni puede hacerse aquí.
Lejos de ello, porque tal signo representa en este país, no una idea, o una
cosa, sino una acción demasiado obscena y vulgar para que pueda explicarse.
Basta con decir que nunca debe usarse, sino se quiere herir y mortificar los sentimientos
de la gente decente. Es horrible. Este pueblo gesticula a menudo y más graciosamente
que nosotros; y tiene la costumbre de expresar frases integras con un
encogimiento de hombros y un gesto peculiar a la española, sin articular una
simple palabra.
Cuando
alguna persona sale de viaje o para hacer una larga visita, es acompañada
durante varias millas por un numero de amigos a caballo; y a su regreso
igualmente le reciben y acompañan por varias millas hasta su casa. Esta
costumbre sin duda se debe al hecho de que no hay ferrocarril u otros medios de
viajar, salvo el caballo.
Cuando
las señoras se encuentran en vez de saludarse con un beso, cada una echa
graciosamente los brazos en torno a la otra y, si simplemente se conocen, se
dan un golpe en los hombros o en la espalda, pero si son amigas íntimas se
abrazan y mientras más larga e íntima es la amistad, el abrazo es más largo y más
fuerte. ¿No es esta costumbre preferible al beso que usan las señoras en nuestro
país? Ciertamente que tiene ventajas obvias cuando se trata de caras arrugadas
y feas, con dientes salidos u olor de rapé, para las señoras jóvenes y lindas, algunas
de las cuales desafortunadamente tienen mal aliento. Las señoras aquí tienen sobre
las nuestras la ventaja de que no usan rapé, pero si algunas de nuestro país.
Pero estas fuman cigarrillos y en esto las nuestras les llevan ventaja. Las
señoras aquí no se levantan de sus asientos al ser presentadas a los caballeros
o cuando se les dice adiós, ni cuando los caballeros entran o salen. Los
caballeros siempre se levantan al entrar un recién llegado y también cuando
alguien se despide. Un hondureño se quita invariablemente el sombrero cuando
entra en un cuarto o en una oficina y da la mano cada vez que en el curso del
día encuentra o se despide de una persona. Las señoras son buenas equitadoras,
pero montan sobre el lado derecho del caballo, que es el lado erróneo, aunque
sea el derecho. No se pasean o dejan sus casas tan a menudo como en nuestro
país lo hacen las damas y cuando lo hacen no van acompañadas de caballeros,
salvo que se trate del marido de aquella a quien corteja. Los hombres y las
mujeres no se mezclan como sucede en otros países. Y para un caballero detener
a una señora en la calle e iniciarle conversación, aunque sean amigos, es
considerado simplemente horrible. Debe, sin embargo, saludarla levantando el
sombrero. Un hombre nunca espera que una mujer le reconozca. Si un caballero
visita a la mujer a quien enamora, debe esperar encontrarla con su mamá o con
alguna tía vieja o otra persona que les vigile hasta el momento de retirarse. Y
de este modo la joven está vigilada en los bailes y otras reuniones públicas.
Grupos
de jóvenes graciosas y bien vestidas caminan por los parques o van a los
lugares de veraneo, siempre en grupo, aunque pueden ser seguidas o precedidas
por un número igual de jóvenes, pero nunca se mezclan con ellos. Esto es tan
extraño y tan poco natural. En nuestro país si no se juntaran en tales
circunstancias, se consideraría una vergonzosa falta de galantería de parte de
los jóvenes. Pero aquí no se puede censurar a estos tampoco a las jóvenes, pues
por fuerte que sea su mutuo deseo e inclinación por asociarse, están todavía así
separados por una costumbre cruel. ¡Que lastima! Cuanto gozo suave se pierde
por esta falta de libre asociación, aunque pura y elevada, de los jóvenes y las
niñas. Si no se les animara a ello, debería, por lo menos, no impedírseles.
Esta costumbre ha cambiado algo en otras repúblicas de Centro América, excepto
Honduras, pero aquí permanece con la antigua rigidez. Solo se necesita que
algunos pocos se resuelvan a romper esta restricción y los más tímidos les
imitarían en breve. ¿Pero quién se atreve a iniciarlo? ¡Ay, hay un verbo! Una
dama inteligente puede aceptar que la costumbre es errónea y que “más valdría
desecharla que observarla”, y, sin embargo, puede ser demasiado pura y sensible
para correr el riesgo de que hablen de ella, la calumnien o la califiquen de
muy ligera, aunque solo fuese por algún tiempo.
Pero
la escena cambia. Es un cuadro encima de este. Pues toda esta delicadeza supersensible
respecto al sexo femenino no puede ser tratada sin mencionar el hecho, que no
es un espectáculo poco usual, ver a hombres y mujeres bañándose (y sin vestidos
de baño) a pocos metros unos de otros y algunas veces en el mismo “hueco para
nadar”. Las mujeres se quitan los vestidos –o si la idea no es chocante, no
menos chocantes son las palabras-; hay que decir que las mujeres se despojan de
todas sus prendas de vestir, conservando a veces, aunque no siempre, una
cubierta desde la cintura para abajo, pero a menudo solo alrededor de las
caderas y así se presentan a plena vista de los hombres que están desnudos del
todo como cuando nacieron. Si, esto es “menos modesto que al hablar de las mojigaterías”.
Digo, hombres que están completamente desnudos. Pero con toda caridad y sin
mojigatería, que mal puede haber si las inocentes criaturas piensan que no hay más
en ello. “El que come carne y piensa que está limpia dentro de él y dentro de
ella también”. Con la mayor indiferencia –la gracia de las náyades y con una
especie de “mal para a quien qué mal piensa”- se puede ver mujeres de formas
perfectas y simetría hermosa, yendo en los arroyos claros y transparentes como
si “no tuviesen un pensamiento culpable que ocultar”, y proporcionando así al
experto la magnífica oportunidad de
contemplar el desnudo en la naturaleza separada y distintamente del desnudo en
el arte. ¿Qué son las frías e insensibles estatuas de bronce, piedra o mármol,
comparadas con las formas cálidas, que respiran y se mueven como estas? Dejemos
contestar al hombre de la edad de piedra o la de bronce. Se dice, sin embargo,
que ha habido un cambio a este respecto en los últimos años. Y las mujeres
ahora son más modestas, se sonrojan o son más cuidadosas antes de exhibir sus
encantos ocultos y están aprendiendo más el arte ingenioso y admirable de
mostrar solamente lo necesario para hacer que el hombre pobre y débil se vuelva
loco por ver más. O podría ser llamado un arte ingenioso, sustituyendo
solamente la letra u por la i en la palabra y así hacerlo más generoso y bello.
¿O es que tan pequeño cambio en una palabra puede efectuarlo tan grande en el
carácter del arte? de todos modos la costumbre del baño a la intemperie, esto
es, la parte femenina de él, está desapareciendo y ahora se limita a la gente
vulgar, no la de las mujeres. Se halla ahora en proceso de construcción una
hermosa casa de baños sobre el riachuelo que tiene un gran nombre (Rio Grande),
allí donde corre a través de la ciudad de Tegucigalpa; pero esto alterara tanto
las costumbres del baño a la vista libre que su inversión no será segura de
ninguna manera (5).
Nadie
puede formarse una idea cabal de la mejor sociedad femenina de Honduras con
solo cruzar el país: por la razón antes mencionada de que las señoras se
mantienen dentro de su casa más que en el nuestro. De aquí que se cometería una
injusticia formarse una conclusión muy apresurada y es mejor reservar la
opinión hasta que se haya asistido a un baile en casa de alguna de las
principales familias, pues allí se encontrara a las señoras más hermosas y
principales a quienes no se podría ver en otros sitios. Y si después de haber
estado en el campo tres meses se tiene la suerte de asistir a un baile en el
Palacio Nacional uno quedaría perfectamente sorprendido al ver los ricos
vestidos, agradables, gracias al alto refinamiento, tan diferente de lo que se
ha visto al hacer observaciones diarias en Honduras y se sentiría uno inclinado
a maravillarse de donde viene todo ello. Durante alguna alegre fiesta de la
Iglesia es cuando fandangos españoles más famosos están en lo alto de su
gloria. En estos bailes las señorita de ojos oscuros pueden ser vistas con toda
ventaja, llevando sus vestidos más escogidos, con sus más atractivas sonrisas y
actitudes graciosas, muy pocas veces con vestidos sobrecargados y nunca llevando
joyas excesivas.
Las
señoras ricas que son pocas, y la crema de la sociedad se visten al estilo de
las norteamericanas y no llevan sombrero ni gorra o algún adorno en la cabeza,
pero usan sombrillas para defenderse del sol. Comienzan a usar el sombrero
aunque el pelo caído sobre los hombros,
ya sea flotando libremente o trenzado y amarrado con una cinta. Este deseo de
mostrar el cabello lo más posible es orgullo perdonable, pues el cabello de la
mujer hondureña es su aspecto más atractivo. En general es largo y ondulado y
de un color negro, brillante, incuestionablemente hermoso. Sin embargo, a veces
mientras caminan y van a caballo, está oculto por un chal que llevan en torno
del cuerpo y sobre la espalda hasta la
punta de la cabeza. Mientras el chal es usado a veces sobre el cabello, siempre
se lleva en torno al cuerpo, excepto cuando se está en casa. Todas llevan
chales de diversos colores y de todas clases. Lo usan cada día del año e invariablemente
en todas las ocasiones. Toda mujer, es decir las ricas y pobres, las de elevada
y las de baja posición, las jóvenes y las viejas, desde la niña que hace
pininos hasta la decrepita vacilante, todas usan chales; y cuando no pueden
conseguir lo que necesitan por qué es lo usual, llevan una tela vieja y blanca. Sería
más fácil ver en la calle a una mujer desvestida, que sin chal.
La
clase corriente y la más baja van descalzas todo el año y usan una
camisa-vestido atado en torno a la cintura, la parte superior del cuerpo
cubierta con la camisa, que por supuesto, deja desnudos los brazos; pero cuando
salen a andar o a cumplir un encargo siempre usan el chal. Muchos niños van
desnudos y algunos de ellos fuera de las poblaciones, hasta que tienen ocho o
diez años. El hombre distinguido y sus hijos visten como en los Estados Unidos,
pero por lo general, no usan tirantes, sino un cinturón y rara vez se les ve
con el alto sombrero de copa. Pero la gran mayoría de los hombres se viste con
telas toscas, a menudo con la camisa fuera de los pantalones, y siempre van
descalzos, excepto cuando usan una suela de cuero (caite) en la planta del pie,
semejante a una sandalia, si así se puede decir. Hasta los “alcaldes” o jueces
de paz van descalzos y llevan un bastón para caminar, adornado con una cinta o
con borlas, en prueba de su autoridad oficial.
Este es solamente un retrato de los tiempos que corren. Algunas de estas modas, maneras y costumbres están cambiando y pronto serán modificadas materialmente, sino revolucionadas del todo, por la asimilación de lo extranjero. Y como la inmigración desde nuestro país está aumentando rápidamente, es posible que se “americanizaran”, lo cual una especie de revolución en este país revoltoso “más devotamente deseado” y cualquier patriota inteligente respondería sin duda. Amen.
Notas (de Rafael Heliodoro Valle)
1.-
La honradez de los arrieros conduciendo recuas cargadas de mercadería u oro y
plata en barras ha sido proverbial en Honduras: pero si se ha hecho de la pistola
por lo viajeros al ser asaltados por un emboscador.
2.-
Esta afirmación hace comprender fácilmente que Mr. Herring era protestante.
3.-
No había órdenes religiosas en esa época en Honduras, desde que el régimen de Morazán,
presidente federal, las extinguió.
4.-
“The Central American Bulletin” (1895) da la noticia de que Mr. H. C. Dillon
encontró en Tegucigalpa “una ancha puerta abierta para el evangelio”. Mr. &
Mrs. A. E. Mishop llegaron a Puerto Cortés, San Pedro Sula y Santa Rosa de
Copán (30 de mayo de 1896) (And in Samaria por M. W. Spain, 1940 p. 60).
5.- El español Dr. Antonio Ramírez F. Fontecha había obtenido concesión del Gobierno para construir unos baños en el sitio de La Isla. (1886).
Bibliografía
Valle, Rafael Heliodoro. “La Literatura de Viajes por Honduras y Centro América" En: Diario El Día, Año VI. Núm. 1687, pág. 5 y 6. Hemeroteca Nacional "Ramón Rosa", Tegucigalpa.
[1] Pasa a la 6 pág., Letra Z. En El Día como en la generalidad de publicaciones hemerográficas, usualmente los escritos largos estaban publicados en varias paginas en uno o varios números según características del editor.
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